30 agosto 2007

Fin de la plasto-serie

Este año ni siquiera he sido capaz de terminar la plasto-serie sobre el viaje a Extremadura y Portugal. Ahora no sé si tiene mucho sentido, porque hace más de un mes y no recuerdo bien los detalles.

Y es una pena, porque sólo faltaban los dos días que pasamos en Oporto, que fueron lo que más nos gustó de todo el viaje. Y mira que no esperábamos nada; en realidad, habíamos cogido un hotel en Oporto con la idea de hacer excursiones por los alrededores, porque en el norte de Portugal hay muchos sitios interesantes. Sin embargo, después de la primera vuelta por la ciudad, decidimos que no nos movíamos de allí.

Oporto es completamente diferente de Lisboa. Los enamorados de la decadencia lisboeta tal vez no le encuentren la gracia a esta ciudad que se da un cierto aire a Barcelona. Es mucho más amplia, limpia y bien conservada que la capital. Y se puede decir que mejor montada de cara al turismo, aunque no es una localidad turística al uso. Pero han sabido ver las posibilidades de su ciudad y las explotan bien.

Oporto está situada en la orilla derecha del Duero, justo en su desembocadura. En la orilla izquierda está Vila Nova de Gaia donde, curiosamente, están todas las bodegas de vino de Oporto. Bodegas que, naturalmente, son uno de los atractivos turísticos de la ciudad. Todas ellas ofrecen visitas guiadas y, por supuesto, venta de sus productos.

Ojo, el Oporto no es un vino barato. Como todos los vinos dulces, por otro lado. Es bastante comprensible porque es un vino que requiere bastante envejecimiento. Ninguna variedad se vende antes de que pasen tres años de la vendimia, y venden vinos de hasta cuarenta años que están en perfectas condiciones para ser bebidos. Incluso más.

Nosotros estamos acostumbrados a que en los vinos figure el año de la cosecha, pero en muchos Oportos no es así. El consejo regulador sólo deja vender algunas añadas individualmente, las dos o tres mejores de cada década. El resto se venden mezcladas. Así, si compras un vino de 20 años, en realidad es una mezcla de vinos de entre 18 y 22 años en el momento de embotellar. Porque el Oporto, en general, se envejece en barrica, no en botella. No todo, hay muchas variantes. Pero me iba a extender demasiado explicándolas así que, si estáis interesados, os aconsejo que visitéis la web de alguna de las bodegas. Por ejemplo, la de Cálem, que son las que visitamos nosotros.

Además de las bodegas de Vila Nova, en la propia Oporto hay mucha arquitectura interesante. Son muy llamativas algunas iglesias cuyo interior está recubierto casi por completo por talla dorada. Sí, una exageración: no recomiendo pasar mucho tiempo en el interior, pero son espectaculares. La más famosa es la de San Francisco, pero también podéis ver la de Santa Clara. Y también son interesantes los azulejos. Muchos edificios están recubiertos de azulejos pintados. Es decir: en lugar de tener frescos, tienen azulejos. Muy bonitos.

En la oficina de turismo tienen un folleto con itinerarios propuestos, según el tipo de arquitectura que te interese. Medieval, barroca, neo-clásica, y otro para los azulejos. Naturalmente, algunos edificios están en varios de los itinerarios, porque tienen mezcla de estilos.

Otro sitio muy interesante es el Palacio de la Bolsa. Es un edificio neoclásico construido con la sola intención de apabullar al visitante. Una muestra del poderío de la ciudad. Tiene algunas salas que están construidas porque sí, porque podían. Por ejemplo: hay una sala cuyas paredes y techo están recubiertas de escayola que imita otros materiales, como madera o bronce. Y, para lucirse más, hay partes de auténtica madera y una enorme lámpara de bronce, como desafiando al visitante a que encuente la diferencia entre el material real y el imitado. O un "salón árabe" inspirado en la Alhambra que da vértigo.

El Duero no es, ni de lejos, tan ancho como el Tajo en su desembocadura. Pero la ribera está muy cuidada y tiene paseos agradables. Tanto zonas construidas con arcadas, como parques. En uno de los parques habían montado una fiesta de la cerveza que, al parecer, celebran todos los años, patrocinada por Super Bock, una de las dos grandes cerveceras de Portugal (la otra es Sagres). Cerveza barata (un euro el tercio, más o menos) y abundante, con comida también barata para acompañar. El segundo día en la ciudad fuimos allí y me pedí para comer una francesinha, que es un bocado típico de la zona. Sólo la había visto en foto, así que no me había hecho una idea del tamaño. Menos mal que no pedí una francesota. La cosa tiene pinta de lasaña, pero hecha con láminas de queso y rellena con todo lo que encuentran. Carne (sin picar, un filete tal cual), jamón de york, salchichas, chorizo, tomate y yo qué sé qué más. Unos seis euros.

A esta feria fuimos porque nos la mencionó el camarero del restaurante en que habíamos estado cenando la noche anterior. Los camareros de Oporto, para variar, majísimos. Éste, además, había vivido unos años en Vigo y hablaba español perfectamente. El caso es que, además de darnos de cenar de maravilla (por cuatro perras, cómo no) en un simple restaurante de barrio, nos contó un montón de cosas de la ciudad. Ya sé que me repito mucho con lo majos que son los portugueses con los turistas, pero es que es verdad.

En fin, que durante los dos días pateamos un montón la ciudad, vimos muchos monumentos, muchas calles bonitas, el río, los parques, las bodegas y todo lo que se os ocurra. Comimos mucho y bien. Ah, y estábamos en un hotel de cinco estrellas por menos de 50 euros la noche (desayuno salvaje incluido, claro). ¿Qué más puedes pedir? Vale, son muchos los amantes de Lisboa pero nosotros, la próxima vez que vayamos a Portugal, iremos a Oporto.

