28 septiembre 2003

La fuerza de voluntad

Yo soy una de esas personas que sólo fuma cuando sale por ahí. Puedo fumarme medio paquete o más en una salida, y luego estar quince días sin catarlo.

Muchas veces, algún fumador me dice: "ya me gustaría a mí tener la fuerza de voluntad suficiente para poder hacer lo mismo que tú". Pues no, no es fuerza de voluntad. Es, sencillamente, que a mí el tabaco no me engancha. Mi primo Jesús dice que hay dos tipos de personas: los fumadores y los no fumadores. Y no necesariamente coinciden con los que fuman y los que no fuman. Los fumadores necesitan el tabaco y, una vez caen en él, les cuesta una barbaridad dejarlo, si es que alguna vez lo consiguen. En cambio, a los no fumadores no nos pasa eso.

Ahora estoy pasando una prueba mucho más dura. Ayer estuve en el híper con Raquel y a la muy malvada se le ocurrió comprarme un bote de dulce de leche. Lo tengo delante de mí. Me está llamando, con voz sensual, agitando sus formas provocativas. ¿Conseguiré irme a dormir sin haber acabado con él? El espíritu está dispuesto, pero noto que la carne es de un débil que para qué.

Está inmoralmente bueno.


24 septiembre 2003

Domingo dominguero

Normalmente, mis domingos consisten en levantarme a las tantas y vegetar mientras intento recuperarme de la semana y, sobre todo, del fin de semana. Pero a veces hago cosas más edificantes.

Hubo una temporada en que todos los domingos a mediodía me iba con Nu y su compañera de piso a comer por ahí de tapas, normalmente por el centro. A ver si a la vuelta de vacaciones volvemos a las buenas costumbres.

Este domingo pasado he hecho algo que puede parecer muy normal, pero no lo es para mí. Vinieron Rapunzell y Jofán a tomar café a casa. Invitación un tanto atrevida por mi parte, porque no tengo cafetera. Tuvieron que traer una eléctrica cuya clavija, finalmente, no entraba en los enchufes de mi casa, de manera que tuvimos que hacer café de puchero. Sumadas nuestras experiencias, entre los tres habíamos hecho café de puchero cero veces, así que el riesgo de intoxicación era evidente. Sin embargo, superamos la prueba con éxito. Ayudados, eso sí, por un bote de leche condensada que estuvo a punto de sucumbir a cucharadas.

Rapu es también, por si alguien no lo sabe, Pelafustana, de manera que la excusa para juntarnos había sido preparar sus canciones. No nos costó mucho, conque tuvimos tiempo de irnos al cine a ver Les triplettes de Belleville. Para asustaros, os diré que es un largometraje de dibujos animados con una estética bastante peculiar y casi mudo. Si no os he asustado, añadiré que es una película preciosa y nos encantó a los tres.

Para rematar el día, volvimos a mi casa y llamamos al Tele-Sushi para cenar. Rapu y Jofán no habían probado nunca la comida japonesa y tenían ganas; yo, por mi parte, necesitaba resarcirme del horrible japonés de Nueva York. Una vez más, éxito resonante para los tres. Mis dos amigos salieron diciendo que la próxima vez ya se tiran de cabeza al sashimi.

Ya veis, qué sencillo es pasar una buena tarde de domingo.

21 septiembre 2003

Palabras infantiles

Visitando la Bitácora de cuentacuentos de Rapunzell, he encontrado el enlace a Palabras infantiles. Que no está hecho por una madre, como dice Rapu, sino por un padre.

Me ha gustado muchísimo y supongo que, si os gustan los niños, a vosotros también. Recoge cosas que dicen sus tres hijas pequeñas, pero sin el baboseo con que otros padres hablan de sus hijitos. Encantador.


20 septiembre 2003

Los Pelafustanes, a la carga

Después de algún tiempo en que no lo tenía nada claro, los Pelafustanes están lanzados irremediablemente hacia su tercera descarga. Ya tenemos redondeadito nuestro repertorio y se van haciendo ensayos en grupos pequeños. Dentro de un mes nos juntaremos todos y espero que de ese primer ensayo general salga un concierto como dios manda.

Tiembla, mundo.


18 septiembre 2003

Murphy

Anteayer intenté hacerme un huevo frito para cenar. Tenía tres, y rompí los tres al cascarlos.

Hoy estoy haciendo un mejunje que acabo de inventar, para el cual tenía que batir un huevo. Ha salido precioso, con toda su yema redondita e íntegra.


17 septiembre 2003

Ya que estamos...

Por una vez, pongo un test que no he visto en la página de nadie.

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Tarzan!


What movie Do you Belong in?
brought to you by Quizilla



El patito de goma

Esta vez he encontrado el test de turno en la página de Beor:

¿Qué clase de pato eres?

Captain Quack Rubber Duck Quiz

La plasto-serie de Nueva York va desapareciendo del cuerpo principal del blog, pero sigue estando en los archivos por si hay alguien que quiera leerla entera. Y que tenga un día libre, porque es un rato larga. Para eso es una plasto-serie.


13 septiembre 2003

Las cinco del viernes

Este fin de semana tengo que trabajar, lo que no me hace la más mínima gracia. Pero supongo que es inevitable: el lunes tenemos que entregar un proyecto y está sin terminar.

El caso es que me apetecía escribir algo en el blog y me he acordado de que hace siglos que no contesto a
Las cinco del viernes, conque se me ha ocurrido hacerlo hoy. Allá va:

1) ¿Dónde estabas y que hacías el 11 de septiembre de 2001? ¿Cómo te enteraste del ataque a las torres gemelas?

Estaba en Alemania, por motivos de trabajo. Me enteré porque la novia de uno de mis compañeros le mandó un mensaje al móvil. Luego pasamos toda la tarde en el hotel pegados a la CNN.

2) ¿Dónde estabas y que hacías el 31 de agosto de 1997? ¿Cómo te enteraste de que Lady Di había muerto?

Creo recordar que en casa de mis padres. Me parece que pusimos la tele y estaban dando la noticia.

3) ¿Dónde estabas y que hacías el 22 de noviembre de 1963? ¿Cómo te enteraste de que habían asesinado a JFK?

En el limbo.

4) ¿Dónde estabas y que hacías el 13 de mayo de 1981? ¿Cómo te enteraste de que habían disparado al Papa?

Ni idea, la verdad.

5) ¿Dónde estabas y que hacías el 20 de julio de 1969? ¿Cómo te enteraste del primer paso del hombre en la luna?

En un apartamento en Peñíscola, con mis padres y mis tíos. Acababa de cumplir tres añitos, así que mi consciencia no era muy elevada. Recuerdo que alguno de mis familiares, no sé quién, me señaló la luna y me dijo: "Mira, por ahí van los astronautas". Es uno de mis recuerdos más tempranos.

Añadiré una pregunta más:

6) ¿Dónde estabas y qué hacías el 23 de febrero de 1981? ¿Cómo te enteraste del golpe de estado de Tejero?

Era época de exámenes en el colegio, así que fui a estudiar a casa de un amigo. Al entrar, su hermana estaba escuchando la radio y nos lo contó, pero no nos lo creímos. Pensábamos que nos estaba tomando el pelo.


10 septiembre 2003

30/8 Vuelta a casa

(Fin de la plasto-serie; prometo que las siguientes entradas serán más cortitas)

Todo tiene su final, y nuestras vacaciones no iban a ser la excepción. En realidad, iba a haber bastante movimiento en la casa: Raquel y yo nos volvíamos a España; Pilar, Georgina y Lola se iban a pasar el fin de semana en el campo, y unos amigos de Georgina (Cristina, Georg y Sebastian) venían a la casa. Cristina es colombiana y Georg, alemán. Sebastian es su hijo, creo que tiene un año. Están de obras en su casa y van a refugiarse unos días mientras les cambian el suelo. ¿He dicho ya que es muy difícil encontrar un día en que Pilar y Georgina no tengan gente invitada en casa?

Ya no íbamos a hacer visitas por la ciudad, de modo que nos levantamos un poco más tarde que otros días, a las nueve. Desayunamos y nos despedimos de nuestras anfitrionas, porque vinieron sus amigos a buscarlas. En fin, ya sabéis cómo funciona esto: besos, abrazos, buaaa, no te vayas... Sólo espero, cuando tenga invitados en mi casa, portarme con ellos tan bien como ellas.

Georgina me dijo dónde colgaban la llave de las visitas. No se puede abrir la puerta de la calle desde el portero automático, hay que bajar. Así que ellas tienen unas llaves colgadas de un clavito junto a la ventana y se las tiran al que viene. Eso tendríamos que hacer cuando llegaran sus amigos.

Amigos que no tardaron mucho. Aún estaban Pilar y Georgina en la calle cuando llegaron. Eran muy majos y Georg habla bastante bien el castellano, así que estuvimos charlando con ellos, sobre todo de las cosas de Raquel, porque él también es científico (físico).

Antes de marcharnos, Raquel quería comprar chai para su madre. El chai es una especie de té oriental que se ha puesto de moda y que suele prepararse con leche de soja. Pilar nos hizo un día y a Raquel le encantó. De manera que bajamos a una tienda que nos había dicho mi prima y en la que tenían muchas más cosas; entre otras, un juego de golf para practicar en casa. Desde que se jubiló, el golf se ha convertido en el pasatiempo favorito de mi padre (quién se lo iba a decir), así que se lo compré de regalo.

A las dos y cuarto vino a buscarnos el taxi. Nuestro avión salía casi a las seis, pero preferíamos ir con tiempo por si se ponían tontos con los controles de seguridad. Además, ya no teníamos nada que hacer.

