Nuestro último día en Osaka empezó con otra separación del grupo. Agustín y Mercedes querían ver el acuario de Osaka. Una buena elección; Osaka tiene uno de los mejores acuarios del mundo, con un tiburón ballena y todo. Pero teníamos pensado ver otro acuario un par de días más tarde (ya llegaremos a eso), conque los demás preferimos buscarnos otro plan. Quedamos todos a las dos y media en la estación para coger el tren a Nagoya; mientras tanto, que queda uno hiciera lo que quisiera.
Como era habitual en mí, desayuné un poco más rápido que Raquel y Nu para poder conectarme a internet durante diez minutos en las máquinas del vestíbulo del hotel, así me enteraba de cómo iban los Juegos y seguía la pista a mi grupo de heavy virtual, Mjolnir. Entonces leí la noticia del accidente de Barajas. He de reconocer que, a diez mil kilómetros de distancia, la noticia no me impresionó tanto como si hubiera estado en Madrid. Aunque para otros del grupo fue al revés: eso de que hubiera habido un accidente en el aeropuerto que dejamos unos días antes, y al que volveríamos unos días después, les afectó.
De todos modos, Raquel, Nu y yo teníamos que decir qué hacer esa mañana. Miramos nuestras guías para buscar algún pueblo interesante cerca de Osaka y nos decidimos por Uji, donde está el templo de Byodo-in, el que sale en las monedas de 10 yen. Esto último lo sé porque me lo contó un chico japonés con quien estuve charlando en el tren. Ya nos había dicho Chichirri que los de Kyoto en seguida pegan la hebra con cualquiera.
Uji está entre Kyoto y Nara. Podríamos haber hecho el viaje perfectamente en tres cuartos de hora, pero nos empanamos con los trenes y tardamos más del doble. Así que íbamos a tener que darnos prisa. Cuando llegamos a Uji, fuimos directos a Byodo-in; mi amigo del tren, que también se bajó en Uji, me ayudó a interpretar el mapa en japonés que habíamos cogido en la estación.
La entrada a Byodo-in nos pareció un poco cara. 600 yen, más otros 300 si quieres entrar en el Pabellón del Fénix, que es el principal del templo. De todos modos, el pabellón se ve muy bien desde fuera (está en un estanque) y la mayoría de las obras de arte originales del mismo están en el museo que hay en el mismo recinto y al que se puede entrar con la entrada general. Pese a no entrar en el Pabellón del Fénix, tuvimos para una hora larga de visita. Y el museo está muy bien.
Volvimos a la estación para coger el tren a Kyoto que, oh hecho inaudito, llevaba dos minutos de retraso. Pequeña anécdota sin importancia, pero dio la casualidad de que el tren que nos iba a llevar de Kyoto a Osaka nos cerró la puerta en las narices. En lugar del Super Express (que sólo tiene una parada entre las dos ciudades) tuvimos que coger el siguiente, un Local (que tiene unas veinte). Y llegamos tarde a Osaka. Estuvimos por ir a la oficina de JE a protestar por el intolerable retraso y exigir que alguien cometiera seppuku para lavar la afrenta, pero lo dejamos estar. Al fin y al cabo, pudimos coger el Shinkansen sin problemas, aunque tuvimos que sentarnos separados.
El viaje a Nagoya no tuvo más historia; sólo que Mercedes y Agustín habían tenido tiempo de comer y los otros no, pero nos apañamos con unos sándwiches comprados en el propio andén.
Al llegar a Nagoya fuimos a la oficina de turismo y comprobamos que nuestro hotel estaba más cerca de la estación de lo que creíamos. Mira tú qué bien. Y bastante céntrico. Así que nos dirigimos hacia él con cierta aprensión. Ocurría que, para ahorrar un poco de pasta, habíamos reservado habitaciones "semidobles" en el hotel com's de Nagoya. Viendo el tamaño de las dobles normales de Osaka, no queríamos imaginar cómo serían esas semidobles. Pues resultaron ser un poquito más grandes que las otras, mira tú. Las cogimos y nos fuimos a ver un poco la ciudad.
En el plano venía información variada sobre monumentos, restaurantes, tiendas y demás. Pero, qué coño, ya he dicho que estábamos en el centro. A la aventura. Volvimos hacia Sakae, nuestra estación de metro, y empezamos a flipar. Avenidas amplias, edificios futuristas, luces y neones por todas partes... bueno, la típica imagen del Japón moderno que todos tenemos. Durante la guerra, los aliados bombardearon a conciencia la mayoría de las ciudades japonesas, así que al acabar derribaron los escombros y rehicieron los trazados. Por eso en ciudades como Osaka o Nagoya, pese a ser bastante antiguas, no queda casi nada anterior al siglo XX (los castillos de ambas ciudades son sólo reconstrucciones de hormigón). No sé dónde leí que los bombarderos aliados respetaron Kyoto por su valor cultural y bla, bla. Mentira cochina. Kyoto se salvó porque era uno de los posibles blancos para la bomba atómica. El alto mando aliado quería comprobar con la mayor exactitud posible cuáles eran los efectos de la bomba; por tanto, prohibieron bombardear las ciudades elegidas como posibles blancos. Además de Hiroshima y Nagasaki, estaban Kyoto, Yokohama y algunas otras.
Bien, el resultado de todo esto son las hipermodernas ciudades japonesas. La historia es la que es y no se puede cambiar; lo único que podemos hacer es aprovechar las consecuencias positivas. Como dijo Franco, no hay mal que por bien no venga.
Recorrimos la zona, nos hicimos fotos, acordamos que nos gustaba más que Osaka y nos metimos por la cercana zona de bares, donde había mucha animación para ser jueves. Aunque los bares japoneses son un poco raros, conque acabamos yendo a lo seguro y nos metimos en un irlandés. Que, además, estaba en Happy Hour, conque me pude echar una jarra por 300 yen.
Luego buscamos un sitio para cenar y acabamos en el cuarto piso de un edificio. Esa zona es vertical; los edificios tienen tiendas y garitos varios en todas las plantas. En la puerta hay un cartel con lo que tiene cada piso; entras, subes al ascensor y listo. A nosotros no nos gustaba, creo que estamos demasiado acostumbrados a ir por la calle, ver un garito y entrar, sin tanta parafernalia. Además, muchos de estos sitios son clubes para hombres con señoritas de compañía. No necesariamente puticlubs; en muchos, las chicas sólo se toman algo con los clientes y dan conversación. Como modernas geishas; menos refinadas, pero también menos caras.
En cualquier caso, como he dicho, nosotros acabamos en un cuarto piso. Nos pilló un gancho en la puerta. En Japón no son tan habituales como en España, pero también los hay. El sitio era típicamente japonés. Japonés moderno, quiero decir. Todas las mesas estaban ocupadas por japoneses que armaban bastante jaleo y el menú no traía nombres en inglés ni apenas fotos. Iluminación y música de pub. Nuestro camarero se las apañó para explicarnos unas cuantas cosas en japanglish y pedimos un poco a voleo. Interesante y tremendo, que diría Raquel.
Y vuelta al hotel. Al día siguiente habíamos quedado para desayunar a las 7h30 (!), conque más nos valía no acostarnos demasiado tarde.
Por cierto: en el centro de Nagoya hay hilo musical por las calles. Cágate, lorito.
14 septiembre 2008
21/08 Viaje a Nagoya
Etiquetas:
Japón,
plasto-serie
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario