La última entrada del blog de Rapunzell (una vez más) me sirve de base para esta. En esta ocasión no es el contenido, sino el vídeo que la encabeza.
Me ha recordado Wizards in Winter, un tema de la Transiberian Orchestra que se ha convertido en una especie de tradición en YouTube. La peña se dedica a colgar montajes de luces navideñas sincronizadas con la música.
Mi favorito sigue siendo el primero que vi, ya hace unos años. Aquí os lo dejo para dar un toque navideño al blog.
Una vez más, como diría Noddy Holder: "It's Chriiiiiiiistmaaaaaaaaaaaaas!"
21 diciembre 2008
Wizards in Winter
12 diciembre 2008
Sinergia sin control
Hace un tiempo puse un widget de Geek in Love en la barra lateral de este blog, pero acabé quitándolo porque ese webcomic ya no me hace tanta gracia como antes. Me parece que se ha vuelto muy ombliguero, o muy restringido, si lo preferís. O, simplemente, que ahora habla de cosas que no me interesan, que también podría ser.
Pero hace poco he encontrado otro webcomic de temática parecida que me gusta mucho más, Sinergia sin control. Y también tienen un widget, conque lo he puesto aquí al ladito. A ver qué tal.
10 diciembre 2008
Bodysnatchers
Debería escribir una entrada sobre la última RAM. Y supongo que acabaré haciéndolo. Pero, de momento, voy a colgar este vídeo de Radiohead en directo, en un programa de televisión, tocando mi canción favorita de su último disco.
Buf, estos tíos cada día me gustan más.
04 diciembre 2008
Momentos felices
Estaba yo ahora leyendo la última entrada del blog de Rapunzell, sobre cosas que te hacen feliz (entrada motivada, a su vez, por otra de Ibn Sina) y me he acordado de que hoy he tenido uno de esos momentos.
Al volver del trabajo he pasado por los ultramarinos que hay debajo de mi casa, como muchos días, para comprar un par de cosa que necesitaba. Delante de mí ha entrado una señora muy mayor que caminaba lentamente, con cierta dificultad. Ella se ha ido para un lado y yo para el otro. Ya no la he vuelto a ver, pero sí a oír.
El dueño de la tienda la ha saludado en seguida.
- Hombre, ¿qué tal, Pepita?
- Pues muy bien, oye, muy bien. A ver, dame unas naranjas como las de ayer, que estaban muy ricas.
- Claro, ¿cuántas quieres?
- Un kilo. Y unas mandarinas, pero de las buenas, ¿eh?
Me encanta ver personas tan mayores que todavía se tratan bien a sí mismas, y que siguen sintiendo que su vida vale la pena.
03 diciembre 2008
Hammerfall Arena
Ése es el nombre del club que he comprado en Sarajevo.
Bueno, os he engañado. No lo he comprado yo, sino Lolo, mi alter-ego en Popmundo. De ser un pringadillo a pasado a ser una estrella del rock, y ahora incluso empresario.
Empecé a jugar a Popmundo cuando leí una entrada del blog de Cassandra que hablaba del juego, entonces llamado Popomundo. Ella lo dejó hace tiempo, pero yo sigo. Aunque ahora ha tenido una vuelta tangencial, porque el logo de mi club lo ha diseñado ella (gracias, bonita).
A lo mejor os hablo de vez en cuando de las peripecias de Lolo. Pronto se va de gira por América con su grupo, Mjolnir. Y luego otra que cubrirá todo el mundo, casi nada.
28 noviembre 2008
MEMPEC
El viejo cascarrabias que hay en mí no puede evitar sumarse a esta encomiable campaña de la que me ha hablado Cranky:
MEMPEC significa "Métete El Móvil Por El Culo". Exactamente lo que pienso cada vez que un infraser se empeña en machacarme con su abominable "música" en el metro. No, no me refiero a los músicos ambulantes, por si alguien se llama a engaño, sino a los tarados que ponen los altavoces del móvil para que oigamos la misma mierda que ellos. La versión moderna del hortera con transistor.
25 noviembre 2008
Pena
Mola hablar de genocidio cultural a miles de kilómetros de nosotros. De los indios de la Amazonia y demás. Pero resulta que lo tenemos aquí mismo y no hacemos nada.
Puesto que yo tampoco he hecho nada, me abstendré de pontificar más.
24 noviembre 2008
El cocotero
Este fin de semana hemos tenido ensayo pelafustán. Todos los años reunimos el grupo durante un fin de semana para ensayar lo que vamos a tocar en la RAM. Habitualmente es el puente de Todos los Santos, pero este año no ha habido tal puente, conque hemos tenido que usar un fin de semana normal.
De resultas del fin de semana he tenido una de mis habituales caídas de cocotero. En este caso, he vuelto con un catarrazo fino. Llevo todo el día en casa moqueando. Más bien, llevo todo el día durmiendo, pero hace un rato me he levantado y ahora moqueo.
Todo sea porque tengamos un buen concierto este año.
11 noviembre 2008
Amor y egoísmo
Leyendo las entradas sobre honestidad y sinceridad en los blogs de Earendil y Rapunzell se me ha ocurrido una cosa: el amor a los hijos es la excusa más sobada de la historia de la Humanidad para justificar cualquier cosa.
No digo que no exista el amor a los hijos. Pero estoy harto de ver gente que justifica sus frustraciones, sus temores y su estupidez en que hacen las cosas por sus hijos. Una mierda, señores. Una mierda. Me da mucho asco la gente que se escuda en sus hijos, y ni lo puedo evitar, ni quiero.
10 noviembre 2008
Rollo
Rapunzell se "queja" últimamente en su blog de que es incapaz de condensar sus escritos y sólo le salen rollos por todas partes. Pues a mí me pasa al revés. Más de dos o tres parrafitos me matan.
Tal vez sea resaca de la plasto-serie, que este año ha sido más larga que nunca. Tal vez porque ahora tengo a Raquel para hablar un cuarto de hora seguido de lo mismo (aunque cuando estamos los dos solos no se enrolla tanto). Tal vez porque mi capacidad de concentración se está acercando a la del somormujo macho.
Cuando tengo estas épocas me acuerdo de un profesor mío de la universidad. Si en un examen ponías lo importante de tu respuesta en la segunda línea, corrías el riesgo de que no llegara a leerlo. Pues yo estos días me parezco a él. Y esta entrada ya se está alargando demasiado.
04 noviembre 2008
Timo Glock
No soy un gran aficionado a la Fórmula 1. En general, me gustan casi todos los deportes, pero los que menos son los de motor. Al final, siempre me parece que casi todo se reduce a quién tiene mejor máquina. Esto creo que ya lo he escrito aquí alguna vez, conque no me enrollaré más.
Pero a veces veo alguna carrera. Eso ocurrió este domingo. Para quienes acabéis de llegar de Neptuno: era la última carrera del año, en Brasil, y dos pilotos se jugaban el campeonato del mundo. El local Felipe Massa (Ferrari), hasta este año considerado por muchos un paquete, y el inglés Lewis Hamilton (McLaren), tal vez el corredor más odiado del circuito. Especialmente en España, pero en general cae mal a casi todo el mundo. Hamilton tenía todo a su favor: Massa necesitaba ganar y que Hamilton no quedara entre los cinco primeros. Pero el año pasado también tenía todo a su favor y la cagó, permitiendo la victoria final de Kimi Raikkonen, precisamente el compañero de equipo de Massa.
La carrera seguía más o menos el guión esperado. Massa se colocó primero desde la salida y mantuvo cómodamente su posición durante casi toda la carrera, mientras Hamilton evitaba riesgos y se mantenía en torno a esa quinta plaza que le servía.
Parecía que todo terminaría así, con Massa primero y Hamilton cuarto, lo que le servía para ganar el campeonato. Pero hete aquí que pocas vueltas antes del final empieza a llover. En Fórmula 1 es muy importante llevar los neumáticos adecuados; los de seco patinan mucho con suelo mojado, pero los de mojado se estropean rápidamente con el suelo seco. En vista del percal, todos los corredores van rápidamente a sustituir sus neumáticos de seco por los de mojado, para evitar percances. O casi todos: el alemán Timo Glock (Toyota) decidió arriesgar y mantener los neumáticos de seco. Naturalmente, el cambio de neumáticos hace perder tiempo, de modo que Glock adelantó unos cuantos puestos y se puso cuarto, por delante de Hamilton y con unos cuantos segundos de ventaja. Bueno, a Hamilton le valía la quinta plaza, conque tranquilo. Lo malo era que otro alemán, Sebastian Vettel (Toro Rosso), una de las revelaciones del año, iba pegado a la parte trasera de su coche. Y en un error de Hamilton, le adelantó. El piloto inglés iba sexto, lo que le dejaba sin campeonato. Otra vez lo perdía tontamente en la última carrera.
Última vuelta. Hamilton intenta adelantar a Vettel una y otra vez, sin éxito. Los dos avanzan sorteando coches con vuelta perdida y llegan a la meta. Felipe Massa, que ha ganado la carrera, festeja el campeonato que ha conseguido, al igual que todos los componentes del equipo Ferrari. Sin embargo, en la clasificación pone que Vettel ha llegado cuarto y Hamilton quinto. Casi sin darse cuenta, entre todos los coches doblados y la lluvia, en la última curva han adelantado a Timo Glock. Hamilton es el campeón del mundo.