El taxi no era uno de esos amarillos que van por Manhattan. Ni siquiera llevaba luces de taxi. Era un Lincoln Continental, uno de esos coches enormes que se ven por esta ciudad. No, no era una limusina, aunque no son mucho más caras. Una limusina es más barata que dos taxis y pueden caber hasta diez personas dentro, conque muchas veces sale a cuenta.

El conductor era hispano y llevaba puesta una emisora de radio en español, conque entendía nuestro idioma; sin embargo, no dijo una palabra en todo el trayecto. Llegamos a la terminal 3 y vi que, en lugar de dejarnos en la parte inferior, subía por una rampa al piso de arriba. Y a mí me había parecido ver que el piso superior era sólo para los de primera. En fin, él sabría más, seguro que había hecho muchas veces el recorrido. Le pagamos (se largó inmediatamente sin siquiera esperar la propina, tal vez era autista) y entramos en la terminal.

Yo tenía razón. Ahí sólo facturaban los de Business. Y no se podía bajar por ningún sitio. Conque pregunté a una chica de un mostrador y ésta, viendo que no había más gente esperando, nos facturó el equipaje allí mismo. Luego pasamos el control de seguridad, donde comprobé que Raquel tiene más cara de terrorista que yo, porque a ella le hicieron descalzarse y a mí no. Y bajamos hacia la puerta de embarque.

Por el camino pasamos junto a unas paredes de cristal por las que veíamos a los demás viajeros de clase Turista intentando facturar. Unas colas inmensas. No sé, quizás nuestro taxista era más listo de lo que parecía.

Bueno, ya sólo nos quedó recorrer las tiendas, lo que aproveché para comprarle una camiseta a mi hermano, y esperar tranquilamente a que saliera el avión. Adiós, Nueva York.

Durante el vuelo me fui leyendo los mega-tochos de la Patrulla X que le había cogido prestados a mi prima. En total, unos 100 números regulares, iba a tener entretenimiento para bastante tiempo. Y pudimos ver nuestra primera película desarrollada en Nueva York después de conocer la ciudad, así que reconocíamos todo. Nos pusieron "Abajo el amor", una comedia estilo Rock Hudson y Doris Day, pero hecha hoy día como si fuera entonces. Al principio sale el edificio de MetLife aún con el letrero de PanAm, supongo que para meter al espectador, en la época (fallo: el rascacielos de PanAm se construyó en 1963 y se supone que la peli se desarrolla en 1962). Por lo demás, es bastante entretenida.

Llegamos a Barcelona a la una y media de la mañana, hora de Nueva York. Pero, claro, eran las siete y media locales. Ya era de día, no había dormido y tenía que conducir hasta Madrid. Lo pasé fatal para no dormirme al volante.

09 septiembre 2003

29/8 Ultimo dia en Manhattan

(Séptimo y penúltimo capítulo de la plasto-serie)

Hoy viernes va a ser el último día que dediquemos a patear la ciudad. Nos dedicaremos al barrio residencial de Gramercy, el Flatiron District y el Lower Midtown.

De nuevo empezamos el recorrido por Union Square, aunque esta vez seguiremos hacia el norte. Nuestro día va a girar principalmente en torno a Park Avenue South y sus alrededores.

Lo primero que visitamos es Gramercy, un precioso barrio residencial en pleno centro de Manhattan. Después de conocer los precios del Dakota, no quiero ni pensar en lo que costará una de estas casas.

Gramercy cuenta con el único parque privado de Nueva York, Gramercy Park. Está vallado y sólo los residentes tienen la llave. En fin, si os ha tocado el premio gordo del sorteo de la ONCE y no sabéis qué hacer con el dinero, ésta es una posibilidad.

Desde aquí cruzamos hasta Broadway y subimos hasta Madison Square. Este tramo de Broadway, entre Union y Madison Square, se llama Ladies' Mile porque antiguamente concentraba todas las mejores tiendas de la ciudad, así que las señoras acomodadas venían aquí a hacer sus compras. Sigue teniendo unos edificios bastante notables.

Ladies' Mile termina en el cruce con la 5ª avenida. Pero aquí, en lugar de una plaza, el triángulo del cruce lo ocupa el Flatiron, el primer rascacielos construido en Nueva York, hace exactamente 100 años. Y, para muchos, sigue siendo el más bonito.

El Flatiron recibe su nombre de la forma de su planta, que recuerda una plancha. Al otro lado del cruce está Madison Square, de manera que hay bastante espacio abierto frente al edificio y la vista al mismo es excelente.

Madison Square, como es habitual, está ocupada por un parque; en mi opinión, uno de los más bonitos del Manhattan, con muchas estatuas del siglo XIX. Además, está rodeada de bonitos edificios, como el ya mencionado Flatiron, que da nombre al distrito, o los de las aseguradoras Metropolitan Life (o MetLife) y New York Life. Por desgracia, y para variar, todos estos edificios se encuentran cerrados al público desde el 9/11.

Lo que ya no está aquí es el Madison Square Garden, que se trasladó hace muchos años al lugar donde lo vimos hace unos días.

Después de pasar un rato en el parque, disfrutando de las vistas, seguimos subiendo por Park Avenue South hacia el Lower Manhattan. En concreto, íbamos hacia la calle 42, donde la Grand Central Terminal Station marca el final de la avenida.

De camino, paramos en la tienda de regalos del Kitano. El Kitano es un hotel japonés cuya tienda de regalos tiene escaparates a la calle, y nos llamaron la atención las cosas que exponía, a precio razonable. Acabé comprando un reloj de goma-espuma para mi madre, supongo que lo pondrá en algún sitio de la casa de la playa.

Luego ya no paramos hasta la maravillosa estación Grand Central Terminal. A diferencia de la decepcionante Pennsylvania Station, Grand Central es fabulosa. El único defecto que tiene es el horrible edificio de MetLife que hay tras ella. Nada que ver con el que tienen en Madison Square. Este fue construido por la PanAm hace cuarenta años y hace veinte, cuando la aerolínea cerró, se lo vendieron a MetLife. Es de tipo mastodonte de cristal con forma de caja de zapatos.

Bueno, olvidémonos de ese avechucho y volvamos a la Grand Central. El edificio está en la calle 42 y atraviesa Park Av. South, marcando su final. Por detrás empieza Park Avenue, sin el South. Es un edificio beaux arts, un estilo muy habitual en el Nueva York de hace cien años.

El interior es incluso más espectacular que el exterior. Una cosa muy llamativa es que, además de las habituales tiendas de estación, hay un mercado. Sí, el típico mercado con puestos de comestibles. Bueno, no tan típico: seguramente, el mercado más bonito que he visto en mi vida. Y el género que se vendía no se quedaba atrás. Pese a no ser aún los doce de la mañana, nos estaba entrando un hambre que no veas.

Para rematarlo, bajamos al sótano del edificio, que está lleno de restaurantes y puestos de comida. Eso estaba acabando con nosotros. Teníamos dos opciones: comer o marcharnos a escape. Elegimos la segunda.

Nos fuimos por la calle 42 hacia el este, en dirección a la sede de la ONU. Por el camino, pasamos junto al edificio Chrysler. No pudimos entrar en él, como tampoco habíamos podido entrar un rato antes en la biblioteca J. Pierpoint Morgan, aunque en este caso había sido por obras. De todos modos, lo principal del Chrysler Building es el exterior. Un edificio que, pese a su nombre, nunca llegó a ser la sede de la Chrysler.

Las Naciones Unidas están en una zona bastante fea llamada Tudor City. Era una zona industrial, de la que aún queda una central eléctrica y los horrendos edificios de viviendas construidos para los obreros, estilo Tudor (de ahí el nombre del barrio). El día del apagón, la central eléctrica empezó a echar humo, lo que sirvió para disparar la paranoia de atentado. Sin embargo, es normal que ese tipo de centrales eche humo cuando se apagan.

El propio edificio principal de la ONU es bastante feo, una caja de cerillas verde de casi 30 pisos. Me recordaba al edificio de Ibercaja en Zaragoza, pero aún más feo. En cambio, los alrededores no están mal.

Hay visitas guiadas al interior y valen la pena. Las hacen en un montón de idiomas, pero normalmente hay que pedirlo antes si quieres uno que no sea el inglés, así que no pudimos pedir visita en español (aunque podíamos haber cogido japonés). De todos modos, nos tocó una brasileña llamada Daniela que hablaba un inglés excelente, mucho mejor que la mayoría de los neoyorquinos. Vimos la Asamblea General, el Consejo de Seguridad y demás, además de aprender algunas cosillas sobre el funcionamiento de la organización. A la salida, Raquel me dijo que habíamos visto el lugar donde se reunía "la mayor colección de hipócritas del mundo". Sin embargo, yo creo que la diplomacia ha hecho muchísimo para evitar que nos hayamos cargado el planeta. De acuerdo, el potencial destructivo es ahora mayor que nunca; pero nunca se había usado tan poco. Por supuesto, las naciones no buscan de manera altruista el bien del mundo, pero se han dado cuenta de que, con la paz, ganamos todos.

Después de la visita, como ya habían dado las tres, volvimos hacia Grand Central para comer, no sin antes parar en una tienda a comprar un chaleco para la madre de Raquel. Acabamos comiendo en un americano del sótano de la estación, bastante bien para el precio.

