19 octubre 2008

29-30/08 Vuelta a casa

Nuestro viaje llegaba a su fin en el momento justo, cuando ya no podíamos ni con el pelo.

Era nuestro decimoquinto día en Japón, de modo que el JR Pass ya no nos servía (hay para 7, 14 ó 21 días). Tokyo es un tanto lioso para el transporte porque hay dos compañías distintas de metro (Tokyo Metro y Toei) y varias de cercanías (JR y otras más pequeñas). A veces comparten estaciones, pero sus billetes no son compatibles. Si cambias de red tienes que pagar un billete de transbordo. Uno de los primeros días, en Asakusa, nos equivocamos y compramos billetes de Toei cuando necesitábamos de Tokyo Metro. Los empleados de la estación, cómo no, arreglaron el problema, nos devolvieron el dinero y nos explicaron lo que teníamos que hacer.

En lugar del Narita Express, de JR, cogeríamos el Skyliner, de Keisei, que sale de Ueno y es más barato. Así que cogimos el metro a Ueno y fuimos a dejar nuestros equipajes a la estación de Keisei Ueno, en las consignas. Además, tuvimos suerte con los horarios del tren: queríamos cogerlo sobre las seis, y justo a las 17:55 salía el primer Eveningliner, el tren que sustituye al Skyliner al atardecer (sí, anochechía sobre las seis) y que, pese a hacer el mismo recorrido en el mismo tiempo, es bastante más barato. Vaya usted a saber. El caso es que compramos los billetes, quedamos a las cinco y media junto a las consignas y volvimos a separarnos.

Lo del fondo es un estanque, aunque no lo parezcaNo sé bien a qué dedicaron el día Cassandra y Jofán (creo que estuvieron por Akihabara), pero nosotros tres casi no hicimos nada. Dimos una vuelta por los estanques del parque de Ueno (casi no los vemos porque están cubieros por enormes nenúfares), otra por las tiendicas del barrio y nos fuimos pronto a comer, sin ganas ya de patear. Y, después de comer, a un Starbucks a echar la tarde hasta coger el tren.

Cerca de la estación nos encontramos con nuestros compañeros, que también estaban cansados y haciendo tiempo. Conque nos fuimos, cogimos las maletas y al tren. Adiós, Tokyo.

Claro que despedirnos del todo de Tokyo nos costó más de una hora de viaje. De verdad, la conurbación es enorme. Pero al final llegamos al aeropuerto, facturamos y al avión sin muchas más incidencias, salvo intentar gastar los últimos yenes en las pocas tiendas que quedaban abiertas, pues nuestro avión era el último que salía de esa zona del aeropuerto.

Para mí el viaje de vuelta fue mejor que el de ida. Al viajar de noche, tuve menos problemas para dormir un poco en el avión a París. Además de eso, esta vez sí gané varias veces al Shanghai y, aprovechando que mi tele funcionaba mejor que en el viaje de ida, vi un par de pelis con doblaje mexicano: "El Hombre de Hierro" y "Kung-Fu Panda". "El Hombre de Hierro" me pareció una gilipollez de cuidado.

Llegamos a París a las 4h15 hora local. 11h15 en Japón. Esta vez teníamos tres horas de escala, que algunos aprovecharon para dormir. Aunque no teníamos que cambiar de terminal, los franceses nos hicieron pasar otro control de seguridad; de verdad, cada vez entiendo menos las estupideces de los aeropuertos. Y luego, para montar en el avión, tuvimos que enseñar los pasaportes dos veces seguidas. Cuánta gilipollez. Qué pronto estaba echando de menos Japón.

Quoth the Raven...A diferencia de otros viajes, esta vez sí he llevado la plasto-serie más o menos al día. Escribí estas líneas desde el avión que nos llevaba a Madrid. Desde el aeropuerto iba a coger un taxi con Raquel y Nu para irnos cada uno a su casa. Eran las ocho y cuarto de la mañana; tenía todo el día por delante, pero en las últimas treinta y una horas sólo había dormido un par de ratos sentado en un avión. Así que no tenía muchas esperanzas de aguantar. Mi intención era hacer algo parecido a lo de Osaka: seguir despierto y acostarme temprano, para dormir más horas de lo normal y recuperar pronto el horario español. Sin embargo, ahora os puedo decir que fue diferente: a las doce del mediodía me quedé frito y me desperté a las ocho de la tarde. Pero a las doce de la noche conseguí volver a dormirme y hasta la mañana siguiente no me levanté. Conque recuperé el horario y el sueño perfectamente. El lunes la vuelta al trabajo no se me hizo tan dura como podría haber sido.