No veáis la escandalera que se ha montado al respecto. Glock ha sido acusado de haberse vendido y tanto él como los demás miembros de su equipo tuvieron que abandonar el circuito disfrazados para evitar las iras de los aficionados brasileños. Los comentaristas de televisión no daban crédito a lo que había ocurrido.
Y aquí viene la parte que de verdad me extraña a mí. Ya os digo que no soy un gran aficionado a la Fórmula 1, y no sé casi nada de coches. Pero cuando estaba viendo el final de la carrera con Raquel, recuerdo que le dije: espera que no adelanten a Glock, que las debe de estar pasando putas con el agua que está cayendo. ¿Cómo es que los presuntos expertos de la tele no se dieron cuenta de algo tan obvio? Aún más, hasta un buen rato después de acabar la carrera no se enteraron de que Glock iba con neumáticos de seco. ¿De verdad no fueron capaces de deducir que, si había adelantado tantos puestos durante el cambio de neumáticos, era porque él no lo había hecho?
Aún hoy otros presuntos expertos dicen en la prensa que esa decisión errónea de Glock (y su equipo) le dio el Mundial a Hamilton. ¿Errónea? Gracias a ella estuvo a punto de acabar cuarto, y aun así terminó sexto, mejor de como iba antes de los cambios. ¿De verdad es tan difícil darse cuenta de eso? ¿O es que yo soy tan zoquete que se me escapa alguna obviedad?
Supongo que todo se reduce a que el odio que tienen a Lewis Hamilton, a quien echan la culpa hasta de la muerte de Kennedy, nubla el sentido de mucha gente. Pero, a pesar de que lo pasé francamente bien viendo la carrera, me dan otra razón más para que siga sin gustarme la Fórmula 1. Los entendidos son unos zopencos.
03 noviembre 2008
Educación
Hará cosa de diez años, cuando aún vivía en Zaragoza, leí un artículo en una revista vecinal. El autor se quejaba de que los jóvenes de hoy día ya no tenían buena educación y daba consejos. Entre ellos incluía algunos tan aberrantes como "no se debe mencionar nunca el color negro; hay que decir simplemente oscuro".
Mucho me temo que el autor no tuvo demasiado éxito. Lo que le pasaba era que no se daba cuenta de que los tiempos habían cambiado, y las normas de educación eran distintas. Él, que tanta preocupación por el tema mostraba, probablemente sería considerado un maleducado por algunas personas.
Hoy día la educación ya no se basa tanto en seguir convenciones, como ocurría hace años, sino en sentido común. Claro que esto lo hace más difícil para algunas personas. Es más fácil seguir una lista de órdenes que razonar. Buena parte del éxito del fundamentalismo está ahí; vale, será brutal, pero al menos me da unas normas claras. Como decía un capitán mío en la mili: no sé de qué os quejáis, si ni siquiera tenéis que pensar.
En general, eso de "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti" funciona bastante bien. Pero claro, no a todo el mundo le gustan las mismas cosas, y ahí está la complicación. Por ejemplo, a mí me fastidia bastante que haya gente obstruyendo el paso. Los que se plantan en la parte izquierda de las escaleras mecánicas, los que llegan a la parte de arriba y se paran, los que se quedan de cháchara bloqueando la acera... Sin embargo, es probable que a ellos les moleste que yo les meta prisa. ¿Quién tiene la razón ahí? Naturalmente, yo pienso que la tengo yo, pero no puedo estar seguro.
De todos modos, aunque no pueda estar seguro de tener razón, sí hay unas cuantas cosas que me parece que son de buena educación:
- No dar por saco
Hala, ya está. Venga, voy a detallar un poquito más:
1: No intentar llamar la atención constantemente
2: Pensar en los demás (y no creerse más importante que ellos)
Ay, dos normas que exigen pensar. Está bien, pondré ejemplos. Incumpliendo la norma 1:
- Monopolizar las conversaciones
- Hablar a gritos
- Ignorar lo que dicen los demás
Incumpliendo la norma 2:
- Saltarse los pasos de cebra
- No acudir a las citas sin avisar
- Cancelar los planes a última hora
Incumpliendo las dos normas:
- Ir con la música a toda pastilla y las ventanillas bajadas en el coche
Había puesto "música" entre comillas, pero vaya, no cambiemos de tema.
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Now playing: AC/DC - It's a Long Way to the Top (If You Wanna Rock 'n' Roll)
via FoxyTunes
19 octubre 2008
29-30/08 Vuelta a casa
Nuestro viaje llegaba a su fin en el momento justo, cuando ya no podíamos ni con el pelo.
Era nuestro decimoquinto día en Japón, de modo que el JR Pass ya no nos servía (hay para 7, 14 ó 21 días). Tokyo es un tanto lioso para el transporte porque hay dos compañías distintas de metro (Tokyo Metro y Toei) y varias de cercanías (JR y otras más pequeñas). A veces comparten estaciones, pero sus billetes no son compatibles. Si cambias de red tienes que pagar un billete de transbordo. Uno de los primeros días, en Asakusa, nos equivocamos y compramos billetes de Toei cuando necesitábamos de Tokyo Metro. Los empleados de la estación, cómo no, arreglaron el problema, nos devolvieron el dinero y nos explicaron lo que teníamos que hacer.
En lugar del Narita Express, de JR, cogeríamos el Skyliner, de Keisei, que sale de Ueno y es más barato. Así que cogimos el metro a Ueno y fuimos a dejar nuestros equipajes a la estación de Keisei Ueno, en las consignas. Además, tuvimos suerte con los horarios del tren: queríamos cogerlo sobre las seis, y justo a las 17:55 salía el primer Eveningliner, el tren que sustituye al Skyliner al atardecer (sí, anochechía sobre las seis) y que, pese a hacer el mismo recorrido en el mismo tiempo, es bastante más barato. Vaya usted a saber. El caso es que compramos los billetes, quedamos a las cinco y media junto a las consignas y volvimos a separarnos.
No sé bien a qué dedicaron el día Cassandra y Jofán (creo que estuvieron por Akihabara), pero nosotros tres casi no hicimos nada. Dimos una vuelta por los estanques del parque de Ueno (casi no los vemos porque están cubieros por enormes nenúfares), otra por las tiendicas del barrio y nos fuimos pronto a comer, sin ganas ya de patear. Y, después de comer, a un Starbucks a echar la tarde hasta coger el tren.
Cerca de la estación nos encontramos con nuestros compañeros, que también estaban cansados y haciendo tiempo. Conque nos fuimos, cogimos las maletas y al tren. Adiós, Tokyo.
Claro que despedirnos del todo de Tokyo nos costó más de una hora de viaje. De verdad, la conurbación es enorme. Pero al final llegamos al aeropuerto, facturamos y al avión sin muchas más incidencias, salvo intentar gastar los últimos yenes en las pocas tiendas que quedaban abiertas, pues nuestro avión era el último que salía de esa zona del aeropuerto.
Para mí el viaje de vuelta fue mejor que el de ida. Al viajar de noche, tuve menos problemas para dormir un poco en el avión a París. Además de eso, esta vez sí gané varias veces al Shanghai y, aprovechando que mi tele funcionaba mejor que en el viaje de ida, vi un par de pelis con doblaje mexicano: "El Hombre de Hierro" y "Kung-Fu Panda". "El Hombre de Hierro" me pareció una gilipollez de cuidado.
Llegamos a París a las 4h15 hora local. 11h15 en Japón. Esta vez teníamos tres horas de escala, que algunos aprovecharon para dormir. Aunque no teníamos que cambiar de terminal, los franceses nos hicieron pasar otro control de seguridad; de verdad, cada vez entiendo menos las estupideces de los aeropuertos. Y luego, para montar en el avión, tuvimos que enseñar los pasaportes dos veces seguidas. Cuánta gilipollez. Qué pronto estaba echando de menos Japón.
A diferencia de otros viajes, esta vez sí he llevado la plasto-serie más o menos al día. Escribí estas líneas desde el avión que nos llevaba a Madrid. Desde el aeropuerto iba a coger un taxi con Raquel y Nu para irnos cada uno a su casa. Eran las ocho y cuarto de la mañana; tenía todo el día por delante, pero en las últimas treinta y una horas sólo había dormido un par de ratos sentado en un avión. Así que no tenía muchas esperanzas de aguantar. Mi intención era hacer algo parecido a lo de Osaka: seguir despierto y acostarme temprano, para dormir más horas de lo normal y recuperar pronto el horario español. Sin embargo, ahora os puedo decir que fue diferente: a las doce del mediodía me quedé frito y me desperté a las ocho de la tarde. Pero a las doce de la noche conseguí volver a dormirme y hasta la mañana siguiente no me levanté. Conque recuperé el horario y el sueño perfectamente. El lunes la vuelta al trabajo no se me hizo tan dura como podría haber sido.
14 octubre 2008
28/08 El Museo Nacional de Tokyo
Para el jueves sí teníamos planes comunes. Todos queríamos ver el Museo Nacional de Tokyo, situado en el parque de Ueno, como muchos otros. Yo también quería ver una exposición de Vermeer que había en el cercano Museo Metropolitano, pero la idea no despertó mucho entusiasmo.
El Museo Nacional de Tokyo está dedicado en exclusiva al arte asiático, sobre todo al japonés. Desde la prehistoria (se calcula que los primeros asentamientos humanos en Japón datan de hace 30000 años) hasta la actualidad. Después de desayunar juntos, nos fuimos directamente al museo. Y allí pasamos cuatro horas dando vueltas, cada cual a su bola.