Ya estábamos cansados después de tantos días pateando, conque decidimos volver a casa. De todos modos, en lugar de coger el metro, Raquel me convenció para bajar Park Avenue South andando hasta Union Square. Así nos despedimos de los rascacielos.

Claro que habíamos vuelto a quedar con Pilar, a ver si por fin Raquel podía comerse su langosta. Tenía que llegar a casa sobre las seis, pero pasaba el tiempo y no venía. Y esta vez, no podía haber confusión de lugar: que sepamos, sólo tiene una casa. Al final, decidimos irnos a sacar a Lola de paseo, para estar listos cuando ella llegara.

Y sí, nosotros estábamos listos, pero la pobre Pilar no. Al volver a casa, nos la encontramos con la mano vendada. Se había cortado con un cuchillo y había tenido que ir al hospital a que la remendaran. Nos había estado llamando por teléfono, pero nunca lo cogemos porque es preferible que dejen los recados en el contestador, en lugar de intentar entender algunos acentos bastante curiosos que se oyen en la ciudad. Una vez lo cogí por si era ella, y era una encuesta.

En fin, pedimos comida india por teléfono (a los repartidores también hay que darles propina, como si fueran camareros, porque viven de eso) y nos la zampamos en la terraza.

Cuando íbamos a acostarnos, vimos unas manchas rojas por el suelo. Pensábamos que podía ser comida que se le había caído a alguien, pero no. Al final nos dimos cuenta de que la pobre Lola había estado vomitando. Pobre bicho, por eso estaba tan rara. Bueno, Pilar cree que es cosa de los cambios de tiempo y se le pasará pronto.

Aparte de cenar langosta, nuestro plan para esta noche era ir a Smalls, el club de jazz favorito de mi prima; pero, por tercera vez en la semana, hubo que suspenderlo, esta vez de forma definitiva. Habrá que volver a Nueva York aunque sólo sea para eso.

28/8 Los artistas y los inmigrantes

(Sexto capítulo de la plasto-serie; ya queda poco)

Nuestro plan para hoy consiste en recorrer una zona poco monumental, pero llamativa en conjunto: el Village y el SoHo.

Nueva York es conocida, sobre todo, por los rascacielos de Manhattan. Sin embargo, no todo el suelo de la isla es apto para construirlos. Se necesita un suelo rocoso que sólo se encuentra en dos zonas: el Lower Manhattan (la punta sur de la isla, donde se fundó Nueva Amsterdam) y el Midtown. La zona que visitamos hoy está entre esas dos y, por tanto, está compuesta por edificios de poca altura.

Greenwich Village, llamado también West Village o el Village a secas, era la zona de los artistas. Está llena de historia y por todas partes te encuentras con la casa donde vivía fulanito, el pub donde menganita escribía sus novelas o la librería donde zutanito se encontraba con sus amigos. El barrio acabó encareciéndose mucho y los artistas, que no se distinguían por su solvencia económica, acabaron yéndose. De todos modos, el barrio no ha perdido su encanto ni su vida. Nos llamó la atención el montón de tiendas interesantes que hay, y que casi ninguna abre hasta mediodía. Y las tiendas, pubs, restaurantes y demás siguen teniendo buenos precios.

Después bajamos hacia el Soho. Como el Village, está al oeste de Broadway. Ambos barrios están separados por West Houston Street (SoHo = South of Houston). En efecto, el Soho de Nueva York no tienen nada que ver con el de Londres, pese a la casual coincidencia de nombres.

En el soho solían vivir muchos actores pero, al igual que pasó con el vecino Village, se encareció, así que se fueron un poco hacia el sur, a otro barrio cuyo nombre es otro acrónimo: TriBeCa (Triangle Below Canal, porque se encuentra al sur de Canal Street). Tribeca, en efecto, es también el nombre de la productora de cine de Robert DeNiro, neoyorquino de pro.

El Soho todavía tiene más tiendas que el Village, pero son, en general, más caras. De todos modos, es una buena zona para ir de compras, con mucho encanto.

Nuestro recorrido por el Village giraba en torno a la 6ª avenida, que lo atraviesa. El edificio más destacado es el curioso Old Jeff (su nombre completo es Jefferson Market Courthouse), un antiguo juzgado de color rojo con una llamativa torre cilíndrica, con su reloj y todo. Aparte de él, es más un barrio con encanto en el que es difícil destacar casas concretas. Tal vez la zona más bonita sea la que rodea Washington Square, especialmente Washington Mews.

Bajando desde Washington Square por Thompson Street, donde no hay una, sino dos tiendas dedicadas exclusivamente a vender juegos de ajedrez con todas las formas imaginables, llegamos al Soho. Houston Street marca el inicio de la numeración de las calles, así que volvíamos a tirar de mapa (en el Village hay una mezcla de calles nombradas y numeradas). Nos hicimos nuestro recorrido e incluso entramos en bastantes tiendas. En una de ellas, Raquel compró dos pares de zapatillas megahorteras, uno para ella y otro para Nu. Tienen forma de zapatillas de deporte, pero son transparentes. Una caña.

Como no teníamos ganas de volver a pisar Canal Street, no llegamos hasta Tribeca, aunque suponemos que es otro barrio residencial parecido al Soho. Tal vez con menos tiendas.

Volvimos hacia el West Village para buscar un sitio donde comer. Habíamos visto un montón de restaurantes japoneses, conque pensábamos ir a uno de elllos. Al final, entramos en uno que no parecía mucho más barato que los de España (raro, aquí los japoneses están tirados de precio), pero nos había gustado. Luego descubrimos el motivo del precio: cada pieza costaba casi igual que en España, pero abultaba el triple. Unos zoquetes de sashimi que casi parecían un pez entero. Abundante, de acuerdo, pero no bueno. El sushi depende muchísimo del corte. En fin, nos lo tragamos, pero nos hicieron hartarnos de comida japonesa por una temporada.

Después de comer cruzamos Broadway y nos adentramos en el East Village, la parte más barata, pero con menos gracia, de Greenwich Village. Pronto nos dimos cuenta de cómo era el barrio: en Lafayette Street, paralela a Broadway, hay un antiguo edificio de viviendas de lujo, con columnas neoclásicas, llamado Colonnade Row. Hoy día, da grima verlo.

De todos modos, también hay algunas cosas que merecen la pena en el barrio. No muy lejos de Colonnade Row, en Astor Place, hay una enorme estatua de un cubo apoyado sobre un vértice que, pese a su tamaño y peso, gira si la empujas. A su lado está el edificio más destacable de la zona, en mi opinión: Cooper Union, una escuela que se fundó hace siglo y medio para ofrecer enseñanza gratuita de calidad, y sigue haciéndolo, aunque hoy día hay tortas por ingresar en ella. Y un poco más abajo está la única calle del East Village que recuerda a las del West, St. Mark's Place (en realidad, la calle 8). Llena de tiendas curiosas y con mucha gente joven.

Como digo, el East Village está muy deteriorado en general, lo que hace que el precio de las viviendas sea bajo. Por tanto, hay muchos inmigrantes. Aquí podemos encontrar zonas como Little India e incluso Little Ukraine. Little India está llena de restaurantes indios baratos. No sabría decir qué atractivo puede tener Little Ukraine.

Ya estábamos bastante cansados, de modo que decidimos ir a sentarnos un rato al único parque del East Village, en Tompkins Square. Dejando aparte Central Park, los parques de Manhattan son bastante pequeños, salvo en el norte donde hay algunos un poco mayores. Pero ninguno es tan deprimente como éste. La continua circulación de lecheras de la policía no ayudaba a levantar nuestro ánimo, de modo que acabamos yéndonos hacia algún café del West Village para animarnos un poco.

Finalmente, nos quedamos a medio camino, en Union Square, que también tiene un parque. Union Square está entre las calles 14 y 17, y entre Broadway y la 4ª avenida, que aquí se converte en Park Avenue South. Hasta este momento sólo la conocíamos bajo tierra, pues es la estación de la línea L que nos lleva a casa de Pilar. En realidad, habíamos visto la superficie un rato antes, porque es aquí donde habíamos iniciado nuestro recorrido matutino. Esperábamos encontrar algún kiosko con mesitas en el parque de la plaza, como ocurre en muchos otros, pero no lo había, de modo que terminamos en un Starbucks de la misma plaza.

Como aún teníamos mucha tarde por delante, se me ocurrió ir a ver si ya estaban mis partituras en Chas Colin. Después de tomarnos los cafés y descansar un poco, cogimos el metro hasta el almacén donde, efectivamente, las tenían preparadas. Me dijeron que me habían llamado a casa un rato antes pero, claro, no había nadie.

Y con esto ya volvimos a casa para no cansarnos demasiado. Esa noche, Pilar nos iba a llevar a cenar langosta, lo que hacía bastante ilusión a Raquel, que no la había probado nunca. El marisco es barato en esta parte del mundo, especialmente la langosta, porque en la vecina Nueva Inglaterra se coge en abundancia y de buena calidad.

Al rato de llegar a casa llamó mi prima. Que, en vez de venir a recogernos, mejor quedábamos en Manhattan. Que el sitio estaba cerca de Union Square, podíamos quedar en un Starbucks que había...

¡Qué casualidad! Le dije que sin problemas, que precisamente habíamos estado allí hacía un rato. Así que íbamos a sacar a Lola y luego iríamos hacia allí, de ocho a ocho y cuarto. Desde luego, Murphy estaba de vacaciones en este viaje.

Saqué a Lola yo solo, porque Raquel estaba cansada y no tenía ganas de salir. Pero no sé qué le pasaba al pobre bicho; el caso es que llegamos hasta la puerta de un pub a veinte o treinta metros de casa y se quedó clavada. No había forma de que siguiera adelante. Así estuvo unos minutos hasta que dio media vuelta y se volvió a casa. Parece que no tenía ganas de pasear, lo que es raro, porque siempre que llegamos por la tarde está histérica, después de tantas horas sola en casa. A lo mejor se le hacía raro estar conmigo y sin Raquel.

Bueno, volvimos a subir y decidimos que era mejor si llegábamos pronto al Starbucks; al fin y al cabo, nosotros somos dos y nos hacemos compañía, mientras que Pilar llegaría sola.

Y vaya si nos hicimos compañía. Hasta hartarnos. Pasaban los minutos y Pilar no aparecía. Ya eran casi las nueve y decidí ir a buscar una cabina para llamar a casa, a ver si había tenido que volver directamente (raro, habría pasado a recogernos porque le pillaba de camino) o, más probable, algo la había retenido y había dejado recado a Georgina. Nada, no había nadie en casa. Móviles, dónde estáis cuando uno os necesita. De todos modos, sabíamos que los jueves suele tener clase de 7 a 9, aunque hoy no, conque decidimos esperar hasta las nueve y media por si acaso. Dieron las nueve y media y nada. De modo que nos fuimos porque, al fin y al cabo, teníamos que cenar en algún sitio. Hice una última llamada y... premio. Pilar estaba en casa. Que dónde nos habíamos metido, que nos había estado esperando hasta las nueve y diez. Difícil, porque el local no era muy grande y lo había recorrido varias veces buscándola. Al final, se desfizo el entuerto: resulta que hay otro en la esquina opuesta. El parque nos impedía verlo y ella pensaba que era el único de la plaza. Y, claro, como le había dicho que lo conocía, no me dio la dirección exacta. Murphy, hijo de la gran puta, te lo habrás pasado bien a nuestra costa.

Pilar había tenido que anular la reserva en el sitio de las langostas, conque volvimos al barrio y acabamos yendo a un restaurante francés que ella conocía. Curiosamente, nuestra camarera resultó ser madrileña. Y, bueno, como bien está lo que bien acaba, cenamos bastante bien y nos reímos con la confusión anterior. Eso sí, la langosta de Raquel iba a quedar para el día siguiente.

Por cierto: me reafirmo en que no hay pandilleros en Williamsburg (esto no es el Bronx, al fin y al cabo), pero sí raperos. Son como los makineros de España, esos que van por ahí con las ventanas del coche bajadas y el chumba-chumba a todo trapo, pero en coches enormes y con hip-hop o lo que sea. El premio se lo lleva un homínido al que hemos visto esta noche varias veces. Lleva un carro inmenso, supongo que para poder meter el equipo de música con el que va atronando y cuyos bajos se oyen a unas diez manzanas. Pero sólo lleva grabadas la caja de ritmos y el synth-bass: él mismo va largando por un micrófono. A lo mejor se considera a sí mismo un poeta urbano dedicado a su misión de difundir su arte, te guste o no. Por fortuna, no se le entiende un pijo y la gente le ignora.

08 septiembre 2003

27/8 Culturilla

(Quinto capítulo de la plasto-serie)

Creo que ya ha quedado claro que Nueva York es una ciudad superlativa. Este es otro de sus récords: es la ciudad con más museos del mundo. Tal vez sea porque cuentan como museo algunos locales que en otros sitios llamaríamos galerías de arte. De todos modos, es cierto que hay muchos y, en general, muy buenos, conque teníamos que ir a ver alguno. Así que hoy íbamos al Metropolitan Museum of Art (conocido aquí como el Met).

El Met está en la 5ª avenida, junto a Central Park, en el tramo conocido como Museum Mile por la gran cantidad de museos que se encuentran en él. Además del Metropolitan, está el Guggenheim, el Whitney, la Frick Collection... podíamos haber pasado toda la semana viendo los museos de esta zona, pero decidimos quedarnos con uno solo.

El Metropolitan abarca todo tipo de arte, desde Egipto y Mesopotamia hasta nuestros días, incluyendo algunas secciones poco corrientes en este tipo de museo, como la de armaduras o una que me gustó especialmente, la de instrumentos musicales.

La entrada costaba $12 por persona, o eso nos hicieron creer. En realidad, el museo no puede cobrar entrada y esos $12 son sólo una "donación recomendada", pero de eso nos enteramos más tarde. Puedes dar la cantidad que quieras (hay rácanos que sólo pagan un cuarto de dólar) y tienen que darte igual la entrada.

En cualquier caso, el precio valió la pena, y las audioguías también eran interesantes. Si quieres concentrar tu visita en una o dos áreas específicas del museo, no vale la pena; pero sí, como nosotros, sólo tienes un día para verlo todo, la audioguía se concentra en unas poquitas obras de cada zona del museo y da explicaciones muy interesantes. La grabación está realizada por el propio director del museo, por lo que su acento en español no es perfecto, pero al menos da la sensación de que las han cuidado. No han dejado que unos becarios grabaran lo primero que se les ocurriera, como en otros sitios.

La visita al museo nos llevó toda la mañana y al salir, después de atizarnos un hot-dog, decidimos bajar hacia el Upper Midtown en lugar de seguir explorando el Upper East Side, donde está el museo.

El Upper Midtown está justo debajo del Upper East Side. La separación viene a marcarla la calle 59, que es también el límite sur de Central Park (convertida aquí en Central Park South). Es una zona de rascacielos con dos atractivos adicionales: la catedral de San Patricio (o St. Patrick) y el museo de arte moderno, el celebérrimo MoMA.

Por desgracia, el edificio del MoMA está siendo objeto de una profunda remodelación, por lo que está cerrado, aunque parte de su colección se ha trasladado a otro edificio en Queens. Supongo que mucha gente viene a Nueva York con el propósito principal de ver el MoMA, pero no era nuestro caso. A Raquel ni siquiera le gusta mucho el arte del siglo XX. Así que lo dejamos estar.

El propio nombre de la catedral de San Patricio delata su origen. Es la catedral católica y fue construida por los irlandeses. Es un edificio neogótico, como muchas otras iglesias de la ciudad, aunque especialmente interesante. El interior también es, en mi opinión, el mejor de todas las iglesias neoyorquinas. Desde luego, muy superior a la mediocre St. John the Divine (que me recordaba a la Almudena). Cuando se construyó fue criticada por haber ido a poner un edificio tan alto y bonito en las afueras de la ciudad. Hoy está en pleno centro de Manhattan (5ª avenida con la calle 50) y los más de 100 metros de altura de sus agujas resultan empequeñecidos por los rascacielos que la rodean.

Algunos de estos rascacielos son la torre Sony, con un remate bastante bonito, la IBM y la Trump, que a mí, personalmente, no me gusta. En general, todos los rascacielos de cristal son mucho más feos que los de hormigón y ladrillos. He visto montones de veces durantes estos días el Empire State o el Chrysler Building y siempre se me van los ojos detrás de ellos.

La Trump Tower tiene, en sus seis plantas inferiores, un centro comercial y se nos ocurrió entrar en él. Pues bien, está medio vacío. Sólo se lo recomiendo a quienes quieran ir a Niketown, la megatienda de Nike, pero no era nuestro caso. De todos modos, compramos un par de discos en una tienda pequeña de Tower Records (la grande está en Broadway, por el Village).

Después de esto ya nos volvimos a casa. Por fin conocimos a Georgina, la compañera de piso de Pilar. Estos días estaba en casa de una amiga que se había quedado sola y tenía miedo (parece ser que también le tiene miedo a Lola, hay gente para todo). Georgina es catalana, y dice mi tía que se le nota porque Pilar está cogiendo acento catalán. Será de ver la TV3, porque Georgina habla igual que los hispanos de Nueva York, spanglish incluido.

Pilar hizo comida mexicana y estuvimos los cuatro cenando en la terraza, con el skyline de fondo. No es la primera vez que comía algo hecho por mi prima aquí; el lunes me cené un plato de pollo que había hecho preparando su trabajo. Estaba bastante bueno, desde luego, pero el pollo no es mi comida favorita. Con el popurri de hoy he disfrutado bastante más.

Una de las cosas que ha preparado era chile. Ella decía que no picaba mucho, Raquel opinaba que era inhumano. ¿A quién hacer caso? Lo probé y, para mi sorpresa, me pareció que no picaba en absoluto. Supongo que sería por el queso que le puse; Raquel lo odia, así que se lo había atizado a palo seco.

Estuvimos charlando bastante rato, pero allá a las once y media yo me caía de sueño. Tal vez la culpa la tuvo el vino mezclado con mis pastillas, que había seguido tomando aunque mi catarro parecía haber desaparecido por completo. Así que dejé a las tres en la terraza, me fui a la cama y ya no recuerdo nada hasta la mañana siguiente.

26/8 Los efectos del 9/11

(Cuarto capítulo de la plasto-serie comenzada más abajo)

Nos hemos levantado a una hora un poco más civilizada, sobre las ocho de la mañana. Esto del cambio de horario me está ayudando un montón a levantarme temprano y aprovechar el día para ver la ciudad.

Esta vez nos vamos a desayunar con Pilar al mall, la pequeña galería comercial del barrio donde Lola campa a sus anchas. Aparte de los cafés, cada uno de nosotros se atiza un bagel, una especie de rosca de pan típica de los judíos y, por extensión, de Nueva York. En la ciudad se nota mucho la presencia judía, no sólo en las costumbres, sino también físicamente. Es muy frecuente cruzarse con judíos ortodoxos, con su vestimenta blanca y negra, su bonete (o como se llame) y sus tirabuzones saliendo de la cabeza rapada. En la tienda de fotografía de ayer, por ejemplo, casi todos (incluido el dueño) eran así.