14 octubre 2008

28/08 El Museo Nacional de Tokyo

Para el jueves sí teníamos planes comunes. Todos queríamos ver el Museo Nacional de Tokyo, situado en el parque de Ueno, como muchos otros. Yo también quería ver una exposición de Vermeer que había en el cercano Museo Metropolitano, pero la idea no despertó mucho entusiasmo.

Pues no, no es YodaEl Museo Nacional de Tokyo está dedicado en exclusiva al arte asiático, sobre todo al japonés. Desde la prehistoria (se calcula que los primeros asentamientos humanos en Japón datan de hace 30000 años) hasta la actualidad. Después de desayunar juntos, nos fuimos directamente al museo. Y allí pasamos cuatro horas dando vueltas, cada cual a su bola.

No es un museo inmenso, como pueden ser el British, el Louvre o el Hermitage, pero sí bastante grande. Con lo de que no es inmenso quiero decir que se puede ver entero en un día, incluso con cierto detenimiento. Para verlo en cuatro horas ya hay que correr más o saltarse algún pabellón, como hice yo. Me dejé el pabellón asiático, así que me concentré en las obras japonesas.

Como es habitual en Japón, el museo está organizado para verlo con facilidad sin dejarte nada. En cada pabellón sólo hay que seguir el recorrido marcado. Primero vi el segundo piso del pabellón japonés (Honkan), que es un recorrido cronológico por el arte japonés. El arte oriental es muy distinto del occidental. Apenas hay pintura en lienzo (salvo en los últimos tiempos); las viviendas japonesas se pintaban directamente sobre la "pared". Y también hay muchas muestras de caligrafía, ya que la escritura ideográfica se presta a ello.

En cinco minutos me visto y bajo...En el primer piso las obras se ordenan por tipos o estilos, lo que lleva a cierta duplicidad con el segundo. Es lo mismo, pero ordenado de otra manera. Aquí llaman la atención las armas y armaduras de la época de los samurai.

En el mismo edificio había una exposición temática dedicada al budismo a lo largo de la historia. Las estatuas de Buda procedentes de zonas como Pakistán son bastante llamativas porque representan a Buda con rasgos occidentales, mientras que nosotros estamos acostumbrados a que los tenga orientales.

Tal vez las más antiguas del mundoDel Honkan pasé al Heiseikan, el pabellón de la Arqueología. Aquí se muestran algunas de las vasijas de barro más antiguas del mundo, pues se cree que el primer sitio donde apareció la alfarería, hacia 10000 a.C., fue Japón. Y hay muchas piezas muy interesantes. Por ejemplo, objetos procedentes de cápsulas del tiempo. Igual que en la Europa cristiana hubo una crisis milenarista en torno al año 1000, porque mucha gente pensaba que ese año se acabaría el mundo, por la misma época muchos budistas pensaron que el budismo se terminaba. Las enseñanzas de Buda iban a ser olvidadas en el mundo, pero no para siempre; 5760 millones de años más tarde (¡toma ya!), Mitreya vendría a la Tierra a volver a predicar el budismo. Pero para ello necesitaría los sutras, así que en muchos lugares se prepararon cápsulas del tiempo que contenían los sutras budistas en papel, arcilla o piedra para que Mitreya los encontrara en su momento. Sobra decir que esos temores no se cumplieron y algunas de las cápsulas, junto con sus contenidos, se exponen en el museo. Sí, las abrieron un poco antes de hora.

Comimos juntos en la cafetería del museo (lo más occidental del viaje; ni siquiera nos sacaron palillos) y nos separamos por unas horas. Raquel, Nu y yo nos quedamos a ver el Hōryū-ji Hōmotsukan, la Galería de Tesoros Nacionales, que contiene sólo algunas obras especialmente delicadas. Y luego volvimos a Shinjuku, a ver si encontrábamos el Marui y alcahueteábamos un poco por las plantas dedicadas a lolitas, Visual Kei y similares. Esta vez las chicas no se compraron nada, pero estuvieron a puntito.

