18 diciembre 2003

12/12 Con los parásitos

El viernes quedamos para comer con los ex-compañeros de Raquel. Ella estuvo cuatro años trabajando en una universidad de París (París VI, Pierre & Marie Curie), en un departamento de Química. Y claro, sigue habiendo amigos suyos allí, conque teníamos que verles. Una cuadrilla de parásitos: en lugar de dedicarse a cosas útiles, como salir en los programas del corazón o participar en Operación Triunfo, se pasan el tiempo haciendo experimentitos a costa del contribuyente.

La universidad está en Jussieu, en pleno Barrio Latino; de hecho, ocupa la torre de Jussieu, el tercer edificio más alto de París (tras la Torre Eiffel y la Torre de Montparnasse). Eso sí, es bastante más fea que las otras dos. Mucho más fea.

Antes de ir hacia allí estuvimos por las dos islas, la de San Luis y la de la Cité. Son dos islas fluviales, en medio del Sena, muy cercanas la una a la otra. París se originó en estas islas; en tiempos de los romanos, cuando aún era Lutetia, sólo ocupaba la isla de la Cité.

Hoy día, la isla de San Luis es el barrio más caro de París. Más caro que los Campos Elíseos. Allí está el piso donde vivían la infanta y Marichalar "como una pareja más". Perdonad que ponga la frasecita: es que creo que, pese a los denodados esfuerzos de tantas y tantas personas, no se ha inventado todavía otra más ridícula en toda la historia de la Humanidad. Es bastante pequeña, se recorre a pie en un rato, y desde luego el vecindario es precioso. Hay bastantes tiendas de regalos, no tan caras como se puede uno imaginar, y con género meritorio. Más buen gusto que ostentación.

La isla de la Cité, comunicada con la de San Luis por un pequeño puente, es como os decía antes el origen de París; de ahí su nombre. Sin ser inmensa, es bastante más grande que la de San Luis. Es bastante turística porque aquí está la catedral de Notre-Dame. Que, como siempre, estaba en obras, aunque con menos andamios que otras veces. Los parisinos han tenido el buen gusto de no rodear la catedral con edificios que la tapen; sólo a uno de los lados hay edificios bajos, aunque con una calle de por medio. Al otro lado está el río y tanto delante como detrás hay jardines, así que ofrece una buena vista desde cualquier flanco. En cuanto al interior... la verdad, no estoy seguro de haber entrado nunca. En cualquier caso, esta vez sólo anduvimos un rato por los alrededores, nos hicimos un par de fotos y nos marchamos, porque se nos hacía tarde.

Por cierto; la vista de París a través del Sena, desde la isla de la Cité, es para no perdérsela. Lástima de la horrenda torre de Jussieu, que estropea el panorama. Y hacia allí nos dirigíamos.

Ya había estado alguna vez en el laboratorio de Raquel, así que conocía a bastante gente. No estaba su amiga Valérie porque se había tenido que quedar en casa cuidando a sus gemelos, que estaban enfermos. Desde que se fue Raquel, hace un año, ha habido epidemia de gemelos en el laboratorio; aparte de Valérie, también tuvo gemelos Cyrille (que, pese al nombre, es un chico). Cyrille sí que estaba por allí, y se vino a comer con nosotros. Además, vino Nati, una chica de Granada a la que ya conocía de otras veces, María, otra chica canaria que cogió el contrato de Raquel cuando ella volvió a España (por tanto, la conocí en ese momento) y Bernard, un técnico del laboratorio casado con una española y que habla bastante bien nuestro idioma. Sí, hay muchos españoles en París.

Nos llevaron a un restaurante italiano cercano, pequeño, con poca carta, pero bien puesta. Allí me di cuenta de lo mal que lo tiene que estar pasando la pobre María; en algo más de un año que lleva, aún no ha aprendido a hablar francés y sigue odiando la comida francesa. Ya sé que el restaurante era italiano, pero a ella le parecía comida francesa. La carta tenía doce o catorce platos, de los que a ella le gustaban... cero. Y no es que tuvieran cosas raras, o que a la chica no le gustara la pasta. Ésta es una breve lista de las cosas que no le gustaban y por las que no podía elegir ningún plato:

- berenjenas
- crema fresca
- mantequilla
- verduras (sí, en general)
- vino blanco
- ciruelas

Había unas cuantas más, desde luego. Jo, y me quejo de que a Raquel no le gusta nada. Entre el camarero y todos los demás que estaban con nosotros intentaban buscar qué plato podían hacerle para que comiera. Digo "los demás" porque yo, lo siento mucho, pero no aguanto a esta gente con tan poca capacidad de adaptación. Así que me mantuve aparte, me callé y esperé a ver si arreglaban algo. Al final, le hicieron un plato de pasta con tomate y un poco de queso por encima, y a correr.

Durante la comida me di cuenta de que mi francés cada vez es peor. No entendía casi nada de lo que decía Cyrille. Por suerte, estaba en la otra punta de la mesa y los que había a mi lado hablábamos en castellano. Tendré que ponerme un poco las pilas. Claro que, en este viaje, llevaba a Raquel de intérprete, conque no necesitaba mucho el idioma.

Después de comer, los demás volvieron al trabajo y Raquel y yo nos fuimos a ver el jardín botánico, que está al lado de Jussieu. No es nada del otro mundo, pero a mí me gustan mucho este tipo de jardines. Sobre todo, si tienen buenos árboles. Hay uno en el lago Constanza que pude visitar hace un par de años, fabuloso. Ocupa toda una isla que, de hecho, se llama "la isla de las flores", pero lo mejor es el arboretum. Maravilloso. El de París, en cambio, es más sencillito, aunque tiene una cierta extensión. Fuimos andando por él hasta la estación de Austerlitz, a la salida del mismo. Y decidimos, en lugar de coger el autobús hacia algún otro sitio, volver a Jussieu andando y coger el bulevar Saint-Germain hasta la iglesia de Saint-Germain-des-Prés.

Seguramente hay muchos edificios más bonitos en París, pero ése es mi favorito, no sé por qué. Además, al lado, en la plaza del mismo nombre, había un mercadillo navideño bastante bonito. Lo recorrimos, pero no compramos nada.

Luego estuvimos mirando por los alrededores porque en esa zona hay muchos clubes de jazz y quería ir a uno esa noche. Localizamos uno en el que esa noche tocaba un grupo de jazz manouche, el estilo fundado por Django Reinhardt y Stéphane Grapelli hace sesenta años. Jazz tocado sobre todo con guitarras acústicas, con bastante swing e influencias gitanas; por algo Django era gitano. Así que ya teníamos garito para la noche.

Mientras hacíamos tiempo para cenar, a Raquel se le ocurrió ir a la Torre Eiffel. Pues venga. Cogimos un autobús y para allá que nos fuimos.

Claro que la espera fue un poco castigadora. La parada del autobús estaba justo enfrente de "La maison du chocolat", una de las muchísimas tiendas de chocolate que hay en París. La verdad, no entiendo cómo las francesas son tan lánguidas y están tan flacas; con esas tiendas, es para atiborrarse de chocolate y olvidarse del resto del mundo. Pero nos contuvimos.

Era la primera vez que visitaba la Torre de noche. Claro que no tenía mucho mérito, porque a las cinco ya era noche cerrada. Para quienes no hayáis estado nunca, os diré que la Torre Eiffel está en medio de los Campos de Marte; es decir, en medio de una explanada, con lo que resulta todavía más impresionante. Además, había nubes bajas y apenas se veía la punta, pese a estar toda iluminada. Claro, estaba llena de vendedores de souvenirs, pero no eran muy plastas.

Cruzamos el Sena, que está justo detrás de la Torre, para subir hasta el Trocadero. Desde allí, como está en alto, hay una vista muy buena de la Torre. Además, dieron entonces las seis y pudimos ver el numerito que montan a las horas en punto. Han llenado la Torre de bombillitas dispersas y, durante diez minutos, apagan las que recorren su silueta y encienden las otras de forma intermitente y aparentemente caótica, con lo que parece que están electrocutando la Torre. Simple y chorrón, pero resultón.

Cuando nos cansamos, cogimos otro autobús de vuelta a Saint-Germain-des-Prés y buscar un sitio para cenar. Por cierto, colarse en el autobús es lo más fácil del mundo en París. Si llevas abono no hace falta pasarlo por la maquinita; teóricamente, hay que enseñárselo al conductor, pero nadie lo hace. Así que puedes entrar sin billete y nadie te dice nada. Y no, no hay mucho peligro de que pase un revisor. Dice Raquel que en sus cuatro años en París, y mira que ella cogía el autobús siempre que podía, sólo ha visto un revisor una vez. Es curioso, pero las tres únicas veces que recuerdo haberme colado en el autobús ha sido fuera de España. Una fue en París, pero en otro viaje, porque esta vez llevaba abono.

Habíamos pensado en ir a comer cus-cús el sábado, pero se nos ocurrió cambiarlo por la cena de ese mismo día. A Raquel le encanta el cus-cús y yo estoy harto de ir con ella a comerlo aquí en España y luego tener que aguantar sus quejas todo el día porque no se lo dan a su gusto. De manera que teníamos que aprovechar que allí, sí. Sólo teníamos que encontrar un restaurante de la morisma, cosa bastante fácil en París.

Empecé a acordarme de otro día, hace muchos años, en Ginebra, cuando necesitábamos un banco y no encontrábamos ninguno. En la ciudad con mayor densidad de bancos por metro cuadrado del mundo. Pues en los alrededores de Saint-Germain-des-Prés nos estaba pasando lo mismo. Estaba lleno de restaurantes, pero ninguno árabe. Eso sí, encontramos un callejón precioso, de esos que salen en las películas, donde está la Casa Catalana. Los catalanes que leáis esto podéis estar orgullosos del sitio que han elegido. Pero sólo vimos un sitio donde anunciaban cus-cús y no nos hizo mucha gracia. En la puerta ponía "Cous-cous, paëlla" (en francés, paella se escribe con diéresis en la e para que no hagan diptongo). Es decir, que lo mismo hacen una cosa que otra, lo que quieren es que entren los turistas. Y, claro, tenían a un tipo en la puerta de reclamo. Nada, mal rollo.

Al final, después de tomar una cerveza en un irlandés en el que nos machacaron con una música espantosa (MTV en horario baboso), Raquel decidió que fuéramos hacia Saint-Michel, que está cerca, y lleno de sitios que ella conocía. El bulevar Saint-Michel, en efecto, es perpendicular al Saint-Germain y ya me había llevado otro día a comer cus-cús, con buenos resultados. Aunque me cagué en la madre del que inventó el picante que ponían para el cus-cús.

Esta vez aterrizamos en el restaurante adyacente al de la otra vez. Por nada en especial; tal vez porque era el único sin reclamo en la puerta. Y nos pusimos morados. Pero a reventar, oye. Además, como no pedimos vino, la cuenta no subió mucho. En cierta ocasión oí a alguien decir en la tele que, cuando dos personas salen a cenar en Francia, pagan la cuenta de tres; el tercero es el vino. Y es cierto, es carísimo. En cambio, la comida en sí tiene un precio razonable. Comparada con otras cosas, incluso barato.

El problema fue que, al salir, Raquel casi no se podía mover de lo llena que estaba, conque decidimos volver al hotel y dejar lo del club de jazz para otro día. En realidad, para otra visita, claro, pero yo también había fastidiado la salida un par de días antes, así que no podía quejarme. Al menos, me había vengado del mísero bocata del día anterior.

17 diciembre 2003

11/12 Somos turistas, explotadnos

Después de unas diez horitas sobando, el jueves me levanté como una rosa (gracias por los buenos deseos, Rapun). Afortunadamente, nuestro hotel era semi-civilizado, para lo que se estila por esos lares, y servían el desayuno hasta las diez. Aunque lo cierto es que ningún día tuvimos que apurar el horario, siempre estábamos antes de las nueve y media papeando.

Decidimos subir hacia Pigalle y Montmartre, que están cerca del hotel. Así que nos fiamos de la orientación de Raquel, tras tantos años viviendo en París, y salimos andando en dirección contraria. Menos mal que llevábamos su plano encima y pudimos rectificar antes de irnos muy lejos. Al menos, el paseíto nos sirvió para darnos cuenta de que estábamos bastante cerca de la Gare du Nord, donde nos dejaba el RER del aeropuerto, así que podíamos ahorrarnos los dos transbordos de metro cuando volviéramos el domingo si íbamos hasta allí andando.

La zona de Pigalle es donde están la mayoría de los cabarets y similares. Además, hay un mercado y bastante ambiente, incluso de día. Pero bueno, no anduvimos demasiado por allí y en seguida subimos al cercano Montmartre. Como su nombre indica, Montmartre está en un monte. Es el barrio típico de los artistas, hoy día muy dedicado al turismo. Tiene su gracia, pero te cansas de que te asalten constantemente para hacerte un retrato o venderte cualquier chorrada.

Antes de eso entramos en el Sacré-Coeur, la iglesia favorita de Raquel. No es muy grande, neoclásica (como tantos edificios parisinos) y tiene un interior bastante bonito. Vale la pena si pasáis por allí.

Cuando bajábamos de Montmartre empezó a llover. Y nosotros, fiándonos de la información meteorológica que habíamos visto en la tele del hotel antes de salir, no habíamos cogido los paraguas. De todos modos, todavía no caía mucho cuando llegamos al restaurante donde teníamos pensado comer. Es un sitio pequeñito que conocía Raquel llamado "L'eté au pente douce". Pues sí, "El verano en una suave pendiente". ¿Se os ocurre un nombre más parisino? Y sí, a mí también se me ocurren otros calificativos que se le pueden aplicar.