29 agosto 2007

Hay gente así

A estas alturas, seais o no aficionados al fútbol, todos sabréis que esta tarde ha muerto Antonio Puerta, un futbolista del Sevilla, a consecuencia de un paro cardiaco. Tenía sólo 22 años y su novia estaba embarazada de siete meses.

Hoy se me ha ocurrido meterme en un chat (a jugar al Trivial). Uno de los jugadores ha dicho que le acababan de mandar un SMS, que la novia de Puerta se había suicidado. No lo busquéis en los periódicos, es mentira.

Sinceramente, no se me ocurre qué estructura mental debe de tener la gente que inventa estas historias. ¿Tan mierdera es su vida que las desgracias de los demás siempre le parecen pocas?

22 agosto 2007

Viajes

Parece que las listas se han puesto de moda. Como ésta me la pasa Rapunzell, tendré que hacerle caso. La cosa consiste en decir cinco lugares a los que querría viajar por primera vez, y otros cinco a los que querría volver.

Empezaremos por los sitios en que nunca he estado. Y no voy a ser nada sutil: voy a poner sitios grandes.

- Italia. Supongo que es el número uno en mi lista. Nunca he puesto el pie en Italia, aunque sí he estado lo suficientemente cerca como para ver la aduana (desde Francia). Me vale casi cualquier parte del país, incluso podría haber nombrado cinco ciudades o regiones de Italia y completar la lista con ello.

- Grecia. Es el otro país europeo en el que nunca he estado y quiero visitar. Italia está delante en mi lista, sencillamente, porque está más cerca. Si he de elegir una parte de Grecia, imagino que cogería las islas, pero oye, también me vale casi todo.

- Norte de África. Nunca he estado en África y, de todo el continente, creo que lo que más me apetece es el norte. Egipto, Túnez... tengo donde elegir.

- Japón. Estoy harto de escuchar las historias de quienes han estado en ese país y vuelven maravillados, ahora quiero ser yo quien las cuente.

- Buenos Aires. Para acabar, en vez de un país o zona geográfica, voy a dejar una ciudad. Y vaya usted a saber por qué, pero se me ha ocurrido Buenos Aires. Tal vez porque espero encontrar lo mismo que ya conozco, pero de otra manera, cosa que siempre me ha gustado.

Y ahora paso a los sitios a los que me gustaría volver. Hay muchos, claro, pero pondré algunos que llevo mucho tiempo sin pisar.

- Hastings. Si no me equivoco, fueron seis veranos los que pasé allí (dos o tres semanas cada vez). El último hace ya doce años. Me gustaría volver a ese sitio que antes conocía tan bien, y ver qué ha sido de la ciudad y de la gente a la que conocía.

- Salamanca. Durante mucho tiempo, si me preguntaban cuál era mi ciudad favorita de todas en las que había estado, contestaba que Salamanca. Claro que hace veinte años que no voy, tal vez ahora la vería con otros ojos.

- San Sebastián. Y la segunda era San Sebastián. Por motivos completamente distintos, porque el atractivo de las dos ciudades es muy diferente. En San Sebastián sólo he estado en verano y de noche. Y de la última vez también hará unos veinte años.

- Moscú. Estuve en Moscú en 1990, cuando la URSS empezaba a desintegrarse. Me gustaría ver en qué se ha convertido esa ciudad.

- Nueva York. Para acabar, un sitio en el que estuve no hace demasiado, sólo cuatro añitos. Nueva York ha sido, tal vez, la ciudad que más me ha impresionado de todas las que he visto. Dicen que es la capital del mundo y, estando allí, sientes como si lo fuera. No sólo me gustaría volver a Nueva York, incluso me gustaría vivir allí una temporada. Aunque resulta carillo.

No le paso esto a nadie porque luego siempre resulta que todos están repetidos. Quienes leáis esto y os guste, daos por nombrados y escribid vuestras listas en vuestros blogs.

14 agosto 2007

La manía del puntito

Siempre ha habido gente que intenta cambiar las normas ortográficas. Algunos de ellos bastante ilustres: es bien sabido que Juan Ramón Jiménez nunca escribía la letra g cuando sonaba como una j (así, tiene una antología poética titulada "Pájinas escojidas"). Mi amigo Dilettante no suele utilizar mayúsculas en su correo, lo cual a mí me resulta molesto (creo que las mayúsculas ayudan a saber dónde empiezan las frases), pero oye, el chaval lo hace con un propósito.

Últimamente estoy viendo una nueva moda al respecto, y me ralla bastante: escribir un punto al final de los títulos. Principalmente, al final de los asuntos en los correos electrónicos, pero también al final de títulos de entradas de blog, capítulos en escritos varios...

Tal vez alguno de los practicantes de esta moda pueda explicarme qué pretenden al contravenir una norma ortográfica que se utiliza desde hace siglos en todos los idiomas que conozco. Sin embargo, advierto de que no lo tendrá fácil para convencerme. Trivialidades como "al final de frase hay que poner punto", abstenerse, por favor.

25/07 Lisboa, Penacova, Coimbra

Nuestra estancia en Lisboa llegaba a su fin, pero no queríamos irnos sin ver el Monasterio de los Jerónimos por dentro. Así que nos levantamos, dejamos el hotel, cogimos el coche y volvimos al Monasterio.

El Monasterio de los Jerónimos está en Belém, no muy lejos de la torre del mismo nombre. Es un edificio gótico enorme, lo que permite que parte del mismo se utilice para fines varios, como albergar los museos de la Marina y el Arqueológico. Pero nosotros sólo teníamos intención de ver la iglesia y el claustro.

La entrada a la iglesia es gratis; si no queréis gastar pasta, al menos id a ver la iglesia, que es apabullante. De estos edificios que hacen que los demás parezcan de segunda división. Y el claustro, por muchos claustros que hayáis visto, es otra brutalidad. Así que pasamos casi toda la mañana recorriendo el monasterio.

