Para el jueves sí teníamos planes comunes. Todos queríamos ver el Museo Nacional de Tokyo, situado en el parque de Ueno, como muchos otros. Yo también quería ver una exposición de Vermeer que había en el cercano Museo Metropolitano, pero la idea no despertó mucho entusiasmo.
El Museo Nacional de Tokyo está dedicado en exclusiva al arte asiático, sobre todo al japonés. Desde la prehistoria (se calcula que los primeros asentamientos humanos en Japón datan de hace 30000 años) hasta la actualidad. Después de desayunar juntos, nos fuimos directamente al museo. Y allí pasamos cuatro horas dando vueltas, cada cual a su bola.
No es un museo inmenso, como pueden ser el British, el Louvre o el Hermitage, pero sí bastante grande. Con lo de que no es inmenso quiero decir que se puede ver entero en un día, incluso con cierto detenimiento. Para verlo en cuatro horas ya hay que correr más o saltarse algún pabellón, como hice yo. Me dejé el pabellón asiático, así que me concentré en las obras japonesas.
Como es habitual en Japón, el museo está organizado para verlo con facilidad sin dejarte nada. En cada pabellón sólo hay que seguir el recorrido marcado. Primero vi el segundo piso del pabellón japonés (Honkan), que es un recorrido cronológico por el arte japonés. El arte oriental es muy distinto del occidental. Apenas hay pintura en lienzo (salvo en los últimos tiempos); las viviendas japonesas se pintaban directamente sobre la "pared". Y también hay muchas muestras de caligrafía, ya que la escritura ideográfica se presta a ello.
En el primer piso las obras se ordenan por tipos o estilos, lo que lleva a cierta duplicidad con el segundo. Es lo mismo, pero ordenado de otra manera. Aquí llaman la atención las armas y armaduras de la época de los samurai.
En el mismo edificio había una exposición temática dedicada al budismo a lo largo de la historia. Las estatuas de Buda procedentes de zonas como Pakistán son bastante llamativas porque representan a Buda con rasgos occidentales, mientras que nosotros estamos acostumbrados a que los tenga orientales.
Del Honkan pasé al Heiseikan, el pabellón de la Arqueología. Aquí se muestran algunas de las vasijas de barro más antiguas del mundo, pues se cree que el primer sitio donde apareció la alfarería, hacia 10000 a.C., fue Japón. Y hay muchas piezas muy interesantes. Por ejemplo, objetos procedentes de cápsulas del tiempo. Igual que en la Europa cristiana hubo una crisis milenarista en torno al año 1000, porque mucha gente pensaba que ese año se acabaría el mundo, por la misma época muchos budistas pensaron que el budismo se terminaba. Las enseñanzas de Buda iban a ser olvidadas en el mundo, pero no para siempre; 5760 millones de años más tarde (¡toma ya!), Mitreya vendría a la Tierra a volver a predicar el budismo. Pero para ello necesitaría los sutras, así que en muchos lugares se prepararon cápsulas del tiempo que contenían los sutras budistas en papel, arcilla o piedra para que Mitreya los encontrara en su momento. Sobra decir que esos temores no se cumplieron y algunas de las cápsulas, junto con sus contenidos, se exponen en el museo. Sí, las abrieron un poco antes de hora.
Comimos juntos en la cafetería del museo (lo más occidental del viaje; ni siquiera nos sacaron palillos) y nos separamos por unas horas. Raquel, Nu y yo nos quedamos a ver el Hōryū-ji Hōmotsukan, la Galería de Tesoros Nacionales, que contiene sólo algunas obras especialmente delicadas. Y luego volvimos a Shinjuku, a ver si encontrábamos el Marui y alcahueteábamos un poco por las plantas dedicadas a lolitas, Visual Kei y similares. Esta vez las chicas no se compraron nada, pero estuvieron a puntito.
Y, aprovechando que Shibuya estaba cerca, nos pasamos por el Tokyū Food Show a comprar nuestras cenas. Entramos por un sitio distinto al de la otra vez y descubrimos que era mucho más grande de lo que pensábamos. En fin, cada cual se compró lo que le apeteció (esta vez me tiré por la comida vietnamita), nos volvimos al hotel, nos juntamos los cinco y tuvimos nuestra última cena en Japón. Que se alargó hasta casi las doce. Al día siguiente volvíamos a casa.
14 octubre 2008
28/08 El Museo Nacional de Tokyo
Etiquetas:
Japón,
plasto-serie
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2 comentarios:
Jo, qué pena que se acabe la plastoserie. Yo que miraba el blog todos los días para leer algo nuevo sobre vuestro viaje.
Sigo diciendo que no sé por qué la llamais plastoserie. A mí me ha resultado muy interesante, además de amena.
Las llamo plasto-series porque, en general, no me gustan las entradas largas en los blogs, pero éstas lo son. Es mi manera de decir al lector: "si estos rollos te parecen una plasta, te entiendo perfectamente".
Por otro lado, espero que a alguien le interesen, por eso las escribo :)
Ya sólo queda una entrada más para terminar la plasto-serie. Luego volveré al blog normal.
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