En realidad, no es un local turístico. Tienen cocina del sur de Francia y precios económicos, así que se veía bastante clientela habitual. Yo me aticé una especie de empanada de cordero, bastante abundante. Y Raquel una ensalada de esas con todo lo que se te ocurra puesto encima. La pena es que, como es habitual, la bebida iba aparte, y por un vaso de vino que bordeaba lo peleón me clavaron cuatro euros. Aparte de eso, bien.

A la salida ya estaba lloviendo con ganas y, como todavía no habíamos bajado del todo Montmartre, no había metro cerca. Nos mojamos bastante hasta llegar a una boca que tampoco estaba demasiado lejos de nuestro hotel, pero no queríamos calarnos más.

Al hotel sólo volvimos para coger los paraguas y salimos otra vez. Se nos ocurrió que, en vez de coger el metro, era mejor intentar ir en autobús a todas partes; así veíamos la ciudad por el camino. Y casi todo París merece la pena verse.

Hay que aclarar que París no es una ciudad tan grande como pueda parecer. El municipio en sí es más pequeño que Madrid, por ejemplo. Ocurre que no puede crecer más porque está completamente rodeado por la Banlieu, todo un conglomerado de poblaciones que rodean la capital francesa. Toda la aglomeración, creo que tiene unos ocho millones de habitantes, pero lo cierto es que la Banlieu no ofrece muchos atractivos turísticos. En general, es bastante fea. Tal vez lo más destacable sea la catedral de Saint Denis, donde están enterrados todos los reyes de Francia, desde la época de los francos. En este viaje no fuimos, pero sí hace unos años. Siendo Raquel navarra, nos llamó la atención que todos los reyes están enterrados como "Roi de la France et de la Navarre", pese a que Navarra dejó de tener relación con Francia en 1512. Pues bien, incluso Luis XVIII, que reinó en pleno siglo XIX, figura como Rey de Francia y Navarra.

En fin, volvamos a nuestro autobús. Vale la pena ir a todas partes andando, a menos que estés muy lejos, pero ya os he dicho que llovía bastante. Aunque claro, la lluvia hacía que los cristales del autobús se empañasen y tampoco veíamos demasiado. De todos modos, volvimos a bajar hacia Châtelet, esta vez con más idea de ver monumentos. Pasamos por una iglesia preciosa que no conocíamos, la de Saint Germain des Auxerroises, y nos metimos por el centro de la ciudad. Terminamos junto al Hôtel de Ville, en una exposición sobre Edith Piaf, en el 40 aniversario de su muerte.

Probablemente haya algún (o alguna) fan de Edith Piaf leyendo esto, porque abundan. Pero yo, la verdad, no lo soy. Sin embargo, sí me gusta oír de vez en cuando alguna canción suya. Y he de reconocer que nadie ha pronunciado jamás las erres como ella. A ver quién es capaz de decir "je ne regrette rien" como ella. Y es curioso que la imagen que muchos tienen de ella es la de una señora mayor muy seria; estilo María Dolores Pradera, vaya. En realidad, nunca fue una señora mayor (murió a los 48 años) y en los vídeos de sus actuaciones televisivas que proyectaban se la veía constantemente haciendo bromas y riéndose.

Después de un rato más pateando la zona, hasta llegar a las cercanías del Louvre, nos fuimos hacia Luxembourg a un garito en el que tocaba un grupo de jazz. Resultó ser un local chiquito en el que los músicos tenían que tocar bastante bajito. Además, tenían una cantante, y a mí el jazz cantado no me gusta demasiado. Con alguna excepción, claro. Pero lo veo demasiado encorsetado. En fin, que nos fuimos al cabo de un rato y, como seguía haciendo frío, tiramos para casa. No sin antes parar por Châtelet (aprovechando que teníamos abono de transporte) a comprar un bocata para la cena.

Lo del abono de transporte es un consejo que puedo dar a cualquiera que quiera visitar cualquier ciudad durante unos días. A veces no sale a cuenta, pero es penoso dejar de ver algo por no coger un metro, cuando te has gastado una pasta en el viaje. Así, sabes que todo tu transporte está ya pagado y puedes ir a donde quieras por el mismo precio. Acabas viendo muchas más cosas. Y cansándote menos, que al cabo de unos días de estar 12 horas en la calle, ya no te sostienen los pies.

Y aquí termina nuestro segundo día, porque ya volvimos al hotel y a la camita.

16 diciembre 2003

10/12 Llegamos a París

Tan sólo un par de días después de volver de la RAM, engancho con otra. Raquel y yo nos vamos a París, aprovechando que a los dos nos quedan días de vacaciones. Cuando se volvió a España, Raquel prometió que todos los años volvería a París, y ya se estaba acabando el primero sin cumplirlo.

Cogimos el avión a la una menos diez del mediodía, una hora bastante razonable para marmotas como yo, aunque las prisas y ansias habituales de Raquel hicieron que estuviéramos en el aeropuerto casi dos horas antes. El avión iba casi vacío, una experiencia nueva para mí. Claro que no suelo volar a esas horas de un miércoles. Cuando íbamos a llegar, el piloto anunció que en París hacía "un poco de fresco": tres grados. A mediodía. Agh.

Menos mal que íbamos bien preparados para el frío. Conque recogimos las maletas (las nuestras salieron las primeras, otra experiencia nueva) y cogimos el RER para dirigirnos hacia nuestro hotel.

El RER (Réseau Express Régional) es el cercanías de París. Tiene cinco líneas, ramificadas en los extremos y, a diferencia de los cercanías españoles, se puede transbordar con el metro sin necesidad de comprar otro billete. De todos modos, nos costaba casi ocho euros cada uno para llegar desde Charles de Gaulle hasta París.

Nuestro hotel estaba cerca de Opera, junto a la calle La Fayette y a cincuenta metros escasos del célebre Folies Bergère. Como cabía esperar en el centro de París, era canijo. De estos en que, para que entre el sol, tienes que salir tú. Pero el personal era amable y estaba bien cuidado. Al fin y al cabo, sólo lo queríamos para dormir y desayunar, conque no necesitábamos grandes lujos.

Una vez hubimos tomado posesión de la habitación y dejado las maletas, empezamos a patear la ciudad. A eso habíamos venido, al fin y al cabo.

Bajamos por la Rue La Fayette hasta la plaza de la Opera, donde está la Ópera central de París, que no es la más utilizada. La principal, hoy día, es la de la Bastilla. De todos modos, sigue habiendo representaciones operísticas en este teatro que, por otro lado, es realmente bonito por fuera. Nunca he entrado en él, aunque hay visitas guiadas.

Después de zascandilear un rato por ahí y comprar "L'Officiel des Spectacles" (el equivalente a la Guía del Ocio, aunque mucho más barato), decidimos mirar qué había interesante ese día y bajamos hacia Châtelet a un pub irlandés donde tocaba un grupo de música celta.

Châtelet es, más o menos, el centro de París. Allí está el ayuntamiento (u Hôtel de Ville), el llamativo Centro Pompidou y muchas más cosas. Entre otras, un montón de bares, restaurantes y puestos callejeros. Seguramente, es mi zona favorita de París para salir por la noche. Claro que hacía frío y no teníamos muchas ganas de callejear. Así que decidimos hacer tiempo cenando. En otros lugares de Francia no es así, pero los horarios de las comidas en París no son muy distintos de los españoles. Un poco más temprano, pero no demasiado. Así que a las ocho todavía estaban bastante vacíos los restaurantes.

Decidimos ir a un mexicano que conocíamos llamado Pecos Grill (es un mexicano normal y corriente, tampoco esperéis un nombre muy glamouroso). Al llegar, vimos que había cambiado bastante. Ni siquiera se llamaba igual, aunque mantenía un cartel con el antiguo nombre. Ahora era el Chispa Café. Ya lo sé, todavía más feo. Pero el sitio está bien, dan buenas raciones y no es muy caro. Me puse bastante morado de burritos.

Se me olvidaba mencionar una particualridad del RER y el Metro en París. Se puede transbordar de uno a otro, como he escrito antes, pero normalmente las estaciones tienen nombres diferentes. Así, la estación de RER de la zona (la más concurrida de París) se llama Châtelet - Les Halles, mientras que el metro tiene dos estaciones diferentes, una llamada Châtelet y la otra, lo habéis adivinado, Les Halles. Las tres estaciones están comunicadas, formando un transbordo monstruoso. Además, es una zona en la que el alcantarillado es antiguo, lo que da lugar a filtraciones y a un olorcillo peculiar que Raquel llama "Eau de Châtelet". Sí, huele a caca. En verano, teniendo en cuenta que el metro parisino no tiene aire acondicionado, el resultado es bastante nauseabundo.

Cuento esto ahora porque ya no hicimos nada más. Yo tenía un dolor de muelas bastante fuerte que se me había extendido hacia la gargante y la sien, conque no tenía ganas de ir al garito de música celta. Raquel protestó porque, como es habitual, no le valía para nada, pero nos volvimos al hotel. Y, al poco rato de llegar, ya estaba durmiendo como un tocino.

Lo reconozco, soy un flojo.

Ah, Paguí

Anoche volví de mi viaje a París. Ha sido muy distinto del de Nueva York, porque ya había estado un montón de veces y conocía la ciudad. Pero creo que os va a caer otra plasto-serie. Un poco más corta, porque hemos estado menos días.

Mañana la empiezo, que ahora es muy tarde.

09 diciembre 2003

Los Pelafustanes triunfan

Me temo que esta entrada va a ser de las largas, pero a mí se me va a hacer corta por la cantidad de cosas que tengo para contar.

Estoy en pleno aterrizaje después de la RAM. Llegué a casita anoche, justo a tiempo para ver CSI, y no me ha gustado nada tener que venir a trabajar. Pero bueno, va a ser breve, porque me quedaban días de vacaciones y me los he cogido esta semana; mañana me largo con Raquel a París hasta el domingo.

La RAM, como es habitual, una pasada. He visto a mucha gente a la que no veo durante el año, he conocido en persona a gente a la que sólo conocía por correo o referencias, y también a otros que no sabía ni que existían. He dormido poco, aunque más que otros años (me hago viejo). Y este año, como novedad, venía Raquel conmigo. Hasta ahora, siempre había ido solo a las RAM.

El primer día, nada más llegar, tenía una pequeña encerrona. Era la noche de Mensatiric y Antonn, el coordinador de Mensa en Murcia y cabeza visible de la organización del evento, me había pedido que montara un monólogo sobre los GIEs. Me lo pidió hace unos meses, acepté y empecé a preparar algunas ideas. Pero, la verdad, casi se me había olvidado. Por el camino me di cuenta de que no lo tenía acabado, ni mucho menos, así que iba pensando en algunas ideas más y cómo hilvanarlas. En fin, tendría que confiar en la improvisación.

Así que llegó el momento y cada vez me iba deprimiendo más porque veía que a quienes iban saliendo antes de mí no se les oía. Estaban teniendo problemas con los micrófonos y no se entendía nada. Con lo que, además, ocurría lo habitual en estos casos: el público se dedicaba a charlar, de manera que cada vez se entendía menos. Desastre inminente, amigos.

Conque pensé: lo que necesito es que se me oiga. Si consigo eso, el resto vendrá rodado. Así que, cuando me hicieron salir, me puse el micro bien ajustadito a la altura de la boca y me dediqué a entonar y vocalizar lo mejor que pude. Por suerte, eso se me ha dado bien desde pequeñito, así que funcionó. Luego, como el tema era bastante agradecido (es facilísimo hacer bromas sobre los GIEs y las listas de correo, sobre todo ante un público que conoce el tema), sólo necesitaba seguir el método de una famosa película (que no nombraré por no estropeársela a quien no la haya visto, el resto la reconoceréis): iba mirando a mi alrededor y soltando lo que se me ocurría. En mi caso, miraba a los del público y, de vez en cuando, veía a algún administrador de algún GIE, o a alguien que había estado envuelto en algún asunto aprovechable... lo que fuera. La cosa funcionó, la gente se reía y luego hubo unos cuantos que me dijeron que les había gustado mucho. Pues mira, si he salido de ésta, ya me atrevo con lo que sea.

Al día siguiente, en cambio, tenía algo mucho mejor preparado: el concierto de los Pelafustanes. Este año íbamos con mucha moral y bastante bien preparados, conque tenía que salir bien. Y vaya si salió bien. Con diferencia, el mejor año de todos. Lo siento por quienes no estuvisteis, os lo habéis perdido.

Algunos momentos destacados:

- Un par de horas antes de empezar, la pobre Scary se bloqueó y empezó a decir que no podía cantar el "Walking On Sunshine" porque no le salían los gritos del estribillo. A todos nos parecía que sí, pero no había forma de convencerla. Al final, la convencimos de que Rossie y Rapun la ayudarían haciéndole coros en ese trozo y se tranquilizó. En el concierto, la dejaron solita y le salió perfecta (el efecto placebo).