No es un museo inmenso, como pueden ser el British, el Louvre o el Hermitage, pero sí bastante grande. Con lo de que no es inmenso quiero decir que se puede ver entero en un día, incluso con cierto detenimiento. Para verlo en cuatro horas ya hay que correr más o saltarse algún pabellón, como hice yo. Me dejé el pabellón asiático, así que me concentré en las obras japonesas.
Como es habitual en Japón, el museo está organizado para verlo con facilidad sin dejarte nada. En cada pabellón sólo hay que seguir el recorrido marcado. Primero vi el segundo piso del pabellón japonés (Honkan), que es un recorrido cronológico por el arte japonés. El arte oriental es muy distinto del occidental. Apenas hay pintura en lienzo (salvo en los últimos tiempos); las viviendas japonesas se pintaban directamente sobre la "pared". Y también hay muchas muestras de caligrafía, ya que la escritura ideográfica se presta a ello.
En el primer piso las obras se ordenan por tipos o estilos, lo que lleva a cierta duplicidad con el segundo. Es lo mismo, pero ordenado de otra manera. Aquí llaman la atención las armas y armaduras de la época de los samurai.
En el mismo edificio había una exposición temática dedicada al budismo a lo largo de la historia. Las estatuas de Buda procedentes de zonas como Pakistán son bastante llamativas porque representan a Buda con rasgos occidentales, mientras que nosotros estamos acostumbrados a que los tenga orientales.
Del Honkan pasé al Heiseikan, el pabellón de la Arqueología. Aquí se muestran algunas de las vasijas de barro más antiguas del mundo, pues se cree que el primer sitio donde apareció la alfarería, hacia 10000 a.C., fue Japón. Y hay muchas piezas muy interesantes. Por ejemplo, objetos procedentes de cápsulas del tiempo. Igual que en la Europa cristiana hubo una crisis milenarista en torno al año 1000, porque mucha gente pensaba que ese año se acabaría el mundo, por la misma época muchos budistas pensaron que el budismo se terminaba. Las enseñanzas de Buda iban a ser olvidadas en el mundo, pero no para siempre; 5760 millones de años más tarde (¡toma ya!), Mitreya vendría a la Tierra a volver a predicar el budismo. Pero para ello necesitaría los sutras, así que en muchos lugares se prepararon cápsulas del tiempo que contenían los sutras budistas en papel, arcilla o piedra para que Mitreya los encontrara en su momento. Sobra decir que esos temores no se cumplieron y algunas de las cápsulas, junto con sus contenidos, se exponen en el museo. Sí, las abrieron un poco antes de hora.
Comimos juntos en la cafetería del museo (lo más occidental del viaje; ni siquiera nos sacaron palillos) y nos separamos por unas horas. Raquel, Nu y yo nos quedamos a ver el Hōryū-ji Hōmotsukan, la Galería de Tesoros Nacionales, que contiene sólo algunas obras especialmente delicadas. Y luego volvimos a Shinjuku, a ver si encontrábamos el Marui y alcahueteábamos un poco por las plantas dedicadas a lolitas, Visual Kei y similares. Esta vez las chicas no se compraron nada, pero estuvieron a puntito.
Y, aprovechando que Shibuya estaba cerca, nos pasamos por el Tokyū Food Show a comprar nuestras cenas. Entramos por un sitio distinto al de la otra vez y descubrimos que era mucho más grande de lo que pensábamos. En fin, cada cual se compró lo que le apeteció (esta vez me tiré por la comida vietnamita), nos volvimos al hotel, nos juntamos los cinco y tuvimos nuestra última cena en Japón. Que se alargó hasta casi las doce. Al día siguiente volvíamos a casa.
13 octubre 2008
OpenOffice
Para quienes no se hayan enterado, acaba de salir la versión 3.0 de OpenOffice, la suite en código abierto que pretende ser una alternativa a Microsoft Office. Tanto para quienes tengáis la versión anterior como para quienes nunca la hayáis probado, os podéis bajar esta nueva versión aquí.
En el momento en que escribo esto todavía no está la versión en español, pero supongo que no tardará mucho. Hay versiones para Windows, Linux, Mac y más. Aún no la he probado, pero en mi máquina de casa nunca he tenido instalado Microsoft Office, sino OpenOffice, y así seguirá siendo de momento.
08 octubre 2008
27/08 Ginza y Shinjuku
Ahora que teníamos el desayuno incluido en el precio de la habitación, Cassandra y Jofán no bajaban a desayunar. Qué raros son estos frikis.
Nosotros sí. Un poco más tarde que el día anterior, que no teníamos prisa y así evitábamos coincidir con la bajada del grupo grande. Y luego nos fuimos a dar una vuelta por los jardines del Palacio Imperial, aprovechando que por fin había salido el sol.
El Palacio Imperial de Tokyo, donde actualmente vive el emperador (Japón es el único país del mundo que aún tiene emperador), está en el centro de la ciudad. Es un recinto amurallado en el que no se puede entrar, pero no sólo tiene parque intramuros, también tiene otro exterior, con su foso y toda la pesca. De todos modos, no es un parque especialmente interesante. Sí tiene árboles que no se encuentran habitualmente en los jardines occidentales, pero son los mismos que se pueden ver en otros lugares del país. Así que, después de dar una vuelta, nos fuimos al cercano distrito de Ginza.
Ginza es el centro comercial de Tokyo. Todas las grandes marcas tienen tienda aquí. Vale, ya sé que he dicho lo mismo de otros barrios de la ciudad, pero aquí más. Tokyo es la capital de la segunda potencia económica del mundo. Además, es una ciudad enorme. La población de su área metropolitana (que incluye Yokohama, la segunda ciudad del país) equivale casi a la de toda España. Conque tiene muchísimas tiendas de lujo. Y de las otras. En Ginza hay de todo, aunque predomina el pijerío. Las pijas japonesas son de nota. Las ves por ahí puestísimas y monísimas de la muerte, con pinta de haber pasado varias horas arreglándose antes de salir de casa. Un día vimos a una de ellas entrando en el piso superior de una cafetería. Llevaba el típico gesto de aturdimiento mientras miraba a un lado y a otro, con las manos levantadas como si se estuviera secando las uñas. Detrás de ella venía un chico con unas pintas muy normalitas que cargaba con su mochila, el bolso de la chica y la bandeja con los cafés de los dos. Pero la niña iba ideal de la muerte.
Aproveché para comprar potingues en la tienda de Shiseido (un encargo de mi hermanita) y también compramos algua chorrada más, como un cenicero portátil para Raquel. Y luego decidimos irnos a otra zona, a ver si el ambientillo nos convencía más.
Nos fuimos hacia Shinjuku, que es lo más parecido a un barrio peligroso que se puede encontrar en Tokyo. Esto significa que hay muchos bares de putas y que por la noche te puedes encontrar borrachos sueltos por la calle. Lo que en las demás ciudades llamamos "zona de marcha", vaya. Comimos en un alemán-japonés (yo me tiré más al japonés, basashi y kuzukiri para postre) y nos dedicamos a patear un poco. Shinjuku nos gustó bastante, la verdad. Mucho garitillo, mucha tienda y mucho ambientillo. Incluso encontramos una tienda de gothic lolitas donde las chicas se compraron unos trapitos. En Japón, como ya había mencionado, hay muchos edificios con tiendas o bares en los pisos. El portal está abierto y suele dar directamente al ascensor. En el exterior hay un directorio, así que ya subes a tiro fijo. Nuestra tienda de lolitas ocupaba el quinto y sexto piso de un edificio (en Japón el primer piso es la planta baja: por tanto, un quinto equivale a un cuarto nuestro).
Callejeamos un poco más y nos fuimos a Ueno, a intentar encontrar un par de sitios que habíamos visto dos días antes. Por un lado, un bar de sushi para llevar; por otro, una tienda para que Nu se comprara un banderón de esos chinos. Y descubrimos que las calles cambian mucho de un día lluvioso a otro seco. No había forma de encontrarlos. Finalmente, compramos el sushi en otro sitio y Nu se quedó sin su banderón.
Volvimos al hotel, donde habíamos quedado a las nueve para cenar juntos. Por cierto, cuando digo que salió el sol, no quiero decir que no lloviera más. todos los días hasta que nos volvimos a casa llovió en algun momento, pero también tuvimos sol y calor.
Cassandra y Jofán llegaron una hora tarde porque habían estado entretenidos por ahí. Entre otras cosas, habían conseguido encontrar el Marui, un gran almacén que les habían recomendado. Es que tiene su truco: en la fachada no pone Marui, sino OIOI. Es un juego de palabras: en japonés, el punto ortográfico se llama "maru" y se escribe como un circulito. Resultó que habían estado casi en los mismos sitios que nosotros, porque el Marui está en Shinjuku (nosotros habíamos pasado por delante).
Al final cenamos juntos en nuestra habitación y estuvimos un buen rato de cháchara. Ya que no nos veíamos durante el día, por la noche alargábamos un poco la cena. Y a dormir. Ya sólo nos quedaba un día entero en Japón.
07 octubre 2008
26/08 Kamakura
El martes íbamos a pasar casi todo el día separados. Ya habréis podido comprobar que en Tokyo llevábamos rollos bastante diferentes. Esperábamos vernos en el desayuno (que en el ryokan iba incluido en el precio), pero no. Supusimos que Jofán y Cassandra se habrían ido pronto hacia la oficina de objetos perdidos. No contaré nada sobre sus aventuras del día, bastante jugosas, esperando que lo hagan ellos mismos.