Y no estuvimos más tiempo porque nos esperaban 200 km hasta Coimbra, nuestra siguiente parada. En realidad, hasta Penacova, un pueblo cercano donde estaba nuestro hotel. Por el camino está la llamada Ruta de los Monasterios, pero no se puede ver todo, conque nos la saltamos. Además, siempre está bien dejarse cosas para el siguiente viaje.

Tras una paradita en la autopista para echar gasolina y comer, llegamos a Penacova. Las indicaciones para llegar al hotel son fáciles de seguir si sabes que es el único hotel de la localidad, porque en cada cartel lo llaman de una manera. Como nosotros no lo sabíamos, cumplimos con la tradición y nos perdimos. Pero bueno, gracias a las indicaciones de la cajera de un supermercado en el que entré a preguntar (por cierto, estaba como un quesito), alcanzamos nuestra meta.

El hotel se llama "Palacete do Mondego" por el río que atraviesa la localidad. Sin embargo, Raquel decidió rebautizarlo como "río Mondongo" y así se quedó. El caso es que desde nuestra habitación había una vista espectacular del Mondongo. En alguna guía había leído que llamaban a Penacova "la Suiza de Portugal", y sí, aquello parecía una vista de los Alpes suizos (aunque un poco más pequeños).

Dejamos los trastos y nos fuimos hacia Coimbra, armados con un planito que nos habían dado en el hotel. El plano estaba bastante bien, salvo por un pequeño detalle: entramos en la ciudad por el extremo opuesto al que se indicaba en él. Y, como no tenía índice de calles, no encontrábamos las que atravesábamos de ninguna de las maneras. No hacíamos más que subir y bajar cuestas, intentando seguir las señales hacia el centro, sin el menor éxito. Al menos, las vueltas que dimos me permitieron ver la Rua Saragoça; ya suponía que existía, porque en Zaragoza también tenemos una Calle Coimbra. Estas cosas suelen venir de acuerdos entre ayuntamientos, para promocionar su población. Hoy día, Zaragoza y Coimbra están hermanadas.

Finalmente alcanzamos nuestro objetivo. Aparcamos cerca de la Praça da República y hala, a patear. Bueno, más bien hala, a echar una cervecita en una terraza. Tampoco hacía falta matarse, porque ya habían cerrado todos los monumentos. Ya sabéis: a partir de las cinco chapa todo.

Coimbra es, ante todo, una ciudad universitaria. Como Salamanca o Santiago (con las que también está hermanada) en España, aunque menos monumental. Muchos estudiantes mantienen el traje tradicional; los puedes ver por todas partes, con su traje negro y su capa, tanto chicos como chicas. En verano menos, claro, aunque entonces también los ves por el resto del país; en Lisboa habíamos visto unos cuantos. Al ser una ciudad universitaria, hay muchos garitos y los precios son baratos. Una cerveza de tercio en una terraza viene a salir por un euro.

Así que nos fuimos a ver la Universidad, que estaba cerca. Por supuesto, no olvidemos que estamos en Portugal, cuesta arriba. Más que cuesta, escaleras arriba. Nos íbamos a cercando a la escalinata y me extrañó que Raquel no hiciera ningún comentario, con lo que las odia. Al parecer, estaba distraída mirando otra cosa porque, cuando vio los 125 escalones que debíamos subir, blasfemó. Pero oye, no íbamos a dar media vuelta.

Subimos y, pese a ser verano, había bastante ajetreo. Doctorados y mestrados varios, supongo. Pero los edificios no son especialmente bonitos. Coimbra no tiene edificios singulares muy llamativos, pero sí muchas callejuelas y rincones con encanto. Así que nos recorrimos todo. Una cosa curiosa son las llamadas "repúblicas", que son residencias de estudiantes autogestionadas. Incluso vienen marcadas en los mapas turísticos. Tienen una pinta de casas de okupas que matan, aunque creo que son legales. Por esa zona hay el típico ambiente estudiantil de izquierdas, con mucha pintada radical y demás. Tiene su gracia.

Después de recorrer todo el casco viejo acabamos por la Praça Oito de Maio, en busca de un sitio donde cenar. Esperábamos que nuestra racha de restaurantes cerrados terminara. Porque en Lisboa los tuvimos cerrados por descanso del personal, por cese en el negocio... tuvimos que esperar a Coimbra para encontrar uno cerrado por desaparición de la calle. Pues sí, la calle donde estaba el restaurante al que íbamos, se había hundido.

Una vez comprobamos que no había ninguna cámara oculta, fuimos en busca de otro restaurante. Acabamos en el Restaurante A Viela, en el que no pudimos comernos el lechón asado que llevaba Raquel entre ceja y ceja, pero sí un cabrito que estaba buenísimo. Y, para rematar, el pastel Molotov que, pese a su nombre, resulta bastante ligero. Como siempre, muy bien y barato. Lo de bonito, depende de que os guste este tipo de tascas (a nosotros, sí) o no.

Y ya se había terminado Coimbra para nosotros. Volvimos a nuestro hotel en Penacova para reemprender viaje al día siguiente.

09 agosto 2007

Marmota

No sé si recomendaros mucho la plasto-serie de este año, la verdad. Creo que me está quedando bastante sosa. Será porque no tengo muchas ganas de hacer nada y eso se traslada a la escritura.

Como muestra de lo inactivo que estoy, ayer me entró sueño por la tarde y me fui al sobre. A las siete y media de la tarde. Once horitas seguidas de piltra hasta que se ha encendido el radio-despertador esta mañana. En fin de semana puedo dormir bastante más, pero entre semana debe de ser mi récord.

Esta noche, para compensar, voy a acostarme mucho más tarde. Me voy a ver Porgy and Bess con mis amigos Mono y Cris. Acaba pasada la medianoche, conque no me acostaré antes de la una. Menos mal que llevo sueño adelantado.