- Como Luzbel había estado muy liado en el trabajo durante los últimos tiempos, no se había podido preparar el "Du hast", que le cayó encima con la baja de Dani. Así que el Capi preparó un MIDI con toda la parte del teclado, sobre la que debían tocar los demás. Y la tenía que cantar yo, ante la baja de Rafa. Para redondearlo, se nos ocurrió gastarle una bromita a Lu: íbamos a hacer que Rapun se pusiera con los teclados, haciendo como si tocaba mientras sonaba el MIDI. Era una buena broma, porque le hizo gracia incluso a la presunta víctima (Luzbel). Y así lo hicimos. Claro que, a mitad de canción, justo cuando se quedan solos los teclados, se descacharró el MIDI. Pues nada, hice como si fuera así de verdad, seguí cantando, los demás se engancharon cuando debían y la cosa salió bastante bien. Fue nuestro momento 'Spinal Tap' del concierto.

- Anuncié "It's a Heartache", una de las canciones de Rossie, como "ahora los Pelafustanes se ponen moñas". Durante el resto del concierto, se estuvo vengando y, cada vez que íbamos a meter alguna canción lenta, Rossie decía "ahora llega uno de esos momentos moñas que tanto le gustan a Gorpik". En realidad, ella tiene una voz perfecta para las baladas, pero esa en concreto le queda maravillosa.

- Íbamos a grabar el concierto con dos cámaras, para el vídeo, y un montón de micros pasados por una mesa, para el audio. Al final, una cámara (de mi padre) y gracias. La pobre Raquel tuvo que llevar la cámara durante casi todo el concierto, salvo un par de canciones en que la relevamos Dilettant y yo. Y claro, a la pobre al final le temblaba la mano por el cansancio. La cámara tiene un dispositivo anti-vibración para estabilizar la imagen en esos casos, pero no me acordaba de como funcionaba. Así que me temo que el vídeo saldrá un poco saltarín.

- Casi al final del concierto rompí una cuerda (por suerte, en una canción en la que me podía arreglar sin ella), así que lo terminé tocando con la guitarra de reserva del Capi. En sonido limpio, perfecto. Pero la última canción era "Smoke on the Water" y esa necesita un poco de saturación. El problema era que no habíamos probado esa guitarra con mi amplificador, y parece que no se llevaban bien. Cuanto más intentaba subir el sonido, menos se oía. Durante el solo, supongo que el público estaba viendo a un tipo haciendo el ganso con la guitarra, pero sin ningún sonido. Yo, al menos, no oía absolutamente nada de mi guitarra. Una vez más, capeamos el temporal como pudimos (sobre todo Luzbel, que necesitaba algunas referencias de mi guitarra para algunas entradas y no las tenía).

- No recuerdo a quién se le ocurrió la idea de que, durante el famoso solo vocal de "The peto el kakas", el Capi se tirara al centro del escenario con su guitarra desenchufada, haciendo el bestia con ella, mientras Dile hacía el solo. No sé el público, pero nosotros nos descojonábamos vivos viéndolo, tanto en los ensayos como en el concierto.

Seguro que me dejo un montón de cosas del concierto, pero ya me estoy alargando demasiado.

En la tercera y última noche también tuvimos pelafustana en el escenario. En esta caso, fue Rapun la que repitió, contando un cuento estilo H.P. Lovecraft que había escrito el propio Antonn. Le quedó tremendo. Y luego habíamos montado una chorradita los demás pelafustanes pero, afortunadamente, no la hicimos. La verdad, creo que estábamos abusando. Además, no estaba bien preparada y podía salir un churro. Sin embargo, la idea era buena y seguramente la aprovecharemos en otra ocasión.

Ocasión que puede presentarse pronto, porque es probable que volvamos a tocar el día 7 de febrero, en la cena del vigésimo aniversario de Mensa España. Pero no adelantemos acontecimientos.

En otro orden de cosas, nos ha llamado la atención la pachorra con que conducía mucha gente por la zona en donde estábamos. Era bastante fácil encontrarse algún coche circulando a 50 o 60 por hora en tramos normales de carretera. Carreteras que, por cierto, estaban señalizadas de una forma bastante creativa. La primera señal curiosa la encontramos el mismo viernes por la noche, cuando llegábamos a Mazarrón. Era una señal corriente, de "Fin de prohibición". Claro que no había nada prohibido en ese momento. Al día siguiente vimos su pareja: una señal de "Prohibido adelantar" puesta en un tramo con línea continua. Quiero decir que llevábamos al menos doscientos metros de línea continua cuando llegamos a la señal. Seguramente la señal más popular era un cartel en una rotonda: las dos salidas llevaban la inscripción "Puerto de Mazarrón". Hala, elige la que te guste. Pero mi favorita era una señal de inicio de autovía que había en una incorporación a una carretera, también saliendo de Mazarrón. Es la primera vez que veo una autovía con un sólo carril en cada sentido.

Generalmente, la organización de la RAM corre por cuenta de la Junta Directiva de Mensa, con ayuda del grupo local correspondiente al lugar donde se celebra. Sin embargo, este año han sido los del grupo de Murcia quienes se han encargado de casi todo. Y les ha salido de fábula. Como suele decirse, han ido más allá del cumplimiento del deber, siempre estaban dispuestos para resolver cualquier pequeño problema que surgía (creo que no ha habido ninguno grande) y, gracias a ellos, nos lo hemos pasado en grande. El listón ha quedado muy alto para el año que viene.

05 diciembre 2003

Allá vamos

Ya es viernes, según mi reloj, así que hoy empieza la RAM. Prácticamente, me perdí la del año pasado por culpa de nuestros apuros de trabajo; estuve 24 horas escasas y prácticamente no vi a nadie más que a los Pelafustanes. Este año va a ser diferente.

Dentro de 96 horas debería estar de vuelta, totalmente eufórico y sin poder dormir. Y sin pirulas. Eso es la RAM, más o menos, para que os hagáis una idea quienes nunca hayáis estado.

¡Nos vemos!


02 diciembre 2003

Urobilina

Hoy he recibido los resultados de un reconocimiento médico que me hice a finales de octubre (les ha costado, oye).

Todo bien, pero tengo el colesterol ligeramente alto, como siempre desde que me vine a Madrid. En Zaragoza lo tenía subterráneo; debe de ser la diferencia entre la comida de mamá y la del restaurante.

Y, novedad, tengo urobilina en la orina. Y os preguntaréis: ¿qué es la urobilina? Eso digo yo.

He buscado un poco por Internet y parece que puede ser una señal de alguna dolencia de hígado, aunque también es habitual cuando se tiene fiebre. Y yo acababa de pasar la gripe. Espero que sea esto último, porque quiero mucho a mi hígado y no me apetece nada que el médico me prohíba darle al jarro.

De todos modos, tendré que llamar mañana al ambulatorio para que me den hora, por si acaso, tal como me recomienda el informe del reconocimiento. Menos mal que no soy hipocondríaco, conozco a algunos que esta noche no dormirían.


25 noviembre 2003

Ohayô!

Como escribí ayer, hoy he quedado con Jambri, Fanti y Malignus para ver "Buenos días" (en japonés, "Ohayô"), una peli japonesa de 1959 que acaban de reestrenar en el cine Verdi de Madrid.

Hacía mucho tiempo que no la veía, y ha resultado tan adorable como la recordaba. Es una de esas películas que ves de principio a fin con la sonrisa en la boca. Sobre todo, el personaje de un niño que hace un actor de seis años llamado Masahiko Shimazu y que, por lo que he encontrado en IMDB, dejó de hacer cine a los diez. Pocos actores de esa edad pueden presumir de haber interpretado un personaje tan inolvidable.

Los que vivís en Madrid, ¿a qué esperáis para ir a verla? Que la quitarán cualquier día, aunque hoy había una buena entrada en el cine (claro que era día del espectador). Y los que viváis fuera, mirad a ver si en vuestra ciudad también la han reestrenado, o si la encontráis en algún video-club. Claro que esto último lo dudo, aunque está editada.

23 noviembre 2003

Gano el guarro con "¡Qué guarro!"

Este fin de semana no para de llover en Madrid. Sin embargo, me da igual porque mi plan consistía en darme un atracón de DVDs y, de momento, se está cumpliendo.

El viernes hice una razzia por la Fnac y me llevé la versión extendida de "Las dos torres", "Los siete samurais" y "Las aventuras de Ford Fairlane". Los que conozcáis esta última peli ya os lo habréis imaginado al leer el título de esta entrada.

Debería haber venido Nu a ver "Las dos torres" conmigo, pero esa es de secano y, si llueve, no sale de su casa, así que se la ha perdido. De momento, claro. Yo, en cambio, la vi ayer por primera vez; calculo que no bajará de una docena el número de veces que voy a verla antes de que estrenen "El retorno del rey". Yo soy así. Y ya me he tragado la mitad de los extras, de paso.

Con estos extras me he quitado un pequeño peso de encima. Leyendo el libro, siempre había pensado que las dos torres a que hacía referencia el título eran Minas Tirith y Minas Morgul. Sin embargo, en la película queda claro que son Orthanc y Barad-Dûr. Pues sí que leo bien los libros. Bueno, en un extra explican que, realmente, no se sabe a qué dos torres se refiere el título y hay varias interpretaciones, entre otras la mía. Pero, para lo que sale en la película, la que mejor les venía era ésta y prefieren dejarlo claro para que los espectadores no se queden con dudas sobre el título. Me ha recordado "El nombre de la rosa"; quien sólo haya visto la peli, sin leer el libro, no puede tener ni idea de la razón del título. Y eso está feo.

Esta tarde han venido Tomber y Jose, dos colegas de mi grupo de inadaptados, a ver "Las aventuras de Ford Fairlane". El detective rocanrrolero, señores. Una de las pelis más macarras de la historia, protagonizada por una especie de chulo de discotecas metido a detective. Hemos echado unas risas bastante poderosas.

"Los siete samurais", en versión íntegra, dura sólo 205 minutos; no llega a las tres horas y media. Así que va a ser la próxima, seguramente me la ponga nada más enviar esto al blog. Ya veremos si estoy lo suficientemente masoca como para ponérmela en japonés (subtitulado en castellano, ojo). Creo que sí.

Claro que, siguiendo con el cine japonés, mañana he quedado para ir a ver "Buenos días", una maravillosa película de finales de los cincuenta que hacía mucho no veía, y ahora reponen en un cine de Madrid.

18 noviembre 2003

Cuernos

Los que leáis mi blog habitualmente sabéis que no me gusta usar iniciales para referirme a otras personas. Tampoco lo haré esta vez, pero no usaré nombres.

El sábado pasado estuve cenando con mis amigos en Zaragoza. Cuando llegué, me sorprendió encontrarme a una pareja que no viene nunca. Claro, otra que siempre viene esta vez no lo hacía. La cosa es simple: el chico que esta vez no vino y la chica que esta vez sí salían juntos hace un tiempo. Hasta que él descubrió que ella le ponía los cuernos y cortaron. Vale, hasta aquí, bastante normal. Incluso es razonable que el cabreo le haya durado un tiempo, ¿no?

El problema es que eso partió en dos mi cuadrilla, porque los dos pertenecían a ella desde antes de empezar a ir juntos. Y claro, los demás seguíamos siendo amigos de los dos, pero él no aguntaba estar en el mismo sitio que ella, conque no podíamos quedar con todos. Todos creíamos que las cosas se arreglarían más o menos con el tiempo: ella empezó a salir con otro chico (también de la cuadrilla), él con otra chica. Los dos se casaron, cada uno por su lado, y han tenido hijos. Lo que nunca entenderé es por qué, doce años después, él sigue sin poder verla.

Qué malos son los ataques de cuernos.


13 noviembre 2003

Zaragoza

En los últimos tiempos voy poco por Zaragoza. Seguramente, el motivo es que casi todos mis amigos están casados y criando, así que no es fácil sacarlos de casa. Y yo soy un bicho nocturno.

De todos modos, durante los próximos fines de semana lo compensaré porque voy a estar allí. Y, precisamente, por mis amigos, ya que voy a salir a cena por sábado. Esta semana con mis amigotes de toda la vida (en un restaurante indio, por quinta vez en mi vida y segunda en una semana, qué cosas).

La semana siguiente tenemos una posible embarcada con la Banda. Teóricamente, vamos a comer a un restaurante de Huesca bastante bueno, incluso tiene una estrella de la guía Michelin. A cambio, tenemos que tocar en el sitio, no sé si antes o después de comer. Y sí, nos invitan con familias y todo. La cosa tiene buena pinta, vista así; pero, como me conozco a quien la ha organizado... creo que, si no nos hacen pagar más de lo que marca la carta, ya estaré contento.

Y la siguiente tengo la cena anual con mis ex-compañeros de la universidad. Mucha gente hace amigos en la universidad que le duran para siempre, pero no es mi caso. Yo he perdido la relación con casi todo el mundo; al menos, con los que iban a mi curso. Sólo hay una con la que quedo de vez en cuando, y es muy de vez en cuando. Sin embargo, eso no significa que me lleve mal con ellos y me gusta verles una vez al año. Es de estas cenas en las que ves a fulanito más gordo, a menganito más calvo y a zutanita hecha una matrona, conque tiene el atractivo añadido de poder meterme con ellos. Nunca he sido muy diplomático, creo que se extrañarían si no soltara mis pullas habituales.

Ahora que lo pienso, el fin de semana siguiente ya es la RAM, y al siguiente me voy a París con Raquel (en realidad, nos vamos cuatro o cinco días, aprovechando las vacaciones que nos quedan este año). Y al siguiente ya empiezan las navidades. Ay, cuánto ajetreo, qué vida social tan dura.


