No, no se acabó este blog, ni se acabó el mundo, ni nada de eso. Lo que se acabó es mi alegre soltería. Dentro de media hora llega Raquel a Madrid, y esta vez no lleva billete de vuelta.
¿Aguantaremos hasta Navidad, al menos? Pronto lo sabremos.
26 septiembre 2008
Se acabó
25 septiembre 2008
23/08 Toba
Nuestra breve estancia en Nagoya tocaba a su fin. Pero, en lugar de irnos en seguida a Tokyo, íbamos a aprovechar el día para visitar Toba.
Toba es un pueblo, más bien un complejo turístico, en la costa sur de Japón cuyo principal atractivo son las perlas. Sigue habiendo pescadores de perlas que hacen exhibiciones para los turistas, pero la mayoría de las que producen hoy día son cultivadas. Además hay un santuario sintoísta muy importante en las cercanías, el de Ise-jingu. Esta enormidad incluye cientos de santuarios menores e incluso tiene un autobús que une los dos principales, que son de los que se siguen reconstruyendo ritualmente cada veinte años. La última reconstrucción, en 1993, costó miles de millones de yenes. Y lo del autobús no es tontería, que entre un santuario y otro hay seis kilómetros; ya os digo que es una enormidad.
Toba tiene un tercer atractivo y es por ahí por donde queríamos empezar nuestra visita: el acuario. Así que, tras dejar nuestras cosas arregladas en Nagoya y pasar un par de horas en el tren, fuimos directos al acuario.
Como era sábado, había mucha concurrencia. Eso sí, muy pocos occidentales, lo que nos venía bien para localizarnos unos a otros cuando nos separábamos (ya he dicho que los japoneses son bajitos). Pese a la cantidad de público, pudimos ver todo muy bien. El acuario está muy bien organizado y se visita fácilmente. Empiezas por la zona A, las focas, y llegas hasta la L, con nutrias, pingüinos y morsas. Cada zona está dedicada a un tipo de animal o un hábitat. Tal vez lo más interesante del acuario sean los grandes mamíferos marinos, que incluyen dos manatíes e incluso dos dugong, que son muy raros. Según Cassandra, sólo hay cinco en cautividad en todo el mundo, contando los dos de Toba. Jofán y ella dijeron que el acuario de Osaka y el de Toba son muy diferentes, repiten pocas especies. Así que, si os gustan los acuarios, podéis ver los dos perfectamente. Yo no había visto un acuario marino desde hacía veinte años, cuando estuve en el Oceanográfico de Mónaco, así que me apetecía un montón y no me defraudó en absoluto. No os cuento mucho de la visita porque, vaya, era un acuario. No sé qué contaros. La entrada de hoy va a ser más corta de lo habitual. A cambio, pongo más fotos.
Me parece que el único que tenía interés en Ise-jingu era yo, conque no insistí mucho en ir a verlo. Pero después del acuario teníamos intención de ir a Mikimoto, la isla de las perlas. Sin embargo, hubo algunas cosas que nos echaron atrás. Por un lado, no estábamos muy seguros de querer pagar 1500 yen por cabeza para entrar. Por otro, era la hora de comer y teníamos más de cuatro horas de viaje hasta Tokyo. Así que nos fuimos a comer a un sitio cercano a la estación (ramen muy rico y barato, preparado delante de nuestras narices) y nos fuimos al tren. Entre el viaje de vuelta a Nagoya, la recogida de equipajes, la obtención de nuestras reservas para el Shinkansen (esta vez, sin problemas para ir todos juntos), el viaje a Tokyo y el posterior metro, llegamos a nuestro primer hotel a las nueve y media de la noche. Digo "primer hotel" porque sólo íbamos a pasar allí el fin de semana. El lunes nos iríamos a un ryokan. Es un poco largo de explicar.
Así que cogimos las habitaciones, dejamos las maletas, nos arreglamos un poco, cogimos los chubasqueros y salimos a cenar. Sí, los chubasqueros: llevaba lloviendo todo el día, aunque no nos había importado mucho porque habíamos pasado casi todo el tiempo a cubierto, entre el acuario y el tren. Por desgracia, no sería el último día lluvioso.
Terminamos cenando en un italiano. Un poco más caro de lo habitual: salimos a casi 2000 yen por cabeza y no comimos mejor que otras veces. Pero no habíamos encontrado otro sitio abierto. Y luego al hotel a dormir, que estábamos cansados con tanto viaje.
23 septiembre 2008
22/08 Feliz cumpleaños
El viernes fue el cumpleaños de Raquel. Aunque estuvo todo el día quejándose de que no se hacía a la idea de que era su cumple, cosas de que no te puedan llamar para felicitarte, sí pudo cumplir una de sus tradiciones, consistente en cumplir años en sitios más o menos remotos. Esta vez nos íbamos a Takayama.
Takayama es una pequeña ciudad situada al pie de los Alpes Japoneses. Sí, a mí también me suena bastante cutre eso de "Alpes Japoneses". Como "el Maradona de los Cárpatos", o "la Pantoja de Puerto Rico", pero así los llaman. También existen los Alpes Escandinavos; a lo mejor es que han puesto una franquicia.
La idea de ir a Takayama era de Nu. En realidad, su intención original era ir más lejos: coger un autobús en Takayama hasta Sirakawago, un pueblecito que le habían recomendado. Pero, entre que el autobús era caro (casi 5000 yen, ida y vuelta) y que todo el viaje sumaba demasiado tiempo, desistió. El tren de Nagoya a Takayama ya tarda más de dos horas y cuarto; por eso habíamos quedado tan temprano para desayunar. Lo hicimos en el propio hotel, como en los últimos días de Osaka. Pero, por el mismo precio, nos pareció bastante peor. En fin, nos valió para empezar el día e irnos al tren.
Como es natural, los trenes de estas líneas secundarias son peores que los Shinkansen. Ah, una cosa buena de los trenes japoneses es que nunca te quedas sin billete. Hay vagones con reserva y vagones sin ella. Si no llegas a tiempo de conseguir reserva, montas en un vagón sin reserva y te sientas donde puedes. Si ya no hay asientos, vas de pie. Esto vale para todos los trenes, incluso el Shinkansen. Claro que un viaje largo de pie es cansado, pero es mejor que quedarse en tierra.
De todos modos, nosotros cogimos asientos sin problemas. El recorrido, como cabe esperar yendo hacia la montaña (yama = monte, como en Fujiyama), es bastante pintoresco. Además, en los transportes japoneses hablan mucho por los altavoces, dando indicaciones turísiticas. Del tipo "si quiere ver tal templo, bájese aquí", o "estamos cruzando tal río y al otro lado está tal monte". Lo malo es que muchas veces sólo las dan en japonés. En este tren las daban también en inglés, pero con mucho acento, conque no entendíamos casi nada.
Una vez en Takayama cogimos nuestros planos y fuimos a recorrer un poco la ciudad. En muchos sitios del plano venía un signo que me costó un rato interpretar; claro, eran los cruces con semáforo. Ocurre que en los planos japoneses ponen los semáforos en horizontal. Además, para ellos la luz verde es aoi, una palabra que significa igual azul que verde, así que pintan el circulito correspondiente en azul.