Nosotros no tuvimos muy buena puntería con el horario del desayuno y coincidimos con todos los frikis españoles. No es que tenga nada contra ellos, es que eran muchos y la habitación donde estaba la comida era pequeñita, así que casi no cabíamos. El desayuno no era muy allá, pero tampoco estaba mal. Los he visto peores.
Como Jofán y Cassandra habían sacado entradas para el Museo Ghibli esa mañana, nosotros tres habíamos pensado aprovechar para hacer una excursión fuera de Tokyo. Teníamos tres planes posibles: el Fujiyama, Nikko, o Kamakura. Como hacía mal tiempo, el Fuji no parecía buena idea (seguramente no veríamos nada). Y el viaje a Nikko es un poco largo para un solo día. Conque nos decidimos por Kamakura.
Kamakura es una población al sudoeste de Tokyo, pasado Yokohama. Sobre todo es conocida por su Daibutsu, la gran estatua de Buda de bronce. Es un poco más pequeña que la de Todai-ji, en Nara, pero más famosa por estar al aire libre. La imagen del Buda sentado que todos tenemos en la cabeza es la del Daibutsu de Kamakura. Pero hay muchos más templos en la zona, casi setenta. Así que hicimos una selección basada en una pequeña guía que nos habían dado en el ryokan.
Empezamos viajando en tren hasta la estación de Kita-Kamakura, a algo menos de una hora de Tokyo (un poco más para nosotros, que salíamos desde la estación de Ochanomizu). Junto a Kita-Kamakura está el primer templo que queríamos ver, Engaku-ji. Uno de los cinco templos zen principales de la zona. Los templos zen son especialmente bonitos por sus jardines. Muchas veces son bosques con edificios en su interior, unidos por caminitos.
Engaku-ji se erigió en el siglo XIV como agradecimiento a Bukko Kokushi, el maestro zen que inspiró a Tokimune Hojo durante la guerra contra los invasores mongoles. El propio Hojo llegaría más adelante a ser maestro zen. Con el paso del tiempo, el templo sufrió varios incendios y decayó, hasta su recuperación durante la era Edo, cuando fue reconstruido. Algún edificio se reconstruyó incluso más tarde, durante la era Showa (es decir, la época de Hirohito, que comprendió la mayor parte del siglo XX). En estos casos, como es habitual, se empleó el hormigón para la reconstrucción.
El templo se sigue usando como tal en la actualidad y posee una reliquia valiosa, un diente de Buda. Sí, ya veis, estas cosas también se estilan en el budismo.
Un kilómetro más allá de Engaku-ji (hay muchos carteles para peatones indicando las direcciones) está Kencho-ji, el otro de los cinco grandes templos zen que todavía conserva elementos originales. En esta zona la guerra no causó demasiados daños, pero sí los incendios y, sobre todo, el gran terremoto de 1923.
Kencho-ji funciona en la actualidad como monasterio. Esa zona está cerrada al público, pero la mayor parte del templo se puede visitar. Esto incluye el bonito Shin-ji Ike (Lago del carácter Mente), llamado así por tener la forma del kanji que representa la mente, y la subida al Hanso-bo. La subida tiene nada menos que 250 escalones (los conté), pero vale la pena. Más por el recorrido en sí que por el propio Hanso-bo. Y, si os chupáis otros 165 escalones (también los conté) de propina, llegáis a un mirador desde el que hay una vista magnífica, aunque junto al propio Hanso-bo hay otro desde el que se ve el Fujiyama. Eso lo sabemos por un cartel; como el día estaba lluvioso, no se veía nada. Una pena.
Kencho-ji nos gustó aún más que Engaku-ji, pero la subida nos cansó bastante. Sobre todo porque ya llevábamos muchos días de paliza y cada vez teníamos menos aguante. Así que decidimos saltarnos la visita al santuario Tsurugaoka Hachiman-gu e ir directamente hasta Hase. Para llegar allí hay que transbordar en Kamakura a una línea que no es JR; una de las pocas veces en que el Japan Rail Pass no nos sirvió. En Hase comimos y luego fuimos directamente a ver el Daibutsu. Está en el templo de Kotoku-in, que no vale gran cosa. Pero claro, es suficiente con el Buda. La entrada es barata (200 yen) y pagando 20 yen más te dejan entrar en la estatua. Teóricamente es posible subir hasta un mirador situado a la altura de las escápulas del Buda, pero el último tramo de escaleras estaba cerrado. Había una larga explicación en japonés que no nos aclaró mucho.
Ya que estábamos en Hase fuimos a ver el templo de Hase-dera, de camino a la estación. E hicimos bien, porque tiene un jardín muy bonito. Parte del templo está en una cueva por la que Raquel circulaba felizmente, mientras que Nu y yo teníamos que ir agachados. Maldito gnomo. Dentro de uno de los pabellones hay una preciosa imagen juichimen (de once rostros) de Kannon, tallada en el siglo VIII en un gran tronco de árbol. Con más de nueve metros de altura, es la mayor estatua de madera de Japón. Los once rostros no se representan en plan hidra; Kannon tiene una cabeza normal sobre la que hay otras diez más pequeñas, dispuestas en forma de corona. Y no os enseño la foto porque estaba prohibido sacarlas. Pena, de verdad que era bonita.
Y ya era demasiado tarde para ver más templos; entre las cinco y las seis cierran todos. Así que nos volvimos a Tokyo bastante contentos. La excursión a Kamakura vale la pena sobradamente para cualquiera que viaje a Tokyo. A mí, al menos, me gustan mucho más estos templos rurales que los urbanos, como los de Kyoto.
Aún teníamos tiempo de dar una vuelta por Tokyo, conque nos fuimos a Akihabara. Aquí está la ciudad eléctrica, que es una gran concentración de tiendas de electrónica. Pero no queríamos comprar nada y, además, Raquel no es nada friki ni le gustan los cachivaches, de modo que no hacía más que quejarse. Conque fuimos subiendo hacia nuestro barrio, Ochanomizu, y al ryokan. Allí nos reunimos con Cassandra y Jofán, que nos contaron sus peripecias. Cómo recuperaron su ordenador nada más abrir la oficina de objetos perdidos. Cómo la vía férrea hacia el Museo Ghibli estaba cortada por un accidente, pero una señora muy amable se ofreció espontáneamente para ayudarles, en vista de sus apuros. Cómo sus entradas no eran para el Museo Ghibli, que ni siquiera abría ese día; pero la señora Ōguchi les explicó la situación. Les dijo que sus entradas eran para una exposición temporal del Ghibli en otro museo, que no se la perdieran porque era muy interesante. Y que las entradas para el Ghibli estaban agotadas para el resto del mes. Pero, en vista de su desolación, empezó a remover Roma con Santiago y les consiguió dos pases para el día siguiente. Es que los japoneses son así. Ya sé que he escrito al principio que no contaría nada, pero como ellos no lo van a hacer... Ah, y Cassandra se compró, por fin, su cámara nueva.
Tal como habíamos acordado, bajamos los cinco juntos a cenar al Rampo, un sitio baratito situado cerca del ryokan que había visto el día anterior. Y resulta que tenían comida para llevar; si lo llego a saber, la noche anterior me cojo algo allí, en lugar del burger. Pero también tenían mesas, conque cenamos allí. Barato, como digo (no llegamos a 600 yen por cabeza), pero sólo medianito. En fin, por el precio, nada mal.
Y todos contentos nos fuimos a dormir. Nuestra idea inicial consistía en ir todos juntos al Museo Nacional de Tokyo al día siguiente, pero los acontecimientos del día habían trastocado el plan. En fin, ya improvisaríamos.
05 octubre 2008
25/08 Asakusa
En Tokyo nuestros dos subgrupos iban a llevar caminos separados con bastante frecuencia. Hoy era el día del cambio de hotel, así que Raquel, Nu y yo decidimos aprovechar que todavía estábamos en Asakusa para ver el barrio, mientras Cassandra y Jofán se iban por Ueno.
Nuestra idea inicial consistía en ver el templo de Senso-ji, que está en el centro del barrio, los jardines de Dembo-in (si nos dejaban entrar) y lo que hubiera por los alrededores.
Lo que había por los alrededores era un enorme mercado, así que pasamos casi toda la mañana viendo tenderetes. Tenían de todo a buen precio. Si no hubiera sido porque no sabíamos cómo llevarnos las cosas a España, habríamos hecho bastante gasto. Aun así compramos algunas cosas. Por ejemplo, Raquel arrambló con unas botas de ninja (estas sí, negras) y unos pantalones.
También fuimos a Senso-ji, no creáis. Lo que hay actualmente es una reconstrucción porque, como tantos otros monumentos japoneses, el original fue arrasado durante la guerra. Las bombas atómicas no sirvieron para ganar la Guerra del Pacífico, sólo para acelerar su fin, pues Japón la tenía perdida desde hacía muchos meses.
Las reconstrucciones son de hormigón para diferenciarlas de los edificios originales pero, por lo demás, intentan ser exactas a éstos. Y esto es Japón; podéis imaginar que consiguen sus propósitos. Esto que os cuento sirve sólo para los templos budistas y los edificios civiles, claro. Los sintoístas se derriban y reconstruyen habitualmente, así que no tiene sentido hablar de original y copia.