09 noviembre 2003

Problemas ajenos

Ultimamente ando un tanto preocupado por problemas serios que tienen personas cercanas a mí. Y digo "un tanto" porque suelo seguir la máxima confucianista según la cual, si mis problemas no tienen solución, ¿de qué me sirve preocuparme?

En este caso, afortunadamente, sí pueden tener solución, pero no hay mucho que yo pueda hacer. Por un lado, a una amiga mía le han diagnosticado una grave enfermedad. Por otro, mi hermano está pasando una temporada muy mala aunque, afortunadamente, parece que la va superando. En cualquiera de los dos casos, no me queda mucho más que darles mi apoyo y esperar.

Pasando a cosas más alegres, hoy he vuelto a tener ensayo reducido con los Pelafustanes, aprovechando que Scary andaba por aquí, y ha salido de maravilla.


04 noviembre 2003

Esdoy desbriado

El ensayo del fin de semana tuvo una parte mala: la noche del viernes pasé muchísimo frío y he cogido un trancazo bonito. Ya estuve el sábado y el domingo moqueando, y luego he seguido. Así que llevo dos días en casita con un catarro precioso encima.

Espero levantarme mejor mañana e ir a trabajar. Si no, se van a mosquear conmigo.


03 noviembre 2003

Retiro con los Pelafustanes

Este fin de semana ha sido el ya tradicional retiro espiritual de los Pelafustanes. Bueno, más que espiritual, espiritoso, aunque lo cierto es que este año no hemos bebido mucho. Se nota la ausencia de Dani y Juanma.

Nos fuimos concentrando en casa del Capi, el otro guitarrista del grupo, en Boadilla del Monte, y ensayamos en su buhardilla. Tiene montado un estudio allí al que sólo le faltaba la batería, pero cada uno de nosotros llevamos nuestros propios instrumentos por eso de tocar con lo que ya conocemos.

El sábado tuvimos algunas visitas. Vino nuestro teclista pródigo, Dani, que este año nos ha abandonado por una orquesta de bolos. Así, al menos, pudimos cumplir con otra tradición del grupo: ensayar 'Jump' para luego decidir que no se toca en la RAM. Cada año ha sido por un motivo diferente; en este caso, la ausencia de Dani.

También vinieron otros miembros de la secta (Jambrina, Fantine y FaHsS!!!) que se quedaron a comer con nosotros ese día. Pero, aparte de esto, nosotros solos, con las ausencias de Rafa y Scary que, cada uno por una razón, no han podido venir.

Anécdotas varias:

- el viernes por la noche volví a mi casa a buscar algo de combustible líquido (no nos habíamos dado cuenta de que el sábado era festivo y todas las tiendas estarían cerradas) y otras cosas que se me habían olvidado. Para variar, me hice la picha un lío al pasar de la M-40 a la M-30 y acabé en una parte de Madrid que no me sonaba ni remotamente. Todo lleno de chabolas, más oscuro que el esófago de un negro. Finalmente, aparecí por Entrevías, barrio que reconocí gracias a que la madre de Scary vive allí, y pude orientarme.

- el domingo, en pleno ensayo de una de las canciones, el Capi tenía que hacer un solo. El chico lo empezó y al rato se paró en seco. Y tan en seco: como que se caía redondo. Menos mal que le sujetamos y minimizamos los daños. El pobre llevaba una semana sin parar y tuvo una crisis de agotamiento. Así que se acabó el ensayo en ese momento. Afortunadamente, parece que ya está bien.

Claro que lo más importante del fin de semana es el ambiente de grupo que se crea. Nos lo hemos pasado en grande, hemos hecho muchas risas, hemos machacado las canciones y hemos cogido mucha moral. Creo que el concierto de este año va a ser, con diferencia, el mejor que hayamos hecho nunca.

27 octubre 2003

Elecciones

A estas horas, ya sabemos con seguridad que el PP ha ganado las elecciones de la Comunidad de Madrid. Bueno, eso ha votado la gente y hay que aceptarlo. Eso no quita para que me parezca que todo lo ocurrido durante los últimos cinco meses haya sido asqueroso.

Sinceramente, no me extraña que un buen número de votantes del PSOE de mayo haya decidido quedarse en casa. Al día siguiente de la deserción de Tamayo y Sáez, un alto cargo del partido cargó contra ellos y dijo que siempre les habían llamado 'los del maletín' por sus tejemanejes inmobiliarios. Es decir, que sabían que eran unos chorizos y, aún así, los habían puesto en sus listas. Muy edificante. ¿Cómo pueden pedirnos que nos fiemos de ellos ahora? ¿Cuántos más chorizos conocidos quedaban en su lista?

La postura del PP no ha sido mejor, defendiendo a capa y espada a sus propios ladrones. Y me ha parecido penoso que durante estos últimos días hayan fiado sus esperanzas a la abstención.

Los más coherentes han sido los de IU, salpicados por un escándalo con el que, aparentemente, no tenían nada que ver. Yo confiaba en que parte del voto desencantado del PSOE fuera hacia ellos, entre otras cosas por joder a los tránsfugas, que se amparaban en el débil argumento de que los votantes del PSOE no querían la alianza con IU. Sin embargo, no ha sido así. Sólo han mantenido sus escaños.

Dejando aparte los partidos, la petición de los periodistas y tertulianos peperos de que gobierne siempre la lista más votada es de un estulto que mata. Es decir, está prohibido que los partidos se pongan de acuerdo entre sí. Debe gobernar uno que no podrá sacar nunca adelante ninguna propuesta porque tendrá en contra a la mayoría del parlamento. Claro que sólo lo dicen para influir en las mentes más reacias a pensar un poquito.

En Aragón hemos tenido varios ejemplos de gobiernos de coalición sin incluir la lista más votada, de uno y otro signo. Hace unos años, el PSOE tenía 30 escaños de los 67 totales, pero gobernaban el PP y el PAR en coalición porque sumaban 34 entre los dos (19+15 o algo así). Bastante lógico, desde mi punto de vista, aunque ahora el PP se queje de que ocurra lo contrario (el más votado es el PP, pero gobiernan el PSOE y el mismo PAR en coalición). En aquel tiempo, el PSOE aragonés estaba liderado por un conocido mafioso llamado José Marco. El tipo compró a un oscuro diputado pepero llamado Gomáriz y, no sé cómo, convenció a los tres diputados de IU para que le apoyaran en el llamado "Gomarcazo", una moción de censura que le colocó en el poder. Aquel chanchullo fue tremendamente impopular, acabó no mucho después con la dimisión de Marco y se reflejó en las elecciones con un tremendo hostión del PSOE (recuerdo que en el ayuntamiento de Zaragoza bajaron de 15 a 6 concejales, nada mal) y la casi desaparición de IU del mapa político aragonés. Me alegré de que la gente diera su merecido a quienes habían apoyado al mafioso.

Ahora, en Madrid, la única alegría que tengo es que el partido recién fundado por el chorizo sólo ha sacado un misérrimo 0,23% de los votos. Tal vez la paupérrima actuación de los políticos socialistas durante estos meses haya impedido otra cosa.


25 octubre 2003

Los Pelafustanes, a machacar

Mañana tengo ensayo con casi la mitad de los Pelafustanes (no está mal). He estado repasando nuestro repertorio y, a mes y medio de la RAM, lo tengo casi controlado. Es la primera vez que me pasa.

En realidad, no tengo ningún problema para tocar canciones que sólo llevo medio hilvanadas. Con la Banda toco muchas veces canciones que no he oído antes. Como ellos están en Zaragoza y yo en Madrid, no puedo ir a los ensayos, así que me entero de las canciones nuevas cuando las tocamos en algún sitio.

El problema es que con la guitarra eléctrica tengo menos tablas. Me faltan recursos para improvisar cuando no conozco lo que estoy tocando.

Además, es muy, muy importante tener el día bueno. El año pasado, en la RAM tuve un día pésimo. En cambio, en el ensayo general lo tuve muy bueno. Me salía todo. Mientras tocaba en la RAM, me acordaba y pensaba: "jo, si el otro día esta canción me salía solita, empezaba a tocar y podía improvisar una hora sobre ella; en cambio, ahora tengo que hacer un vulgar solo de cuatro compases y no sé qué hacer". Al final, acababa tocando todo el rato lo mismo. Sólo quería que se acabara eso de una vez. Menos mal que tenemos un público tremendo y lo aguantaban todo.

Si este año tengo el día bueno, puede ser la caña.


Humoristas

Un test que he encontrado en Continuacion:

Sarcasm
SARCASM: Your humor tends to sarcasm. You win a lot
of arguments because you can find the
ridiculous-ness and error of anothers
arguments. You have a quick mind, and a razor
tongue. You are funny because the flaws in
other people are funny, and you point them out.

HONOR US WITH YOUR SHARP WIT AND JOIN:

http://pub98.ezboard.com/bkickbanned


How funny are you?
brought to you by Quizilla

Supongo que cualquiera que me conozca estará de acuerdo en que el test ha acertado de lleno.


17 octubre 2003

El tiempo

A petición de mkxis, podéis volver a ver qué tiempo hace por Madrid en esta página. Si lo pides con esa dulzura, encanto, cualquiera te niega nada.


16 octubre 2003

Lo que a nadie le importa ;)

Hoy tengo un enlace nuevo, a Lo que a nadie le importa ;). El emoticón viene en el título. Es el blog de Sherraiza y, bueno, al menos a mí sí me importa.


14 octubre 2003

La historia de la Banda

Durante el "desfile" del que os hablaba en la entrada anterior repartían una octavilla en la que se contaba el origen de la Peña El Brabán, organizadora del acto, y mi banda, la Banda del Canal. La historia de ambas se inició a la vez, hace nada menos que 26 años. En aquellos tiempos, las fiestas del Pilar en Zaragoza consistían en poco más que la Ofrenda de Flores y la cena que organizaba el ayuntamiento para las fuerzas vivas de la ciudad, con asistencia de las reinas de las fiestas (hijas de concejales o industriales ricos), en la Lonja, un palacio situado entre el Pilar y el Ayuntamiento. Esta es la narración del día en que ambas nacieron y que se conmemoraba en esta ocasión, según un miembro anónimo de la peña que escribió la octavilla:

[Para quien no conozca la ciudad, Torrero es un barrio separado del resto de Zaragoza por el Canal Imperial de Aragón, donde estaban, entre otras cosas, la cárcel y el cementerio. Y yo tenía once años recién hechos, así que ni me enteré de los hechos que aquí se cuentan].

Los precedentes de la Peña El Brabán y de la Banda del Canal los encontramos en las Fiestas del Pilar de 1977. No existían todavía lo que hoy conocemos como fiestas populares, pero se vivía un momento de eclosión de la vida democrática repleta de grupos políticos todavía sin legalizar, y de un movimiento ciudadano con gran capacidad de convocatoria que se vertebraba en torno a las Asociaciones de Vecinos. Estos dos elementos, Partidos de Izquierda y Asociaciones Vecinales eran entonces el germen de casi todas las movilizaciones.

La necesidad de unas fiestas populares era algo patente que no podía sustraerse a esa vitalidad de la sociedad civil que todo lo invadía. Por ello, se convocó una especie de desfile festivo, cuyo comienzo fue en Torrero, y que pretendía llegar hasta La Lonja para llamar la atención ante la cena de gala que todos los años convocaba "el búnker", nombre por el que se conocía a la facción más franquista de entre los franquistas. No pretendíamos reventar nada, sino manifestar nuestra alegría y, de paso, fastidiar un poco, claro.

La marcha-defile-manifestación estuvo encabezada por un bombo y un tambor. No había instrumentos de viento ni falta que hacían. Las alrededor de mil personas que allí acudimos no cesamos en el empeño de cantar a voz en grito las melodías festivas de toda la vida, aderezadas con aquel famoso "chss, chss, que vienen, que vienen". Éste fue el principio de lo que durante tantos años hemos conocido como "La Banda del Canal", y que hoy sigue siendo un símbolo festivo en Zaragoza.

Al acabar el recorrido en la confluencia de la calle Don Jaime y la Plaza del Pilar nos esperaba una aguerrida compañía de "grises" formando una barrera infranqueable. Para nosotros este tipo de formación policial era totalmente novedosa, pues hasta entonces nos tenían acostumbrados a sorprendernos a traición, sin dejarnos andar más de cien metros y tapándonos las posibles escapatorias, convirtiendo cualquier movilización en una peligrosa encerrona en la que te jugabas la integridad física.

Nada más avistar el despliegue corrí a ponerme en la cabeza del grupo festivo para intentar negociar con los "grises" y evitar cargas con consecuencias no deseadas, no en vano hacía poco más de un año que había salido de la cárcel y tenía cierta familiaridad con el aparato represor heredado de la dictadura. Pese a mi buena voluntad, sinceramente sólo me esperaba un porrazo y a correr; ante mi sorpresa, el oficial que mandaba las fuerzas me saludó educadamente y me comunicó que tenían órdenes de evitar que pasáramos de aquel punto; yo le contesté que si nos dejaban pasar hacia la Plaza del Pilar no boicotearíamos la cena de la Lonja, pues sólo pensábamos cantar y bailar en la Plaza, pues para eso eran las Fiestas del Pilar. En ese momento, los más "valientes", desde la cola de nuestro grupo, comenzaron a proferir gritos como ¡policía asesina! o aquel famoso ¡social, acuérdate de Portugal!, en alusión a la huída precipitada de los torturadores de la PIDE portuguesa durante la Revolución de los Claveles. Al oír estas frases, y otras de mucho peor gusto, el que mandaba el grupo de grises se puso tenso y nervioso, se volvió hacia los suyos y mandó cargar; cuando dio aquella orden yo ya me encontraba a bastantes metros de aquel conflictivo lugar, pero no todos pudieron correr a la misma velocidad.