Volviendo al desayuno, mi bagel llevaba queso, salmón ahumado y tomate natural. Claro, el bagel no se come a palo seco, sino que se tuesta, se abre y se rellena con lo que sea. Muy rico.

Después, antes de coger el metro, pasamos por una farmacia a comprar algo para mi pertinaz catarro. La farmacéutica, muy amable, me vendió unas pastillas de pseudoefedrina que han obrado milagros. Mi catarro prácticamente ha pasado a la historia.

Nuestro plan para hoy era recorrer la parte sur de Manhattan, el llamado Downtown. Es la parte más antigua de la ciudad y no tiene el típico perfil cuadriculado del resto de la isla. Y sus calles no tienen números, sino nombres normales. Lo único común con el resto es Broadway que, como ya he dicho, cruza toda la ciudad. Así que íbamos a necesitar el mapa con más frecuencia que en el resto de nuestro viaje.

Pero esto no sería así al principio del día. Lo primero que haríamos sería tomar el transbordador de Staten Island, que une esta municipalidad (supongo que esa es la traducción más correcta de "borough") insular situada al sur de Nueva York con el extremo meridional de Manhattan. La línea del transbordador fue fundada hace casi dos siglos por el futuro millonario Cornelius Vanderbilt, natural de Staten Island. No sé quién lo opera en la actualidad pero, hecho insólito en una ciudad comercial y negociante desde su fundación, es gratis.

Staten Island es una zona residencial sin grandes atractivos turísticos. El interés del viaje radica, principalmente, en el trayecto en sí. El ferry pasa muy cerca de las diminutas y famosísimas islas de Ellis, donde está el centro por donde antaño pasaban casi todos los inmigrantes que llegaban a Estados Unidos, y Liberty, donde se encuentra la estatua más famosa del mundo, la Estatua de la Libertad.

Ellis Island tiene mala fama por las duras condiciones que sufrían los inmigrantes. Una visita a su centro de inmigración parece que va a ser semejante a una visita a un campo de concentración. Sin embargo, la leyenda es exagerada. Por lo general, los inmigrantes llegaban en malas condiciones por culpa de la dureza del viaje en barco, no porque se les dispensaran malos tratos en Ellis. Y la rigurosidad del filtro de inmigración no era tal; de 17 millones de personas que llegaron a la isla, sólo fueron rechazadas 250.000, generalmente por padecer enfermedades infecciosas. Hoy día es mucho más difícil conseguir un permiso de trabajo, especialmente tras el atentado de las Torres Gemelas, pero el país sigue necesitando la mano de obra procedente de la inmigración. Por tanto, se hace la vista gorda con los ilegales.

Es ya casi un tópico que, cuando vas a ir a Nueva York, todos tus amigos que ya han estado te desaconsejen la visita a la Estatua de la Libertad. El motivo es que la estatua, que con sus 93 metros contando la base sería enorme en cualquier otra ciudad, resulta diminuta aquí. La vista desde el mirador que hay en la corona es casi la misma que desde la base. Pero sí vale la pena contemplar la estatua en sí, y esto puede hacerse perfectamente desde el transbordador de Staten Island.

Además del bonito edificio de Ellis y la majestuosa Estatua de la Libertad, hay una tercera vista que hace el viaje en el transbordador imprescindible: la del mismo Lower Manhattan, tanto al alejarse como al volver. Una excelente perspectiva de los rascacielos.

Después de la hora de viaje en el transbordador (ida y vuelta, sin bajar en Staten Island), comenzamos la subida por Broadway.

Nuestra primera parada era Wall Street. Hay que recordar que Nueva York, antes Nueva Amsterdam, fue fundada por una compañía comercial holandesa. La actividad económica está en el mismo origen de la ciudad, así que la visita a la bolsa es obligada para no dejar el recorrido incompleto. Una curiosidad: Wall Street se llama así porque, antiguamente, había allí una muralla que se había construido para proteger la ciudad, situada íntegramente al sur de la misma, de los ataques de los indios algonquines. Nueva York ha crecido un pelín desde entonces.

Pilar nos había recomendado la visita guiada al interior del mercado de valores. Sin embargo, al llegar, nos sorprendió que no hubiera cola por ningún sitio de turistas esperando entrar. Lo que sí había era muchas vallas, seguridad privada y policía. Pregunté a un segurata si no había una entrada para visitantes me contestó que no con bastante poca educación y sin dar explicaciones. En fin, aprovechamos para ver los rascacielos cercanos, pertenecientes a grandes empresas que, por razones de prestigio, suelen instalar grandes esculturas frente a ellos. Terminamos en el New York Bank, en cuyo vestíbulo hay un mosaico que, según nuestra guía, valía la pena ver. Mala suerte: una vez más, la segurata de turno (esta vez, con mejores modos) nos dijo que ya no había visitas al interior. Luego supimos que todo esto es consecuencia del 11 de septiembre (allí, el 9/11). Por razones de seguridad, no se permite entrar a ningún edificio de la zona financiera desde entonces.

En la acera de Broadway opuesta a la entrada a Wall Street está la Trinity Church, una de las iglesias más antiguas de la ciudad. Cuando la construyeron parecía muy alta, pero hoy se ha quedado enana por comparación con los enormes edificios circundantes. De todos modos, la vista de la iglesia desde Wall Street es magnífica y su pequeño cementerio anexo, lleno de tumbas de hace 300 años, resulta encantador dentro de la ciudad. El interior también merece la incursión.

Muy cerca de donde estábamos se encuentra la tristemente célebre Zona Cero, el solar donde se alzaba el World Trade Center, con sus Torres Gemelas. Ojo: ningún neoyorquino ve nada remotamente gracioso en lo que sucedió. No se os ocurra hacerles bromas al respecto. El solar, en el que sigue habiendo máquinas trabajando, está rodeado por vallas metálicas con unos paneles que recuerdan lo que allí había y qué ocurrió. Pero no teníamos muchas ganas de verlo, así que acabamos en el Century 21, una tienda en el mismo borde de la Zona Cero en la que sólo venden ropa de marca a precios de liquidación. Buen sitio para comprar pero, pese a que Raquel estuvo una hora buscando algo para su madre, al final sólo fui yo quien compró una gorra de béisbol que me había pedido Rubén, el novio de Nu.

Ya que habíamos empezado con las compras, fuimos a otra tienda cercana donde sólo vendían vaqueros, sobre todo Levi's. Queríamos unos para Nu pero, como eran muy baratos, acabamos comprando también sendos pares para nosotros dos. Por poco más de $100 nos llevamos los tres pares.

Casi se me olvidaba el momento de nuestra entrada al distrito financiero. Hay una estatua en bronce de un toro embistiendo, a tamaño natural, que es el símbolo del lugar. Se nos ocurrió hacernos una foto ante ella porque nos hizo gracia, aunque vimos que no éramos los únicos, porque había cola. La primera era una chica en cuclillas ante el toro, tomándose su tiempo para encuadrar. Tenía pinta de española (hay muchos turistas españoles por la ciudad y se nos reconoce en seguida). Al fin, le dijo a otro chico que había al lado que estaba lista (confirmamos que eran catalanes) y el chaval se puso ante el toro, todo serio, embarcando la embestida con la mano derecha. Ante tamaña demostración, Raquel y yo nos miramos y, sin decir nada, nos largamos.

Bien, después de habernos sumergido en la vorágine del consumismo, decidimos seguir hacia el South Street Seaport, la zona del puerto junto al puente de Brooklyn. De todos los puentes que unen Manhattan con el resto de las municipalidades neoyorquinas, éste es el más conocido y, seguramente, el más bonito. Desde el puerto la vista es preciosa.

Luego fuimos al South Street Seaport propiamente dicho, que es una zona montada con muchas tiendas, restaurantes, pubs y demás. Había mucho ambiente y, la verdad, nos gustó mucho. Se parece un poco a la zona del Puerto Olímpico de Barcelona, aunque a nosotros, no sé por qué, nos recordaba más al Covent Garden londinense.

Después de un ratito por ahí, echando una birra (yo una coca-cola por si mis pastillas me hacían algo raro) y viendo por la tele el principio del Agassi-Corretja, que estaban jugando un poco más allá, en Flushing Meadows (Queens), volvimos al Civic Center, que ya habíamos visitado en parte un rato antes.

El Civic Center es el centro administrativo de la ciudad. Allí está el ayuntamiento y varios juzgados. Todos son edificios bastante bonitos por fuera, sobre todo el ayuntamiento o City Hall, y otro edificio cercano, el Municipal Building. Por desgracia, también están cerrados a consecuencia del 9/11.

Así que seguimos por Centre Street hacia el Lower East Side, la zona donde se encuentran barrios como Chinatown o Little Italy. Me llamó la atención el nombre de la calle, Centre. En inglés americano debería ser Center; pero, claro, la calle existe desde la época en que los EEUU eran una colonia inglesa.

Chinatown y Little Italy deben de ser dos de las zonas más bulliciosas de Nueva York. Calles estrechitas repletas de restaurantes y, en el caso de Chinatown, mercados de comida oriental. Y gente a mansalva. La única calle ancha de la zona es Canal Street, que atraviesa la isla de este a oeste y que es, en mi opinión, la calle más fea de Manhattan. Supongo que la Canal Street de Nueva Orleans sí valdrá la pena, pero ésta es un asco.