Takayama es bastante turístico porque conserva el estilo tradicional en las construcciones. Así que estábamos muchos turistas por las calles y había muchas tiendas. Vimos algunas de las normales, pero sobre todo estuvimos en una que tenía en la puerta una silla metálica con forma de Alien. Vendían un montón de figuritas metálicas que eran la caña. Pena que abultaran bastante, lo que iba a ser un problema para el viaje a España, porque molaban mogollón. De todos modos, compré una como regalo de cumpleaños para Persélope.
Dentro de lo que es más tradicional, entramos a ver un museo de la versión japonesa de la Semana Santa. En Takayama se celebra uno de los tres festivales más importantes de Japón. Un festival que, en realidad, son dos: uno en primavera para pedir por una buena cosecha, y otro en otoño para agradecerla. No, no sé si el festival de otoño se suspende cuando la cosecha ha sido mala. El festival atrae a unas 300000 personas, unas cinco veces la población de toda la comarca de Takayama. Consiste en una procesión en la que sacan unas carrozas por las calles (12 en primavera y otras 11 distintas en otoño). Las carrozas hoy día tienen ruedas; antes sacaban algunas que se llevaban a pulso, pero ya no porque después de la guerra era difícil encontrar los hombres necesarios para llevarlas. En el museo vimos uno de estos pasos sin ruedas; pesaba dos toneladas y media, y necesitaba ochenta personas de la misma altura para moverlo.
Algunos de los actuales pasos tienen tres ruedas, estilo triciclo, para facilitar el giro en las esquinas. Pero otros tienen cuatro, lo que hace muy difícil girar, porque los ejes son fijos. Así que llevan una quinta rueda girada noventa grados, que bajan para doblar las esquinas. Aunque me recordaba mucho la Semana Santa española, los pasos son muy distintos. Más altos, con mucho color (sobre todo rojo) y poca imaginería religiosa.
El Takayama Matsuri Takai Kaikan (que así se llama) me pareció un poco caro para lo que ofrece. Supongo que, dada la popularidad del festival, tendrá muchos visitantes japoneses.
Después de verlo fuimos a comer cerca de la estación (creo que yo fui el único a quien sacaron más o menos lo que esperaba) y nos separamos. Cassandra y Jofán querían ver el Centro Internacional de Diseño de Nagoya, aprovechando que el viernes cerraba más tarde, conque se fueron a coger el tren. Raquel, Nu y yo, en cambio, preferimos coger el autobús a Hida-no-Sato, un pueblo-museo cerca de Takayama. Hacia 1960 aparecieron tres máquinas que cambiaron radicalmente la vida en los pueblos japoneses (y de todo el mundo, diría yo): la televisión, la lavadora y el frigorífico. A la larga hicieron que la población rural emigrara a la ciudad. Entonces surgió esta iniciativa para conservar la memoria del que había sido el estilo de vida tradicional de Hida, la comarca de Takayama. Se trasladaron muchas casas de madera que quedaban abandonadas a este lugar para formar un pueblo artificial. El entorno es precioso, un bosque junto a un lago, y las casas están perfectamente reconstruidas, conservadas y acondicionadas. La mayoría de ellas sirven como pequeños museos dedicados a un aspecto de la vida rural tradicional. En una tenían herramientas para hacer tejados de paja, en otra trineos, en otra ruecas y telares... Además, había algunos artesanos que te enseñaban, en algunos casos por una módica cantidad, a hacer algunas cosas. Por ejemplo, si pagabas 1000 yen te enseñaban a hacer sandalias de paja en 40 minutos.
Hida no Sato da para una visita de cuatro horas, según lo que te quieras entretener. Desgraciadamente, nosotros no teníamos tanto tiempo si no queríamos que se nos hiciera muy tarde para volver a Nagoya. Así que, con harto dolor de nuestro corazón, tuvimos que recortar la parte final y no detenernos con los artesanos. Una pena, pero el autobús pasaba a las 16h23 y esto era Japón; si llegábamos un minuto tarde ya habría pasado. Por suerte, porque sólo íbamos a tener seis minutos para bajar del autobús, ir a la estación de ferrocarril y coger el tren.
El autobús pasó a las 16h30. Inaudito. Esto significaba que llegaríamos tarde al tren y tendríamos que esperar dos horas al siguiente. Que, además, paraba en todas las estaciones, por lo que tardaba mucho más en hacer el trayecto. Dos horas que habríamos empleado encantados en seguir viendo Hida no Sato.
Por fortuna, el conductor recuperó parte del tiempo perdido (no entendemos cómo, porque iba pisando huevos), así que llegamos con tres minutos de tiempo. Y debía de haber alguna conjunción astral rara, porque el tren también vino con tres minutos de retraso. ¡Esto no es Japón, esto es Burundi!
En fin, pudimos regresar a Nagoya sin más contratiempos. Una vez allí, Nu quiso ir a dar una vuelta por la zona de tiendas. Que resultó ser de lo más pija. Louis Vuitton, Prada y demás. Lo más cutrecillo era Zara, y no te vas a comprar algo de Zara en Japón. Conque acabamos volviendo al irlandés del día anterior para que Raquel nos invitara a algo por su cumpleaños (Jofán y Cassandra se quedaron sin invitación, por antisociales y no haber querido quedar con nosotros) y ya nos quedamos a cenar allí. Muy poco japonés, aunque yo me comí mi shepherd's pie con palillos.
Del pub ya nos volvimos a casa y por el camino nos encontramos a nuestros compañeros de viaje. Venían de ver a unos chavales que estaban tocando en la calle. Vaya, igual que nosotros, pero llegamos justo cuando acababan y casi no vimos nada. También habían mirado horarios de tren para el día siguiente. El tren hacia Toba salía a las 9h30, conque quedamos a las 8h en el vestíbulo del hotel para dejar las habitaciones, ir a la estación, dejar los equipajes en consigna, desayunar y salir a pasar el día en Toba antes de irnos a Tokyo. ¿Y qué es eso de Toba? Mañana lo sabréis.
18 septiembre 2008
Real Life
A diferencia de muchos de los jugadores de World of Warcraft que visitan este blog, mi personaje principal en este juego pertenece a una hermandad de las llamadas de "rol duro". Puede parecer que es gente más metida en el juego, o que se pega más horas, pero no es así. De hecho, la primera regla de nuestra hermandad es: "Real Life comes first".
Pues eso le ha pasado a este blog. La plasto-serie se ha detenido por unos días por causas de vida real. Nada malo, ¿eh? Al revés. Todo consiste en que he tenido muchas visitas por casa y, por tanto, poca ocasión para seguir copiando capítulos.
Pero supongo que el lunes volveré al ritmo habitual. Como ya os dije, la plasto-serie de este año está ya escrita, conque sólo es cuestión de pasar rollos al ordenador. Pronto en sus pantallas.
14 septiembre 2008
21/08 Viaje a Nagoya
Nuestro último día en Osaka empezó con otra separación del grupo. Agustín y Mercedes querían ver el acuario de Osaka. Una buena elección; Osaka tiene uno de los mejores acuarios del mundo, con un tiburón ballena y todo. Pero teníamos pensado ver otro acuario un par de días más tarde (ya llegaremos a eso), conque los demás preferimos buscarnos otro plan. Quedamos todos a las dos y media en la estación para coger el tren a Nagoya; mientras tanto, que queda uno hiciera lo que quisiera.
Como era habitual en mí, desayuné un poco más rápido que Raquel y Nu para poder conectarme a internet durante diez minutos en las máquinas del vestíbulo del hotel, así me enteraba de cómo iban los Juegos y seguía la pista a mi grupo de heavy virtual, Mjolnir. Entonces leí la noticia del accidente de Barajas. He de reconocer que, a diez mil kilómetros de distancia, la noticia no me impresionó tanto como si hubiera estado en Madrid. Aunque para otros del grupo fue al revés: eso de que hubiera habido un accidente en el aeropuerto que dejamos unos días antes, y al que volveríamos unos días después, les afectó.
De todos modos, Raquel, Nu y yo teníamos que decir qué hacer esa mañana. Miramos nuestras guías para buscar algún pueblo interesante cerca de Osaka y nos decidimos por Uji, donde está el templo de Byodo-in, el que sale en las monedas de 10 yen. Esto último lo sé porque me lo contó un chico japonés con quien estuve charlando en el tren. Ya nos había dicho Chichirri que los de Kyoto en seguida pegan la hebra con cualquiera.
Uji está entre Kyoto y Nara. Podríamos haber hecho el viaje perfectamente en tres cuartos de hora, pero nos empanamos con los trenes y tardamos más del doble. Así que íbamos a tener que darnos prisa. Cuando llegamos a Uji, fuimos directos a Byodo-in; mi amigo del tren, que también se bajó en Uji, me ayudó a interpretar el mapa en japonés que habíamos cogido en la estación.
La entrada a Byodo-in nos pareció un poco cara. 600 yen, más otros 300 si quieres entrar en el Pabellón del Fénix, que es el principal del templo. De todos modos, el pabellón se ve muy bien desde fuera (está en un estanque) y la mayoría de las obras de arte originales del mismo están en el museo que hay en el mismo recinto y al que se puede entrar con la entrada general. Pese a no entrar en el Pabellón del Fénix, tuvimos para una hora larga de visita. Y el museo está muy bien.
Volvimos a la estación para coger el tren a Kyoto que, oh hecho inaudito, llevaba dos minutos de retraso. Pequeña anécdota sin importancia, pero dio la casualidad de que el tren que nos iba a llevar de Kyoto a Osaka nos cerró la puerta en las narices. En lugar del Super Express (que sólo tiene una parada entre las dos ciudades) tuvimos que coger el siguiente, un Local (que tiene unas veinte). Y llegamos tarde a Osaka. Estuvimos por ir a la oficina de JE a protestar por el intolerable retraso y exigir que alguien cometiera seppuku para lavar la afrenta, pero lo dejamos estar. Al fin y al cabo, pudimos coger el Shinkansen sin problemas, aunque tuvimos que sentarnos separados.
El viaje a Nagoya no tuvo más historia; sólo que Mercedes y Agustín habían tenido tiempo de comer y los otros no, pero nos apañamos con unos sándwiches comprados en el propio andén.
Al llegar a Nagoya fuimos a la oficina de turismo y comprobamos que nuestro hotel estaba más cerca de la estación de lo que creíamos. Mira tú qué bien. Y bastante céntrico. Así que nos dirigimos hacia él con cierta aprensión. Ocurría que, para ahorrar un poco de pasta, habíamos reservado habitaciones "semidobles" en el hotel com's de Nagoya. Viendo el tamaño de las dobles normales de Osaka, no queríamos imaginar cómo serían esas semidobles. Pues resultaron ser un poquito más grandes que las otras, mira tú. Las cogimos y nos fuimos a ver un poco la ciudad.
En el plano venía información variada sobre monumentos, restaurantes, tiendas y demás. Pero, qué coño, ya he dicho que estábamos en el centro. A la aventura. Volvimos hacia Sakae, nuestra estación de metro, y empezamos a flipar. Avenidas amplias, edificios futuristas, luces y neones por todas partes... bueno, la típica imagen del Japón moderno que todos tenemos. Durante la guerra, los aliados bombardearon a conciencia la mayoría de las ciudades japonesas, así que al acabar derribaron los escombros y rehicieron los trazados. Por eso en ciudades como Osaka o Nagoya, pese a ser bastante antiguas, no queda casi nada anterior al siglo XX (los castillos de ambas ciudades son sólo reconstrucciones de hormigón). No sé dónde leí que los bombarderos aliados respetaron Kyoto por su valor cultural y bla, bla. Mentira cochina. Kyoto se salvó porque era uno de los posibles blancos para la bomba atómica. El alto mando aliado quería comprobar con la mayor exactitud posible cuáles eran los efectos de la bomba; por tanto, prohibieron bombardear las ciudades elegidas como posibles blancos. Además de Hiroshima y Nagasaki, estaban Kyoto, Yokohama y algunas otras.
Bien, el resultado de todo esto son las hipermodernas ciudades japonesas. La historia es la que es y no se puede cambiar; lo único que podemos hacer es aprovechar las consecuencias positivas. Como dijo Franco, no hay mal que por bien no venga.
Recorrimos la zona, nos hicimos fotos, acordamos que nos gustaba más que Osaka y nos metimos por la cercana zona de bares, donde había mucha animación para ser jueves. Aunque los bares japoneses son un poco raros, conque acabamos yendo a lo seguro y nos metimos en un irlandés. Que, además, estaba en Happy Hour, conque me pude echar una jarra por 300 yen.
Luego buscamos un sitio para cenar y acabamos en el cuarto piso de un edificio. Esa zona es vertical; los edificios tienen tiendas y garitos varios en todas las plantas. En la puerta hay un cartel con lo que tiene cada piso; entras, subes al ascensor y listo. A nosotros no nos gustaba, creo que estamos demasiado acostumbrados a ir por la calle, ver un garito y entrar, sin tanta parafernalia. Además, muchos de estos sitios son clubes para hombres con señoritas de compañía. No necesariamente puticlubs; en muchos, las chicas sólo se toman algo con los clientes y dan conversación. Como modernas geishas; menos refinadas, pero también menos caras.
En cualquier caso, como he dicho, nosotros acabamos en un cuarto piso. Nos pilló un gancho en la puerta. En Japón no son tan habituales como en España, pero también los hay. El sitio era típicamente japonés. Japonés moderno, quiero decir. Todas las mesas estaban ocupadas por japoneses que armaban bastante jaleo y el menú no traía nombres en inglés ni apenas fotos. Iluminación y música de pub. Nuestro camarero se las apañó para explicarnos unas cuantas cosas en japanglish y pedimos un poco a voleo. Interesante y tremendo, que diría Raquel.
Y vuelta al hotel. Al día siguiente habíamos quedado para desayunar a las 7h30 (!), conque más nos valía no acostarnos demasiado tarde.
Por cierto: en el centro de Nagoya hay hilo musical por las calles. Cágate, lorito.
13 septiembre 2008
20/08 Geisha, flor de loto, samurai...
Nuestro último día antes de dejar Osaka lo íbamos a pasar fuera de Kansai (oficialmente, Kinki), su región; nos íbamos a Hiroshima. Situada a hora y veinte de Osaka en el Shinkansen, Hiroshima tiene varios atractivos para el visitante. El primero es, naturalmente, la bomba.
El 6 de agosto de 1945 un bombardero estadounidense, el Enola Gay, lanzó la primera bomba atómica de la historia sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Se calcula que murieron entre 150000 y 200000 personas (si se os hace difícil leer el número, pensad en que son personas como vosotros o yo) a consecuencia de ella, y muchos otros miles sufrieron secuelas que en algunos casos han llegado hasta la actualidad. La ciudad quedó completamente arrasada y se convirtió en un símbolo para la humanidad. Un símbolo, sobre todo, de lo que no debería volver a hacerse nunca. Tres días después se lanzó una segunda bomba atómica sobre otra ciudad japonesa, Nagasaki. Las consecuencias de los bombardeos atómicos fueron tan terribles que, hasta la fecha, nadie se ha atrevido a repetirlos.
Naturalmente, Hiroshima se ha reconstruido por completo después de la bomba, con una excepción. La Sala de Promoción de la Industria de Hiroshima, situada casi debajo del punto donde explosionó la bomba (a unos 600 metros del suelo, para maximizar el alcance de la explosión), fue uno de los pocos edificios que se mantuvieron en pie, aunque con grandes daños. En lugar de demoler los restos, como hicieron con las demás estructuras que no llegaron a caer, se ha mantenido y hoy día es la Cúpula de la Bomba. Se llama así porque el elemento más distintivo del edificio es la cúpula que lo remata. Digo "edificio", pero no os engañéis, es sólo una ruina vallada.
Al otro lado del río está el Parque de la Paz. En el parque hay varios monumentos dedicados a la paz y al recuerdo de la bomba. Está el Monumento de los Niños, levantado por una suscripción popular iniciada por los compañeros de colegio de una niña, Sadako Sasaki, que murió diez años después de la bomba, vícitma de la leucemia, una de las principales secuelas de la radiación. Durante su estancia en el hospital, Sadako se dedicaba a doblar grullas de papel, según la creencia popular de que, al doblar mil grullas de papel, se te concede un deseo. Por ello el monumento está rematado por una representación de una de ellas. Las grullas de papel se han convertido en un símbolo de la paz en Hiroshima.
También en el parque hay un estanque rectangular sobre el cual se encuentra la Llama de la Paz, que se apagará el día en que se destruya la última arma atómica del mundo (va para largo). Y al final del estanque está el Cenotafio que guarda una lista con los nombres de todas las víctimas de la bomba. Cada año, el día 6 de agosto, se realiza una ceremonia conmemorativa y se añaden los nombres de los Hibakusha que han fallecido durante ese año por las secuelas de la bomba. Sesenta y tres años después, la bomba de Hiroshima sigue matando.
Detrás del Cenotafio se encuentra el Museo de la Paz. Cobran sólo una entrada simbólica (50 yen) y es de visita obligada. Al principio cuenta la historia de Hiroshima antes de la guerra y luego ya pasa a la bomba desde todos los puntos de vista. Cómo funciona las armas nucleares, las circunstancias históricas que llevaron a la bomba de Hiroshima y sus consecuencias. No se limitan a decir "mira lo que nos hicieron"; también hay autocrítica por la política belicista y expansionista de Japón durante la primera mitad del siglo XX. Y se recuerda que muchas de las víctimas de la bomba fueron coreanos obligados a trabajar en Hiroshima en régimen de semi-esclavitud.
Todo el museo está lleno de objetos donados por supervivientes, incluidas algunas grullitas de papel de las que hizo Sadako Sasaki. Esto se va haciendo cada vez más insoportable y al final ya casi no podía mirar a ningún sitio porque se me saltaban las lágrimas. No pude ver ni uno solo de los vídeos en que algunos Hibakusha, muchos de ellos niños durante la guerra, contaban su experiencia. Era demasiado estremecedor. Incluso ahora me emociono al recordarlo; me está constando bastante escribir este párrafo.
Al salir del museo decidimos cambiar de tema e irnos a Miyajima. Miyajima es ua isla (jima = isla, como Iwojima) cercana a Hiroshima. Tanto que el tranvía llega hasta el embarcadero desde donde se coge el ferry, aunque también podíamos haber vuelto a la estación y coger el cercanías (línea JR, al igual que el propio ferry). En el mismo embarcadero paramos a comer en un fast-food llamado "Padre Madre" (no hablaban español, pese al nombre). Yo comí takoyaki y los demás una especie de hamburguesas, pero con arroz prensado en lugar de pan y contenidos varios en lugar de hamburguesa. Health-fast-food, por decir algo.
Con la panza llena cogimos el transbordador, desde el que hay unas bonitas vistas a toda la bahía de Hiroshima y a la propia Miyajima. Lo primero que se ve de la isla es el enorme tori. Con la marea alta, la parte inferior del tori queda cubierta por el agua, pero nosotros llegamos con marea baja, así que quedaba en tierra firme.
Una vez desembarcamos, en seguida pudimos comprobar que no sólo en Nara-koen había ciervos sueltos. En Miyajima también campan a sus anchas y son igual de amistosos. Una vez me encontré uno dentro de una tienda (espero que no le diera por cagarse; al dueño no le habría hecho gracia).
Miyajima da para una visita corta o larga, a elección. Se puede subir a ver los templos de la montaña o recorrer la isla en bici. En el monte hay monos, aunque no son tan dóciles como los ciervos. Sin embargo, nosotros nos limitamos a la zona cercana al embarcadero. Principalmente al santuario de Itsukushima-jinja. El gran tori señala la entrada al santuario desde el mar. Se puede visitar por dentro, pero preferimos limitarnos a acercarnos al tori (aprovechando la marea baja) y ver el santuario por fuera. Luego subimos a una colina cercana en la que hay una pagoda bastante bonita y recorrimos un poco la zona. Incluidas las tiendas de recuerdos. La artesanía típica de la zona es la pala de arroz, y exhiben orgullosos la mayor pala de arroz del mundo. Tié que habe gente (y récords) pa tó.
Volvimos a la estación de Hiroshima (esta vez en cercanías, que el tranvía tarda mucho) y otra vez al Shinkansen de vuelta a Osaka. Esta vez ni siquiera tuvimos ganas de bajar al centro. Cenamos en la estación (en uno de esos sitios en que hay que coger ticket en la maquinita, pero incluso los garitos de la estación son baratos y dan abundante). Y al hotel, después de mirar horarios de tren para el día siguiente. Próxima parada: Nagoya.
11 septiembre 2008
Interludio
Como anuncié en la primera entrada de esta plasto-serie, de vez en cuando voy a meter alguna entrada en la que comento aspectos interesantes o curiosos de Japón. Ésta es una de ellas.