La carga fue brutal. Llegaron ambulancias y el caos se apoderó de la zona. En mi memoria ha quedado la cara ensangrentada de una joven de 15 años que ni siquiera nos permitían auxiliar mientras yacía en el suelo semiinconsciente. La nota curiosa la puso Carmelo, de la Banda del Canal, disfrazado de preso, con un bombo corriendo delante de los grises. Cuando se hubieron marchado las ambulancias y el lugar quedó vacío y humeante, se dio una situación que jamás he llegado a comprender. Los "manifestantes" volvimos lentamente a la calle Don Jaime; sin saber cómo, nos encontrábamos caminando, silenciosos, entre los policías que nos miraban de reojo sin inmutarse, como el niño que ha hecho algo malo y teme que le regañen.

Cuando empezábamos a reaccionar ya estábamos en la Plaza del Pilar. Fue entonces cuando recordamos para qué estábamos allí. Comenzamos a hacer corros mientras los tambores seguían sonando; cantábamos, bailábamos y hacíamos pequeñas torres humanas entre el regocijo general. Poco a poco fue llegando más gente que contribuía a crear un ambiente festivo inusitado, una extraña complicidad en una situación nueva para todos.

A partir de ese momento, la Banda del Canal, con el fin de hacer música, divertirse y divertir, iniciaron una larga trayectoria que alcanza 26 años, participando a voluntad en las manifestaciones festivas de la ciudad, siempre de manera independiente y sin ánimo de lucro.

Esa noche trágica y mágica de los primeros días de octubre de 1977 fue la que nos impulsó a crear lo que luego ha sido la peña El Brabán.

El año siguiente nació la Peña El Brabán, y con la vocación de lograr para nuestra ciudad unas fiestas populares, fue la chispa que encendió los ánimos ciudadanos, y vehículo de alegría y diversión.

La estela la han seguido a lo largo de los años muchas más peñas, que han proporcionado un colorido especial, y el Ayuntamiento poco a poco fue dotando de más contenidos nuestras fiestas, y con el espíritu hospitalario y alegre de nuestros conciudadanos se ha adquirido el prestigio actual.

La Peña El Brabán ha continuado desde entonces reproduciendo y conmemorando esta cena, sólamente variando la ubicación, desde que el Ayuntamiento programa gran parte de los actos en la Plaza del Pilar, motivo que nos llevó a utilizar la Plaza de España.

Este año recuperamos, de forma festiva, alegre y conmemorativa, lo que entonces fue una justa reivindicación.

Las nuevas generaciones

Pues sí, ya he vuelto de Zaragoza. El Pilar, muy bien, aunque el último día andaba un poco chungo.

Me estaba acordando ahora de uno de los días en que salí a tocar con la Banda. Nuestro trompeta, Ramón, se trajo a su hija Laura, cosa bastante habitual. Laura tiene diez años y es una de las personas más inteligentes que he conocido nunca. La conozco desde que nació, pero no deja de sorprenderme. Aunque, claro, sigue teniendo diez años.

Esta vez venía con su vecina Miriam, un año mayor que ella. Laura tiene una estatura normal para su edad, pero Miriam aparenta tranquilamente cinco o seis años más de los que tiene. El caso es que, en un momento dado, van las dos al pobre Ramón:

- ¡Papá, papá! ¿A qué hora vamos a llegar a la plaza del Pilar?
- Yo qué sé, cuando lleguen todos [ese día íbamos en una especie de desfile desde la otra punta de la ciudad] ¿Para qué lo quieres saber?
- Es que a las ocho, en la plaza de la Seo [junto a la del Pilar, para quien no conozca Zaragoza] bailan nuestros novios y queremos verles.

Risitas contenidas entre los demás miembros de la Banda. Pero Ramón ni se inmuta:

- ¿Qué pasa, que son joteros?
- No, son raperos y bailan hip-hop.

Descojone absoluto y varios instrumentos que casi se caen al suelo. Jo, cómo vienen.


07 octubre 2003

El Pilar

Estos días estoy en Zaragoza porque son los Pilares. Como todos los años, mi banda cambia de nombre (el que paga, manda) para convertirse en la Ambar Beer Band y salimos a tocar en un carro de caballos de Cervezas La Zaragozana. Mola bastante, aunque siempre acabo con el brazo dolorido porque tengo que aporrear el banjo en una postura bastante incómoda. Además, si hace viento (y en Zaragoza siempre hace viento), se pasa bastante frío.

Desgraciadamente, he tenido que venir un par de días a Madrid a trabajar, porque vamos un tanto agobiados en el curro, como siempre, pero dentro de unas horas vuelvo a las fiestas. Ya os contaré a la vuelta.


28 septiembre 2003

La fuerza de voluntad

Yo soy una de esas personas que sólo fuma cuando sale por ahí. Puedo fumarme medio paquete o más en una salida, y luego estar quince días sin catarlo.

Muchas veces, algún fumador me dice: "ya me gustaría a mí tener la fuerza de voluntad suficiente para poder hacer lo mismo que tú". Pues no, no es fuerza de voluntad. Es, sencillamente, que a mí el tabaco no me engancha. Mi primo Jesús dice que hay dos tipos de personas: los fumadores y los no fumadores. Y no necesariamente coinciden con los que fuman y los que no fuman. Los fumadores necesitan el tabaco y, una vez caen en él, les cuesta una barbaridad dejarlo, si es que alguna vez lo consiguen. En cambio, a los no fumadores no nos pasa eso.

Ahora estoy pasando una prueba mucho más dura. Ayer estuve en el híper con Raquel y a la muy malvada se le ocurrió comprarme un bote de dulce de leche. Lo tengo delante de mí. Me está llamando, con voz sensual, agitando sus formas provocativas. ¿Conseguiré irme a dormir sin haber acabado con él? El espíritu está dispuesto, pero noto que la carne es de un débil que para qué.

Está inmoralmente bueno.


24 septiembre 2003

Domingo dominguero

Normalmente, mis domingos consisten en levantarme a las tantas y vegetar mientras intento recuperarme de la semana y, sobre todo, del fin de semana. Pero a veces hago cosas más edificantes.

Hubo una temporada en que todos los domingos a mediodía me iba con Nu y su compañera de piso a comer por ahí de tapas, normalmente por el centro. A ver si a la vuelta de vacaciones volvemos a las buenas costumbres.

Este domingo pasado he hecho algo que puede parecer muy normal, pero no lo es para mí. Vinieron Rapunzell y Jofán a tomar café a casa. Invitación un tanto atrevida por mi parte, porque no tengo cafetera. Tuvieron que traer una eléctrica cuya clavija, finalmente, no entraba en los enchufes de mi casa, de manera que tuvimos que hacer café de puchero. Sumadas nuestras experiencias, entre los tres habíamos hecho café de puchero cero veces, así que el riesgo de intoxicación era evidente. Sin embargo, superamos la prueba con éxito. Ayudados, eso sí, por un bote de leche condensada que estuvo a punto de sucumbir a cucharadas.

Rapu es también, por si alguien no lo sabe, Pelafustana, de manera que la excusa para juntarnos había sido preparar sus canciones. No nos costó mucho, conque tuvimos tiempo de irnos al cine a ver Les triplettes de Belleville. Para asustaros, os diré que es un largometraje de dibujos animados con una estética bastante peculiar y casi mudo. Si no os he asustado, añadiré que es una película preciosa y nos encantó a los tres.

Para rematar el día, volvimos a mi casa y llamamos al Tele-Sushi para cenar. Rapu y Jofán no habían probado nunca la comida japonesa y tenían ganas; yo, por mi parte, necesitaba resarcirme del horrible japonés de Nueva York. Una vez más, éxito resonante para los tres. Mis dos amigos salieron diciendo que la próxima vez ya se tiran de cabeza al sashimi.

Ya veis, qué sencillo es pasar una buena tarde de domingo.

21 septiembre 2003

Palabras infantiles

Visitando la Bitácora de cuentacuentos de Rapunzell, he encontrado el enlace a Palabras infantiles. Que no está hecho por una madre, como dice Rapu, sino por un padre.

Me ha gustado muchísimo y supongo que, si os gustan los niños, a vosotros también. Recoge cosas que dicen sus tres hijas pequeñas, pero sin el baboseo con que otros padres hablan de sus hijitos. Encantador.


20 septiembre 2003

Los Pelafustanes, a la carga

Después de algún tiempo en que no lo tenía nada claro, los Pelafustanes están lanzados irremediablemente hacia su tercera descarga. Ya tenemos redondeadito nuestro repertorio y se van haciendo ensayos en grupos pequeños. Dentro de un mes nos juntaremos todos y espero que de ese primer ensayo general salga un concierto como dios manda.

Tiembla, mundo.


18 septiembre 2003

Murphy

Anteayer intenté hacerme un huevo frito para cenar. Tenía tres, y rompí los tres al cascarlos.

Hoy estoy haciendo un mejunje que acabo de inventar, para el cual tenía que batir un huevo. Ha salido precioso, con toda su yema redondita e íntegra.


17 septiembre 2003

Ya que estamos...

Por una vez, pongo un test que no he visto en la página de nadie.

CWINDOWSDesktoptarzan.jpg
Tarzan!


What movie Do you Belong in?
brought to you by Quizilla



El patito de goma

Esta vez he encontrado el test de turno en la página de Beor:

¿Qué clase de pato eres?

Captain Quack Rubber Duck Quiz

La plasto-serie de Nueva York va desapareciendo del cuerpo principal del blog, pero sigue estando en los archivos por si hay alguien que quiera leerla entera. Y que tenga un día libre, porque es un rato larga. Para eso es una plasto-serie.


13 septiembre 2003

Las cinco del viernes

Este fin de semana tengo que trabajar, lo que no me hace la más mínima gracia. Pero supongo que es inevitable: el lunes tenemos que entregar un proyecto y está sin terminar.

El caso es que me apetecía escribir algo en el blog y me he acordado de que hace siglos que no contesto a
Las cinco del viernes, conque se me ha ocurrido hacerlo hoy. Allá va:

1) ¿Dónde estabas y que hacías el 11 de septiembre de 2001? ¿Cómo te enteraste del ataque a las torres gemelas?

Estaba en Alemania, por motivos de trabajo. Me enteré porque la novia de uno de mis compañeros le mandó un mensaje al móvil. Luego pasamos toda la tarde en el hotel pegados a la CNN.

2) ¿Dónde estabas y que hacías el 31 de agosto de 1997? ¿Cómo te enteraste de que Lady Di había muerto?

Creo recordar que en casa de mis padres. Me parece que pusimos la tele y estaban dando la noticia.

3) ¿Dónde estabas y que hacías el 22 de noviembre de 1963? ¿Cómo te enteraste de que habían asesinado a JFK?

En el limbo.

4) ¿Dónde estabas y que hacías el 13 de mayo de 1981? ¿Cómo te enteraste de que habían disparado al Papa?

Ni idea, la verdad.

5) ¿Dónde estabas y que hacías el 20 de julio de 1969? ¿Cómo te enteraste del primer paso del hombre en la luna?

En un apartamento en Peñíscola, con mis padres y mis tíos. Acababa de cumplir tres añitos, así que mi consciencia no era muy elevada. Recuerdo que alguno de mis familiares, no sé quién, me señaló la luna y me dijo: "Mira, por ahí van los astronautas". Es uno de mis recuerdos más tempranos.

Añadiré una pregunta más:

6) ¿Dónde estabas y qué hacías el 23 de febrero de 1981? ¿Cómo te enteraste del golpe de estado de Tejero?

Era época de exámenes en el colegio, así que fui a estudiar a casa de un amigo. Al entrar, su hermana estaba escuchando la radio y nos lo contó, pero no nos lo creímos. Pensábamos que nos estaba tomando el pelo.


10 septiembre 2003

30/8 Vuelta a casa

(Fin de la plasto-serie; prometo que las siguientes entradas serán más cortitas)

Todo tiene su final, y nuestras vacaciones no iban a ser la excepción. En realidad, iba a haber bastante movimiento en la casa: Raquel y yo nos volvíamos a España; Pilar, Georgina y Lola se iban a pasar el fin de semana en el campo, y unos amigos de Georgina (Cristina, Georg y Sebastian) venían a la casa. Cristina es colombiana y Georg, alemán. Sebastian es su hijo, creo que tiene un año. Están de obras en su casa y van a refugiarse unos días mientras les cambian el suelo. ¿He dicho ya que es muy difícil encontrar un día en que Pilar y Georgina no tengan gente invitada en casa?

Ya no íbamos a hacer visitas por la ciudad, de modo que nos levantamos un poco más tarde que otros días, a las nueve. Desayunamos y nos despedimos de nuestras anfitrionas, porque vinieron sus amigos a buscarlas. En fin, ya sabéis cómo funciona esto: besos, abrazos, buaaa, no te vayas... Sólo espero, cuando tenga invitados en mi casa, portarme con ellos tan bien como ellas.