24/07 Sintra, Lisboa

Al igual que el día anterior, el martes íbamos a hacer una excursión. Otra de las habituales para cualquier visitante de Lisboa: Sintra.

Sintra es una localidad cercana a Lisboa que servía como lugar de vacaciones para los reyes portugueses del siglo XIX. Esto hizo que se construyeran allí diversos palacios y también que la villa conociera un cierto esplendor económico. Hoy día, naturalmente, está dedicada al turismo. Y vale la pena.

Lo primero que hicimos, nada más salir del hotel, fue ir a desayunar al café que habíamos visto la tarde anterior. Tan ricamente, en la terracita, con nuestro zumito y nuestros bollos. Como debe ser. Luego cogimos el coche, nos chupamos un atasco un tanto inesperado y llegamos a Sintra un poco más tarde de lo planeado.

En lugar de aparcar en el propio pueblo, decidimos seguir a un autobús de turistas y acabamos llegando al Palacio da Pena. Que no da pena; en portugués significa "Palacio de la Peña", supongo que porque está en lo alto de una montaña. Pero en lo alto de verdad, hay que subir bastante. Si no lleváis coche, también se puede subir en autobús. Nu nos había contado que había subido andando cuando estuvo hace unos meses, pero no lo recomiendo.

El palacio está rodeado por el parque del mismo nombre. Es una especie de jardín botánico a lo bestia, con un montón de especies exóticas de árboles. En Sintra hay cuatro jardines de este estilo y todos cobran entrada, aunque se puede comprar una conjunta a precio reducido. De todos modos, para ir al castillo hay que comprar también la entrada del parque.

Así que seguimos la ruta recomendada en el folleto que te dan a la entrada. Subes por el parque, llegas al castillo, lo ves y luego bajas dando una vuelta por el resto del parque hasta salir por otra puerta situada unos cientos de metros más abajo que la entrada.

El palacio en sí es muy pasteloso, como cabe esperar en un edificio del siglo XIX. Estilo castillo. Era la época del romanticismo y el eclecticismo (es decir, juntar estilos como si no hubiera dios). El principal artífice fue el marido de la reina María, que tenía alma de artista (en el palacio se pueden ver algunas obras suyas) y mucho tiempo libre, al parecer. Pues le quedó una choza bastante aparente, oye.

Salimos del palacio con idea de recorrer el resto del parque, pero nos debimos de equivocar en algún cruce porque, después de mucho bajar, volvimos a encontrarnos en la puerta de entrada. Para alegría de Raquel, que no parecía tener muchas ganas de patear por el monte. Así que, pese a mis quejas, nos fuimos. Claro que luego me vengué; en lugar de volver a Sintra, nos quedamos en el Castelo dos Mouros, una vieja fortaleza musulmana que fue reconstruida en la misma época en que se construyó el Palacio de Pena. Bueno, se reconstruyó la muralla exterior. Al gusto de la época, con mucho retorcimiento. Nos pegamos una buena panzada de subir escaleras hasta llegar al torreón más alto. Por suerte, seguía sin hacer mucho calor. De hecho, en el castillo soplaba bastante viento.

Y ya bajamos al pueblo. Si veníamos de lo más alto, acabamos aparcando prácticamente en el punto más bajo. De allí subimos hacia la plaza para buscar un sitio donde comer algo. Acabamos en un bar en el que el dueño, con acento portugués, nos preguntó en castellano si éramos de Zaragoza. Joder, no pensaba que aquí me calaran el acento, pero no fue eso; había visto nuestra matrícula. Buena memoria, porque hacía más de un cuarto de hora que habíamos pasado con el coche. Pero resultó que el hombre estaba casado con una zaragozana, por eso le había llamado más la atención. Bueno, nos comimos unos bocatas y unas queijadas (eso yo, Raquel odia el queso), sin mucha prisa, y luego fuimos a ver el Palacio Real de Sintra, que está en la misma plaza. Menos alambicado que el de Pena, claro, pero también interesante.

Nos quedaba ver la Quinta da Regaleira, un palacio construido hace un siglo por un aficionado al esoterismo, lleno de laberintos y misterios. Pero estábamos bastante cansados y decidimos volver a Lisboa. Según me dijo Lara a la vuelta, hicimos mal; bueno, así tenemos una excusa para volver a Sintra.

En Lisboa nos quedaban dos cosas que queríamos ver: la Torre de Belem y el Monasterio (Mosteiro) de los Jerónimos. Los dos están en Belem, un barrio de la periferia de la ciudad, conque fuimos directamente hacia allí, sin pasar por el hotel.

La Torre de Belem es, tal vez, el monumento más famoso de Lisboa. Era una fortaleza defensiva sobre el río Tajo, como otras que habíamos visto el día anterior al volver de Cascais, pero más bonita; para eso estaba a la entrada de la capital. La Torre está dentro del río, se entra a través de un pequeño puente. Y bueno, si no se tiene mucho tiempo, el interior no es gran cosa, pero sí hay que verla por fuera, al menos. Nosotros, de todos modos, entramos y estuvimos un rato intentando subir y bajar la escalera para ver todos los pisos. No es fácil, porque sólo hay una escalera de caracol y es muy estrecha, conque hay conflictos entre quienes intentan subir y quienes quieren bajar.

Desde lo alto de la torre se ve muy bien el Monasterio de los Jerónimos, y al bajar fuimos hacia allí. Claro que ya era tarde para entrar, pero al menos pudimos asomarnos al interior de la iglesia. Lo suficiente como para reafirmarnos en que teníamos que volver al día siguiente para verlo bien, qué pasada. Si por fuera es impresionante (además de enorme), por dentro, más.

Y ya volvimos al hotel. O lo intentamos. No es tan fácil volver a entrar a la ciudad desde la orilla del Tajo, porque la vía del cercanías pasa por en medio. Al final, no sé cómo, conseguimos coger un desvío hacia adentro y, después de perdernos por un parque, acabamos en un precioso atasco para entrar en el Eixo Norte-Sul, la autopista que recorre la ciudad de norte a sur. Atasco que nos podíamos haber ahorrado porque, al llegar al Eixo, vimos que nuestro carril era el que llevaba hacia el sur; el que llevaba hacia el norte, que era nuestra dirección, y que nosotros podíamos haber cogido una media hora antes, iba mucho más rápido. Bueno, el caso es que llegamos al hotel, dejamos el coche y nos fuimos a cenar.

A propuesta mía, fuimos a uno de los sitios en que no habíamos podido entrar el domingo: el Martinho da Arcada, en la Praça do Comercio. Un sitio mejor y más caro que los de otros días, pero un día es un día. Y cenamos acojonantemente bien. Desde la sopa hasta los postres, pasando por el pescado (me comí unos rollitos de lenguado que tardaré en olvidar) y el vino. Claro, la cosa nos salió cara: por única vez en el viaje, más de 20€ por cabeza. Casi 30, en realidad. Ya os había dicho que comer en Portugal es barato, ¿verdad? Y en muchos casos, además de barato, es bueno y bonito.

06 agosto 2007

23/07 Cascais, Estoril, Lisboa

Una vez más, a levantarse a las nueve de la mañana. ¿Y para eso me cojo yo vacaciones? Al menos, gracias a la diferencia horaria, la hora equivale a las diez españolas. Tonto consuelo que, realmente, no me sirve para nada.

Desde Lisboa salen tres líneas de Cercanías y una de ellas lleva hasta Cascais. Pero decidimos ir en nuestro coche. Para eso tenemos el hotel al lado de la autopista. Al menos, que esta situación nos sirva de algo.

Y nos sirve... para llegar a Cascais y aparcar junto a la estación. Bueno, nos metemos a un ciber a desayunar (no usamos los ordenadores para nada) y vamos a dar una vuelta por la población. Cascais está situada al oeste de Lisboa, ya en el Atlántico, justo donde la costa deja de ser arenosa y pasa a ser rocosa. Es decir: en Cascais no hay apenas playa y sí acantilados. Pero claro, nosotros no habíamos venido a tomar el sol, aunque de tanto patear acabamos bastante morenos.

Cascais es un pueblo de costa, pero de la variedad bonita. Mucha calle peatonal, todas las aceras de mosaico, casas bajitas, una ciudadela bastante interesante (y cerrada, pena)... Nosotros nos fuimos a pasear por la costa hasta llegar al faro. Parecía que estaba abierto para visitas, pero no; en realidad, lo estaban adecuando. Pocos días después leímos en el periódico que estaban a punto de abrirlo al público, un poco tarde para nosotros.

Luego podíamos haber seguido hasta la Boca del Infierno, una cueva en los acantilados en la que, entre otras cosas, desapareció el famoso ocultista Aleister Crowley en un misterioso incidente junto a la gloria de las letras lusas, Fernando Pessoa. Nunca se desveló dónde fue Crowley, que apareció algún tiempo después. Sin embargo, lo dejamos estar y nos metimos a pasar el resto de la mañana en un parque. Tienen muchas cosas montadas para los niños y nosotros... bueno, no montamos en los toboganes, pero sí estuvimos viendo los animalitos. Hay un mini-zoo con animales de granja. Me temo que hoy día los niños de las ciudades no tienen muchas oportunidades de verlos, conque los tienen aquí. Pollitos, conejos, incluso pavos reales.

Ya se iba haciendo hora de comer y pensamos en irnos a Estoril para ello. Conque volvimos a la estación y cogimos el tren. Comprobando los precios, por cierto, vimos que el viaje a Lisboa era bastante barato, menos de dos euros. Pero nosotros sólo queríamos ir al pueblo de al lado; que, a diferencia de Cascais, sí tiene playa. Salimos hacia Estoril a la una y diez; nos gustó tanto que antes de las dos ya habíamos vuelto a Cascais. Y eso que en Estoril tuvimos que esperar un cuarto de hora hasta que llegó el tren.

De modo que buscamos un lugar para comer en Cascais. Acabamos en un sitio para turistas (hasta el nombre estaba en inglés), pero comimos sorprendentemente bien. Nos atizamos un arroz de marisco acojonante; para dos personas, pero suponiendo que cada una de ellas se comiera tres raciones. Cosa que hicimos. Con cervezas, café y todo, unos 30 euros. En la terracita, viendo la etapa del Tour en la tele, como señores.

Después de atizarnos aquello, dimos un paseito para bajar el arroz y, cuando pensamos que ya habíamos visto todo el pueblo, nos volvimos a Lisboa. Esta vez teníamos intención de cambiar, no sólo de zona, sino también de parada de metro. Según nuestro plano, había otra en la misma línea que Jardim Zoológico, Laranjeiras, que estaba incluso algo más cerca de nuestro hotel. Pues sí, lo estaba; además, había casas por el camino y era mucho más entretenido. Claro, supongo que los ejecutivos internacionales prefieren no mezclarse con la chusma, así que en el hotel recomiendan la otra parada. Tontería; los ejecutivos internacionales cogen taxi, que paga la empresa. En cambio, para nosotros fue agradable comprobar que junto al hotel había un barrio en el que vivían personas. Incluso localizamos un café con buena pinta para desayunar al día siguiente. Desde luego, ésta iba a ser nuestra parada de metro en lo sucesivo.

Volvimos a bajar hasta Chiado, pero esta vez nos quedamos por el Bairro Alto (no lo he escrito mal) en lugar de bajar hasta la Baixa. Al menos, estos lisboetas no engañan con los nombres.

El Bairro Alto está, claro, en lo alto de una colina. Y es el típico barrio de casco viejo, con calles estrechas y demás, aunque con más vida y menos lumpen que Alfama. Y con menos pintadas. Me refiero a unas escritas con un molde y que se pueden ver en muchos sitios de la ciudad. La pintada en cuestión dice, en inglés, algo como: "Turista: respeta el silencio portugués o vete a España". Qué simpáticos.