Bicicletas. En Japón va mucha gente en bici por la calle. Lo malo es que casi no hay carril-bici. Pero las bicis no van por la calzada, sino por la acera. Cuando hay mucha gente en las aceras, cosa habitual, la mayoría de los ciclistas van despacito y con cuidado; pero algunos, especialmente los chavales, van a toda leche, sorteando peatones. No me explico cómo no vimos ningún accidente ni atropello. Es una de las cosas que menos me gustaron del país.
Basura. Las calles japonesas están impolutas, pero hay muy pocas papeleras. Muchas veces tienes que llevar lo que quieres tirar en la mano durante mucho rato. Cuando sacábamos bebidas de las máquineas entrábamos en modo de búsqueda; el primero que vea un cubo, que avise. Lo bueno es que casi todos los cubos de basura de las calles tenían distintos compartimentos para separar residuos.
Escritura. En el japonés actual se usan cuatro alfabetos, nada menos. Simultáneamente. Un rótulo puede tener partes escritas en los cuatro alfabetos, según lo que sea.
El alfabeto que forma el armazón de la escritura es el kanji, los ideogramas chinos. Como cada palabra tiene su kanji (o grupo de kanji), aprender el kanji equivale a aprender un idioma completo. Chungo.
El segundo alfabeto es el hiragana, un alfabeto silábico exclusivamente japonés. Cada uno de los 46 hiragana representa una sílaba, con algunas excepciones para vocales aisladas y también la letra n aislada. El hiragana complementa el kanji: se usa para palabras que no tienen kanji y también para desinencias y partículas. En teoría, se podría escribir todo el japonés en hiragana, pero no se hace así, salvo en libros para niños (los niños japoneses aprenden a leer en hiragana y luego ya empiezan con los demás alfabetos).
El tercer alfabeto es otro silabario, el katakana. También tiene 46 signos, cada uno de los cuales equivale a un hiragana. Pero el katakana se usa para las palabras de origen extranjero, principalmente anglicismos, incluyendo casi todos los nombres de países y los de personas extranjeras. Si escriben vuestro nombre en japonés, usarán el katakana.
Y el cuarto alfabeto es el latino, llamado en Japón rōmaji, que se usa sobre todo para marcas comerciales, incluyendo muchas japonesas.
En las estaciones de tren y metro suelen poner los nombres en kanji, hiragana y rōmaji. Sin embargo, en los planos y horarios no siempre es así. A veces sólo vienen en kanji, glups. O en los planos de tren sólo están en rōmaji las estaciones principales.
Aprender hiragana resulta útil porque hay muchos rótulos en hiragana por la calle. El katakana tiene la ventaja de que, si sabes inglés, tal vez entiendas lo que leas porque es muy probable que sea un anglicismo. Aunque hace falta imaginación para saber que kōhī es café, Supein es España o wādo purosessā es procesador de textos.
09 septiembre 2008
19/08 Nara
Nos quedaban dos días en Osaka y dos localidades por ver. Incluso un mensista (y teníamos tres en el grupo) podría hacer las cuentas. Decidimos empezar por el sitio más cercano: Nara, otra de las antiguas capitales de Japón (antes de Kyoto).
Desde Osaka se puede ir a Nara en el cercanías. Una vez allí, la oficina de turismo está en la misma estación, como es habitual. Nos dieron información en castellano y nos explicaron que lo más interesante está en un parque al que se llega andando desde la estación en un cuarto de hora. Nara es una ciudad pequeña y la visita es cómoda. Basta con una excursión de un día. Ojo: visita corta, pero imprescindible. Los tres grandes templos del parque son tan impresionantes como distintos entre sí.
Desde la estación de Nara se va andando por Sanjo-dori, que es la típica calle llena de tiendas, como todas las que recorren los turistas sin parar. Y justo antes de llegar al parque de Nara-koen (que es el más grande de Japón; tampoco creáis que se ve todo en diez minutos) está la subida al templo de Kōfuku-ji. En Kōfuku-ji, además de la gran pagoda de cinco pisos y demás edificios del conjunto, vimos los primeros representantes de una de las principales atracciones de Nara: los ciervos. Hay unos 1500 en todo el parque, son muy mansos y no tienen ningún miedo a la gente. De hecho, si llevas galletitas saladas para darles (las venden por todas partes y son para los ciervos, no os las comáis), se te tiran encima, como le pasó a Cassandra. Si no las llevas, también te puedes acercar a ellos, tocarlos y lo que quieras, aunque en época de celo o cría (no era el caso) hay que tener un poco más de cuidado. No son ciervos muy grandes; calculo que los adultos no pasarían del metro de alzada. Ni siquiera Raquel les tenía miedo.
Como a un cuarto de hora de Kōfuku-ji, atravesando los terrenos del Museo Nacional de Nara (y casi esquivando los ciervos) está otro gran templo budista, el de Tōdai-ji. Tras curzar un gran pórtico y un no menos impactante atrio se llega al pabellón principal donde se encuentra el Daibutsu, una enorme estatua del Buda Vairacana. Daibutsu significa, simplemente, "Gran Buda" y es el nombre genérico que reciben las estatuas gigantes de Buda. Esta estatua de bronce tiene casi 15 metros de altura (y eso que el está sentado) y representa al Buda que se extiende por el mundo. Tal vez por ello hay un cartel que autoriza expresamente las fotografías; así los visitantes nos llevamos su imagen a todo el mundo.
Dentro del pabellón hay otras estatuas bastante grandes y uno de los pilares tiene un agujero en la base que lo atraviesa. Se dice que quien sea capaz de cruzar por él, alcanzará la iluminación. Todos los niños se dedicaban a ello. Yo creo que un adulto delgadito también pasa, pero no lo probé.
Nos fuimos de Tōdai-ji atravesando Nigatsu-dō, que es una especie de complejo secundario de Tōdai-ji, y llegamos así al tercer gran templo de Nara. Que no es budista, sino un santuario sintoísta, Kasuga-Taisha. Los santuarios sintoístas tienen varios elementos distintivos. Uno es el tori, un gran pórtico rojo cuyo travesaño sobresale por los extremos. Otro es el color blanco y rojo; éstos son los colores del sintoísmo, los mismos de la bandera japonesa. No sólo los edificios, también los sacerdotes (y sacerdotisas) sintoístas visten de blanco y rojo. Además, a diferencia de los monjes budistas, llevan el pelo largo con un tocado bastante llamativo. Y no les gusta que les hagan fotos.
En Japón se da mucho el sincretismo religioso. La mayoría de los japoneses se casan por el rito sintoísta, pero los ritos fúnebres son budistas. Y van a templos de los dos tipos. Cosas de las religiones orientales.
Otro rasgo característico de los templos sintoístas es la destrucción ritual. Cada veinte años derriban los principales edificios y los vuelven a construir. En algunos sitios se ha abandonado esta costumbre, pero en otros sigue llevándose a cabo. También tienen muchas linternas y farolillos, no sólo en los edificios, sino también en los caminos que llevan a ellos. Los caminos que llevan al conjunto principal de Kasuga-Taisha, por ejemplo, están jalonados por columnas de piedra con ventanitas cerradas con papel; supongo que al atardecer las encienden, tal vez sólo en ocasiones especiales.