Y, aprovechando que Shibuya estaba cerca, nos pasamos por el Tokyū Food Show a comprar nuestras cenas. Entramos por un sitio distinto al de la otra vez y descubrimos que era mucho más grande de lo que pensábamos. En fin, cada cual se compró lo que le apeteció (esta vez me tiré por la comida vietnamita), nos volvimos al hotel, nos juntamos los cinco y tuvimos nuestra última cena en Japón. Que se alargó hasta casi las doce. Al día siguiente volvíamos a casa.

13 octubre 2008

OpenOffice

Para quienes no se hayan enterado, acaba de salir la versión 3.0 de OpenOffice, la suite en código abierto que pretende ser una alternativa a Microsoft Office. Tanto para quienes tengáis la versión anterior como para quienes nunca la hayáis probado, os podéis bajar esta nueva versión aquí.

En el momento en que escribo esto todavía no está la versión en español, pero supongo que no tardará mucho. Hay versiones para Windows, Linux, Mac y más. Aún no la he probado, pero en mi máquina de casa nunca he tenido instalado Microsoft Office, sino OpenOffice, y así seguirá siendo de momento.

08 octubre 2008

27/08 Ginza y Shinjuku

IkebanaAhora que teníamos el desayuno incluido en el precio de la habitación, Cassandra y Jofán no bajaban a desayunar. Qué raros son estos frikis.

Nosotros sí. Un poco más tarde que el día anterior, que no teníamos prisa y así evitábamos coincidir con la bajada del grupo grande. Y luego nos fuimos a dar una vuelta por los jardines del Palacio Imperial, aprovechando que por fin había salido el sol.

El Palacio Imperial de Tokyo, donde actualmente vive el emperador (Japón es el único país del mundo que aún tiene emperador), está en el centro de la ciudad. Es un recinto amurallado en el que no se puede entrar, pero no sólo tiene parque intramuros, también tiene otro exterior, con su foso y toda la pesca. De todos modos, no es un parque especialmente interesante. Sí tiene árboles que no se encuentran habitualmente en los jardines occidentales, pero son los mismos que se pueden ver en otros lugares del país. Así que, después de dar una vuelta, nos fuimos al cercano distrito de Ginza.

Ginza es el centro comercial de Tokyo. Todas las grandes marcas tienen tienda aquí. Vale, ya sé que he dicho lo mismo de otros barrios de la ciudad, pero aquí más. Tokyo es la capital de la segunda potencia económica del mundo. Además, es una ciudad enorme. La población de su área metropolitana (que incluye Yokohama, la segunda ciudad del país) equivale casi a la de toda España. Conque tiene muchísimas tiendas de lujo. Y de las otras. En Ginza hay de todo, aunque predomina el pijerío. Las pijas japonesas son de nota. Las ves por ahí puestísimas y monísimas de la muerte, con pinta de haber pasado varias horas arreglándose antes de salir de casa. Un día vimos a una de ellas entrando en el piso superior de una cafetería. Llevaba el típico gesto de aturdimiento mientras miraba a un lado y a otro, con las manos levantadas como si se estuviera secando las uñas. Detrás de ella venía un chico con unas pintas muy normalitas que cargaba con su mochila, el bolso de la chica y la bandeja con los cafés de los dos. Pero la niña iba ideal de la muerte.

Aproveché para comprar potingues en la tienda de Shiseido (un encargo de mi hermanita) y también compramos algua chorrada más, como un cenicero portátil para Raquel. Y luego decidimos irnos a otra zona, a ver si el ambientillo nos convencía más.

KuzukiriNos fuimos hacia Shinjuku, que es lo más parecido a un barrio peligroso que se puede encontrar en Tokyo. Esto significa que hay muchos bares de putas y que por la noche te puedes encontrar borrachos sueltos por la calle. Lo que en las demás ciudades llamamos "zona de marcha", vaya. Comimos en un alemán-japonés (yo me tiré más al japonés, basashi y kuzukiri para postre) y nos dedicamos a patear un poco. Shinjuku nos gustó bastante, la verdad. Mucho garitillo, mucha tienda y mucho ambientillo. Incluso encontramos una tienda de gothic lolitas donde las chicas se compraron unos trapitos. En Japón, como ya había mencionado, hay muchos edificios con tiendas o bares en los pisos. El portal está abierto y suele dar directamente al ascensor. En el exterior hay un directorio, así que ya subes a tiro fijo. Nuestra tienda de lolitas ocupaba el quinto y sexto piso de un edificio (en Japón el primer piso es la planta baja: por tanto, un quinto equivale a un cuarto nuestro).