Según nuestra guía, los jardines de Dembo-in (otro templo situado junto a Senso-ji) son los más bonitos de Tokyo, pero están cerrados al público; sin embargo, se puede conseguir entradas junto a la pagoda de Senso-ji. Fuimos a la oficina junto a la pagoda para ver cómo funcionaba eso y nos encontramos un hermoso cartel que decía: no se permite la entrada en los jardines de Dembo-in. Pues nada, nos quedamos sin verlos. Una lástima.
Después de más tenderetes, a mediodía nos fuimos a comer. Había un sitio en el que sólo servían ballena (Japón es uno de los pocos países que siguen cazándolas), pero resistimos la tentación. Acabamos poniéndonos morados, por fin, de sushi en uno de esos sitios con cinta transportadora. En Japón hay muchos y son, claro, más baratos que en España. Aquí suelen tener al cocinero en el centro, rodeado por la cinta y detrás la barra donde se sientan los clientes. En los sitios baratos japoneses es habitual sentarse en barra, no en mesa (y menos aún en tatami). Si quieres algo que en ese momento no hay en la cinta, o algún plato especial (de los que pasan por la cinta sólo en cartelito), se lo pides al cocinero y te lo hace. De todos modos, nosotros pedimos una especie de chirashi (un cuenco de arroz de sushi con trozos de pescado por encima) para cada uno por algo menos de 1300 yen y nos pusimos tibios.
Luego volvimos al hotel paseando bajo la lluvia. Habíamos quedado a las tres y media con nuestros amigos para recoger las maletas que habíamos dejado en recepción y hacer el traslado al ryokan. Conque nos juntamos, recogimos todo y nos fuimos al metro. Nuestra nueva parada era Suehirocho, por la zona de Ueno. Conque para allá fuimos y luego anduvimos un rato hasta el ryokan. La parte final del trayecto, cuesta arriba con las maletas, no resultó muy agradable; y mira que vimos pocas cuestas durante todo el viaje, pero allí nos tocó una.
El ryokan Edoya, en cambio, sí que lo fue. Las habitaciones eran tipo suite, todo en plan japonés salvo los servicios (aunque, ay, no tenían mi amado inodoro Toto con sus chorritos de agua). Pero la mesa del saloncito era baja, las sillas sin patas, futones en lugar de camas, suelo de madera elevado (obligatorio descalzarse) y duchas japonesas. También había baños japoneses comunitarios en la última planta. De todos modos, pese a ser un ryokan, parecía bastante turístico. Me refiero a que estaba orientado a los visitantes extranjeros, como nosotros. O como el grupo de frikis españoles que lo tenían tomado al asalto.
Raquel, Nu y yo estábamos en una habitación triple. Pasamos por la de Cassandra y Jofán para salir juntos a dar una vuelta por Ueno y nos dieron una mala noticia: se habían dejado el ordenador en el metro. Vaya palo. Al menos, habían elegido el mejor país del mundo para hacerlo, porque en Japón nadie coge nada que no sea suyo. Pero claro, nunca sabes cuándo se va a dar la excepción. O si sería un occidental quien lo encontrara. Y, en cualquier caso, habría que moverse para recuperarlo.
Preguntamos en recepción y nos dijeron que la oficina de objetos perdidos estaba, precisamente, en la estación de Ueno. Conque nos fuimos para allí. Por desgracia, ninguno de los empleados hablaba mucho inglés, pero pudimos dejar la reclamación. Nos dijeron que volviéramos al día siguiente, porque los objetos que se recogían les llegaban de un día para otro. En fin, no había mucho más que hacer, por el momento, y con todo el jaleo se nos habían hecho casi las siete. Así que volvimos a separarnos y quedamos en que cada cual comprara su comida y nos juntaríamos a las nueve para cenar en el ryokan, aprovechando las suites.
Nosotros fuimos callejeando desde la estación de Ueno hacia el sur (es decir, de vuelta hacia el ryokan). Vimos infinidad de sitios en los que vendían sushi barato para llevar; pero claro, ya teníamos bastante con el que habíamos comido a mediodía. Murphy, que es un cachondo. También vimos montones de tiendas de todo lo que os podáis imaginar. Y, claro, las típicas luces cubriendo todos los edificios. Aunque paramos por muchos sitios, llegamos demasiado pronto al ryokan, así que no compramos comida para que no se nos enfriara. Y el único sitio cercano al hotel que vendiera para llevar era un burger. Conque allí acabamos cogiendo nosotros tres cuando llegaron nuestros amigos, que habían pillado algo en un supermercado. Estaban un tanto hechos polvo por lo del ordenador, claro. Cenamos los cinco juntos viendo por la tele un programa de cocina en el que tenían como invitado a Kosuke Kitajima, una de las estrellas olímpicas japonesas. De todos sus medallistas, los que más salían por la tele eran las ganadoras del sófbol, los medallistas de bronce de los 4x100 lisos y Kitajima, doble campeón olímpico en natación. Y tras esto, como estábamos cansados, nos fuimos a dormir.
01 octubre 2008
24/08 Tokyo (Shibuya)
Aprovechando que era domingo, íbamos a pasar nuestro primer día en Tokyo por la zona de Shibuya. Menciono lo del domingo porque teníamos entendido que ese día había grandes concentraciones de frikis locales. Y los frikis japoneses son muy llamativos. Esperábamos ver una fauna variopinta.
Fue más variopinta de lo esperado. Resultó que se celebraba el Super Yosakoi en Harajuku, que está en el barrio de Shibuya. Así que había un desfile de comparsas que luego actuaban en unos escenarios situados a la entrada del parque Yoyogi. Cada comparsa la formaban entre 50 y 100 personas (algunas eran mixtas, otras sólo femeninas) y pasaron montones de grupos durante toda la mañana. No sé cuántos miles de personas participaron en el festival. Todos con atuendos de estilo japonés y muy llamativos. En fin, que resultó muy espectacular, aunque nosotros no entendíamos bien de qué iba el asunto.
Ya que estábamos, nos metimos en Yoyogi-koen (el astuto lector de esta plasto-serie ya habrá deducido que "koen" significa "parque" en japonés), dentro del cual está el santuario Meiji-jingu (y también habrá adivinado el significado de "jingu"). Este santuario sintoísta está dedicado al emperador Meiji y su esposa, que fueron divinizados al morir. No creo que hoy día haya mucha gente que crea en la divinidad del emperador, pero el sintoísmo sigue siendo parte de la esencia japonesa. Incluso vimos cómo entraba una comitiva nupcial en el santuario. Hay algunas normas en los santuarios que no son fáciles de entender para nosotros. Por ejemplo, no les importa poner tenderetes varios en el interior de los templos, pero en éste no dejaban hacer fotos de frente, había que hacerlas desde un lateral. De todos modos, no hay por qué preocuparse; si haces algo incorrecto, lo más probable es que alguien te lo indique amablemente. Por ejemplo, a mí se me ocurrió sentarme en la escalera de entrada; entonces vino un guardia y me pidió que me levantara con una sonrisa y todo suavidad. Así da gusto.
Después de ver el santuario estuvimos dando una vuelta por el parque. Los parques japoneses suelen ser muy frondosos, casi parecen bosques. Algunos, como éste, incluso tienen sus arroyitos. Todo muy agradable.
Volvimos a salir por donde habíamos entrado y allí seguía el Yosakoi a todo tren. Ahora sí que había peña friki en el puente de entrada. Gente con disfraces varios, pero no mucha. Tal vez porque el Yosakoi había tomado su espacio natural, tal vez porque llovía. Sí, siguió lloviendo casi sin parar durante varios días. Una pena, pero nada raro, porque Japón es un país muy lluvioso. Peor habría sido que nos hubiera pillado un tifón.
Subimos luego por Omotesando, la calle principal de Harajuku, viendo el desfile del Yosakoi. Muy espectacular, como he dicho antes. Cada grupo iba precedido por una carroza desde la que sonaba su música y ellos iban detrás haciendo sus coreografías.
A mediodía buscamos un lugar para comer, pero era una zona chunga. En una calle de tiendas pijas es difícil encontrar sitios baratitos. Y, acostumbrados a los días anteriores, cualquier cosa que pasara mucho de los 1000 yen nos parecía cara. Al final acabamos comprando comida vegetariana en un deli y comiéndonosla en unos bancos a la puerta.
Pero no temáis por nosotros: para compensar la comida macrobiótica, luego nos metimos en una pastelería y nos zampamos unos bollitos.
De vuelta hacia Shibuya por otro sitio volvimos a ver muchos restaurantes baratos. Parece que nuestro presupuesto no se iba a resentir demasiado en Tokyo, después de todo.
Cassandra quería comprarse una cámara fotográfica, así que Jofán y ella se fueron a ver tiendas. Quedamos con ellos por la noche otra vez en Shibuya, para cenar, y nosotros nos fuimos a Roppongi. Una zona muy pija con tiendas, rascacielos y demás. Pero cada vez llovía más, así que acabamos tomando unos cafés en un Starbucks. Cosa que mis pobres pies agradecieron un montón.
Volvimos a Shibuya antes de la hora convenida, de modo que nos metimos en el Tokyu Food Show, que está debajo. Es como un mercado, pero venden también mucha comida preparada para llevar. De todo tipo, con tal sea japonesa o al menos oriental. Nos estaba entrando un hambre que no veas, porque todo tenía una pinta buenísima. Decidimos que, si los otros llegaban sin hambre, nos compraríamos una bandeja enorme de sushi que habíamos visto y nos la comeríamos en el hotel. Pero no fue así. Ellos también llegaron antes de la hora. De hecho, nos dijeron que al final no habían ido a ver cámaras porque habían pensado que no les daría tiempo, así que se habían quedado por Shibuya y llevaban rato haciendo tiempo. Los problemas de no llevar móviles.