Eran casi las cinco de la tarde y aún no habíamos comido; parece que los bagels tienen unas propiedades nutritivas considerables. Así que acabamos entrando en un restaurante italiano de Little Italy llamado Canta Napoli. Yo me aticé unos penne especialidad de la casa, como dios. Raquel se pidió una ensalada César y fracasó ostensiblemente. Como nunca la había probado antes, no sabemos si era problema de que estaba mal hecha o, simplemente, es un plato que no le gusta. Por lo demás, nos llamó la atención que casi todo el personal hablaba español entre sí (nuestro camarero no, ese sí era italiano) y nos clavaron $7 por una botella de agua. Traída de Nápoles, eso sí. Pero fue un fallo por nuestra parte. En todos los restaurantes de Nueva York te ponen jarras de agua del grifo con hielo sin necesidad de pedirla, y el agua aquí es muy buena.

En fin, se iba haciendo hora de volver, así que dimos otra vuelta por la zona y a casa. Allí nos volvía a esperar Lola, conque la sacamos de paseo, pero en seguida nos encontramos a Pilar, que volvía a casa, y nos fuimos los tres con la perra. Vuelta a casita y a la cama sin cenar, por malos. O más bien porque, habiendo comido tan tarde, no teníamos hambre.

06 septiembre 2003

25/8 Autenticos turistas

(Tercer capítulo de la plasto-serie; ver los capítulos anteriores más abajo)

No he pasado una noche demasiado buena pero, aunque sólo fuera a ratos, he dormido. Así que a las seis de la mañana tenía los ojos como platos. Como mis esfuerzos por volver a dormirme resultaban vanos, en parte gracias a un helicóptero que se había estacionado sobre nuestra casa y hacía un ruido tremendo, a las seis y media ya estaba debajo de la ducha. De vacaciones y levantado antes que Raquel; debió de salir en el telediario.

Nuestro plan para hoy era comenzar por el Upper West Side (donde el Dakota) e ir bajando hasta donde llegáramos. Sin embargo, antes necesitábamos comprar pilas para la cámara de Raquel. El día anterior habíamos comprobado que las pilas alcalinas dan para sacar dos o tres fotos con una cámara digital, no más, así que le pedimos a mi prima que nos dijera dónde había una tienda de fotografía pra comprar baterías de litio.

Nos mandó a una de la calle 34. Como casi todo en esta ciudad, era enorme. Me recordaba mucho al Ikea, aunque aquí te entregaban ellos mismos lo comprado después de pagar en las cajas de la salida.

Claro que, al salir de la tienda, no nos resultó demasiado difícil ver el edificio más famoso de la calle 34, de todo Nueva York y, me atrevería a decir, del mundo entero: el Empire State Building. Conque decidimos cambiar nuestros planes e ir hacia allí.

Por si os habéis preguntado por qué se llama así el edificio, cada estado tiene un lema oficial, es el "estado de" lo que sea. Y Nueva York es el "estado del imperio", es decir, "The Empire State", tal como reza en las matrículas de sus coches.

Hablando de coches: los párkings de Nueva York son descomunalmente caros. Se ven anuncios enormes por la calle que anuncian aparcamiento por casi cinco dólares... ¡por un cuarto de hora! O media hora por seis y medio. Eso sí, lo caro es la primera hora, luego baja mucho. Es normal que la primera hora cueste más que las once siguientes juntas. O las "tarifas planas": aparca antes de las diez de la mañana y llévate el coche antes de las diez de la noche por $20.

Volvamos al Empire State Building. Todo el mundo nos había dicho que, por muy típico de turistas que pareciera, valía la pena subir al mirador. Y tenían razón, yo también lo recomiendo. $11 (por cabeza) bien gastados. En cambio, las audioguías no valen gran cosa.

La visita, desde leugo, está montada para turistas. Hay que hacer bastante cola y, mientras esperas, te machacan con publicidad de las audio-guías y de una atracción llamada "Skyride" que tienen en el propio edificio y en una especie de paseo virtual por Manhattan en un cine de esos que se mueven. Y digo yo: si estamos en la ciudad de verdad, ¿para qué queremos la virtual? También nos hicieron una foto horrible, con una foto de la ciudad de fondo, por la que pretendían cobrarnos $16.25. Sí, hombre, sí.

Tras la caída de las Torres Gemelas, el Empire State ha vuelto a ser el edificio más alto de la ciudad, con sus 381 metros de altura (443 con la antena). Tiene 102 pisos, pero los superiores corresponden a la torre de amarre de zepelines que, como podéis suponer, no se usa mucho en la actualidad. El célebre mirador está en el piso 86. Por lo que nos había dicho Pilar, la vista nocturna es impresionante. Sin embargo, era por la mañana, así que nosotros disfrutamos de la no menos espectacular vista en un día radiante, sin asomo de la tan frecuente bruma. Con una buena guía, ves todo Nueva York (la audio-guía ofrece pocos comentarios interesantes y muchas chorradas).

Para completar la visita turística, nos compramos dos tazas con el famoso simbolito de I@NY (bueno, no es una @, sino un corazoncito, pero no sale aquí el corazón).

Ya que estábamos por ahí, fuimos a ver Pennsylvania Station y el Madison Square Garden, que están en el mismo edificio, pero nos marchamos en seguida porque es bastante feo. Según supimos más tarde, el edificio era antes muy chulo, pero lo derribaron y pusieron una cagada en su lugar.

Después nos metimos a echar un vistazo a Macy's, los mayores grandes almacenes del mundo, situados en la cercana Herald Square (cruce de Broadway con la 6ª avenida), pero duramos poco porque no había más que ropa. Y hay sitios mejores para eso.

De modo que decidimos dejar la zona de Herald Square y subir hasta Times Square (Broadway con la 7ª), el corazón del Theater District, la zona de los famosos teatros de Broadway.

Lo que generalmente conocemos por "Broadway" es sólo una pequeña parte de esta larguísima calle que atraviesa Manhattan desde su extremo sur hasta la punta norte. Pero no va paralela a las avenidas, sino que las corta en algunos puntos, formando plazas triangulares como las mencionadas Herald y Times. Las dos tienen nombres de periódicos, por cierto (el New York Herald y el New York Times). Esta última tiene una curiosa ordenanza: los carteles de las tiendas y empresas que hay en ella deben ser de neón.

Conque, después de comer en un autoservicio italiano (en los autoservicios no se da propina, por cierto), subimos a rematar la tarde paseando por los teatros y el cercano Rockefeller Center. Entramos al B. B. King Blues Club y vimos que el jueves toca Johnny Winter, pero me temo que me quedaré sin verle.

Aproveché nuestra estancia en la zona para arrastrar a Raquel hasta Charles Colin Publishers, una casa especializada en partituras de jazz, donde quería comprar algunos arreglos para mi Banda. Yo creía que tendrían una tienda normal, pero es más bien un almacén. Me dejaron un catálogo, elegí lo que quería y me lo encargaron para pasar a recogerlo más adelante esta misma semana.

Tenía la dirección de Charles Colin, pero nuestro trayecto hasta allí fue algo accidentado porque me confundí con el sistema de numeración de Manhattan Es bastante útil y lógico, pero yo pagué la novatada.

En Manhattan, las avenidas numeran sus casas de sur a norte, pero en tramos de veinte números cada dos calles. Así, con sólo saber un numerito clave para cada avenida concreta, puedes determinar la situación de cualquier número. Por ejemplo: para la 3ª avenida, el número es el 10. Por tanto, el nº 826 estará junto a la calle 51 (826/20 + 10). Y las calles son aún más fáciles. Se numeran en bloques de 100 números, comenzando desde la 5ª avenida. Cada calle se divide en dos tramos, este y oeste, según su situación respecto de la 5ª avenida. Charles Colin está en el 315W (oeste) de la calle 53; por tanto, entre la 8ª y 9ª avenida. Nosotros estábamos entre la 6ª y la 7ª pero, en vez de ir hacia el oeste, fuimos hacia el este. Nos costó un buen rato darnos cuenta del error.

Así explicado, el sistema puede parecer lioso, pero es muy simple cuando uno se acostumbra.

Después de la caminata del día, equivocaciones incluídas, yo volvía a estar hecho mixtos porque mi catarro seguía fuerte y poderoso. Así que terminamos nuestro recorrido en Bryant Park, un pequeño parque en una plaza por la calle 42. Un poco más allá veíamos el Chrysler Building, un elegante rascacielos que fue el edificio más alto del mundo por unos meses, hasta que lo superó el Empire State Building (sigue siendo el segundo edificio más alto de la ciudad), y toda la zona del Lower Midtown, pero tendría que quedar para otro día.

De vuelta a casa, como mi prima no estaba, tuvimos que sacar a Lola a pasear. Nuestro estado físico era lamentable, pero el pobre animal llevaba todo el día encerrado y Pilar no volvería hasta las ocho y media, previsiblemente también cansada. Conque allá fuimos, con nuestra nula experiencia en el asunto. Era la primera vez que sacaba a pasear un perro sin su amo. Conque también fue la primera vez que recogí del suelo una caca de perro.

El paseo, sin embargo, estaba resultando sorprendentemente agradable, tal vez por la relativa tranquilidad del barrio y lo despacito que íbamos. Estábamos Raquel y yo discutiendo si íbamos a tomar algo al Iona cuando, de repente, Lola echó a correr. Por suerte, la llevaba atada, pero me hizo correr a mí también para seguirla. Me preguntaba qué o a quién había olido, tal vez a mi prima que volvía antes de lo previsto.