Podríamos haber comido en Nara-koen. Había muchos restaurantes a precio normal (normal para Japón; para nosotros, barato). Pero salimos y nos metimos en el primero que vimos de vuelta a Sanjo-dori. Yo pensaba que ya no nos sacarían nada, porque eran casi las cuatro, pero qué va. Esta vez metí un poco la pata; no porque no me gustara lo que elegí, sino porque había menos cantidad de lo que creía. Pero rebañé lo que se dejaron los demás y listo. Qué apañadico soy.
Después de comer, pasamos la tarde de tiendas por Sanjo-dori y una galería comercial que salía de ella. Raquel estuvo a punto de comprarse unos zapatos de ninja (los hacen también de colores), pero al final sólo compramos dulces y algún regalo. Entre los pocos defectos de Japón está la escasez de chocolate. Tienen poco y malo. Las chicas se compraron unos bombones que resultaron estar rellenos de algo que me pareció dulce de judías; no es lo que yo usaría para rellenar un bombón. En general, los japoneses no son muy aficionados al dulce. El té nunca lleva azúcar, los azucarillos son pequeños y los dulces, bueno, poco dulces.
Tras este arranque consumista volvimos a Osaka. Esta vez cogimos comida para llevar en la estación y cenamos en las habitaciones. Raquel, Nu y yo cogimos unas bandejitas de sushi que nos comimos mientras veíamos los Juegos por la tele. Finales de aparatos de gimnasia, si no recuerdo mal. El sushi no tenía ni soja ni wasabi; pudimos comprar soja en un supermercado, pero no wasabi, conque quedó un poco soso. Al menos, las cervezas para acompañar fueron baratas. Latas frías de medio litro en la máquina del hotel a 210 yen la pieza. Qué duro iba a ser volver a acostumbrarse a los precios españoles.
08 septiembre 2008
18/08 Cada uno por su lado
Nuestra idea inicial para la cena del día anterior consistía en quedar con Chichirri y Goth, pero no hubo forma de localizar a Chichirri (y tampoco podíamos contactar directamente con Goth). De todos modos, por la noche Cassandra sí pudo hablar con ella y quedó con sus amigas para hacer cosas por Osaka. Así que nuestro grupo se dividió. Por un lado, Cassandra y Jofán se quedaban en la ciudad. Por otro, Raquel, Nu y yo queríamos seguir viendo Kyoto. Y para allá que nos fuimos.
Las chicas ya habían hecho un plan de visita. En otros viajes suelo leer guías y pensar de antemano qué es lo que quiero ver, pero en Japón me he dejado llevar. Cosa que está muy bien, la verdad. Más descansado y relajado.
En el tren a Kyoto fuimos repasando el plano de autobuses y descubrimos que vendían pases de un día muy baratos. El billete sencillo de autobús cuesta 220 yen, mientras que el pase diario vale sólo 500; poco más que dos viajes. Los venden en una oficina junto a la estación, pero también en más sitios, incluidos los propios autobuses (suponiendo que sepas cómo pedírselo al conductor). Bueno, nosotros los compramos en la estación y los amortizamos muy sobradamente a lo largo del día.
Cogimos nuestro primer autobús hasta el castillo de Nijo-jo. El castillo consiste en un doble recinto amurallado con su foso. En el interior hay numerosos edificios de madera rodeados por un gran jardín. En su momento, el castillo era la residencia del shogun Tokugawa cuando visitaba Tokyo, donde vivía el emperador. Durante la Edad Media japonesa (siglos XIII - XIX), el emperador venía a ser una figura decorativa de origen divino, mientras el que mandaba de verdad era el shogun, que muchas veces ni siquiera vivía en Kyoto. Los Tokugawa, por ejemplo, vivían en Edo (actual Tokyo) y fueron una dinastía que ejerció el shogunato durante casi tres siglos. Por eso su época es conocida como el periodo Edo, durante el cual Japón estuvo casi completamente aislado del exterior.
En mi opinión, Nijo-jo es una de las visitas más interesantes de Kyoto y, a diferencia de otras (como el Palacio Imperial, los jardines de Saiho-ji, el templo de Nishi Hongan-ji o la villa Katsura), no hay que hacer reserva previa para entrar. En efecto, para evitar las aglomeraciones, muchos monumentos de Kyoto sólo pueden visitarse con reserva previa, que en algunos casos hay que pedir por escrito con varias semanas de antelación.
Después de Nijo-jo fuimos a ver el templo de Kinkaku-ji, el templo del pabellón dorado. A diferencia de Ginkaku-ji, en este caso el pabellón sí recibió su cobertura de oro; pero, por desgracia, después de sobrevivir a todas las guerras y terremotos, en 1950 un trastornado le prendió fuego. El pabellón actual es una copia exacta del original. Y todo el recinto, con sus lagos y grullas, merece la pena sobradamente.
Nuestra siguiente parada era el jardín del palacio imperial, actualmente convertido en parque público, que está en el centro de Kyoto. Pero esta vez no íbamos a quedarnos sin comer, así que nos metimos en un pequeño restaurante cercano al parque. En Japón es muy fácil pedir la comida aunque no hables el idioma. La mayoría de los restaurantes tienen modelos en plástico de los platos que sirven puestos en el escaparate. Así que sólo necesitas pedir al camarero que te siga y señalar lo que quieres. Los platos llevan cartelitos con los precios, así que no te vas a llevar sorpresas por ese lado. Y no necesitas pedir bebidas, si no quieres, porque te sacan toda el agua con hielo (a veces té helado) que quieras. Naturalmente, es posible que ninguno de los platos te guste y quieras que te cambien algo; en ese caso, sólo necesitas aprender japonés y pedir a los amables camareros lo que quieras. Están allí para servirte y lo hacen siempre con una sonrisa.
El parque del palacio no fue una buena idea para las primeras horas de la tarde. Tiene unos paseos de grava muy amplios donde pega el sol de plano. De todos modos, al final nos metimos en una zona muy agradable con un estanque en el que, además de las habituales carpas, vivían unas cuantas tortugas. En los jardines japoneses hay animales bastante grandes. Además de las grullas, que no suelen acercarse a la gente, hay muchos cuervos bastante grandes, mariposas y libélulas de hasta 10 cm de envergadura, carpas de más de medio metro en los estanques, siluros todavía más grandes... Y ciervos, pero a eso ya llegaremos más adelante.
Al salir de la zona del estanque fuimos a sentarnos en un banco a la sombra. La inmensa mayoría de los japoneses (y japonesas) son bajitos, con mucho pelo en la cabeza, poco en el resto del cuerpo y delgados. Pero el banco siguiente al nuestro estaba ocupado por un tipo bastante gordo que dormía en una postura curiosa. Estaba tumbado de cara al respaldo con una pierna encima del mismo, de modo que más bien parecía que se lo estaba follando. Raquel había ido a buscar un servicio (hay muchos por todas partes y suelen estar bien cuidados) mientras Nu y yo conversábamos sentados en el banco. En ese momento, nuestro amigo, que tenía la cabeza en el extremo de su banco más alejado del nuestro, decidió intervenir tirándose un pedo tremendo. Y quiero decir tremendo. Casi nos despeina. En fin, una nota de color en nuestro descanso.
