En Tokyo nuestros dos subgrupos iban a llevar caminos separados con bastante frecuencia. Hoy era el día del cambio de hotel, así que Raquel, Nu y yo decidimos aprovechar que todavía estábamos en Asakusa para ver el barrio, mientras Cassandra y Jofán se iban por Ueno.
Nuestra idea inicial consistía en ver el templo de Senso-ji, que está en el centro del barrio, los jardines de Dembo-in (si nos dejaban entrar) y lo que hubiera por los alrededores.
Lo que había por los alrededores era un enorme mercado, así que pasamos casi toda la mañana viendo tenderetes. Tenían de todo a buen precio. Si no hubiera sido porque no sabíamos cómo llevarnos las cosas a España, habríamos hecho bastante gasto. Aun así compramos algunas cosas. Por ejemplo, Raquel arrambló con unas botas de ninja (estas sí, negras) y unos pantalones.
También fuimos a Senso-ji, no creáis. Lo que hay actualmente es una reconstrucción porque, como tantos otros monumentos japoneses, el original fue arrasado durante la guerra. Las bombas atómicas no sirvieron para ganar la Guerra del Pacífico, sólo para acelerar su fin, pues Japón la tenía perdida desde hacía muchos meses.
Las reconstrucciones son de hormigón para diferenciarlas de los edificios originales pero, por lo demás, intentan ser exactas a éstos. Y esto es Japón; podéis imaginar que consiguen sus propósitos. Esto que os cuento sirve sólo para los templos budistas y los edificios civiles, claro. Los sintoístas se derriban y reconstruyen habitualmente, así que no tiene sentido hablar de original y copia.
Según nuestra guía, los jardines de Dembo-in (otro templo situado junto a Senso-ji) son los más bonitos de Tokyo, pero están cerrados al público; sin embargo, se puede conseguir entradas junto a la pagoda de Senso-ji. Fuimos a la oficina junto a la pagoda para ver cómo funcionaba eso y nos encontramos un hermoso cartel que decía: no se permite la entrada en los jardines de Dembo-in. Pues nada, nos quedamos sin verlos. Una lástima.
Después de más tenderetes, a mediodía nos fuimos a comer. Había un sitio en el que sólo servían ballena (Japón es uno de los pocos países que siguen cazándolas), pero resistimos la tentación. Acabamos poniéndonos morados, por fin, de sushi en uno de esos sitios con cinta transportadora. En Japón hay muchos y son, claro, más baratos que en España. Aquí suelen tener al cocinero en el centro, rodeado por la cinta y detrás la barra donde se sientan los clientes. En los sitios baratos japoneses es habitual sentarse en barra, no en mesa (y menos aún en tatami). Si quieres algo que en ese momento no hay en la cinta, o algún plato especial (de los que pasan por la cinta sólo en cartelito), se lo pides al cocinero y te lo hace. De todos modos, nosotros pedimos una especie de chirashi (un cuenco de arroz de sushi con trozos de pescado por encima) para cada uno por algo menos de 1300 yen y nos pusimos tibios.
Luego volvimos al hotel paseando bajo la lluvia. Habíamos quedado a las tres y media con nuestros amigos para recoger las maletas que habíamos dejado en recepción y hacer el traslado al ryokan. Conque nos juntamos, recogimos todo y nos fuimos al metro. Nuestra nueva parada era Suehirocho, por la zona de Ueno. Conque para allá fuimos y luego anduvimos un rato hasta el ryokan. La parte final del trayecto, cuesta arriba con las maletas, no resultó muy agradable; y mira que vimos pocas cuestas durante todo el viaje, pero allí nos tocó una.
El ryokan Edoya, en cambio, sí que lo fue. Las habitaciones eran tipo suite, todo en plan japonés salvo los servicios (aunque, ay, no tenían mi amado inodoro Toto con sus chorritos de agua). Pero la mesa del saloncito era baja, las sillas sin patas, futones en lugar de camas, suelo de madera elevado (obligatorio descalzarse) y duchas japonesas. También había baños japoneses comunitarios en la última planta. De todos modos, pese a ser un ryokan, parecía bastante turístico. Me refiero a que estaba orientado a los visitantes extranjeros, como nosotros. O como el grupo de frikis españoles que lo tenían tomado al asalto.
Raquel, Nu y yo estábamos en una habitación triple. Pasamos por la de Cassandra y Jofán para salir juntos a dar una vuelta por Ueno y nos dieron una mala noticia: se habían dejado el ordenador en el metro. Vaya palo. Al menos, habían elegido el mejor país del mundo para hacerlo, porque en Japón nadie coge nada que no sea suyo. Pero claro, nunca sabes cuándo se va a dar la excepción. O si sería un occidental quien lo encontrara. Y, en cualquier caso, habría que moverse para recuperarlo.
Preguntamos en recepción y nos dijeron que la oficina de objetos perdidos estaba, precisamente, en la estación de Ueno. Conque nos fuimos para allí. Por desgracia, ninguno de los empleados hablaba mucho inglés, pero pudimos dejar la reclamación. Nos dijeron que volviéramos al día siguiente, porque los objetos que se recogían les llegaban de un día para otro. En fin, no había mucho más que hacer, por el momento, y con todo el jaleo se nos habían hecho casi las siete. Así que volvimos a separarnos y quedamos en que cada cual comprara su comida y nos juntaríamos a las nueve para cenar en el ryokan, aprovechando las suites.
Nosotros fuimos callejeando desde la estación de Ueno hacia el sur (es decir, de vuelta hacia el ryokan). Vimos infinidad de sitios en los que vendían sushi barato para llevar; pero claro, ya teníamos bastante con el que habíamos comido a mediodía. Murphy, que es un cachondo. También vimos montones de tiendas de todo lo que os podáis imaginar. Y, claro, las típicas luces cubriendo todos los edificios. Aunque paramos por muchos sitios, llegamos demasiado pronto al ryokan, así que no compramos comida para que no se nos enfriara. Y el único sitio cercano al hotel que vendiera para llevar era un burger. Conque allí acabamos cogiendo nosotros tres cuando llegaron nuestros amigos, que habían pillado algo en un supermercado. Estaban un tanto hechos polvo por lo del ordenador, claro. Cenamos los cinco juntos viendo por la tele un programa de cocina en el que tenían como invitado a Kosuke Kitajima, una de las estrellas olímpicas japonesas. De todos sus medallistas, los que más salían por la tele eran las ganadoras del sófbol, los medallistas de bronce de los 4x100 lisos y Kitajima, doble campeón olímpico en natación. Y tras esto, como estábamos cansados, nos fuimos a dormir.
05 octubre 2008
25/08 Asakusa
Etiquetas:
Japón,
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