Toda esta zona de Lisboa nos gustó un poco más que la del día anterior. Dimos una vuelta por el Bairro Alto, paramos a tomar algo en un kiosko de un parque, acabamos bajando por una calle de éstas en que, si tropiezas, llegas rodando hasta el final...

Después de circular un rato por una calle en que casi todas las casas tenían fachada de azulejo (simple alicatado de colores, pero eso nos gustaba, oye) acabamos en la base del barrio de Estrela. Lo de "la base" quiere decir, claro, que Estrela está en la cima de otra colina. Nosotros estábamos junto al Convento de São Bento, actual sede del Parlamento portugués (bastante bonito), y veíamos la cuesta delante de nosotros. ¿Qué, le echamos un par? Pues sí, se lo echamos. Casi necesitamos piolet, pero subimos hasta arriba.

Y arriba estaba la Basílica de Estrela, tal vez la mejor iglesia barroca de la ciudad. Claro que esto era un barrio un poco apartado de los itinerarios turísticos, de modo que la iglesia estaba bastante concurrida, pero por curas y feligreses, no por turistas. No, no es que hubiera misa, pero había bastante peña.

El caso es que estuvimos un rato deambulando por la basílica y luego, en vez de volver a bajar andando, pensamos que podíamos aprovechar para coger un tranvía.

Los tranvías son, además de un medio de transporte, un atractivo turístico de la ciudad. Tal vez fue aquí donde más apreciamos el atractivo de la famosa melancolía de Lisboa. El tranvía baja lentamente por unas cuestas que más parecen precipicios, girando por curvas imposibles, parando a esperar que alguna furgoneta de reparto deje libres las vías, y todo ante la imperturbabilidad del conductor y los pasajeros. Como estábamos disfrutando del viaje, en lugar de volver a bajar en el Bairro Alto, como era nuestra idea inicial, seguimos hasta la última parada.

Y de aquí subimos hacia nuestro hotel siguiendo el recorrido del metro, pero por la superficie, en busca de un lugar donde cenar. Tal vez la comida menos memorable de nuestro viaje, probablemente porque a Raquel se le atravesó el sitio y no hizo más que quejarse. Era una cervecería que en realidad, como otros establecimientos lisboetas con ese nombre, resultaba ser una marisquería. Pero nosotros ya teníamos bastante marisco con el de Cascais y comimos otras cosas.

Y de aquí, de vuelta al metro hasta Laranjeiras y subida por nuestro nuevo barrio hasta el hotel. Al día siguiente volvería a haber excursión.

03 agosto 2007

Un lustro

Hoy, 3 de agosto de 2007, este blog cumple cinco años de existencia. No sé si cuando lo inauguré pensaba que durase tanto. Supongo que no, porque al poquito de empezarlo lo abandoné durante varios meses.

¿Durará otros cinco años más? En 2012 lo sabré.

02 agosto 2007

22/07 Évora y Lisboa

Tal vez alguien esté pensando que este año me lo estoy currando poco con los títulos de las entradas. Y tendrá toda la razón. El calor, la vagancia... ya se sabe.

Y calor no pasamos en Portugal. Tuvimos una temperatura excelente; ningún día pasamos de 28°C de máxima. Algunas tardes incluso teníamos que ponernos la chaqueta.

Évora nos había dejado con ganas de bastante más, así que le dedicamos la mañana del día siguiente. Primero vimos la preciosa iglesia de San Francisco, que lo es tanto por dentro como por fuera. Destaca en ella el colorido de las paredes; sin ser pastelón ni cantón, resulta llamativo.

Como también lo es la Capela dos Ossos, situada al lado. Una alegre capilla cuyas paredes y techos se encuentran íntegramente forrados por huesos humanos. Calaveras, principalmente, aunque también abundan las vértebras y, en las columnas, los huesos largos. Ideal para celebrar una fiesta.

Después entramos en la catedral. Muy del estilo de la iglesia de San Francisco, aunque tal vez no tan bonita. Y, tras tomarnos un batido en una terraza de la Praça de Giraldo, salimos hacia Lisboa.

De la capital portuguesa habíamos oído opiniones encontradas. Por tanto, no teníamos una idea preconcebida muy fuerte. Llegamos a la ciudad sin mayor novedad (la autopista, para variar, semi-vacía). Cruzamos el espectacular puente 25 de Abril y nos dispusimos a intentar adivinar cómo llegar a nuestro hotel.

El 25 de Abril es un enorme puente colgante. Yo creía que no acababa nunca y Raquel no paraba de decirme que era pequeño. Que, según su mapa, el grande era el Vasco da Gama. Pues bien: el puente 25 de Abril tiene nada menos que 3200 metros, pero el Vasco da Gama tiene 16 kilómetros. Aunque no es tan bonito. El Tajo, al llegar al estuario, es bastante grande.

Llegamos al hotel tras habernos perdido sólo un poco. Era el típico hotel de negocios, pero nos había salido bastante bien de precio y no parecía muy lejos del centro. Error: lo estaba. Tal vez no a una distancia excesiva, pero era una zona moderna sin ninguna gracia y rodeada de autopistas. De todos modos, el hotel estaba muy bien.

Dejamos los trastos y fuimos a la parada de metro que nos recomendaron en el hotel, Jardim Zoológico (para quien conozca Lisboa, creo que antes se llamaba Sete Rios). Lejos y por un camino feísimo, caminando junto a la autopista. Menos mal que no hacía mucho calor, pero un asco. No había tenido muy buen ojo con el hotel, no.