Así que nos fuimos a comer carne, por variar un poco, a un garito que habíamos visto a mediodía. El Pepper Steak, que saca carne a la plancha con pimienta. Bastante bien para el precio, que era barato. Y vuelta a casa con la tripa llena, lo que siempre hace ver las cosas de otra manera.
26 septiembre 2008
Se acabó
No, no se acabó este blog, ni se acabó el mundo, ni nada de eso. Lo que se acabó es mi alegre soltería. Dentro de media hora llega Raquel a Madrid, y esta vez no lleva billete de vuelta.
¿Aguantaremos hasta Navidad, al menos? Pronto lo sabremos.
25 septiembre 2008
23/08 Toba
Nuestra breve estancia en Nagoya tocaba a su fin. Pero, en lugar de irnos en seguida a Tokyo, íbamos a aprovechar el día para visitar Toba.
Toba es un pueblo, más bien un complejo turístico, en la costa sur de Japón cuyo principal atractivo son las perlas. Sigue habiendo pescadores de perlas que hacen exhibiciones para los turistas, pero la mayoría de las que producen hoy día son cultivadas. Además hay un santuario sintoísta muy importante en las cercanías, el de Ise-jingu. Esta enormidad incluye cientos de santuarios menores e incluso tiene un autobús que une los dos principales, que son de los que se siguen reconstruyendo ritualmente cada veinte años. La última reconstrucción, en 1993, costó miles de millones de yenes. Y lo del autobús no es tontería, que entre un santuario y otro hay seis kilómetros; ya os digo que es una enormidad.
Toba tiene un tercer atractivo y es por ahí por donde queríamos empezar nuestra visita: el acuario. Así que, tras dejar nuestras cosas arregladas en Nagoya y pasar un par de horas en el tren, fuimos directos al acuario.
Como era sábado, había mucha concurrencia. Eso sí, muy pocos occidentales, lo que nos venía bien para localizarnos unos a otros cuando nos separábamos (ya he dicho que los japoneses son bajitos). Pese a la cantidad de público, pudimos ver todo muy bien. El acuario está muy bien organizado y se visita fácilmente. Empiezas por la zona A, las focas, y llegas hasta la L, con nutrias, pingüinos y morsas. Cada zona está dedicada a un tipo de animal o un hábitat. Tal vez lo más interesante del acuario sean los grandes mamíferos marinos, que incluyen dos manatíes e incluso dos dugong, que son muy raros. Según Cassandra, sólo hay cinco en cautividad en todo el mundo, contando los dos de Toba. Jofán y ella dijeron que el acuario de Osaka y el de Toba son muy diferentes, repiten pocas especies. Así que, si os gustan los acuarios, podéis ver los dos perfectamente. Yo no había visto un acuario marino desde hacía veinte años, cuando estuve en el Oceanográfico de Mónaco, así que me apetecía un montón y no me defraudó en absoluto. No os cuento mucho de la visita porque, vaya, era un acuario. No sé qué contaros. La entrada de hoy va a ser más corta de lo habitual. A cambio, pongo más fotos.
Me parece que el único que tenía interés en Ise-jingu era yo, conque no insistí mucho en ir a verlo. Pero después del acuario teníamos intención de ir a Mikimoto, la isla de las perlas. Sin embargo, hubo algunas cosas que nos echaron atrás. Por un lado, no estábamos muy seguros de querer pagar 1500 yen por cabeza para entrar. Por otro, era la hora de comer y teníamos más de cuatro horas de viaje hasta Tokyo. Así que nos fuimos a comer a un sitio cercano a la estación (ramen muy rico y barato, preparado delante de nuestras narices) y nos fuimos al tren. Entre el viaje de vuelta a Nagoya, la recogida de equipajes, la obtención de nuestras reservas para el Shinkansen (esta vez, sin problemas para ir todos juntos), el viaje a Tokyo y el posterior metro, llegamos a nuestro primer hotel a las nueve y media de la noche. Digo "primer hotel" porque sólo íbamos a pasar allí el fin de semana. El lunes nos iríamos a un ryokan. Es un poco largo de explicar.
Así que cogimos las habitaciones, dejamos las maletas, nos arreglamos un poco, cogimos los chubasqueros y salimos a cenar. Sí, los chubasqueros: llevaba lloviendo todo el día, aunque no nos había importado mucho porque habíamos pasado casi todo el tiempo a cubierto, entre el acuario y el tren. Por desgracia, no sería el último día lluvioso.
Terminamos cenando en un italiano. Un poco más caro de lo habitual: salimos a casi 2000 yen por cabeza y no comimos mejor que otras veces. Pero no habíamos encontrado otro sitio abierto. Y luego al hotel a dormir, que estábamos cansados con tanto viaje.
23 septiembre 2008
22/08 Feliz cumpleaños
El viernes fue el cumpleaños de Raquel. Aunque estuvo todo el día quejándose de que no se hacía a la idea de que era su cumple, cosas de que no te puedan llamar para felicitarte, sí pudo cumplir una de sus tradiciones, consistente en cumplir años en sitios más o menos remotos. Esta vez nos íbamos a Takayama.
Takayama es una pequeña ciudad situada al pie de los Alpes Japoneses. Sí, a mí también me suena bastante cutre eso de "Alpes Japoneses". Como "el Maradona de los Cárpatos", o "la Pantoja de Puerto Rico", pero así los llaman. También existen los Alpes Escandinavos; a lo mejor es que han puesto una franquicia.
La idea de ir a Takayama era de Nu. En realidad, su intención original era ir más lejos: coger un autobús en Takayama hasta Sirakawago, un pueblecito que le habían recomendado. Pero, entre que el autobús era caro (casi 5000 yen, ida y vuelta) y que todo el viaje sumaba demasiado tiempo, desistió. El tren de Nagoya a Takayama ya tarda más de dos horas y cuarto; por eso habíamos quedado tan temprano para desayunar. Lo hicimos en el propio hotel, como en los últimos días de Osaka. Pero, por el mismo precio, nos pareció bastante peor. En fin, nos valió para empezar el día e irnos al tren.
Como es natural, los trenes de estas líneas secundarias son peores que los Shinkansen. Ah, una cosa buena de los trenes japoneses es que nunca te quedas sin billete. Hay vagones con reserva y vagones sin ella. Si no llegas a tiempo de conseguir reserva, montas en un vagón sin reserva y te sientas donde puedes. Si ya no hay asientos, vas de pie. Esto vale para todos los trenes, incluso el Shinkansen. Claro que un viaje largo de pie es cansado, pero es mejor que quedarse en tierra.
De todos modos, nosotros cogimos asientos sin problemas. El recorrido, como cabe esperar yendo hacia la montaña (yama = monte, como en Fujiyama), es bastante pintoresco. Además, en los transportes japoneses hablan mucho por los altavoces, dando indicaciones turísiticas. Del tipo "si quiere ver tal templo, bájese aquí", o "estamos cruzando tal río y al otro lado está tal monte". Lo malo es que muchas veces sólo las dan en japonés. En este tren las daban también en inglés, pero con mucho acento, conque no entendíamos casi nada.
Una vez en Takayama cogimos nuestros planos y fuimos a recorrer un poco la ciudad. En muchos sitios del plano venía un signo que me costó un rato interpretar; claro, eran los cruces con semáforo. Ocurre que en los planos japoneses ponen los semáforos en horizontal. Además, para ellos la luz verde es aoi, una palabra que significa igual azul que verde, así que pintan el circulito correspondiente en azul.
Takayama es bastante turístico porque conserva el estilo tradicional en las construcciones. Así que estábamos muchos turistas por las calles y había muchas tiendas. Vimos algunas de las normales, pero sobre todo estuvimos en una que tenía en la puerta una silla metálica con forma de Alien. Vendían un montón de figuritas metálicas que eran la caña. Pena que abultaran bastante, lo que iba a ser un problema para el viaje a España, porque molaban mogollón. De todos modos, compré una como regalo de cumpleaños para Persélope.
Dentro de lo que es más tradicional, entramos a ver un museo de la versión japonesa de la Semana Santa. En Takayama se celebra uno de los tres festivales más importantes de Japón. Un festival que, en realidad, son dos: uno en primavera para pedir por una buena cosecha, y otro en otoño para agradecerla. No, no sé si el festival de otoño se suspende cuando la cosecha ha sido mala. El festival atrae a unas 300000 personas, unas cinco veces la población de toda la comarca de Takayama. Consiste en una procesión en la que sacan unas carrozas por las calles (12 en primavera y otras 11 distintas en otoño). Las carrozas hoy día tienen ruedas; antes sacaban algunas que se llevaban a pulso, pero ya no porque después de la guerra era difícil encontrar los hombres necesarios para llevarlas. En el museo vimos uno de estos pasos sin ruedas; pesaba dos toneladas y media, y necesitaba ochenta personas de la misma altura para moverlo.
Algunos de los actuales pasos tienen tres ruedas, estilo triciclo, para facilitar el giro en las esquinas. Pero otros tienen cuatro, lo que hace muy difícil girar, porque los ejes son fijos. Así que llevan una quinta rueda girada noventa grados, que bajan para doblar las esquinas. Aunque me recordaba mucho la Semana Santa española, los pasos son muy distintos. Más altos, con mucho color (sobre todo rojo) y poca imaginería religiosa.
