Yo soy una de esas personas que sólo fuma cuando sale por ahí. Puedo fumarme medio paquete o más en una salida, y luego estar quince días sin catarlo.
Muchas veces, algún fumador me dice: "ya me gustaría a mí tener la fuerza de voluntad suficiente para poder hacer lo mismo que tú". Pues no, no es fuerza de voluntad. Es, sencillamente, que a mí el tabaco no me engancha. Mi primo Jesús dice que hay dos tipos de personas: los fumadores y los no fumadores. Y no necesariamente coinciden con los que fuman y los que no fuman. Los fumadores necesitan el tabaco y, una vez caen en él, les cuesta una barbaridad dejarlo, si es que alguna vez lo consiguen. En cambio, a los no fumadores no nos pasa eso.
Ahora estoy pasando una prueba mucho más dura. Ayer estuve en el híper con Raquel y a la muy malvada se le ocurrió comprarme un bote de dulce de leche. Lo tengo delante de mí. Me está llamando, con voz sensual, agitando sus formas provocativas. ¿Conseguiré irme a dormir sin haber acabado con él? El espíritu está dispuesto, pero noto que la carne es de un débil que para qué.
Está inmoralmente bueno.
28 septiembre 2003
La fuerza de voluntad
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