28 septiembre 2003

La fuerza de voluntad

Yo soy una de esas personas que sólo fuma cuando sale por ahí. Puedo fumarme medio paquete o más en una salida, y luego estar quince días sin catarlo.

Muchas veces, algún fumador me dice: "ya me gustaría a mí tener la fuerza de voluntad suficiente para poder hacer lo mismo que tú". Pues no, no es fuerza de voluntad. Es, sencillamente, que a mí el tabaco no me engancha. Mi primo Jesús dice que hay dos tipos de personas: los fumadores y los no fumadores. Y no necesariamente coinciden con los que fuman y los que no fuman. Los fumadores necesitan el tabaco y, una vez caen en él, les cuesta una barbaridad dejarlo, si es que alguna vez lo consiguen. En cambio, a los no fumadores no nos pasa eso.

Ahora estoy pasando una prueba mucho más dura. Ayer estuve en el híper con Raquel y a la muy malvada se le ocurrió comprarme un bote de dulce de leche. Lo tengo delante de mí. Me está llamando, con voz sensual, agitando sus formas provocativas. ¿Conseguiré irme a dormir sin haber acabado con él? El espíritu está dispuesto, pero noto que la carne es de un débil que para qué.

Está inmoralmente bueno.


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