Georgina me dijo dónde colgaban la llave de las visitas. No se puede abrir la puerta de la calle desde el portero automático, hay que bajar. Así que ellas tienen unas llaves colgadas de un clavito junto a la ventana y se las tiran al que viene. Eso tendríamos que hacer cuando llegaran sus amigos.

Amigos que no tardaron mucho. Aún estaban Pilar y Georgina en la calle cuando llegaron. Eran muy majos y Georg habla bastante bien el castellano, así que estuvimos charlando con ellos, sobre todo de las cosas de Raquel, porque él también es científico (físico).

Antes de marcharnos, Raquel quería comprar chai para su madre. El chai es una especie de té oriental que se ha puesto de moda y que suele prepararse con leche de soja. Pilar nos hizo un día y a Raquel le encantó. De manera que bajamos a una tienda que nos había dicho mi prima y en la que tenían muchas más cosas; entre otras, un juego de golf para practicar en casa. Desde que se jubiló, el golf se ha convertido en el pasatiempo favorito de mi padre (quién se lo iba a decir), así que se lo compré de regalo.

A las dos y cuarto vino a buscarnos el taxi. Nuestro avión salía casi a las seis, pero preferíamos ir con tiempo por si se ponían tontos con los controles de seguridad. Además, ya no teníamos nada que hacer.

El taxi no era uno de esos amarillos que van por Manhattan. Ni siquiera llevaba luces de taxi. Era un Lincoln Continental, uno de esos coches enormes que se ven por esta ciudad. No, no era una limusina, aunque no son mucho más caras. Una limusina es más barata que dos taxis y pueden caber hasta diez personas dentro, conque muchas veces sale a cuenta.

El conductor era hispano y llevaba puesta una emisora de radio en español, conque entendía nuestro idioma; sin embargo, no dijo una palabra en todo el trayecto. Llegamos a la terminal 3 y vi que, en lugar de dejarnos en la parte inferior, subía por una rampa al piso de arriba. Y a mí me había parecido ver que el piso superior era sólo para los de primera. En fin, él sabría más, seguro que había hecho muchas veces el recorrido. Le pagamos (se largó inmediatamente sin siquiera esperar la propina, tal vez era autista) y entramos en la terminal.

Yo tenía razón. Ahí sólo facturaban los de Business. Y no se podía bajar por ningún sitio. Conque pregunté a una chica de un mostrador y ésta, viendo que no había más gente esperando, nos facturó el equipaje allí mismo. Luego pasamos el control de seguridad, donde comprobé que Raquel tiene más cara de terrorista que yo, porque a ella le hicieron descalzarse y a mí no. Y bajamos hacia la puerta de embarque.

Por el camino pasamos junto a unas paredes de cristal por las que veíamos a los demás viajeros de clase Turista intentando facturar. Unas colas inmensas. No sé, quizás nuestro taxista era más listo de lo que parecía.

Bueno, ya sólo nos quedó recorrer las tiendas, lo que aproveché para comprarle una camiseta a mi hermano, y esperar tranquilamente a que saliera el avión. Adiós, Nueva York.

Durante el vuelo me fui leyendo los mega-tochos de la Patrulla X que le había cogido prestados a mi prima. En total, unos 100 números regulares, iba a tener entretenimiento para bastante tiempo. Y pudimos ver nuestra primera película desarrollada en Nueva York después de conocer la ciudad, así que reconocíamos todo. Nos pusieron "Abajo el amor", una comedia estilo Rock Hudson y Doris Day, pero hecha hoy día como si fuera entonces. Al principio sale el edificio de MetLife aún con el letrero de PanAm, supongo que para meter al espectador, en la época (fallo: el rascacielos de PanAm se construyó en 1963 y se supone que la peli se desarrolla en 1962). Por lo demás, es bastante entretenida.

Llegamos a Barcelona a la una y media de la mañana, hora de Nueva York. Pero, claro, eran las siete y media locales. Ya era de día, no había dormido y tenía que conducir hasta Madrid. Lo pasé fatal para no dormirme al volante.

09 septiembre 2003

29/8 Ultimo dia en Manhattan

(Séptimo y penúltimo capítulo de la plasto-serie)

Hoy viernes va a ser el último día que dediquemos a patear la ciudad. Nos dedicaremos al barrio residencial de Gramercy, el Flatiron District y el Lower Midtown.

De nuevo empezamos el recorrido por Union Square, aunque esta vez seguiremos hacia el norte. Nuestro día va a girar principalmente en torno a Park Avenue South y sus alrededores.

Lo primero que visitamos es Gramercy, un precioso barrio residencial en pleno centro de Manhattan. Después de conocer los precios del Dakota, no quiero ni pensar en lo que costará una de estas casas.

Gramercy cuenta con el único parque privado de Nueva York, Gramercy Park. Está vallado y sólo los residentes tienen la llave. En fin, si os ha tocado el premio gordo del sorteo de la ONCE y no sabéis qué hacer con el dinero, ésta es una posibilidad.

Desde aquí cruzamos hasta Broadway y subimos hasta Madison Square. Este tramo de Broadway, entre Union y Madison Square, se llama Ladies' Mile porque antiguamente concentraba todas las mejores tiendas de la ciudad, así que las señoras acomodadas venían aquí a hacer sus compras. Sigue teniendo unos edificios bastante notables.

Ladies' Mile termina en el cruce con la 5ª avenida. Pero aquí, en lugar de una plaza, el triángulo del cruce lo ocupa el Flatiron, el primer rascacielos construido en Nueva York, hace exactamente 100 años. Y, para muchos, sigue siendo el más bonito.

El Flatiron recibe su nombre de la forma de su planta, que recuerda una plancha. Al otro lado del cruce está Madison Square, de manera que hay bastante espacio abierto frente al edificio y la vista al mismo es excelente.

Madison Square, como es habitual, está ocupada por un parque; en mi opinión, uno de los más bonitos del Manhattan, con muchas estatuas del siglo XIX. Además, está rodeada de bonitos edificios, como el ya mencionado Flatiron, que da nombre al distrito, o los de las aseguradoras Metropolitan Life (o MetLife) y New York Life. Por desgracia, y para variar, todos estos edificios se encuentran cerrados al público desde el 9/11.

Lo que ya no está aquí es el Madison Square Garden, que se trasladó hace muchos años al lugar donde lo vimos hace unos días.

Después de pasar un rato en el parque, disfrutando de las vistas, seguimos subiendo por Park Avenue South hacia el Lower Manhattan. En concreto, íbamos hacia la calle 42, donde la Grand Central Terminal Station marca el final de la avenida.

De camino, paramos en la tienda de regalos del Kitano. El Kitano es un hotel japonés cuya tienda de regalos tiene escaparates a la calle, y nos llamaron la atención las cosas que exponía, a precio razonable. Acabé comprando un reloj de goma-espuma para mi madre, supongo que lo pondrá en algún sitio de la casa de la playa.

Luego ya no paramos hasta la maravillosa estación Grand Central Terminal. A diferencia de la decepcionante Pennsylvania Station, Grand Central es fabulosa. El único defecto que tiene es el horrible edificio de MetLife que hay tras ella. Nada que ver con el que tienen en Madison Square. Este fue construido por la PanAm hace cuarenta años y hace veinte, cuando la aerolínea cerró, se lo vendieron a MetLife. Es de tipo mastodonte de cristal con forma de caja de zapatos.

Bueno, olvidémonos de ese avechucho y volvamos a la Grand Central. El edificio está en la calle 42 y atraviesa Park Av. South, marcando su final. Por detrás empieza Park Avenue, sin el South. Es un edificio beaux arts, un estilo muy habitual en el Nueva York de hace cien años.

El interior es incluso más espectacular que el exterior. Una cosa muy llamativa es que, además de las habituales tiendas de estación, hay un mercado. Sí, el típico mercado con puestos de comestibles. Bueno, no tan típico: seguramente, el mercado más bonito que he visto en mi vida. Y el género que se vendía no se quedaba atrás. Pese a no ser aún los doce de la mañana, nos estaba entrando un hambre que no veas.

Para rematarlo, bajamos al sótano del edificio, que está lleno de restaurantes y puestos de comida. Eso estaba acabando con nosotros. Teníamos dos opciones: comer o marcharnos a escape. Elegimos la segunda.

Nos fuimos por la calle 42 hacia el este, en dirección a la sede de la ONU. Por el camino, pasamos junto al edificio Chrysler. No pudimos entrar en él, como tampoco habíamos podido entrar un rato antes en la biblioteca J. Pierpoint Morgan, aunque en este caso había sido por obras. De todos modos, lo principal del Chrysler Building es el exterior. Un edificio que, pese a su nombre, nunca llegó a ser la sede de la Chrysler.

Las Naciones Unidas están en una zona bastante fea llamada Tudor City. Era una zona industrial, de la que aún queda una central eléctrica y los horrendos edificios de viviendas construidos para los obreros, estilo Tudor (de ahí el nombre del barrio). El día del apagón, la central eléctrica empezó a echar humo, lo que sirvió para disparar la paranoia de atentado. Sin embargo, es normal que ese tipo de centrales eche humo cuando se apagan.

El propio edificio principal de la ONU es bastante feo, una caja de cerillas verde de casi 30 pisos. Me recordaba al edificio de Ibercaja en Zaragoza, pero aún más feo. En cambio, los alrededores no están mal.

Hay visitas guiadas al interior y valen la pena. Las hacen en un montón de idiomas, pero normalmente hay que pedirlo antes si quieres uno que no sea el inglés, así que no pudimos pedir visita en español (aunque podíamos haber cogido japonés). De todos modos, nos tocó una brasileña llamada Daniela que hablaba un inglés excelente, mucho mejor que la mayoría de los neoyorquinos. Vimos la Asamblea General, el Consejo de Seguridad y demás, además de aprender algunas cosillas sobre el funcionamiento de la organización. A la salida, Raquel me dijo que habíamos visto el lugar donde se reunía "la mayor colección de hipócritas del mundo". Sin embargo, yo creo que la diplomacia ha hecho muchísimo para evitar que nos hayamos cargado el planeta. De acuerdo, el potencial destructivo es ahora mayor que nunca; pero nunca se había usado tan poco. Por supuesto, las naciones no buscan de manera altruista el bien del mundo, pero se han dado cuenta de que, con la paz, ganamos todos.

Después de la visita, como ya habían dado las tres, volvimos hacia Grand Central para comer, no sin antes parar en una tienda a comprar un chaleco para la madre de Raquel. Acabamos comiendo en un americano del sótano de la estación, bastante bien para el precio.

Ya estábamos cansados después de tantos días pateando, conque decidimos volver a casa. De todos modos, en lugar de coger el metro, Raquel me convenció para bajar Park Avenue South andando hasta Union Square. Así nos despedimos de los rascacielos.

Claro que habíamos vuelto a quedar con Pilar, a ver si por fin Raquel podía comerse su langosta. Tenía que llegar a casa sobre las seis, pero pasaba el tiempo y no venía. Y esta vez, no podía haber confusión de lugar: que sepamos, sólo tiene una casa. Al final, decidimos irnos a sacar a Lola de paseo, para estar listos cuando ella llegara.

Y sí, nosotros estábamos listos, pero la pobre Pilar no. Al volver a casa, nos la encontramos con la mano vendada. Se había cortado con un cuchillo y había tenido que ir al hospital a que la remendaran. Nos había estado llamando por teléfono, pero nunca lo cogemos porque es preferible que dejen los recados en el contestador, en lugar de intentar entender algunos acentos bastante curiosos que se oyen en la ciudad. Una vez lo cogí por si era ella, y era una encuesta.

En fin, pedimos comida india por teléfono (a los repartidores también hay que darles propina, como si fueran camareros, porque viven de eso) y nos la zampamos en la terraza.

Cuando íbamos a acostarnos, vimos unas manchas rojas por el suelo. Pensábamos que podía ser comida que se le había caído a alguien, pero no. Al final nos dimos cuenta de que la pobre Lola había estado vomitando. Pobre bicho, por eso estaba tan rara. Bueno, Pilar cree que es cosa de los cambios de tiempo y se le pasará pronto.

Aparte de cenar langosta, nuestro plan para esta noche era ir a Smalls, el club de jazz favorito de mi prima; pero, por tercera vez en la semana, hubo que suspenderlo, esta vez de forma definitiva. Habrá que volver a Nueva York aunque sólo sea para eso.

28/8 Los artistas y los inmigrantes

(Sexto capítulo de la plasto-serie; ya queda poco)

Nuestro plan para hoy consiste en recorrer una zona poco monumental, pero llamativa en conjunto: el Village y el SoHo.

Nueva York es conocida, sobre todo, por los rascacielos de Manhattan. Sin embargo, no todo el suelo de la isla es apto para construirlos. Se necesita un suelo rocoso que sólo se encuentra en dos zonas: el Lower Manhattan (la punta sur de la isla, donde se fundó Nueva Amsterdam) y el Midtown. La zona que visitamos hoy está entre esas dos y, por tanto, está compuesta por edificios de poca altura.

Greenwich Village, llamado también West Village o el Village a secas, era la zona de los artistas. Está llena de historia y por todas partes te encuentras con la casa donde vivía fulanito, el pub donde menganita escribía sus novelas o la librería donde zutanito se encontraba con sus amigos. El barrio acabó encareciéndose mucho y los artistas, que no se distinguían por su solvencia económica, acabaron yéndose. De todos modos, el barrio no ha perdido su encanto ni su vida. Nos llamó la atención el montón de tiendas interesantes que hay, y que casi ninguna abre hasta mediodía. Y las tiendas, pubs, restaurantes y demás siguen teniendo buenos precios.