El Takayama Matsuri Takai Kaikan (que así se llama) me pareció un poco caro para lo que ofrece. Supongo que, dada la popularidad del festival, tendrá muchos visitantes japoneses.
Después de verlo fuimos a comer cerca de la estación (creo que yo fui el único a quien sacaron más o menos lo que esperaba) y nos separamos. Cassandra y Jofán querían ver el Centro Internacional de Diseño de Nagoya, aprovechando que el viernes cerraba más tarde, conque se fueron a coger el tren. Raquel, Nu y yo, en cambio, preferimos coger el autobús a Hida-no-Sato, un pueblo-museo cerca de Takayama. Hacia 1960 aparecieron tres máquinas que cambiaron radicalmente la vida en los pueblos japoneses (y de todo el mundo, diría yo): la televisión, la lavadora y el frigorífico. A la larga hicieron que la población rural emigrara a la ciudad. Entonces surgió esta iniciativa para conservar la memoria del que había sido el estilo de vida tradicional de Hida, la comarca de Takayama. Se trasladaron muchas casas de madera que quedaban abandonadas a este lugar para formar un pueblo artificial. El entorno es precioso, un bosque junto a un lago, y las casas están perfectamente reconstruidas, conservadas y acondicionadas. La mayoría de ellas sirven como pequeños museos dedicados a un aspecto de la vida rural tradicional. En una tenían herramientas para hacer tejados de paja, en otra trineos, en otra ruecas y telares... Además, había algunos artesanos que te enseñaban, en algunos casos por una módica cantidad, a hacer algunas cosas. Por ejemplo, si pagabas 1000 yen te enseñaban a hacer sandalias de paja en 40 minutos.
Hida no Sato da para una visita de cuatro horas, según lo que te quieras entretener. Desgraciadamente, nosotros no teníamos tanto tiempo si no queríamos que se nos hiciera muy tarde para volver a Nagoya. Así que, con harto dolor de nuestro corazón, tuvimos que recortar la parte final y no detenernos con los artesanos. Una pena, pero el autobús pasaba a las 16h23 y esto era Japón; si llegábamos un minuto tarde ya habría pasado. Por suerte, porque sólo íbamos a tener seis minutos para bajar del autobús, ir a la estación de ferrocarril y coger el tren.
El autobús pasó a las 16h30. Inaudito. Esto significaba que llegaríamos tarde al tren y tendríamos que esperar dos horas al siguiente. Que, además, paraba en todas las estaciones, por lo que tardaba mucho más en hacer el trayecto. Dos horas que habríamos empleado encantados en seguir viendo Hida no Sato.
Por fortuna, el conductor recuperó parte del tiempo perdido (no entendemos cómo, porque iba pisando huevos), así que llegamos con tres minutos de tiempo. Y debía de haber alguna conjunción astral rara, porque el tren también vino con tres minutos de retraso. ¡Esto no es Japón, esto es Burundi!
En fin, pudimos regresar a Nagoya sin más contratiempos. Una vez allí, Nu quiso ir a dar una vuelta por la zona de tiendas. Que resultó ser de lo más pija. Louis Vuitton, Prada y demás. Lo más cutrecillo era Zara, y no te vas a comprar algo de Zara en Japón. Conque acabamos volviendo al irlandés del día anterior para que Raquel nos invitara a algo por su cumpleaños (Jofán y Cassandra se quedaron sin invitación, por antisociales y no haber querido quedar con nosotros) y ya nos quedamos a cenar allí. Muy poco japonés, aunque yo me comí mi shepherd's pie con palillos.
Del pub ya nos volvimos a casa y por el camino nos encontramos a nuestros compañeros de viaje. Venían de ver a unos chavales que estaban tocando en la calle. Vaya, igual que nosotros, pero llegamos justo cuando acababan y casi no vimos nada. También habían mirado horarios de tren para el día siguiente. El tren hacia Toba salía a las 9h30, conque quedamos a las 8h en el vestíbulo del hotel para dejar las habitaciones, ir a la estación, dejar los equipajes en consigna, desayunar y salir a pasar el día en Toba antes de irnos a Tokyo. ¿Y qué es eso de Toba? Mañana lo sabréis.
18 septiembre 2008
Real Life
A diferencia de muchos de los jugadores de World of Warcraft que visitan este blog, mi personaje principal en este juego pertenece a una hermandad de las llamadas de "rol duro". Puede parecer que es gente más metida en el juego, o que se pega más horas, pero no es así. De hecho, la primera regla de nuestra hermandad es: "Real Life comes first".
Pues eso le ha pasado a este blog. La plasto-serie se ha detenido por unos días por causas de vida real. Nada malo, ¿eh? Al revés. Todo consiste en que he tenido muchas visitas por casa y, por tanto, poca ocasión para seguir copiando capítulos.
Pero supongo que el lunes volveré al ritmo habitual. Como ya os dije, la plasto-serie de este año está ya escrita, conque sólo es cuestión de pasar rollos al ordenador. Pronto en sus pantallas.
14 septiembre 2008
21/08 Viaje a Nagoya
Nuestro último día en Osaka empezó con otra separación del grupo. Agustín y Mercedes querían ver el acuario de Osaka. Una buena elección; Osaka tiene uno de los mejores acuarios del mundo, con un tiburón ballena y todo. Pero teníamos pensado ver otro acuario un par de días más tarde (ya llegaremos a eso), conque los demás preferimos buscarnos otro plan. Quedamos todos a las dos y media en la estación para coger el tren a Nagoya; mientras tanto, que queda uno hiciera lo que quisiera.
Como era habitual en mí, desayuné un poco más rápido que Raquel y Nu para poder conectarme a internet durante diez minutos en las máquinas del vestíbulo del hotel, así me enteraba de cómo iban los Juegos y seguía la pista a mi grupo de heavy virtual, Mjolnir. Entonces leí la noticia del accidente de Barajas. He de reconocer que, a diez mil kilómetros de distancia, la noticia no me impresionó tanto como si hubiera estado en Madrid. Aunque para otros del grupo fue al revés: eso de que hubiera habido un accidente en el aeropuerto que dejamos unos días antes, y al que volveríamos unos días después, les afectó.
De todos modos, Raquel, Nu y yo teníamos que decir qué hacer esa mañana. Miramos nuestras guías para buscar algún pueblo interesante cerca de Osaka y nos decidimos por Uji, donde está el templo de Byodo-in, el que sale en las monedas de 10 yen. Esto último lo sé porque me lo contó un chico japonés con quien estuve charlando en el tren. Ya nos había dicho Chichirri que los de Kyoto en seguida pegan la hebra con cualquiera.
Uji está entre Kyoto y Nara. Podríamos haber hecho el viaje perfectamente en tres cuartos de hora, pero nos empanamos con los trenes y tardamos más del doble. Así que íbamos a tener que darnos prisa. Cuando llegamos a Uji, fuimos directos a Byodo-in; mi amigo del tren, que también se bajó en Uji, me ayudó a interpretar el mapa en japonés que habíamos cogido en la estación.
La entrada a Byodo-in nos pareció un poco cara. 600 yen, más otros 300 si quieres entrar en el Pabellón del Fénix, que es el principal del templo. De todos modos, el pabellón se ve muy bien desde fuera (está en un estanque) y la mayoría de las obras de arte originales del mismo están en el museo que hay en el mismo recinto y al que se puede entrar con la entrada general. Pese a no entrar en el Pabellón del Fénix, tuvimos para una hora larga de visita. Y el museo está muy bien.
Volvimos a la estación para coger el tren a Kyoto que, oh hecho inaudito, llevaba dos minutos de retraso. Pequeña anécdota sin importancia, pero dio la casualidad de que el tren que nos iba a llevar de Kyoto a Osaka nos cerró la puerta en las narices. En lugar del Super Express (que sólo tiene una parada entre las dos ciudades) tuvimos que coger el siguiente, un Local (que tiene unas veinte). Y llegamos tarde a Osaka. Estuvimos por ir a la oficina de JE a protestar por el intolerable retraso y exigir que alguien cometiera seppuku para lavar la afrenta, pero lo dejamos estar. Al fin y al cabo, pudimos coger el Shinkansen sin problemas, aunque tuvimos que sentarnos separados.
El viaje a Nagoya no tuvo más historia; sólo que Mercedes y Agustín habían tenido tiempo de comer y los otros no, pero nos apañamos con unos sándwiches comprados en el propio andén.
Al llegar a Nagoya fuimos a la oficina de turismo y comprobamos que nuestro hotel estaba más cerca de la estación de lo que creíamos. Mira tú qué bien. Y bastante céntrico. Así que nos dirigimos hacia él con cierta aprensión. Ocurría que, para ahorrar un poco de pasta, habíamos reservado habitaciones "semidobles" en el hotel com's de Nagoya. Viendo el tamaño de las dobles normales de Osaka, no queríamos imaginar cómo serían esas semidobles. Pues resultaron ser un poquito más grandes que las otras, mira tú. Las cogimos y nos fuimos a ver un poco la ciudad.