Pero no. Se metió como una flecha en el Iona, siguió hasta el patio trasero y allí se paró, como si nada. ¡Buena perra! Yo era el que quería ir a echar una birra y Raquel no, pero tuvo que aceptar los hechos consumados.


04 septiembre 2003

Un peligro para Bush

Esta vez, el test de turno lo he cogido de la página del señor Dry [actualización: quito el enlace porque su blog ya no existe].

Lo siento, Dani, te he ganado.

morally deficient
Threat rating: Medium. Your total lack of decent
family values makes you dangerous, but we can
count on some right wing nutter blowing you up
if you become too high profile.


What threat to the Bush administration are you?
brought to you by Quizilla

03 septiembre 2003

24/8 Esdoy agadarrado

(Continúa la plasto-serie, ver más abajo el capítulo anterior)

El domingo, en efecto, a las siete de la mañanan estábamos en pie. Pilar no podía venir con nosotros porque tenía que preparar un trabajo para el día siguiente (estudia cocina), pero Raquel y yo ya teníamos planificado el día. Iríamos a Harlem, que está en el norte de Manhattan.

El mejor día para ver Harlem es, precisamente, el domingo por la mañana. Los vecinos (sólo había dos tipos de gente: negros y turistas) se visten como si fueran a una boda y pasan la mañana en la iglesia de su comunidad baptista.

Yo me levanté estornudando y moquiteando; podía ser una simple alergia mañanera, pero sospechaba que había cogido un catarro considerable. Por desgracia, tenía razón. De modo que pasé el día con el pañuelo en la nariz. Y descubrí que los pañuelos de papel yanquis son malísimos. Además, no los venden en paquetes de 10, sólo en cajas. Menos mal que llevábamos un bolso grande y podía llevar esas cosas.

Pilar nos había recomendado la Abyssinian Baptist Church porque, según le habían dicho, era el mejor sitio para escuchar gospel. Conque, después de dar una vuelta por Harlem, aterrizamos allí poco antes de las once. Manhattan puede ser el lugar más fácil del mundo para orientarse: es una isla alargada de norte a sur, surcada por una cuadrícula de calles numeradas. Las avenidas van de norte a sur, numeradas de este a oeste (hay algunas adicionales, más cortas, sin numerar, con nombre propio) y las calles transversales se numeran de sur a norte. Pero, en algunos tramos, las calles y avenidas numeeradas tienen también un nombre propio. Así, la Abyssinian está en la calle 138, esquina con Adam Clayton Powell Jr. Boulevard (en realidad, la 7ª avenida). Los nombres en Harlem corresponden a líderes negros. La 8ª avenida es Malcolm X Avenue y la calle 125, Martin Luther King Jr. Boulevard.

Debía de ser verdad que el espectáculo de la Abyssinian merece la pena, porque había una cola tremenda (sólo para los turistas, los negros de la congregación entraban directamente). Cerraron las puertas mucho antes de que nos tocara entrar, pero nos dirigieron a otra iglesia pequeña cercana. Allí fuimos y vimos que, por esta vez, las películas no mienten. El pastor predicaba de forma histriónica, entre los gritos y aplausos de sus fieles (los turistas estábamos en el piso superior y no nos canteábamos). De vez en cuando, cantaban acompañados por un tipo al Hammond y un chavalín de unos diez años que le atizaba a la batería.

Después de un buen rato, el predicador anunció que el servicio iba a durar una hora más e iban a cerrar las puertas; por tanto, quien quisiera irse debía hacerlo en ese momento. Como el acento de esa gente es casi ininteligible y no nos enterábamos de casi nada, decidimos largarnos.

Aún era pronto para comer (poco más de las doce), así que nos fuimos a ver otra zona del barrio. Vimos el distrito de St. Nicholas, antiguo barrio de lujo. En efecto, Harlem empezó siendo un barrio residencial para blancos, hace más de un siglo. También nos dimos una vuelta por el cercano parque de St. Nicholas, al pie del espectacular City College de la Universidad de Nueva York.

Hacia la una y cuarto fuimos hacia Sylvia's, el restaurante más famoso de Harlem, para el brunch. El brunch es una tradición muy neoyorquina que ahora se está poniendo de moda entre el pijerío español. Consiste en el equivalente a nuestra merienda-cena, pero entre el desayuno y el almuerzo (brunch = breakfast + lunch). Por tanto, unes cosas típicas del desayuno (bollos, huevos y demás) con otras de la comida (pollo, carne, pescado...). Yo pedí huevos fritos con albóndigas de salmón y patatas fritas; si hubiera pedido los huevos revueltos y poco hechos, habría sido perfecto. En cambio, Raquel metió un poco la pata y pidió tortitas y pollo. El pollo le duró un momento, pero la mitad de las tortitas se quedaron.

Sylvia's es un sitio en el que suele haber bastante cola, pero nosotros tuvimos suerte y, pese a llegar en la hora punta, entramos en seguida. Los domingos tienen cantantes entre el público, lo que le da un ambiente peculiar. El público reflejaba lo visto en el resto del barrio: negros ataviados con sus mejores galas y turistas.

Después del brunch bajamos hacia Morningside Heights, al sudoeste de Harlem. De camino, vimos la tumba de Grant (una copia de la de Napoleón en los Invalides de París, con bancos en el exterior que resultan la versión hortera del Parque Güell de Barcelona) y la impresionante iglesia de Riverside.

En Morningside Heights está el bonito campus de la Universidad de Columbia. Como era principio de curso, había una especie de fiesta de bienvenida para los alumnos de primer año. Había un escenario y un montón de filas de sillas dispuestos, pero nosotros nos limitamos a recorrer el campus y nos marchamos hacia la inmensa catedral de St. John the Divine.

St. John the Divine está inacabada y, además, hace año y medio un incendio destruyó parte del edificio. Cuando se termine será la mayor catedral del mundo, lo que no es de extrañar en una ciudad en la que todo es mastodóntico.

Dentro de la iglesia me llamó la atención que no intentaban hacernos pedir perdón por entrar a molestar, como es tan habitual en la iglesias europeas. Esto se repitió en todas las que visitamos; sólo prohibían usar flash durante los servicios; pero, aparte de eso, podías visitar los recintos a tu antojo. Tal vez sea porque todo es relativamente moderno y no hay cosas antiguas que conservar. De todos modos, el valor arquitectónico de la catedral no es muy grande. Lo que más nos llamó la atención fueron las vidrieras, inspiradas en las de Chartres, pero con temática moderna.

Para acabar la tarde, bajamos hacia Central Park, que casi limita al norte con St. John the Divine. Mi catarro iba a peor, así que me estaba cansando bastante. De modo que, en vez de bajar paseando por el parque, cogimos el metro hasta la calle 72 (Central Park acaba en la 110).

La parada de la línea roja en la calle 72 sale al pie del famoso edificio Dakota. En Nueva York hay muchas estaciones con el mismo nombre, y muchas también que tienen dos. Esto se debe a que las líneas de Manhattan siguen la estructura superficial de la ciudad. Así, la línea de metro que pasa por casa de Pilar es la L, que tiene su última parada de Brooklyn en Bedford Av (a unos 200 metros de su casa) y luego entra en Manhattan, atravesándola bajo la calle 14. Por tanto, sus estaciones de Manhattan tienen el nombre de la avenida a la que salen. Pero esas mismas estaciones, en las líneas que atraviesan de norte a sur, tienen el nombre de la calle (en este caso, la 14). Así, para volver a casa, sólo tenemos que coger el metro más cercano, bajar en la estación de la calle 14 y coger allí la L hacia Brooklyn. Además, hay dos tipos de líneas: locales y exprés. Las líneas locales paran en todas las paradas, mientras que las exprés comparten el mismo recorrido, pero sólo se detienen en las paradas principales.

Como decía, salimos al pie del edificio Dakota. Es uno de los edificios de viviendas más caros de Nueva York y, por tanto, del mundo. Un apartamento de tres dormitorios puede valer diez millones de dólares. Se hizo famoso en todo el mundo a finales de 1980, cuando mataron a John Lennon frente a él. Yoko Ono sigue viviendo allí.

A causa de este hecho, la parte de Central Park situada frente al Dakota se remodeló, creando una zona en forma de lágrima llamada Strawberry Fields. Y por allí entramos al parque. A la entrada hay un mosaico circular en el suelo con la palabra "Imagine" en el centro. En ese momento había unos cuantos músicos a su alrededor tocando canciones de los Beatles. Daba la impresión de que era gente que se había juntado por azar, debe de ser habitual que vaya allí gente a cantar canciones de John Lennon.

Seguimos cruzando el parque hasta la fuente de Bethesda, situada junto a un estanque. Hay otro muy grande en el centro del parque, el Reservoir, pero éste estanque es uno más pequeño. Vimos a un chaval que estaba haciendo un número de escapismo y luego seguimos nuestro camino por el Ramble hasta otro laguito situado en el extremo este del parque. Había un montón de gente manejando pequeños veleros por control remoto, con pinta de ser alquilados, pero no vimos de dónde los sacaban. En las orillas había dos estatuas grandotas de bronce: una de Hans Christian Andersen y la otra de Alicia en el País de las Maravillas. Llenas de niños que se subían a ellas.

