Normalmente, mis domingos consisten en levantarme a las tantas y vegetar mientras intento recuperarme de la semana y, sobre todo, del fin de semana. Pero a veces hago cosas más edificantes.
Hubo una temporada en que todos los domingos a mediodía me iba con Nu y su compañera de piso a comer por ahí de tapas, normalmente por el centro. A ver si a la vuelta de vacaciones volvemos a las buenas costumbres.
Este domingo pasado he hecho algo que puede parecer muy normal, pero no lo es para mí. Vinieron Rapunzell y Jofán a tomar café a casa. Invitación un tanto atrevida por mi parte, porque no tengo cafetera. Tuvieron que traer una eléctrica cuya clavija, finalmente, no entraba en los enchufes de mi casa, de manera que tuvimos que hacer café de puchero. Sumadas nuestras experiencias, entre los tres habíamos hecho café de puchero cero veces, así que el riesgo de intoxicación era evidente. Sin embargo, superamos la prueba con éxito. Ayudados, eso sí, por un bote de leche condensada que estuvo a punto de sucumbir a cucharadas.
Rapu es también, por si alguien no lo sabe, Pelafustana, de manera que la excusa para juntarnos había sido preparar sus canciones. No nos costó mucho, conque tuvimos tiempo de irnos al cine a ver Les triplettes de Belleville. Para asustaros, os diré que es un largometraje de dibujos animados con una estética bastante peculiar y casi mudo. Si no os he asustado, añadiré que es una película preciosa y nos encantó a los tres.
Para rematar el día, volvimos a mi casa y llamamos al Tele-Sushi para cenar. Rapu y Jofán no habían probado nunca la comida japonesa y tenían ganas; yo, por mi parte, necesitaba resarcirme del horrible japonés de Nueva York. Una vez más, éxito resonante para los tres. Mis dos amigos salieron diciendo que la próxima vez ya se tiran de cabeza al sashimi.
Ya veis, qué sencillo es pasar una buena tarde de domingo.
24 septiembre 2003
Domingo dominguero
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