En el plano venía información variada sobre monumentos, restaurantes, tiendas y demás. Pero, qué coño, ya he dicho que estábamos en el centro. A la aventura. Volvimos hacia Sakae, nuestra estación de metro, y empezamos a flipar. Avenidas amplias, edificios futuristas, luces y neones por todas partes... bueno, la típica imagen del Japón moderno que todos tenemos. Durante la guerra, los aliados bombardearon a conciencia la mayoría de las ciudades japonesas, así que al acabar derribaron los escombros y rehicieron los trazados. Por eso en ciudades como Osaka o Nagoya, pese a ser bastante antiguas, no queda casi nada anterior al siglo XX (los castillos de ambas ciudades son sólo reconstrucciones de hormigón). No sé dónde leí que los bombarderos aliados respetaron Kyoto por su valor cultural y bla, bla. Mentira cochina. Kyoto se salvó porque era uno de los posibles blancos para la bomba atómica. El alto mando aliado quería comprobar con la mayor exactitud posible cuáles eran los efectos de la bomba; por tanto, prohibieron bombardear las ciudades elegidas como posibles blancos. Además de Hiroshima y Nagasaki, estaban Kyoto, Yokohama y algunas otras.
Bien, el resultado de todo esto son las hipermodernas ciudades japonesas. La historia es la que es y no se puede cambiar; lo único que podemos hacer es aprovechar las consecuencias positivas. Como dijo Franco, no hay mal que por bien no venga.
Recorrimos la zona, nos hicimos fotos, acordamos que nos gustaba más que Osaka y nos metimos por la cercana zona de bares, donde había mucha animación para ser jueves. Aunque los bares japoneses son un poco raros, conque acabamos yendo a lo seguro y nos metimos en un irlandés. Que, además, estaba en Happy Hour, conque me pude echar una jarra por 300 yen.
Luego buscamos un sitio para cenar y acabamos en el cuarto piso de un edificio. Esa zona es vertical; los edificios tienen tiendas y garitos varios en todas las plantas. En la puerta hay un cartel con lo que tiene cada piso; entras, subes al ascensor y listo. A nosotros no nos gustaba, creo que estamos demasiado acostumbrados a ir por la calle, ver un garito y entrar, sin tanta parafernalia. Además, muchos de estos sitios son clubes para hombres con señoritas de compañía. No necesariamente puticlubs; en muchos, las chicas sólo se toman algo con los clientes y dan conversación. Como modernas geishas; menos refinadas, pero también menos caras.
En cualquier caso, como he dicho, nosotros acabamos en un cuarto piso. Nos pilló un gancho en la puerta. En Japón no son tan habituales como en España, pero también los hay. El sitio era típicamente japonés. Japonés moderno, quiero decir. Todas las mesas estaban ocupadas por japoneses que armaban bastante jaleo y el menú no traía nombres en inglés ni apenas fotos. Iluminación y música de pub. Nuestro camarero se las apañó para explicarnos unas cuantas cosas en japanglish y pedimos un poco a voleo. Interesante y tremendo, que diría Raquel.
Y vuelta al hotel. Al día siguiente habíamos quedado para desayunar a las 7h30 (!), conque más nos valía no acostarnos demasiado tarde.
Por cierto: en el centro de Nagoya hay hilo musical por las calles. Cágate, lorito.
13 septiembre 2008
20/08 Geisha, flor de loto, samurai...
Nuestro último día antes de dejar Osaka lo íbamos a pasar fuera de Kansai (oficialmente, Kinki), su región; nos íbamos a Hiroshima. Situada a hora y veinte de Osaka en el Shinkansen, Hiroshima tiene varios atractivos para el visitante. El primero es, naturalmente, la bomba.
El 6 de agosto de 1945 un bombardero estadounidense, el Enola Gay, lanzó la primera bomba atómica de la historia sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Se calcula que murieron entre 150000 y 200000 personas (si se os hace difícil leer el número, pensad en que son personas como vosotros o yo) a consecuencia de ella, y muchos otros miles sufrieron secuelas que en algunos casos han llegado hasta la actualidad. La ciudad quedó completamente arrasada y se convirtió en un símbolo para la humanidad. Un símbolo, sobre todo, de lo que no debería volver a hacerse nunca. Tres días después se lanzó una segunda bomba atómica sobre otra ciudad japonesa, Nagasaki. Las consecuencias de los bombardeos atómicos fueron tan terribles que, hasta la fecha, nadie se ha atrevido a repetirlos.
Naturalmente, Hiroshima se ha reconstruido por completo después de la bomba, con una excepción. La Sala de Promoción de la Industria de Hiroshima, situada casi debajo del punto donde explosionó la bomba (a unos 600 metros del suelo, para maximizar el alcance de la explosión), fue uno de los pocos edificios que se mantuvieron en pie, aunque con grandes daños. En lugar de demoler los restos, como hicieron con las demás estructuras que no llegaron a caer, se ha mantenido y hoy día es la Cúpula de la Bomba. Se llama así porque el elemento más distintivo del edificio es la cúpula que lo remata. Digo "edificio", pero no os engañéis, es sólo una ruina vallada.
Al otro lado del río está el Parque de la Paz. En el parque hay varios monumentos dedicados a la paz y al recuerdo de la bomba. Está el Monumento de los Niños, levantado por una suscripción popular iniciada por los compañeros de colegio de una niña, Sadako Sasaki, que murió diez años después de la bomba, vícitma de la leucemia, una de las principales secuelas de la radiación. Durante su estancia en el hospital, Sadako se dedicaba a doblar grullas de papel, según la creencia popular de que, al doblar mil grullas de papel, se te concede un deseo. Por ello el monumento está rematado por una representación de una de ellas. Las grullas de papel se han convertido en un símbolo de la paz en Hiroshima.
También en el parque hay un estanque rectangular sobre el cual se encuentra la Llama de la Paz, que se apagará el día en que se destruya la última arma atómica del mundo (va para largo). Y al final del estanque está el Cenotafio que guarda una lista con los nombres de todas las víctimas de la bomba. Cada año, el día 6 de agosto, se realiza una ceremonia conmemorativa y se añaden los nombres de los Hibakusha que han fallecido durante ese año por las secuelas de la bomba. Sesenta y tres años después, la bomba de Hiroshima sigue matando.
Detrás del Cenotafio se encuentra el Museo de la Paz. Cobran sólo una entrada simbólica (50 yen) y es de visita obligada. Al principio cuenta la historia de Hiroshima antes de la guerra y luego ya pasa a la bomba desde todos los puntos de vista. Cómo funciona las armas nucleares, las circunstancias históricas que llevaron a la bomba de Hiroshima y sus consecuencias. No se limitan a decir "mira lo que nos hicieron"; también hay autocrítica por la política belicista y expansionista de Japón durante la primera mitad del siglo XX. Y se recuerda que muchas de las víctimas de la bomba fueron coreanos obligados a trabajar en Hiroshima en régimen de semi-esclavitud.
Todo el museo está lleno de objetos donados por supervivientes, incluidas algunas grullitas de papel de las que hizo Sadako Sasaki. Esto se va haciendo cada vez más insoportable y al final ya casi no podía mirar a ningún sitio porque se me saltaban las lágrimas. No pude ver ni uno solo de los vídeos en que algunos Hibakusha, muchos de ellos niños durante la guerra, contaban su experiencia. Era demasiado estremecedor. Incluso ahora me emociono al recordarlo; me está constando bastante escribir este párrafo.
Al salir del museo decidimos cambiar de tema e irnos a Miyajima. Miyajima es ua isla (jima = isla, como Iwojima) cercana a Hiroshima. Tanto que el tranvía llega hasta el embarcadero desde donde se coge el ferry, aunque también podíamos haber vuelto a la estación y coger el cercanías (línea JR, al igual que el propio ferry). En el mismo embarcadero paramos a comer en un fast-food llamado "Padre Madre" (no hablaban español, pese al nombre). Yo comí takoyaki y los demás una especie de hamburguesas, pero con arroz prensado en lugar de pan y contenidos varios en lugar de hamburguesa. Health-fast-food, por decir algo.
Con la panza llena cogimos el transbordador, desde el que hay unas bonitas vistas a toda la bahía de Hiroshima y a la propia Miyajima. Lo primero que se ve de la isla es el enorme tori. Con la marea alta, la parte inferior del tori queda cubierta por el agua, pero nosotros llegamos con marea baja, así que quedaba en tierra firme.
Una vez desembarcamos, en seguida pudimos comprobar que no sólo en Nara-koen había ciervos sueltos. En Miyajima también campan a sus anchas y son igual de amistosos. Una vez me encontré uno dentro de una tienda (espero que no le diera por cagarse; al dueño no le habría hecho gracia).
Miyajima da para una visita corta o larga, a elección. Se puede subir a ver los templos de la montaña o recorrer la isla en bici. En el monte hay monos, aunque no son tan dóciles como los ciervos. Sin embargo, nosotros nos limitamos a la zona cercana al embarcadero. Principalmente al santuario de Itsukushima-jinja. El gran tori señala la entrada al santuario desde el mar. Se puede visitar por dentro, pero preferimos limitarnos a acercarnos al tori (aprovechando la marea baja) y ver el santuario por fuera. Luego subimos a una colina cercana en la que hay una pagoda bastante bonita y recorrimos un poco la zona. Incluidas las tiendas de recuerdos. La artesanía típica de la zona es la pala de arroz, y exhiben orgullosos la mayor pala de arroz del mundo. Tié que habe gente (y récords) pa tó.
Volvimos a la estación de Hiroshima (esta vez en cercanías, que el tranvía tarda mucho) y otra vez al Shinkansen de vuelta a Osaka. Esta vez ni siquiera tuvimos ganas de bajar al centro. Cenamos en la estación (en uno de esos sitios en que hay que coger ticket en la maquinita, pero incluso los garitos de la estación son baratos y dan abundante). Y al hotel, después de mirar horarios de tren para el día siguiente. Próxima parada: Nagoya.