Callejeamos un poco más y nos fuimos a Ueno, a intentar encontrar un par de sitios que habíamos visto dos días antes. Por un lado, un bar de sushi para llevar; por otro, una tienda para que Nu se comprara un banderón de esos chinos. Y descubrimos que las calles cambian mucho de un día lluvioso a otro seco. No había forma de encontrarlos. Finalmente, compramos el sushi en otro sitio y Nu se quedó sin su banderón.

Volvimos al hotel, donde habíamos quedado a las nueve para cenar juntos. Por cierto, cuando digo que salió el sol, no quiero decir que no lloviera más. todos los días hasta que nos volvimos a casa llovió en algun momento, pero también tuvimos sol y calor.

En Shinjuku hay unos cuantos rascacielosCassandra y Jofán llegaron una hora tarde porque habían estado entretenidos por ahí. Entre otras cosas, habían conseguido encontrar el Marui, un gran almacén que les habían recomendado. Es que tiene su truco: en la fachada no pone Marui, sino OIOI. Es un juego de palabras: en japonés, el punto ortográfico se llama "maru" y se escribe como un circulito. Resultó que habían estado casi en los mismos sitios que nosotros, porque el Marui está en Shinjuku (nosotros habíamos pasado por delante).

Al final cenamos juntos en nuestra habitación y estuvimos un buen rato de cháchara. Ya que no nos veíamos durante el día, por la noche alargábamos un poco la cena. Y a dormir. Ya sólo nos quedaba un día entero en Japón.

07 octubre 2008

26/08 Kamakura

El martes íbamos a pasar casi todo el día separados. Ya habréis podido comprobar que en Tokyo llevábamos rollos bastante diferentes. Esperábamos vernos en el desayuno (que en el ryokan iba incluido en el precio), pero no. Supusimos que Jofán y Cassandra se habrían ido pronto hacia la oficina de objetos perdidos. No contaré nada sobre sus aventuras del día, bastante jugosas, esperando que lo hagan ellos mismos.

Nosotros no tuvimos muy buena puntería con el horario del desayuno y coincidimos con todos los frikis españoles. No es que tenga nada contra ellos, es que eran muchos y la habitación donde estaba la comida era pequeñita, así que casi no cabíamos. El desayuno no era muy allá, pero tampoco estaba mal. Los he visto peores.

Como Jofán y Cassandra habían sacado entradas para el Museo Ghibli esa mañana, nosotros tres habíamos pensado aprovechar para hacer una excursión fuera de Tokyo. Teníamos tres planes posibles: el Fujiyama, Nikko, o Kamakura. Como hacía mal tiempo, el Fuji no parecía buena idea (seguramente no veríamos nada). Y el viaje a Nikko es un poco largo para un solo día. Conque nos decidimos por Kamakura.

Al Buda le da igual que esté nublado o haga solKamakura es una población al sudoeste de Tokyo, pasado Yokohama. Sobre todo es conocida por su Daibutsu, la gran estatua de Buda de bronce. Es un poco más pequeña que la de Todai-ji, en Nara, pero más famosa por estar al aire libre. La imagen del Buda sentado que todos tenemos en la cabeza es la del Daibutsu de Kamakura. Pero hay muchos más templos en la zona, casi setenta. Así que hicimos una selección basada en una pequeña guía que nos habían dado en el ryokan.

Empezamos viajando en tren hasta la estación de Kita-Kamakura, a algo menos de una hora de Tokyo (un poco más para nosotros, que salíamos desde la estación de Ochanomizu). Junto a Kita-Kamakura está el primer templo que queríamos ver, Engaku-ji. Uno de los cinco templos zen principales de la zona. Los templos zen son especialmente bonitos por sus jardines. Muchas veces son bosques con edificios en su interior, unidos por caminitos.

A esto en Japón lo llaman temploEngaku-ji se erigió en el siglo XIV como agradecimiento a Bukko Kokushi, el maestro zen que inspiró a Tokimune Hojo durante la guerra contra los invasores mongoles. El propio Hojo llegaría más adelante a ser maestro zen. Con el paso del tiempo, el templo sufrió varios incendios y decayó, hasta su recuperación durante la era Edo, cuando fue reconstruido. Algún edificio se reconstruyó incluso más tarde, durante la era Showa (es decir, la época de Hirohito, que comprendió la mayor parte del siglo XX). En estos casos, como es habitual, se empleó el hormigón para la reconstrucción.