Bajamos en metro hasta Chiado. Y, desde allí, fuimos a pie hasta lo que en nuestro plano parecía el cogollo de Lisboa. Por suerte, estábamos en alto y nos tocaban las cuestas hacia abajo. Porque en ese momento descubrimos que no la llaman "la ciudad de las siete colinas" por nada. Menudas cuestas. En general, podemos decir que Portugal está en cuesta, pero Lisboa más.

Callejeamos un poco hasta la plaza de Pedro II y de ahí, por la Rua Augusta, hacia la Praça do Comércio. Lo primero que nos llamó la atención fue el mosaico del suelo. En Lisboa y otras localidades portuguesas, las aceras no son de baldosa, sino de mosaico blanco y negro. Supongo que en época de lluvia serán peligrosas, sobre todo en las cuestas, pero quedan muy bonitas.

Sin embargo, la ciudad no acababa de gustarnos. Había cosas bonitas, pero todo nos parecía descuidado. Raquel comentó que le recordaba Budapest, con la diferencia de que allí parecía que iban recuperando la ciudad poco a poco, tras el abandono de la época comunista, mientras aquí nadie parecía preocuparse mucho.

Decidimos animarnos un poco yendo a ver la Catedral, que siempre es un buen sitio para empezar a ver una ciudad. Lisboa resultó ser una excepción. La catedral lisboeta no es un espanto como la madrileña, pero no pasa de cutrilla. Después del panzón de subir cuestas y escaleras hasta llegar a ella, fue una desilusión.

Pero no nos arredramos y, en vista de que pasaba por allí un autobús que subía hasta el castillo, lo cogimos. A ver si allí se nos daba mejor.

Y se nos dio. El Castelo de São Jorge está situado en la cima de una de las colinas y, esta vez sí, está muy bien cuidado. Así que nos dedicamos a brincar por sus murallas. En una de las torres tienen una cámara oscura, del estilo de la que (según se cree) usaba Vermeer para pintar sus cuadros, en la que proyectan la imagen de la ciudad desde allí; pero, desgraciadamente, llegamos tarde para verla. Al loro con los horarios: a partir de las 17h empiezan a cerrar cosas, incluso en verano. Hay que ir pronto a los sitios.

Bajamos del castillo a pie y, puesto que desde el desayuno sólo llevábamos un bocata en el cuerpo, empezamos a pensar en la cena. Miramos nuestra guía y descubrimos que casi todos los restaurantes que nos hacían gracia cerraban en domingo. Al final nos decidimos por uno un poco lejano, pero al que podíamos llegar atravesando el barrio de Alfama. Que, según nuestra guía, era "el único barrio de Lisboa que había sobrevivido al terremoto de 1755 y a la Exposición Universal de 1998".

Para quien no lo sepa, en 1755 tuvo lugar en Lisboa el que tal vez sea el peor terremoto conocido de la Historia de la Humanidad. Naturalmente, entonces no había sismógrafos, pero por sus efectos se le calcula una intensidad cercana a 9,5 en la escala de Richter. Una burrada. Sus efectos aún se ven en casi todos los monumentos.

El caso es que cruzamos Alfama y, la verdad, no estamos muy seguros de que el hecho de que siga en pie sea una gran noticia. Es el típico barrio cutre y viejo que hay en el centro de muchas ciudades, en el que no pondrías el pie de noche ni loco.

Para rematar el viaje llegamos al lugar donde estaba nuestro restaurante. Lo localizamos tras dar muchas vueltas. No estaba cerrado por domingo, sino por cese en el negocio.

Así que nos dejamos de hostias y acabamos yendo a la Baixa, la zona cercana a la Praça do Comércio. Ahí sí, los restaurantes estaban cerrados por ser domingo. Pero al final descubrimos uno abierto. De turistas, pero ya nos valía todo. El caso es que nos dieron bastante bien, fueron amables y no nos cobraron mucho.

Una nota sobre los restaurantes: lo que sacan para picar al principio, lo cobran. Pero sólo si te lo comes. Si no, no. No es que te intenten colar cosas; allí es costumbre poner los entrantes sobre la mesa, en vez de sólo en la carta. Siempre es buena idea informarse sobre las costumbres locales y actuar en consecuencia, sin enfadarse porque no sean las nuestras.

Y ya con la tripa llena volvimos al hotel. El camino de vuelta desde el metro fue peor que el de ida, porque tocaba cuesta arriba. Así que llegamos a la habitación un tanto desanimados y decididos a hacer algo para arreglarlo al día siguiente. En vez de pasarlo entero en Lisboa, nos iríamos a las localidades costeras, Cascais y Estoril.

01 agosto 2007

21/07 Mérida y Évora

Si el día anterior había sido de cierta tranquilidad, hoy se había acabado. El plan del día consistía en ver Mérida y seguir viaje hacia el Alentejo portugués. Como Mérida requiere, al menos, un par de días, íbamos a tener que darnos prisa.

Por la mañana nos levantamos (otra vez a las nueve, qué manía), desayunamos en un bar de la Plaza y salimos de Trujillo en dirección a Mérida, que se encuentra a unos 100 km siguiendo la A-5.

Aparcamos el coche, fuimos a la oficina de turismo, cogimos un plano y a patear. En la capital extremeña han tenido una idea bastante buena. Las entradas a los principales monumentos valen 4€, salvo la del teatro y anfiteatro que vale 7€. Pero hay una entrada conjunta, válida para ocho monumentos, por sólo 10€. Y no caduca. Ésta es la parte interesante. Si haces una visita corta y no tienes tiempo para ver todo, te llevas a casa la entrada para lo que te falta, lo que sirve de excusa para volver. Una buena forma de conseguir visitas repetidas.

Lo más famoso de Mérida son los monumentos romanos. Y, ciertamente, no hay mucho más, pero resulta más que suficiente. Para mí, que nunca he estado en Italia ni Grecia, todo era interesantísimo.

