(Quinto capítulo de la plasto-serie)
Creo que ya ha quedado claro que Nueva York es una ciudad superlativa. Este es otro de sus récords: es la ciudad con más museos del mundo. Tal vez sea porque cuentan como museo algunos locales que en otros sitios llamaríamos galerías de arte. De todos modos, es cierto que hay muchos y, en general, muy buenos, conque teníamos que ir a ver alguno. Así que hoy íbamos al Metropolitan Museum of Art (conocido aquí como el Met).
El Met está en la 5ª avenida, junto a Central Park, en el tramo conocido como Museum Mile por la gran cantidad de museos que se encuentran en él. Además del Metropolitan, está el Guggenheim, el Whitney, la Frick Collection... podíamos haber pasado toda la semana viendo los museos de esta zona, pero decidimos quedarnos con uno solo.
El Metropolitan abarca todo tipo de arte, desde Egipto y Mesopotamia hasta nuestros días, incluyendo algunas secciones poco corrientes en este tipo de museo, como la de armaduras o una que me gustó especialmente, la de instrumentos musicales.
La entrada costaba $12 por persona, o eso nos hicieron creer. En realidad, el museo no puede cobrar entrada y esos $12 son sólo una "donación recomendada", pero de eso nos enteramos más tarde. Puedes dar la cantidad que quieras (hay rácanos que sólo pagan un cuarto de dólar) y tienen que darte igual la entrada.
En cualquier caso, el precio valió la pena, y las audioguías también eran interesantes. Si quieres concentrar tu visita en una o dos áreas específicas del museo, no vale la pena; pero sí, como nosotros, sólo tienes un día para verlo todo, la audioguía se concentra en unas poquitas obras de cada zona del museo y da explicaciones muy interesantes. La grabación está realizada por el propio director del museo, por lo que su acento en español no es perfecto, pero al menos da la sensación de que las han cuidado. No han dejado que unos becarios grabaran lo primero que se les ocurriera, como en otros sitios.
La visita al museo nos llevó toda la mañana y al salir, después de atizarnos un hot-dog, decidimos bajar hacia el Upper Midtown en lugar de seguir explorando el Upper East Side, donde está el museo.
El Upper Midtown está justo debajo del Upper East Side. La separación viene a marcarla la calle 59, que es también el límite sur de Central Park (convertida aquí en Central Park South). Es una zona de rascacielos con dos atractivos adicionales: la catedral de San Patricio (o St. Patrick) y el museo de arte moderno, el celebérrimo MoMA.
Por desgracia, el edificio del MoMA está siendo objeto de una profunda remodelación, por lo que está cerrado, aunque parte de su colección se ha trasladado a otro edificio en Queens. Supongo que mucha gente viene a Nueva York con el propósito principal de ver el MoMA, pero no era nuestro caso. A Raquel ni siquiera le gusta mucho el arte del siglo XX. Así que lo dejamos estar.
El propio nombre de la catedral de San Patricio delata su origen. Es la catedral católica y fue construida por los irlandeses. Es un edificio neogótico, como muchas otras iglesias de la ciudad, aunque especialmente interesante. El interior también es, en mi opinión, el mejor de todas las iglesias neoyorquinas. Desde luego, muy superior a la mediocre St. John the Divine (que me recordaba a la Almudena). Cuando se construyó fue criticada por haber ido a poner un edificio tan alto y bonito en las afueras de la ciudad. Hoy está en pleno centro de Manhattan (5ª avenida con la calle 50) y los más de 100 metros de altura de sus agujas resultan empequeñecidos por los rascacielos que la rodean.
Algunos de estos rascacielos son la torre Sony, con un remate bastante bonito, la IBM y la Trump, que a mí, personalmente, no me gusta. En general, todos los rascacielos de cristal son mucho más feos que los de hormigón y ladrillos. He visto montones de veces durantes estos días el Empire State o el Chrysler Building y siempre se me van los ojos detrás de ellos.
La Trump Tower tiene, en sus seis plantas inferiores, un centro comercial y se nos ocurrió entrar en él. Pues bien, está medio vacío. Sólo se lo recomiendo a quienes quieran ir a Niketown, la megatienda de Nike, pero no era nuestro caso. De todos modos, compramos un par de discos en una tienda pequeña de Tower Records (la grande está en Broadway, por el Village).
Después de esto ya nos volvimos a casa. Por fin conocimos a Georgina, la compañera de piso de Pilar. Estos días estaba en casa de una amiga que se había quedado sola y tenía miedo (parece ser que también le tiene miedo a Lola, hay gente para todo). Georgina es catalana, y dice mi tía que se le nota porque Pilar está cogiendo acento catalán. Será de ver la TV3, porque Georgina habla igual que los hispanos de Nueva York, spanglish incluido.
Pilar hizo comida mexicana y estuvimos los cuatro cenando en la terraza, con el skyline de fondo. No es la primera vez que comía algo hecho por mi prima aquí; el lunes me cené un plato de pollo que había hecho preparando su trabajo. Estaba bastante bueno, desde luego, pero el pollo no es mi comida favorita. Con el popurri de hoy he disfrutado bastante más.
Una de las cosas que ha preparado era chile. Ella decía que no picaba mucho, Raquel opinaba que era inhumano. ¿A quién hacer caso? Lo probé y, para mi sorpresa, me pareció que no picaba en absoluto. Supongo que sería por el queso que le puse; Raquel lo odia, así que se lo había atizado a palo seco.
Estuvimos charlando bastante rato, pero allá a las once y media yo me caía de sueño. Tal vez la culpa la tuvo el vino mezclado con mis pastillas, que había seguido tomando aunque mi catarro parecía haber desaparecido por completo. Así que dejé a las tres en la terraza, me fui a la cama y ya no recuerdo nada hasta la mañana siguiente.
08 septiembre 2003
27/8 Culturilla
Etiquetas:
plasto-serie
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