El templo se sigue usando como tal en la actualidad y posee una reliquia valiosa, un diente de Buda. Sí, ya veis, estas cosas también se estilan en el budismo.

Un kilómetro más allá de Engaku-ji (hay muchos carteles para peatones indicando las direcciones) está Kencho-ji, el otro de los cinco grandes templos zen que todavía conserva elementos originales. En esta zona la guerra no causó demasiados daños, pero sí los incendios y, sobre todo, el gran terremoto de 1923.

¿Dónde está el Fujiyama?Kencho-ji funciona en la actualidad como monasterio. Esa zona está cerrada al público, pero la mayor parte del templo se puede visitar. Esto incluye el bonito Shin-ji Ike (Lago del carácter Mente), llamado así por tener la forma del kanji que representa la mente, y la subida al Hanso-bo. La subida tiene nada menos que 250 escalones (los conté), pero vale la pena. Más por el recorrido en sí que por el propio Hanso-bo. Y, si os chupáis otros 165 escalones (también los conté) de propina, llegáis a un mirador desde el que hay una vista magnífica, aunque junto al propio Hanso-bo hay otro desde el que se ve el Fujiyama. Eso lo sabemos por un cartel; como el día estaba lluvioso, no se veía nada. Una pena.

Kencho-ji nos gustó aún más que Engaku-ji, pero la subida nos cansó bastante. Sobre todo porque ya llevábamos muchos días de paliza y cada vez teníamos menos aguante. Así que decidimos saltarnos la visita al santuario Tsurugaoka Hachiman-gu e ir directamente hasta Hase. Para llegar allí hay que transbordar en Kamakura a una línea que no es JR; una de las pocas veces en que el Japan Rail Pass no nos sirvió. En Hase comimos y luego fuimos directamente a ver el Daibutsu. Está en el templo de Kotoku-in, que no vale gran cosa. Pero claro, es suficiente con el Buda. La entrada es barata (200 yen) y pagando 20 yen más te dejan entrar en la estatua. Teóricamente es posible subir hasta un mirador situado a la altura de las escápulas del Buda, pero el último tramo de escaleras estaba cerrado. Había una larga explicación en japonés que no nos aclaró mucho.

Bonito, ¿verdad?Ya que estábamos en Hase fuimos a ver el templo de Hase-dera, de camino a la estación. E hicimos bien, porque tiene un jardín muy bonito. Parte del templo está en una cueva por la que Raquel circulaba felizmente, mientras que Nu y yo teníamos que ir agachados. Maldito gnomo. Dentro de uno de los pabellones hay una preciosa imagen juichimen (de once rostros) de Kannon, tallada en el siglo VIII en un gran tronco de árbol. Con más de nueve metros de altura, es la mayor estatua de madera de Japón. Los once rostros no se representan en plan hidra; Kannon tiene una cabeza normal sobre la que hay otras diez más pequeñas, dispuestas en forma de corona. Y no os enseño la foto porque estaba prohibido sacarlas. Pena, de verdad que era bonita.

Y ya era demasiado tarde para ver más templos; entre las cinco y las seis cierran todos. Así que nos volvimos a Tokyo bastante contentos. La excursión a Kamakura vale la pena sobradamente para cualquiera que viaje a Tokyo. A mí, al menos, me gustan mucho más estos templos rurales que los urbanos, como los de Kyoto.

¡Mazinger Z en Akihabara!Aún teníamos tiempo de dar una vuelta por Tokyo, conque nos fuimos a Akihabara. Aquí está la ciudad eléctrica, que es una gran concentración de tiendas de electrónica. Pero no queríamos comprar nada y, además, Raquel no es nada friki ni le gustan los cachivaches, de modo que no hacía más que quejarse. Conque fuimos subiendo hacia nuestro barrio, Ochanomizu, y al ryokan. Allí nos reunimos con Cassandra y Jofán, que nos contaron sus peripecias. Cómo recuperaron su ordenador nada más abrir la oficina de objetos perdidos. Cómo la vía férrea hacia el Museo Ghibli estaba cortada por un accidente, pero una señora muy amable se ofreció espontáneamente para ayudarles, en vista de sus apuros. Cómo sus entradas no eran para el Museo Ghibli, que ni siquiera abría ese día; pero la señora Ōguchi les explicó la situación. Les dijo que sus entradas eran para una exposición temporal del Ghibli en otro museo, que no se la perdieran porque era muy interesante. Y que las entradas para el Ghibli estaban agotadas para el resto del mes. Pero, en vista de su desolación, empezó a remover Roma con Santiago y les consiguió dos pases para el día siguiente. Es que los japoneses son así. Ya sé que he escrito al principio que no contaría nada, pero como ellos no lo van a hacer... Ah, y Cassandra se compró, por fin, su cámara nueva.