La mayoría de los monumentos de Kyoto cierran pronto, sobre las cinco o cinco y media, así que ya no teníamos tiempo para más. De modo que fuimos otra vez a Gion para recorrer la zona con más tranquilidad que el día anterior. En los alrededores de Gion hay algunas tiendas bastante interesantes. En Japón, las geishas se asocian con el lujo y el refinamiento, de modo que el comercio va acorde. Por ejemplo, vimos una tienda dedicada exclusivamente a pasadores de pelo y similares. Los había desde unos 8000 yen hasta casi 400000 (estos ya de ámbar, obsidiana y perlas).
Dentro de Gion es habitual ver a las maiko (aprendizas) por todas partes, pero las geishas de verdad están en las casas. Esto nos hizo ver algunas escenas de vergüenza ajena protagonizadas por los propios turistas japoneses. En un momento dado, una geisha incauta salió de una casa para ir hacia otra; inmediatamente la persiguieron ocho o diez personas, sacando fotos o corriendo al lado de la geisha con dos dedos levantados para que se las hicieran a ellas. Y luego vimos unas veinte personas apostadas con sus cámaras frente a una puerta, como vulgares papparazzi esperando a la estrellita de turno. Así que nos largamos.
Habíamos quedado a las ocho de la tarde en el UNIQLO (sí, sí, hay una cadena de tiendas llamadas Uniculo; ignoro si hay Multiculo) de Shinsaibashi con Jofán y Cassandra. Las chicas querían comprarse yukatas y nos habían recomendado esa tienda. Así que nos fuimos hacia allí. Como llegamos pronto, paramos en el gran templo de la horterada: la tienda de Hello Kitty. Y luego nos fuimos al UNIQLO en plena hiperglucemia. Mientras yo esperaba fuera, en vista de que nuestros amigos no llegaban, Raquel y Nu se metieron a comprar sus yukatas. Y luego esperamos un montón, hasta que aparecieron, casi a las nueve. Resulta que sus planes iniciales se habían trastocado por completo. En lugar de ir con Chichirri por Osaka, acabaron con Goth en una tienda de muñecas a las afueras de Kyoto. Y el viaje de vuelta les había costado casi dos horas. En fin, intentamos ir a comer ramen a un sitio que nos habían recomendado nuestras amigas locales, pero estaba lleno y no nos apetecía esperar más, conque nos metimos en otro que había al lado. También de ramen, y con los habituales precios baratos. Tipo fast-food: elegías tu plato y sacabas unos tickets en una máquina, lo que es bastante habitual en Japón. Pero a nosotros nos hizo todo la camarera; es bueno tener pinta de guiri en Japón, todo el mundo intenta ayudarte.
Y luego a casita, tras nuestra habitual parada en las máquinas de refrescos antes de llegar al hotel. Sí, hace mucho calor, pero en todas las ciudades y pueblos hay muchísimas máquinas de refrescos baratos (entre 100 y 150 yen) y con mucho surtido, así que no hay que preocuparse demasiado por la bebida. Qué gran país. Y cada vez hay más carteles en romaji por las calles, ni siquiera te pierdes.
03 septiembre 2008
Cambios en la plantilla
He estado manoseando un poco la plantilla del blog a mano. En mi ordenador se ve bien, pero tal vez no sea así en todos. Si veis algo raro, decídmelo en los comentarios de esta entrada, por favor.
17/08 Kyoto
Nuestro viaje a Japón no estaba planeado al milímetro, que digamos. Sí teníamos los hoteles reservados, conque sabíamos cuántos días íbamos a pasar en cada zona. Pero, una vez allí, a la aventura. Sabíamos que pasaríamos seis días en Kansai, y durante estos días queríamos ver, al menos, Kyoto, Nara y Hiroshima. Ya habíamos gastado dos días y casi no habíamos salido de Osaka (que parece una buena ciudad para vivir, pero no para hacer turismo). Conque decidimos pasar este día viendo todo lo que pudiéramos de Kyoto. Aunque íbamos a hacer corto: según nos habían dicho, Kyoto requiere un mínimo de cuatro días, y eso metiéndose caña.
A las nueve en punto, Cassandra y Jofán (tal vez para demostrar que lo del día anterior había sido un accidente) ya estaban esperando en el vestíbulo del hote. Los demás llegamos unos minutos más tarde, en parte porque había mucho trasiego en los ascensores (por una convención de árabes, o algo por el estilo) y nosotros estábamos en la última planta. Fuimos de nuevo al Estación Café (se llama así, con acentos y todo); el día anterior nos pareció un poco caro eso de pagar tanto por un desayuno sencillo (café y tortitas) como por una comida, pero mirando precios comprobamos que era normal. Y luego el tren a Kyoto.
Esta vez fuimos a la oficina de turismo. Hay dos en la estación; una sólo para japoneses y otra para el resto del mundo. Si quieres ir a la de japoneses, tú mismo, pero más te vale hablar japonés. Además, los intereses turísticos pueden ser distintos. Kyoto tiene muchos templos, así que atrae mucho turismo religioso, sobre todo durante el Obon. De todos modos, el turismo religioso budista es diferente del cristiano.
Una vez asumido que no íbamos a poder ver todo, y armados con la información de la oficina de turismo (plano de la ciudad, plano de autobuses, rutas turísticas), nos decidimos or la zona de Higashiyama, al este de Kyoto, donde se da la mayor concentración de templos. Hoy día, Kyoto es una gran ciudad (aunque no tanto como Osaka) no especialmente bonita, salvo algunas calles sueltas, pero tiene muchos monumentos que vale la pena visitar.
Nuestra primera parada fue el templo de Rengeō-in, conocido popularmente como Sanjūsangen-dō. Los grandes templos japoneses no suelen ser edificios singulares, sino complejos con varios pabellones, pero en este caso el edificio principal destacaba sobre el resto. Un pabellón (de madera, como todos) de más de 60 metros de longitud, en cuyo interior hay una nave con 33 vanos (eso significa el nombre popular del templo) que contiene 1001 estatuas del bodhisattva Kannon a tamaño natural, además de los 28 dioses guardianes de la mitología budista y un Buda mucho más grande en el centro de la galería. Bastante impresionante. A un lado del edificio hay un jardín y al otro, la zona en que se organizaban los concursos anuales de tiro con arco. Estos concursos consistían en liarse a lanzar flechas a un blanco situado a 60 metros del arquero durante 24 horas. Cada arquero podía llegar a lanzar unas 10000 flechas durante ese tiempo y hay un registro de que uno de ellos alcanzó la marca de casi 14000, la mayoría de las cuales dieron en el blanco. Supongo que quienes tiréis con arco os podréis hacer una idea de la magnitud del esfuerzo que supone esto.
