Después de unas diez horitas sobando, el jueves me levanté como una rosa (gracias por los buenos deseos, Rapun). Afortunadamente, nuestro hotel era semi-civilizado, para lo que se estila por esos lares, y servían el desayuno hasta las diez. Aunque lo cierto es que ningún día tuvimos que apurar el horario, siempre estábamos antes de las nueve y media papeando.
Decidimos subir hacia Pigalle y Montmartre, que están cerca del hotel. Así que nos fiamos de la orientación de Raquel, tras tantos años viviendo en París, y salimos andando en dirección contraria. Menos mal que llevábamos su plano encima y pudimos rectificar antes de irnos muy lejos. Al menos, el paseíto nos sirvió para darnos cuenta de que estábamos bastante cerca de la Gare du Nord, donde nos dejaba el RER del aeropuerto, así que podíamos ahorrarnos los dos transbordos de metro cuando volviéramos el domingo si íbamos hasta allí andando.
La zona de Pigalle es donde están la mayoría de los cabarets y similares. Además, hay un mercado y bastante ambiente, incluso de día. Pero bueno, no anduvimos demasiado por allí y en seguida subimos al cercano Montmartre. Como su nombre indica, Montmartre está en un monte. Es el barrio típico de los artistas, hoy día muy dedicado al turismo. Tiene su gracia, pero te cansas de que te asalten constantemente para hacerte un retrato o venderte cualquier chorrada.
Antes de eso entramos en el Sacré-Coeur, la iglesia favorita de Raquel. No es muy grande, neoclásica (como tantos edificios parisinos) y tiene un interior bastante bonito. Vale la pena si pasáis por allí.
Cuando bajábamos de Montmartre empezó a llover. Y nosotros, fiándonos de la información meteorológica que habíamos visto en la tele del hotel antes de salir, no habíamos cogido los paraguas. De todos modos, todavía no caía mucho cuando llegamos al restaurante donde teníamos pensado comer. Es un sitio pequeñito que conocía Raquel llamado "L'eté au pente douce". Pues sí, "El verano en una suave pendiente". ¿Se os ocurre un nombre más parisino? Y sí, a mí también se me ocurren otros calificativos que se le pueden aplicar.
En realidad, no es un local turístico. Tienen cocina del sur de Francia y precios económicos, así que se veía bastante clientela habitual. Yo me aticé una especie de empanada de cordero, bastante abundante. Y Raquel una ensalada de esas con todo lo que se te ocurra puesto encima. La pena es que, como es habitual, la bebida iba aparte, y por un vaso de vino que bordeaba lo peleón me clavaron cuatro euros. Aparte de eso, bien.
A la salida ya estaba lloviendo con ganas y, como todavía no habíamos bajado del todo Montmartre, no había metro cerca. Nos mojamos bastante hasta llegar a una boca que tampoco estaba demasiado lejos de nuestro hotel, pero no queríamos calarnos más.
Al hotel sólo volvimos para coger los paraguas y salimos otra vez. Se nos ocurrió que, en vez de coger el metro, era mejor intentar ir en autobús a todas partes; así veíamos la ciudad por el camino. Y casi todo París merece la pena verse.
Hay que aclarar que París no es una ciudad tan grande como pueda parecer. El municipio en sí es más pequeño que Madrid, por ejemplo. Ocurre que no puede crecer más porque está completamente rodeado por la Banlieu, todo un conglomerado de poblaciones que rodean la capital francesa. Toda la aglomeración, creo que tiene unos ocho millones de habitantes, pero lo cierto es que la Banlieu no ofrece muchos atractivos turísticos. En general, es bastante fea. Tal vez lo más destacable sea la catedral de Saint Denis, donde están enterrados todos los reyes de Francia, desde la época de los francos. En este viaje no fuimos, pero sí hace unos años. Siendo Raquel navarra, nos llamó la atención que todos los reyes están enterrados como "Roi de la France et de la Navarre", pese a que Navarra dejó de tener relación con Francia en 1512. Pues bien, incluso Luis XVIII, que reinó en pleno siglo XIX, figura como Rey de Francia y Navarra.
En fin, volvamos a nuestro autobús. Vale la pena ir a todas partes andando, a menos que estés muy lejos, pero ya os he dicho que llovía bastante. Aunque claro, la lluvia hacía que los cristales del autobús se empañasen y tampoco veíamos demasiado. De todos modos, volvimos a bajar hacia Châtelet, esta vez con más idea de ver monumentos. Pasamos por una iglesia preciosa que no conocíamos, la de Saint Germain des Auxerroises, y nos metimos por el centro de la ciudad. Terminamos junto al Hôtel de Ville, en una exposición sobre Edith Piaf, en el 40 aniversario de su muerte.
Probablemente haya algún (o alguna) fan de Edith Piaf leyendo esto, porque abundan. Pero yo, la verdad, no lo soy. Sin embargo, sí me gusta oír de vez en cuando alguna canción suya. Y he de reconocer que nadie ha pronunciado jamás las erres como ella. A ver quién es capaz de decir "je ne regrette rien" como ella. Y es curioso que la imagen que muchos tienen de ella es la de una señora mayor muy seria; estilo María Dolores Pradera, vaya. En realidad, nunca fue una señora mayor (murió a los 48 años) y en los vídeos de sus actuaciones televisivas que proyectaban se la veía constantemente haciendo bromas y riéndose.
Después de un rato más pateando la zona, hasta llegar a las cercanías del Louvre, nos fuimos hacia Luxembourg a un garito en el que tocaba un grupo de jazz. Resultó ser un local chiquito en el que los músicos tenían que tocar bastante bajito. Además, tenían una cantante, y a mí el jazz cantado no me gusta demasiado. Con alguna excepción, claro. Pero lo veo demasiado encorsetado. En fin, que nos fuimos al cabo de un rato y, como seguía haciendo frío, tiramos para casa. No sin antes parar por Châtelet (aprovechando que teníamos abono de transporte) a comprar un bocata para la cena.
Lo del abono de transporte es un consejo que puedo dar a cualquiera que quiera visitar cualquier ciudad durante unos días. A veces no sale a cuenta, pero es penoso dejar de ver algo por no coger un metro, cuando te has gastado una pasta en el viaje. Así, sabes que todo tu transporte está ya pagado y puedes ir a donde quieras por el mismo precio. Acabas viendo muchas más cosas. Y cansándote menos, que al cabo de unos días de estar 12 horas en la calle, ya no te sostienen los pies.
Y aquí termina nuestro segundo día, porque ya volvimos al hotel y a la camita.
17 diciembre 2003
11/12 Somos turistas, explotadnos
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París,
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