Tal como habíamos acordado, bajamos los cinco juntos a cenar al Rampo, un sitio baratito situado cerca del ryokan que había visto el día anterior. Y resulta que tenían comida para llevar; si lo llego a saber, la noche anterior me cojo algo allí, en lugar del burger. Pero también tenían mesas, conque cenamos allí. Barato, como digo (no llegamos a 600 yen por cabeza), pero sólo medianito. En fin, por el precio, nada mal.

Y todos contentos nos fuimos a dormir. Nuestra idea inicial consistía en ir todos juntos al Museo Nacional de Tokyo al día siguiente, pero los acontecimientos del día habían trastocado el plan. En fin, ya improvisaríamos.

05 octubre 2008

25/08 Asakusa

En Tokyo nuestros dos subgrupos iban a llevar caminos separados con bastante frecuencia. Hoy era el día del cambio de hotel, así que Raquel, Nu y yo decidimos aprovechar que todavía estábamos en Asakusa para ver el barrio, mientras Cassandra y Jofán se iban por Ueno.

Nuestra idea inicial consistía en ver el templo de Senso-ji, que está en el centro del barrio, los jardines de Dembo-in (si nos dejaban entrar) y lo que hubiera por los alrededores.

Lunes por la mañana en el mercado de AsakusaLo que había por los alrededores era un enorme mercado, así que pasamos casi toda la mañana viendo tenderetes. Tenían de todo a buen precio. Si no hubiera sido porque no sabíamos cómo llevarnos las cosas a España, habríamos hecho bastante gasto. Aun así compramos algunas cosas. Por ejemplo, Raquel arrambló con unas botas de ninja (estas sí, negras) y unos pantalones.

También fuimos a Senso-ji, no creáis. Lo que hay actualmente es una reconstrucción porque, como tantos otros monumentos japoneses, el original fue arrasado durante la guerra. Las bombas atómicas no sirvieron para ganar la Guerra del Pacífico, sólo para acelerar su fin, pues Japón la tenía perdida desde hacía muchos meses.

Las reconstrucciones son de hormigón para diferenciarlas de los edificios originales pero, por lo demás, intentan ser exactas a éstos. Y esto es Japón; podéis imaginar que consiguen sus propósitos. Esto que os cuento sirve sólo para los templos budistas y los edificios civiles, claro. Los sintoístas se derriban y reconstruyen habitualmente, así que no tiene sentido hablar de original y copia.

Según nuestra guía, los jardines de Dembo-in (otro templo situado junto a Senso-ji) son los más bonitos de Tokyo, pero están cerrados al público; sin embargo, se puede conseguir entradas junto a la pagoda de Senso-ji. Fuimos a la oficina junto a la pagoda para ver cómo funcionaba eso y nos encontramos un hermoso cartel que decía: no se permite la entrada en los jardines de Dembo-in. Pues nada, nos quedamos sin verlos. Una lástima.

SushiDespués de más tenderetes, a mediodía nos fuimos a comer. Había un sitio en el que sólo servían ballena (Japón es uno de los pocos países que siguen cazándolas), pero resistimos la tentación. Acabamos poniéndonos morados, por fin, de sushi en uno de esos sitios con cinta transportadora. En Japón hay muchos y son, claro, más baratos que en España. Aquí suelen tener al cocinero en el centro, rodeado por la cinta y detrás la barra donde se sientan los clientes. En los sitios baratos japoneses es habitual sentarse en barra, no en mesa (y menos aún en tatami). Si quieres algo que en ese momento no hay en la cinta, o algún plato especial (de los que pasan por la cinta sólo en cartelito), se lo pides al cocinero y te lo hace. De todos modos, nosotros pedimos una especie de chirashi (un cuenco de arroz de sushi con trozos de pescado por encima) para cada uno por algo menos de 1300 yen y nos pusimos tibios.