Después bajamos hacia el Soho. Como el Village, está al oeste de Broadway. Ambos barrios están separados por West Houston Street (SoHo = South of Houston). En efecto, el Soho de Nueva York no tienen nada que ver con el de Londres, pese a la casual coincidencia de nombres.

En el soho solían vivir muchos actores pero, al igual que pasó con el vecino Village, se encareció, así que se fueron un poco hacia el sur, a otro barrio cuyo nombre es otro acrónimo: TriBeCa (Triangle Below Canal, porque se encuentra al sur de Canal Street). Tribeca, en efecto, es también el nombre de la productora de cine de Robert DeNiro, neoyorquino de pro.

El Soho todavía tiene más tiendas que el Village, pero son, en general, más caras. De todos modos, es una buena zona para ir de compras, con mucho encanto.

Nuestro recorrido por el Village giraba en torno a la 6ª avenida, que lo atraviesa. El edificio más destacado es el curioso Old Jeff (su nombre completo es Jefferson Market Courthouse), un antiguo juzgado de color rojo con una llamativa torre cilíndrica, con su reloj y todo. Aparte de él, es más un barrio con encanto en el que es difícil destacar casas concretas. Tal vez la zona más bonita sea la que rodea Washington Square, especialmente Washington Mews.

Bajando desde Washington Square por Thompson Street, donde no hay una, sino dos tiendas dedicadas exclusivamente a vender juegos de ajedrez con todas las formas imaginables, llegamos al Soho. Houston Street marca el inicio de la numeración de las calles, así que volvíamos a tirar de mapa (en el Village hay una mezcla de calles nombradas y numeradas). Nos hicimos nuestro recorrido e incluso entramos en bastantes tiendas. En una de ellas, Raquel compró dos pares de zapatillas megahorteras, uno para ella y otro para Nu. Tienen forma de zapatillas de deporte, pero son transparentes. Una caña.

Como no teníamos ganas de volver a pisar Canal Street, no llegamos hasta Tribeca, aunque suponemos que es otro barrio residencial parecido al Soho. Tal vez con menos tiendas.

Volvimos hacia el West Village para buscar un sitio donde comer. Habíamos visto un montón de restaurantes japoneses, conque pensábamos ir a uno de elllos. Al final, entramos en uno que no parecía mucho más barato que los de España (raro, aquí los japoneses están tirados de precio), pero nos había gustado. Luego descubrimos el motivo del precio: cada pieza costaba casi igual que en España, pero abultaba el triple. Unos zoquetes de sashimi que casi parecían un pez entero. Abundante, de acuerdo, pero no bueno. El sushi depende muchísimo del corte. En fin, nos lo tragamos, pero nos hicieron hartarnos de comida japonesa por una temporada.

Después de comer cruzamos Broadway y nos adentramos en el East Village, la parte más barata, pero con menos gracia, de Greenwich Village. Pronto nos dimos cuenta de cómo era el barrio: en Lafayette Street, paralela a Broadway, hay un antiguo edificio de viviendas de lujo, con columnas neoclásicas, llamado Colonnade Row. Hoy día, da grima verlo.

De todos modos, también hay algunas cosas que merecen la pena en el barrio. No muy lejos de Colonnade Row, en Astor Place, hay una enorme estatua de un cubo apoyado sobre un vértice que, pese a su tamaño y peso, gira si la empujas. A su lado está el edificio más destacable de la zona, en mi opinión: Cooper Union, una escuela que se fundó hace siglo y medio para ofrecer enseñanza gratuita de calidad, y sigue haciéndolo, aunque hoy día hay tortas por ingresar en ella. Y un poco más abajo está la única calle del East Village que recuerda a las del West, St. Mark's Place (en realidad, la calle 8). Llena de tiendas curiosas y con mucha gente joven.

Como digo, el East Village está muy deteriorado en general, lo que hace que el precio de las viviendas sea bajo. Por tanto, hay muchos inmigrantes. Aquí podemos encontrar zonas como Little India e incluso Little Ukraine. Little India está llena de restaurantes indios baratos. No sabría decir qué atractivo puede tener Little Ukraine.

Ya estábamos bastante cansados, de modo que decidimos ir a sentarnos un rato al único parque del East Village, en Tompkins Square. Dejando aparte Central Park, los parques de Manhattan son bastante pequeños, salvo en el norte donde hay algunos un poco mayores. Pero ninguno es tan deprimente como éste. La continua circulación de lecheras de la policía no ayudaba a levantar nuestro ánimo, de modo que acabamos yéndonos hacia algún café del West Village para animarnos un poco.

Finalmente, nos quedamos a medio camino, en Union Square, que también tiene un parque. Union Square está entre las calles 14 y 17, y entre Broadway y la 4ª avenida, que aquí se converte en Park Avenue South. Hasta este momento sólo la conocíamos bajo tierra, pues es la estación de la línea L que nos lleva a casa de Pilar. En realidad, habíamos visto la superficie un rato antes, porque es aquí donde habíamos iniciado nuestro recorrido matutino. Esperábamos encontrar algún kiosko con mesitas en el parque de la plaza, como ocurre en muchos otros, pero no lo había, de modo que terminamos en un Starbucks de la misma plaza.

Como aún teníamos mucha tarde por delante, se me ocurrió ir a ver si ya estaban mis partituras en Chas Colin. Después de tomarnos los cafés y descansar un poco, cogimos el metro hasta el almacén donde, efectivamente, las tenían preparadas. Me dijeron que me habían llamado a casa un rato antes pero, claro, no había nadie.

Y con esto ya volvimos a casa para no cansarnos demasiado. Esa noche, Pilar nos iba a llevar a cenar langosta, lo que hacía bastante ilusión a Raquel, que no la había probado nunca. El marisco es barato en esta parte del mundo, especialmente la langosta, porque en la vecina Nueva Inglaterra se coge en abundancia y de buena calidad.

Al rato de llegar a casa llamó mi prima. Que, en vez de venir a recogernos, mejor quedábamos en Manhattan. Que el sitio estaba cerca de Union Square, podíamos quedar en un Starbucks que había...

¡Qué casualidad! Le dije que sin problemas, que precisamente habíamos estado allí hacía un rato. Así que íbamos a sacar a Lola y luego iríamos hacia allí, de ocho a ocho y cuarto. Desde luego, Murphy estaba de vacaciones en este viaje.

Saqué a Lola yo solo, porque Raquel estaba cansada y no tenía ganas de salir. Pero no sé qué le pasaba al pobre bicho; el caso es que llegamos hasta la puerta de un pub a veinte o treinta metros de casa y se quedó clavada. No había forma de que siguiera adelante. Así estuvo unos minutos hasta que dio media vuelta y se volvió a casa. Parece que no tenía ganas de pasear, lo que es raro, porque siempre que llegamos por la tarde está histérica, después de tantas horas sola en casa. A lo mejor se le hacía raro estar conmigo y sin Raquel.

Bueno, volvimos a subir y decidimos que era mejor si llegábamos pronto al Starbucks; al fin y al cabo, nosotros somos dos y nos hacemos compañía, mientras que Pilar llegaría sola.

Y vaya si nos hicimos compañía. Hasta hartarnos. Pasaban los minutos y Pilar no aparecía. Ya eran casi las nueve y decidí ir a buscar una cabina para llamar a casa, a ver si había tenido que volver directamente (raro, habría pasado a recogernos porque le pillaba de camino) o, más probable, algo la había retenido y había dejado recado a Georgina. Nada, no había nadie en casa. Móviles, dónde estáis cuando uno os necesita. De todos modos, sabíamos que los jueves suele tener clase de 7 a 9, aunque hoy no, conque decidimos esperar hasta las nueve y media por si acaso. Dieron las nueve y media y nada. De modo que nos fuimos porque, al fin y al cabo, teníamos que cenar en algún sitio. Hice una última llamada y... premio. Pilar estaba en casa. Que dónde nos habíamos metido, que nos había estado esperando hasta las nueve y diez. Difícil, porque el local no era muy grande y lo había recorrido varias veces buscándola. Al final, se desfizo el entuerto: resulta que hay otro en la esquina opuesta. El parque nos impedía verlo y ella pensaba que era el único de la plaza. Y, claro, como le había dicho que lo conocía, no me dio la dirección exacta. Murphy, hijo de la gran puta, te lo habrás pasado bien a nuestra costa.

Pilar había tenido que anular la reserva en el sitio de las langostas, conque volvimos al barrio y acabamos yendo a un restaurante francés que ella conocía. Curiosamente, nuestra camarera resultó ser madrileña. Y, bueno, como bien está lo que bien acaba, cenamos bastante bien y nos reímos con la confusión anterior. Eso sí, la langosta de Raquel iba a quedar para el día siguiente.

Por cierto: me reafirmo en que no hay pandilleros en Williamsburg (esto no es el Bronx, al fin y al cabo), pero sí raperos. Son como los makineros de España, esos que van por ahí con las ventanas del coche bajadas y el chumba-chumba a todo trapo, pero en coches enormes y con hip-hop o lo que sea. El premio se lo lleva un homínido al que hemos visto esta noche varias veces. Lleva un carro inmenso, supongo que para poder meter el equipo de música con el que va atronando y cuyos bajos se oyen a unas diez manzanas. Pero sólo lleva grabadas la caja de ritmos y el synth-bass: él mismo va largando por un micrófono. A lo mejor se considera a sí mismo un poeta urbano dedicado a su misión de difundir su arte, te guste o no. Por fortuna, no se le entiende un pijo y la gente le ignora.

08 septiembre 2003

27/8 Culturilla

(Quinto capítulo de la plasto-serie)

Creo que ya ha quedado claro que Nueva York es una ciudad superlativa. Este es otro de sus récords: es la ciudad con más museos del mundo. Tal vez sea porque cuentan como museo algunos locales que en otros sitios llamaríamos galerías de arte. De todos modos, es cierto que hay muchos y, en general, muy buenos, conque teníamos que ir a ver alguno. Así que hoy íbamos al Metropolitan Museum of Art (conocido aquí como el Met).

El Met está en la 5ª avenida, junto a Central Park, en el tramo conocido como Museum Mile por la gran cantidad de museos que se encuentran en él. Además del Metropolitan, está el Guggenheim, el Whitney, la Frick Collection... podíamos haber pasado toda la semana viendo los museos de esta zona, pero decidimos quedarnos con uno solo.

El Metropolitan abarca todo tipo de arte, desde Egipto y Mesopotamia hasta nuestros días, incluyendo algunas secciones poco corrientes en este tipo de museo, como la de armaduras o una que me gustó especialmente, la de instrumentos musicales.

La entrada costaba $12 por persona, o eso nos hicieron creer. En realidad, el museo no puede cobrar entrada y esos $12 son sólo una "donación recomendada", pero de eso nos enteramos más tarde. Puedes dar la cantidad que quieras (hay rácanos que sólo pagan un cuarto de dólar) y tienen que darte igual la entrada.

En cualquier caso, el precio valió la pena, y las audioguías también eran interesantes. Si quieres concentrar tu visita en una o dos áreas específicas del museo, no vale la pena; pero sí, como nosotros, sólo tienes un día para verlo todo, la audioguía se concentra en unas poquitas obras de cada zona del museo y da explicaciones muy interesantes. La grabación está realizada por el propio director del museo, por lo que su acento en español no es perfecto, pero al menos da la sensación de que las han cuidado. No han dejado que unos becarios grabaran lo primero que se les ocurriera, como en otros sitios.

La visita al museo nos llevó toda la mañana y al salir, después de atizarnos un hot-dog, decidimos bajar hacia el Upper Midtown en lugar de seguir explorando el Upper East Side, donde está el museo.

El Upper Midtown está justo debajo del Upper East Side. La separación viene a marcarla la calle 59, que es también el límite sur de Central Park (convertida aquí en Central Park South). Es una zona de rascacielos con dos atractivos adicionales: la catedral de San Patricio (o St. Patrick) y el museo de arte moderno, el celebérrimo MoMA.

Por desgracia, el edificio del MoMA está siendo objeto de una profunda remodelación, por lo que está cerrado, aunque parte de su colección se ha trasladado a otro edificio en Queens. Supongo que mucha gente viene a Nueva York con el propósito principal de ver el MoMA, pero no era nuestro caso. A Raquel ni siquiera le gusta mucho el arte del siglo XX. Así que lo dejamos estar.

El propio nombre de la catedral de San Patricio delata su origen. Es la catedral católica y fue construida por los irlandeses. Es un edificio neogótico, como muchas otras iglesias de la ciudad, aunque especialmente interesante. El interior también es, en mi opinión, el mejor de todas las iglesias neoyorquinas. Desde luego, muy superior a la mediocre St. John the Divine (que me recordaba a la Almudena). Cuando se construyó fue criticada por haber ido a poner un edificio tan alto y bonito en las afueras de la ciudad. Hoy está en pleno centro de Manhattan (5ª avenida con la calle 50) y los más de 100 metros de altura de sus agujas resultan empequeñecidos por los rascacielos que la rodean.

Algunos de estos rascacielos son la torre Sony, con un remate bastante bonito, la IBM y la Trump, que a mí, personalmente, no me gusta. En general, todos los rascacielos de cristal son mucho más feos que los de hormigón y ladrillos. He visto montones de veces durantes estos días el Empire State o el Chrysler Building y siempre se me van los ojos detrás de ellos.