Estuvimos un buen rato descansando para ver si me descongestionaba un poco, pero cada vez iba a peor, conque nos fuimos hacia casa. Raquel pensó que lo mejor era que me acostase nada más llegar, a ver si con un buen sueño se me pasaba, lo que me pareció una excelente idea. De forma que estaba en la camita poco después de las siete. Vinieron unos amigos de Pilar a cenar pero, cuando Raquel entró a avisarme, ya estaba dormido, así que no me molestaron. Día y medio en Nueva York y aún no la había visto de noche.

23/8 El día más largo

(Inicio de la plasto-serie sobre mi viaje a Nueva York)

Salimos de Barcelona a las 10,40h. Eso significa que teníamos que estar en el aeropuerto antes de las nueve, para evitar problemas. Por tanto, despertador a las siete de la madrugada.

Ya se sabe que estos trastos tienen vida propia, de manera que decidió sonar a las siete menos cuarto. Raquel, como es su costumbre, se levantó de inmediato, revitalizada sin duda por la cara de sueño que yo tenía. Seguro que llevaba despierta desde tres horas antes.

El que, misteriosamente, aún no había amanecido, era mi padre. Al parecer, confiaba en que nos levantáramos por nuestra cuenta y le hiciéramos mover una vez estuviéramos listos para llevarnos al aeropuerto. Y así fue.

Salimos de casa antes de lo previsto y llegamos al aeropuerto sobre las ocho y media. Primer problema: ¿cuál de las tres terminales era la nuestra? Está claro que Murphy no se levanta tan temprano en sábado, porque en seguida vimos un cartel ante la puerta de la primera terminal, con los anagramas de todas las aerolíneas que operaban desde ella. Y una de las poquísimas cuyo nombre estaba escrito en letras suficientemente grandes como para que yo pudiera leerlas desde el coche era Delta, la nuestra. Abajo.

Raquel y yo fuimos directamente a facturar, mientras mi padre intentaba aparcar. Aquí hizo Murphy un débil intento y consiguió que nos sacaran de la cola para hacernos abrir todo el equipaje. Lo cierto es que fueron bastante amables y, al menos, pasamos un rato entretenido.

Después de todo el proceso, facturamos y fuimos hacia la cafetería donde habíamos quedado con mi padre. Perfecta sincronía: en ese preciso instante volvía de aparcar. Desayunamos los tres juntos y luego cada cual se fue a lo suyo.

Raquel y yo paramos en el duty-free a comprar drogas varias para Pilar (Ducados y vino), y de allí seguimos hasta el avión.

Durante el vuelo nos tocó un azafato que hablaba español, así que estuvimos muy bien atendidos. Raquel sólo se quejó un poco porque no se llevó un vaso usado (supongo que se olvidó). A cambio, parece que le gustó que, al hacer la reserva, le pidiera menú sin lácteos.

Otro detalle interesante fue que teníamos las películas en inglés y en español, a elegir. Español de España, por cierto. Nos tocaron "Se montó la gorda", con Steve Martin y Queen Latifah (entretenida, la están dando ahora en los cines españoles) y una gilipollez con un presunto cómico llamado Chris Rock que en España nunca ha tenido el más mínimo éxito pero, misteriosamente, en Estados Unidos sí. Aparte de eso, terminé de leer "Harry Potter and the Order of the Phoenix" y Raquel durmió un poquito.

Llegamos a Nueva York con adelanto sobre el horario previsto, por lo que tuvimos que esperar un rato a que llegaran los de Inmigración para pasar el control de pasaportes. Por cierto: Delta llega a JFK, terminal 3, por si vuelvo. Después, a recoger el equipaje, momento que la siempre optimista Raquel aprovechó para buscar al encargado, por si tenía que hacer una reclamación si su maleta se perdía. Pues no: apareció.

Después de pasar la aduana, nos dirigimos a la parada de taxis, donde en seguida cogimos uno que, fiel al tópico, iba conducido por un indio con un acento que tiraba para atrás. Lo malo es que llevaba el aire acondicionado a todo trapo y me daba en los morros, lo que me costó un resfriado bastante importante durante los días siguientes. Y bastante mosqueo durante el trayecto porque el tío iba todo el rato hablando solo. Al final descubrimos que estaba usando un móvil de manos libres.

Aparecimos en casa de mi prima Pilar sobre las dos y media, hora de Nueva York. Las ocho y media hora española, pero nuestro día iba a durar 30 horas en vez de 24. Por primera vez en mi vida estaba experimentando el jet-lag. Pilar vive en Williamsburg, un barrio de Brooklñyn situado junto al East River, al este de Manhattan. Brooklyn, al igual que Queens (donde está el JFK), está en Long Island. Todos los distritos de NY están situados sobre islas, salvo el Bronx, al norte de Manhattan. Aunque se considera que Manhattan es el centro de Nueva York, y desde luego es con gran diferencia la zona más interesante, está en el extremo occidental de la ciudad. Al oeste de la isla está el Río Hudson, que separa la ciudad del estado de Nueva Jersey. Al sur, el mar y la pequeña isla de Staten Island, el quinto distrito de la ciudad.

Desde la terraza del piso de Pilar hay una vista fabulosa del skyline de Manhattan. Sin embargo, su barrio es totalmente distinto: casa bajitas, la gente se conoce, muchos jóvenes... mucha basura también. Ella está encantada y, la verdad, no me extraña. Además, el alquiler es, según dice, "un chollo". Eso significa que sólo cuesta el doble de algo parecido en Madrid.

Pilar tiene una perra llamada Lola. Si todos los perros fueran como ella, tal vez dejaría de ser un defensor tan acérrimo de los gatos. Es un bichejo encantador. Auténtico canis vulgaris, aunque pequeñito (pese a que ya es adulta), le cuesta unos diez segundos hacerse amiga de cualquiera, pero no es nada plasta. Pilar la tiene muy bien enseñada, de modo que no ladra y puede ir suelta por la calle sin meterse en líos.

Como habíamos comido bastante en el avión, no teníamos hambre, así que Pilar y Lola nos llevaron a ver el barrio. Es como los de las pelis, pero sin pandilleros. En realidad, en Nueva York hay menos crimen de lo que parece, entre otras cosas porque hay mucha policía. Los ves por todas partes, a su bola, aparentemente ociosos, pero es cierto que dan sensación de seguridad. Además, no se meten con la gente. Teóricamente, Lola debería ir siempre atada por la calle, bajo multa de $50; pero los polis del barrio ya la conocen y no dicen nada si va suelta. Incluso le hacen carantoñas.

Esa es una de las cosas que en seguida me llamaron la atención: todo el mundo hace monadas a los perros por la calle. Una de las razones puede ser que casi no hay caca de perro por las calles. Sin embargo, he observado que cagan tanto como en cualquier otro sitio. Qué cosas, ¿verdad? ¿Cuál será el misterio?

De todos modos, hay muchos sitios donde no dejan entrar a los perros. Uno de los que sí es el 'Iona', un pub irlandés. Así que allá fuimos los cuatro, a tomar unas cervezas en el patio trasero. Lola no, claro; ella sólo correteaba y jugaba con todo el mundo. Además, también dejan fumar, y Raquel y Pilar tenían el mono.

En el 'Iona' aprendimos cómo funcionan las propinas en EEUU. Es típico de los españoles quejarse por tener que dar propina; sin embargo, así es como funcionan las cosas. Es como el IVA: se paga y punto. En un pub, sueles dar de propina un dólar por cada bebida que pides. Si sois varios, das un poco menos. Así, nosotros pedíamos las cervezas de tres en tres y dejábamos un par de dólares cada vez. A un taxista le das las vueltas; por ejemplo, al que nos trajo del aeropuerto ($28.50), lo correcto era dejarle hasta $30. Como nosotros no llevábamos suelto y no queríamos quedarnos cortos, le dejamos $5 más, lo que hace una buena propina, pero no inusual. En un restaurante, si no marcan ellos mismos la propina (cosa habitual), es corriente dejar el 17,20% en Nueva York. Este numerajo sale de doblar las tasas (equivalentes al IVA, y que en Nueva York son inusualmente altas, el 8,6%). Así, si en la factura vienen $4 de tasas, dejas $8 más de propina. Muchos camareros no tienen sueldo y viven tan sólo de las propinas, conque es importante dejarlas.

Acabamos cenando (sin Lola) en una terraza de un restaurante americano del barrio. Ya que acabábamos de llegar, comimos hamburguesas, bastante buenas. Pilar se empeñó en invitarnos y vimos cómo se pagan las propinas con tarjeta: dejan un espacio en el recibo de la misma para que escribas la cantidad que quieras, y luego lo vuelven a pasar a mano. Curioso.

Como llevábamos muchas horas levantados, Raquel y yo nos fuimos a dormir nada más volver a casa, aunque sólo eran las nueve de la noche. Parecía que no tendríamos problema para madrugar al día siguiente.

01 septiembre 2003

Piratas del Caribe

Estas vacaciones he visto "Piratas del Caribe" y se la recomiendo vivamente a todos los amantes del cine de aventuras.

Acabo de echar un ojo al blog de Rapun, gran aficionada al Quizilla y similares, y he visto que había contestado a un test para determinar qué personaje de la película era. Lo he hecho yo también y... vaya, Rapun, no se lo digas a Jofan.



Which Pirates of the Caribbean character are you?

De vuelta en Madrid

Todo lo bueno se acaba, y las vacaciones no son una excepción.

Durante mi viaje a Nueva York he estado escribiendo un diario y lo iré transcribiendo aquí durante los próximos días. Os advierto de que es un tocho, porque me sentía inspirado. Siete u ocho hojas de cuaderno cada día. Como podéis suponer, la ciudad me ha encantado y ya estoy esperando la oportunidad de volver.