Luego volvimos al hotel paseando bajo la lluvia. Habíamos quedado a las tres y media con nuestros amigos para recoger las maletas que habíamos dejado en recepción y hacer el traslado al ryokan. Conque nos juntamos, recogimos todo y nos fuimos al metro. Nuestra nueva parada era Suehirocho, por la zona de Ueno. Conque para allá fuimos y luego anduvimos un rato hasta el ryokan. La parte final del trayecto, cuesta arriba con las maletas, no resultó muy agradable; y mira que vimos pocas cuestas durante todo el viaje, pero allí nos tocó una.

El ryokan Edoya, en cambio, sí que lo fue. Las habitaciones eran tipo suite, todo en plan japonés salvo los servicios (aunque, ay, no tenían mi amado inodoro Toto con sus chorritos de agua). Pero la mesa del saloncito era baja, las sillas sin patas, futones en lugar de camas, suelo de madera elevado (obligatorio descalzarse) y duchas japonesas. También había baños japoneses comunitarios en la última planta. De todos modos, pese a ser un ryokan, parecía bastante turístico. Me refiero a que estaba orientado a los visitantes extranjeros, como nosotros. O como el grupo de frikis españoles que lo tenían tomado al asalto.

Raquel, Nu y yo estábamos en una habitación triple. Pasamos por la de Cassandra y Jofán para salir juntos a dar una vuelta por Ueno y nos dieron una mala noticia: se habían dejado el ordenador en el metro. Vaya palo. Al menos, habían elegido el mejor país del mundo para hacerlo, porque en Japón nadie coge nada que no sea suyo. Pero claro, nunca sabes cuándo se va a dar la excepción. O si sería un occidental quien lo encontrara. Y, en cualquier caso, habría que moverse para recuperarlo.

Preguntamos en recepción y nos dijeron que la oficina de objetos perdidos estaba, precisamente, en la estación de Ueno. Conque nos fuimos para allí. Por desgracia, ninguno de los empleados hablaba mucho inglés, pero pudimos dejar la reclamación. Nos dijeron que volviéramos al día siguiente, porque los objetos que se recogían les llegaban de un día para otro. En fin, no había mucho más que hacer, por el momento, y con todo el jaleo se nos habían hecho casi las siete. Así que volvimos a separarnos y quedamos en que cada cual comprara su comida y nos juntaríamos a las nueve para cenar en el ryokan, aprovechando las suites.

Nosotros fuimos callejeando desde la estación de Ueno hacia el sur (es decir, de vuelta hacia el ryokan). Vimos infinidad de sitios en los que vendían sushi barato para llevar; pero claro, ya teníamos bastante con el que habíamos comido a mediodía. Murphy, que es un cachondo. También vimos montones de tiendas de todo lo que os podáis imaginar. Y, claro, las típicas luces cubriendo todos los edificios. Aunque paramos por muchos sitios, llegamos demasiado pronto al ryokan, así que no compramos comida para que no se nos enfriara. Y el único sitio cercano al hotel que vendiera para llevar era un burger. Conque allí acabamos cogiendo nosotros tres cuando llegaron nuestros amigos, que habían pillado algo en un supermercado. Estaban un tanto hechos polvo por lo del ordenador, claro. Cenamos los cinco juntos viendo por la tele un programa de cocina en el que tenían como invitado a Kosuke Kitajima, una de las estrellas olímpicas japonesas. De todos sus medallistas, los que más salían por la tele eran las ganadoras del sófbol, los medallistas de bronce de los 4x100 lisos y Kitajima, doble campeón olímpico en natación. Y tras esto, como estábamos cansados, nos fuimos a dormir.

01 octubre 2008

24/08 Tokyo (Shibuya)

Aprovechando que era domingo, íbamos a pasar nuestro primer día en Tokyo por la zona de Shibuya. Menciono lo del domingo porque teníamos entendido que ese día había grandes concentraciones de frikis locales. Y los frikis japoneses son muy llamativos. Esperábamos ver una fauna variopinta.

Yosakoi en HarajukuFue más variopinta de lo esperado. Resultó que se celebraba el Super Yosakoi en Harajuku, que está en el barrio de Shibuya. Así que había un desfile de comparsas que luego actuaban en unos escenarios situados a la entrada del parque Yoyogi. Cada comparsa la formaban entre 50 y 100 personas (algunas eran mixtas, otras sólo femeninas) y pasaron montones de grupos durante toda la mañana. No sé cuántos miles de personas participaron en el festival. Todos con atuendos de estilo japonés y muy llamativos. En fin, que resultó muy espectacular, aunque nosotros no entendíamos bien de qué iba el asunto.