La Trump Tower tiene, en sus seis plantas inferiores, un centro comercial y se nos ocurrió entrar en él. Pues bien, está medio vacío. Sólo se lo recomiendo a quienes quieran ir a Niketown, la megatienda de Nike, pero no era nuestro caso. De todos modos, compramos un par de discos en una tienda pequeña de Tower Records (la grande está en Broadway, por el Village).

Después de esto ya nos volvimos a casa. Por fin conocimos a Georgina, la compañera de piso de Pilar. Estos días estaba en casa de una amiga que se había quedado sola y tenía miedo (parece ser que también le tiene miedo a Lola, hay gente para todo). Georgina es catalana, y dice mi tía que se le nota porque Pilar está cogiendo acento catalán. Será de ver la TV3, porque Georgina habla igual que los hispanos de Nueva York, spanglish incluido.

Pilar hizo comida mexicana y estuvimos los cuatro cenando en la terraza, con el skyline de fondo. No es la primera vez que comía algo hecho por mi prima aquí; el lunes me cené un plato de pollo que había hecho preparando su trabajo. Estaba bastante bueno, desde luego, pero el pollo no es mi comida favorita. Con el popurri de hoy he disfrutado bastante más.

Una de las cosas que ha preparado era chile. Ella decía que no picaba mucho, Raquel opinaba que era inhumano. ¿A quién hacer caso? Lo probé y, para mi sorpresa, me pareció que no picaba en absoluto. Supongo que sería por el queso que le puse; Raquel lo odia, así que se lo había atizado a palo seco.

Estuvimos charlando bastante rato, pero allá a las once y media yo me caía de sueño. Tal vez la culpa la tuvo el vino mezclado con mis pastillas, que había seguido tomando aunque mi catarro parecía haber desaparecido por completo. Así que dejé a las tres en la terraza, me fui a la cama y ya no recuerdo nada hasta la mañana siguiente.

26/8 Los efectos del 9/11

(Cuarto capítulo de la plasto-serie comenzada más abajo)

Nos hemos levantado a una hora un poco más civilizada, sobre las ocho de la mañana. Esto del cambio de horario me está ayudando un montón a levantarme temprano y aprovechar el día para ver la ciudad.

Esta vez nos vamos a desayunar con Pilar al mall, la pequeña galería comercial del barrio donde Lola campa a sus anchas. Aparte de los cafés, cada uno de nosotros se atiza un bagel, una especie de rosca de pan típica de los judíos y, por extensión, de Nueva York. En la ciudad se nota mucho la presencia judía, no sólo en las costumbres, sino también físicamente. Es muy frecuente cruzarse con judíos ortodoxos, con su vestimenta blanca y negra, su bonete (o como se llame) y sus tirabuzones saliendo de la cabeza rapada. En la tienda de fotografía de ayer, por ejemplo, casi todos (incluido el dueño) eran así.

Volviendo al desayuno, mi bagel llevaba queso, salmón ahumado y tomate natural. Claro, el bagel no se come a palo seco, sino que se tuesta, se abre y se rellena con lo que sea. Muy rico.

Después, antes de coger el metro, pasamos por una farmacia a comprar algo para mi pertinaz catarro. La farmacéutica, muy amable, me vendió unas pastillas de pseudoefedrina que han obrado milagros. Mi catarro prácticamente ha pasado a la historia.

Nuestro plan para hoy era recorrer la parte sur de Manhattan, el llamado Downtown. Es la parte más antigua de la ciudad y no tiene el típico perfil cuadriculado del resto de la isla. Y sus calles no tienen números, sino nombres normales. Lo único común con el resto es Broadway que, como ya he dicho, cruza toda la ciudad. Así que íbamos a necesitar el mapa con más frecuencia que en el resto de nuestro viaje.

Pero esto no sería así al principio del día. Lo primero que haríamos sería tomar el transbordador de Staten Island, que une esta municipalidad (supongo que esa es la traducción más correcta de "borough") insular situada al sur de Nueva York con el extremo meridional de Manhattan. La línea del transbordador fue fundada hace casi dos siglos por el futuro millonario Cornelius Vanderbilt, natural de Staten Island. No sé quién lo opera en la actualidad pero, hecho insólito en una ciudad comercial y negociante desde su fundación, es gratis.

Staten Island es una zona residencial sin grandes atractivos turísticos. El interés del viaje radica, principalmente, en el trayecto en sí. El ferry pasa muy cerca de las diminutas y famosísimas islas de Ellis, donde está el centro por donde antaño pasaban casi todos los inmigrantes que llegaban a Estados Unidos, y Liberty, donde se encuentra la estatua más famosa del mundo, la Estatua de la Libertad.

Ellis Island tiene mala fama por las duras condiciones que sufrían los inmigrantes. Una visita a su centro de inmigración parece que va a ser semejante a una visita a un campo de concentración. Sin embargo, la leyenda es exagerada. Por lo general, los inmigrantes llegaban en malas condiciones por culpa de la dureza del viaje en barco, no porque se les dispensaran malos tratos en Ellis. Y la rigurosidad del filtro de inmigración no era tal; de 17 millones de personas que llegaron a la isla, sólo fueron rechazadas 250.000, generalmente por padecer enfermedades infecciosas. Hoy día es mucho más difícil conseguir un permiso de trabajo, especialmente tras el atentado de las Torres Gemelas, pero el país sigue necesitando la mano de obra procedente de la inmigración. Por tanto, se hace la vista gorda con los ilegales.

Es ya casi un tópico que, cuando vas a ir a Nueva York, todos tus amigos que ya han estado te desaconsejen la visita a la Estatua de la Libertad. El motivo es que la estatua, que con sus 93 metros contando la base sería enorme en cualquier otra ciudad, resulta diminuta aquí. La vista desde el mirador que hay en la corona es casi la misma que desde la base. Pero sí vale la pena contemplar la estatua en sí, y esto puede hacerse perfectamente desde el transbordador de Staten Island.

Además del bonito edificio de Ellis y la majestuosa Estatua de la Libertad, hay una tercera vista que hace el viaje en el transbordador imprescindible: la del mismo Lower Manhattan, tanto al alejarse como al volver. Una excelente perspectiva de los rascacielos.

Después de la hora de viaje en el transbordador (ida y vuelta, sin bajar en Staten Island), comenzamos la subida por Broadway.

Nuestra primera parada era Wall Street. Hay que recordar que Nueva York, antes Nueva Amsterdam, fue fundada por una compañía comercial holandesa. La actividad económica está en el mismo origen de la ciudad, así que la visita a la bolsa es obligada para no dejar el recorrido incompleto. Una curiosidad: Wall Street se llama así porque, antiguamente, había allí una muralla que se había construido para proteger la ciudad, situada íntegramente al sur de la misma, de los ataques de los indios algonquines. Nueva York ha crecido un pelín desde entonces.

Pilar nos había recomendado la visita guiada al interior del mercado de valores. Sin embargo, al llegar, nos sorprendió que no hubiera cola por ningún sitio de turistas esperando entrar. Lo que sí había era muchas vallas, seguridad privada y policía. Pregunté a un segurata si no había una entrada para visitantes me contestó que no con bastante poca educación y sin dar explicaciones. En fin, aprovechamos para ver los rascacielos cercanos, pertenecientes a grandes empresas que, por razones de prestigio, suelen instalar grandes esculturas frente a ellos. Terminamos en el New York Bank, en cuyo vestíbulo hay un mosaico que, según nuestra guía, valía la pena ver. Mala suerte: una vez más, la segurata de turno (esta vez, con mejores modos) nos dijo que ya no había visitas al interior. Luego supimos que todo esto es consecuencia del 11 de septiembre (allí, el 9/11). Por razones de seguridad, no se permite entrar a ningún edificio de la zona financiera desde entonces.

En la acera de Broadway opuesta a la entrada a Wall Street está la Trinity Church, una de las iglesias más antiguas de la ciudad. Cuando la construyeron parecía muy alta, pero hoy se ha quedado enana por comparación con los enormes edificios circundantes. De todos modos, la vista de la iglesia desde Wall Street es magnífica y su pequeño cementerio anexo, lleno de tumbas de hace 300 años, resulta encantador dentro de la ciudad. El interior también merece la incursión.

Muy cerca de donde estábamos se encuentra la tristemente célebre Zona Cero, el solar donde se alzaba el World Trade Center, con sus Torres Gemelas. Ojo: ningún neoyorquino ve nada remotamente gracioso en lo que sucedió. No se os ocurra hacerles bromas al respecto. El solar, en el que sigue habiendo máquinas trabajando, está rodeado por vallas metálicas con unos paneles que recuerdan lo que allí había y qué ocurrió. Pero no teníamos muchas ganas de verlo, así que acabamos en el Century 21, una tienda en el mismo borde de la Zona Cero en la que sólo venden ropa de marca a precios de liquidación. Buen sitio para comprar pero, pese a que Raquel estuvo una hora buscando algo para su madre, al final sólo fui yo quien compró una gorra de béisbol que me había pedido Rubén, el novio de Nu.

Ya que habíamos empezado con las compras, fuimos a otra tienda cercana donde sólo vendían vaqueros, sobre todo Levi's. Queríamos unos para Nu pero, como eran muy baratos, acabamos comprando también sendos pares para nosotros dos. Por poco más de $100 nos llevamos los tres pares.

Casi se me olvidaba el momento de nuestra entrada al distrito financiero. Hay una estatua en bronce de un toro embistiendo, a tamaño natural, que es el símbolo del lugar. Se nos ocurrió hacernos una foto ante ella porque nos hizo gracia, aunque vimos que no éramos los únicos, porque había cola. La primera era una chica en cuclillas ante el toro, tomándose su tiempo para encuadrar. Tenía pinta de española (hay muchos turistas españoles por la ciudad y se nos reconoce en seguida). Al fin, le dijo a otro chico que había al lado que estaba lista (confirmamos que eran catalanes) y el chaval se puso ante el toro, todo serio, embarcando la embestida con la mano derecha. Ante tamaña demostración, Raquel y yo nos miramos y, sin decir nada, nos largamos.

Bien, después de habernos sumergido en la vorágine del consumismo, decidimos seguir hacia el South Street Seaport, la zona del puerto junto al puente de Brooklyn. De todos los puentes que unen Manhattan con el resto de las municipalidades neoyorquinas, éste es el más conocido y, seguramente, el más bonito. Desde el puerto la vista es preciosa.

Luego fuimos al South Street Seaport propiamente dicho, que es una zona montada con muchas tiendas, restaurantes, pubs y demás. Había mucho ambiente y, la verdad, nos gustó mucho. Se parece un poco a la zona del Puerto Olímpico de Barcelona, aunque a nosotros, no sé por qué, nos recordaba más al Covent Garden londinense.

Después de un ratito por ahí, echando una birra (yo una coca-cola por si mis pastillas me hacían algo raro) y viendo por la tele el principio del Agassi-Corretja, que estaban jugando un poco más allá, en Flushing Meadows (Queens), volvimos al Civic Center, que ya habíamos visitado en parte un rato antes.

El Civic Center es el centro administrativo de la ciudad. Allí está el ayuntamiento y varios juzgados. Todos son edificios bastante bonitos por fuera, sobre todo el ayuntamiento o City Hall, y otro edificio cercano, el Municipal Building. Por desgracia, también están cerrados a consecuencia del 9/11.

Así que seguimos por Centre Street hacia el Lower East Side, la zona donde se encuentran barrios como Chinatown o Little Italy. Me llamó la atención el nombre de la calle, Centre. En inglés americano debería ser Center; pero, claro, la calle existe desde la época en que los EEUU eran una colonia inglesa.

Chinatown y Little Italy deben de ser dos de las zonas más bulliciosas de Nueva York. Calles estrechitas repletas de restaurantes y, en el caso de Chinatown, mercados de comida oriental. Y gente a mansalva. La única calle ancha de la zona es Canal Street, que atraviesa la isla de este a oeste y que es, en mi opinión, la calle más fea de Manhattan. Supongo que la Canal Street de Nueva Orleans sí valdrá la pena, pero ésta es un asco.

Eran casi las cinco de la tarde y aún no habíamos comido; parece que los bagels tienen unas propiedades nutritivas considerables. Así que acabamos entrando en un restaurante italiano de Little Italy llamado Canta Napoli. Yo me aticé unos penne especialidad de la casa, como dios. Raquel se pidió una ensalada César y fracasó ostensiblemente. Como nunca la había probado antes, no sabemos si era problema de que estaba mal hecha o, simplemente, es un plato que no le gusta. Por lo demás, nos llamó la atención que casi todo el personal hablaba español entre sí (nuestro camarero no, ese sí era italiano) y nos clavaron $7 por una botella de agua. Traída de Nápoles, eso sí. Pero fue un fallo por nuestra parte. En todos los restaurantes de Nueva York te ponen jarras de agua del grifo con hielo sin necesidad de pedirla, y el agua aquí es muy buena.

En fin, se iba haciendo hora de volver, así que dimos otra vuelta por la zona y a casa. Allí nos volvía a esperar Lola, conque la sacamos de paseo, pero en seguida nos encontramos a Pilar, que volvía a casa, y nos fuimos los tres con la perra. Vuelta a casita y a la cama sin cenar, por malos. O más bien porque, habiendo comido tan tarde, no teníamos hambre.