Como todo cierra a mediodía, salvo el teatro y anfiteatro, organizamos nuestro horario para aprovechar bien el tiempo. Así que empezamos por la Casa del Anfiteatro, llamada así por estar junto al Anfiteatro, aunque no tenga nada que ver. Hoy día sólo quedan la parte inferior de las paredes y los suelos de mosaico, además de algún resto de pintura. Ni siquiera se sabe con certeza si era una casa grande o dos más pequeñas. Lo que más nos llamó la atención fue que los suelos están a la intemperie. No sólo a merced de los elementos, sino también de los zapatos de los visitantes, que caminábamos sobre los mosaicos sin mayor cuidado. Supongo que los conservadores sabrán lo que se hacen.

De aquí nos fuimos al circo. Como me había contado Rapunzell, que antes venía aquí una semana al año por motivos laborales, el circo es el lugar donde se celebraban las carreras de cuádrigas y no es en absoluto redondo, sino alargado. Similar a los estadios griegos, aunque bastante más grande. El Circo de Mérida tiene casi 500 m de largo.

El circo era una de las diversiones favoritas de los romanos (panem et circenses, ya sabéis). Los aurigas eran muy populares y podían ganar mucho dinero. Había cuatro facciones a las que pertenecían estos aurigas, cada una de ellas identificada por un color. Pues sí, como los equipos de futbol actuales. Hay una historieta de Astérix en la que Obélix y él van a ver una carrera. Como buenos galos, apoyan a los azules, pero vencen los blancos. Las carreras de cuádrigas se celebraban a siete vueltas (unos cinco kilómetros).

Salimos del Circo justo a las 13h45, la hora a la que cierra todo salvo el Teatro y Anfiteatro, nuestro siguiente destino. Pese a tener nombres similares y estar situados uno al lado del otro, tienen muy poco que ver.

El Anfiteatro es un recinto circular (en este caso, ovalado) donde tenían lugar las luchas de gladiadores y similares. El típico coliseo, vamos. Junto con el circo, la diversión favorita de los romanos.

Junto al Anfiteatro se encuentra el Teatro que hoy día es, probablemente, el monumento más famoso de la ciudad, gracias a haber recuperado su función. Precisamente ahora es cuando se celebra el anual Festival de Teatro Clásico; es por ello que el escenario estaba lleno de andamiajes y también había instaladas muchas sillas supletorias. En tiempo de los romanos, en cambio, el teatro no era tan popular como otras diversiones. Los tiempos no han cambiado tanto.

Tras esta visitia fuimos a comer a un sitio cercano (bastante bien y por no mucho dinero) y a las 16h, justo cuando lo abrían entramos en el MNAR, el Museo Nacional de Arte Romano.

El MNAR fue una recomendación de Rapun y se la tengo que agradecer. Aquí se muestran muchas piezas encontradas en Mérida y sus alrededores; por ejemplo, todas las estatuas del Teatro (las que se ven allí son reproducciones). Tal vez lo más llamativo sean los enormes mosaicos. Como muestra de la popularidad de las carreras de cuádrigas, algunos de ellos muestran aurigas con su nombre y gritos de ánimo; no creo que hoy día se le ocurra a mucha gente poner retratos de Fernando Alonso en el suelo de sus casas.

Después de un par de horas recorriendo el museo, o al menos buena parte de él, nos fuimos a recoger el coche y salimos en dirección a Évora. Si nunca antes habíamos estado en Extremadura, tampoco en Portugal. Todo el viaje era novedoso.

La única queja que tenemos de las autopistas portuguesas es que son, en su mayoría, de pago. Por lo demás, están bastante bien y casi desiertas. Al menos, mientras nosotros circulábamos. Conque llegamos pronto a nuestro destino. No sin antes echar gasolina; la pardillada de no haberlo hecho antes de salir de España me salió cara, pues la gasolina es bastante más cara en Portugal.

Évora es una ciudad fundada por los romanos que mantuvo su importancia hasta el siglo XVIII. Entonces, debido a circunstancias políticas, decayó, lo que ha permitido que se haya conservado realmente bien. Es un lugar precioso para pasear. Lo único que nos despistaba era que constantemente esperábamos ver el mar al girar alguna esquina, cuando Évora es una ciudad de interior. Supongo que serán las fachadas blancas, o incluso la luminosidad del día. A mí me recordaba un tanto a Santoña.

Una curiosidad: al igual que en Mérida, sólo se conserva un templo romano; al igual que el de Mérida, se conoce como Templo de Diana; y al igual que el de Mérida, no estaba dedicado a Diana. Se ve que algún arqueólogo que trabajó por la zona tenía una cierta fijación con esa diosa.

Junto al templo de Diana está la Catedral, tan original como bonita. Claro que, a esa hora, ya estaba cerrada. Conque nos limitamos a dar una vuelta por los alrededores y luego buscamos dónde cenar. Las comidas en Portugal suelen hacerse más temprano que en España pero, al llevar el horario de Canarias, no tuvimos que alterar mucho nuestro reloj biológico.

Cenamos en uno de los muchos restaurantes que había en los alrededores de la Praça de Giraldo, que es la plaza central de la ciudad. Muy bien y por poco dinero. Una cataplana de marisco y cerdo (curiosa mezcla) de la que nos servimos varias veces cada uno, con una botella de vinho verde, postres, cafés y no recuerdo qué entrantes por poco más de 30€ entre los dos. Además, bien atendidos. Un truquillo: a los extranjeros les gusta tanto que hables su idioma como a nosotros nos gusta que quienes nos visitan hablen el suyo. Los portugueses suelen ser amables con los turistas pero, si hablas su idioma, más. Vale, cuando el camarero me preguntó si era portugués, me estaba haciendo la rosca; nunca me han preguntado en España si soy español porque hable bien el idioma. Pero era evidente que le gustaba poder usar su lengua en lugar de alguna otra de las muchas que le oímos chapurrear con los demás clientes.

Y ya nos volvimos al hotel a dormir, que habíamos tenido un día duro. Y el siguiente volvería a serlo.