Ya que estábamos, nos metimos en Yoyogi-koen (el astuto lector de esta plasto-serie ya habrá deducido que "koen" significa "parque" en japonés), dentro del cual está el santuario Meiji-jingu (y también habrá adivinado el significado de "jingu"). Este santuario sintoísta está dedicado al emperador Meiji y su esposa, que fueron divinizados al morir. No creo que hoy día haya mucha gente que crea en la divinidad del emperador, pero el sintoísmo sigue siendo parte de la esencia japonesa. Incluso vimos cómo entraba una comitiva nupcial en el santuario. Hay algunas normas en los santuarios que no son fáciles de entender para nosotros. Por ejemplo, no les importa poner tenderetes varios en el interior de los templos, pero en éste no dejaban hacer fotos de frente, había que hacerlas desde un lateral. De todos modos, no hay por qué preocuparse; si haces algo incorrecto, lo más probable es que alguien te lo indique amablemente. Por ejemplo, a mí se me ocurrió sentarme en la escalera de entrada; entonces vino un guardia y me pidió que me levantara con una sonrisa y todo suavidad. Así da gusto.

Parece un bosque, pero no lo esDespués de ver el santuario estuvimos dando una vuelta por el parque. Los parques japoneses suelen ser muy frondosos, casi parecen bosques. Algunos, como éste, incluso tienen sus arroyitos. Todo muy agradable.

Volvimos a salir por donde habíamos entrado y allí seguía el Yosakoi a todo tren. Ahora sí que había peña friki en el puente de entrada. Gente con disfraces varios, pero no mucha. Tal vez porque el Yosakoi había tomado su espacio natural, tal vez porque llovía. Sí, siguió lloviendo casi sin parar durante varios días. Una pena, pero nada raro, porque Japón es un país muy lluvioso. Peor habría sido que nos hubiera pillado un tifón.

Subimos luego por Omotesando, la calle principal de Harajuku, viendo el desfile del Yosakoi. Muy espectacular, como he dicho antes. Cada grupo iba precedido por una carroza desde la que sonaba su música y ellos iban detrás haciendo sus coreografías.

A mediodía buscamos un lugar para comer, pero era una zona chunga. En una calle de tiendas pijas es difícil encontrar sitios baratitos. Y, acostumbrados a los días anteriores, cualquier cosa que pasara mucho de los 1000 yen nos parecía cara. Al final acabamos comprando comida vegetariana en un deli y comiéndonosla en unos bancos a la puerta.

Pero no temáis por nosotros: para compensar la comida macrobiótica, luego nos metimos en una pastelería y nos zampamos unos bollitos.

De vuelta hacia Shibuya por otro sitio volvimos a ver muchos restaurantes baratos. Parece que nuestro presupuesto no se iba a resentir demasiado en Tokyo, después de todo.

Cassandra quería comprarse una cámara fotográfica, así que Jofán y ella se fueron a ver tiendas. Quedamos con ellos por la noche otra vez en Shibuya, para cenar, y nosotros nos fuimos a Roppongi. Una zona muy pija con tiendas, rascacielos y demás. Pero cada vez llovía más, así que acabamos tomando unos cafés en un Starbucks. Cosa que mis pobres pies agradecieron un montón.

Shibuya por la nocheVolvimos a Shibuya antes de la hora convenida, de modo que nos metimos en el Tokyu Food Show, que está debajo. Es como un mercado, pero venden también mucha comida preparada para llevar. De todo tipo, con tal sea japonesa o al menos oriental. Nos estaba entrando un hambre que no veas, porque todo tenía una pinta buenísima. Decidimos que, si los otros llegaban sin hambre, nos compraríamos una bandeja enorme de sushi que habíamos visto y nos la comeríamos en el hotel. Pero no fue así. Ellos también llegaron antes de la hora. De hecho, nos dijeron que al final no habían ido a ver cámaras porque habían pensado que no les daría tiempo, así que se habían quedado por Shibuya y llevaban rato haciendo tiempo. Los problemas de no llevar móviles.

Así que nos fuimos a comer carne, por variar un poco, a un garito que habíamos visto a mediodía. El Pepper Steak, que saca carne a la plancha con pimienta. Bastante bien para el precio, que era barato. Y vuelta a casa con la tripa llena, lo que siempre hace ver las cosas de otra manera.