Junto a Sanjūsangen-dō está el Museo Nacional de Kyoto, al que no entramos. Ya os digo que no podíamos ir a todo. A cambio, seguimos andando hasta el templo de Kiyomizu-dera, seguramente el más visitado de la ciudad. De todos modos, al ser un complejo enorme, no hay demasiada aglomeración. Lo malo es que está al final de una larga cuesta y hacía mucho calor (ya nos habían avisado de que en Kyoto hacía aún más calor que en Osaka, e igualmente húmedo). Entre eso y los restos del jet-lag, la pobre Cassandra estaba para el arrastre, así que se quedó sentada en un banco de la entrada con Jofán, mientras los demás recorríamos el templo. Una pena, porque Kiyomizu es precioso. Ah, si vais a ver templos por Japón, hay que ir descalzo en el interior de los pabellones. Llevad calzado fácil de poner y quitar, y calcetines (si lleváis) en buen estado.
Como ya he dicho, Kyoto atrae mucho turismo religioso, así que había muchos japoneses practicando rituales diversos. En general son rituales sencillos. Por ejemplo, echas una moneda en una caja, tocas el gong, juntas las manos, haces una reverencia y rezas un poco. O te lavas y te enjuagas la boca en las fuentes. A diferencia de la mayoría de las religiones, el budismo (y no digamos el sintoísmo) no es proselitista, conque nadie te hace sentir raro por no practicar su religión, o por ir a beber a su fuente. Incluso las explicaciones (muchas en inglés) de las distintas estatuas e imágenes son diferentes. En lugar de "esta deidad protege de tal cosa" o "este ritual produce tal efecto", suele poner "la gente cree que esta deidad..." o "la gente considera que este ritual...".
En el templo nos encontramos con Goth y su hermano. No estuvimos mucho con ellos porque llevaban otra ruta, pero Goth nos recomendó ir más tarde a Gion, el barrio de las geishas. Lo apuntamos.
La visita nos llevó un par de horas, así que asumimos que nuestros compañeros se habrían marchado; tal vez al Museo del Manga, que Cassandra quería ver. Sin embargo, seguían donde los habíamos dejado. De todos modos, nos separamos definitivamente porque ellos preferían bajar ya hacia Gion y luego ver el citado museo, mientras que nosotros teníamos idea de subir a Ginkaku-ji, el templo del pabellón de plata.
Ginkaku-ji se llama, en realidad, Jishō-ji; en Kyoto es habitual que los templos tengan un nombre oficial y otro popular por el que son más conocidos. Igual que en Madrid tenemos "la Catedral de la Almudena", conocida popularmente como "el mamotreto ése". Es bastante más pequeño que Kiyomizu-dera, pero también muy popular y vale la pena ir a verlo. Aunque el pabellón plateado (que nunca llegó a tener su proyectada cobertura de plata porque al dueño se le acabó la pasta) estaba cerrado por obras. De todos modos, el jardín zen es muy bonito. Después de tanto pateo como llevábamos, era justo lo que necesitábamos.
Y ya bajamos hacia Gion. El barrio de las geishas es muy bonito, todo construcciones tradicionales de madera. Muchas de ellas siguen teniendo casas de geishas, pero otras son restaurantes de lujo. De todos modos, no teníamos demasiado tiempo para verlo, porque habíamos quedado a las siete en la estación con Cassandra y Jofán para volver a Osaka. Y, pese a salir con tiempo, llegamos bastante tarde; parece que habíamos calculado bastante mal. Bueno, cogimos el tren y fuimos directamente hacia Dotombori para cenar. Ya llevábamos tres días en Japón y todavía no habíamos probado apenas el pescado crudo, conque fuimos a un restaurante de sushi y sashimi. Tal vez pudimos haber elegido un sitio mejor, como alguno de los buffet libres cercanos (tened en cuenta que no habíamos comido). Además, el sashimi no era muy allá. Pero al menos tuvimos una zona (nada lujosa, ojo) para nosotros solos. Y después de cenar, vuelta al hotel, que nuestros pobres pies estaban muy necesitadas. Por cierto, en el hotel descubrimos que no había wi-fi, pero sí conexión gratuita a internet por ethernet. Y, si no tienes ordenador (Jofán se había traído el suyo), te alquilan uno por 1000 yen diarios. Qué organizaditos.
02 septiembre 2008
16/08 Osaka
Como no teníamos desayuno incluido en el hotel, quedamos a las nueve y media de la mañana en el vestíbulo para ir a desayunar a la estación. Nu, Raquel y yo estuvimos puntuales, pero pasaba el tiempo y los otros dos no bajaban. Así que subí a buscarlos a las diez. Aporreé su puerta y, finalmente, salió Jofán medio dormido. Parece que íbamos a ir con retraso. Aunque se dieron y prisa y poco después los teníamos abajo. Según nos contaron, la pobre Cassandra era víctima del jet-lag y apagó el despertador así como se puso a sonar. Le costó bastante rato poner cara de persona.
Osaka no es una ciudad muy interesante para los turistas. El motivo de que hubiéramos cogido hotel allí, en lugar de la cercana Kyoto, era que Cassandra tenía una amiga, Chichirri, viviendo en Osaka. Además de que la quería ver, a todos nos venía bien tener una guía indígena (o que, al menos, llevaba unos meses allí y se manejaba en japonés).
Habíamos quedado en Yodabashi Camera, unos grandes almacenes de la zona de Umeda, a mediodía. Antes de que llegara Chichirri fuimos a ver móviles (cien mil modelos, pero no sabíamos si podríamos conseguir uno libre que funcionara en España). Es que, de todos los nuestros, sólo el de Jofán funcionaba en Japón. Y luego subimos a la planta de las cámaras fotográficas. Sí, toda una planta sólo para cámaras. Raquel quería comprarse una y Cassandra también quería mirar cosas. Finalmente yo, que sólo iba de acompañante, acabé comprando dos (una fue el regalo de cumpleaños de Raquel). Mi primera cámara digital, y le di mucho uso a lo largo del viaje.
Finalmente llegó nuestra indígena y fuimos a comer a un centro comercial cercano. Chichirri es muy maja, en seguida congeniamos todos con ella. Y claro, hablaba japonés, cosa que viene de maravilla para pedir en un restaurante en el que te podían sacar el tonkatsu de diecisiete formas. Yo acabé pidiendo katsudon, que a lo largo del viaje me serviría como plato comodín cuando no sabía qué pedir.
Después de comer fuimos a tomar café a un Starbucks. Sí, un Starbucks; el café japonés no es muy bueno, en general, conque el del Starbucks no es peor. Además, Chichirri se empeñó en invitarnos, ya que nosotros también nos habíamos empeñado en invitarla a comer. Después subimos a un pequeño salón de juegos del mismo centro comercial. Nada que ver con los salones de pachinko, un tanto deprimentes pese a las luces y la musiquita taladrante. Pero vaya, echamos un ojo y nos fuimos en cuanto pudimos encontrar la salida. Veinte minutos, por lo menos. No andábamos muy finos, no.
Chichirri tenía otra amiga española en Osaka, Goth. Y, qué cosas, hablando de ella resultó que también era amiga de Cassandra, por otro lado. Goth estaba con su hermano, que había ido a pasar unos días. Conque quedamos para vernos todos en Kyoto un rato después. Casualmente habíamos ido a Japón durante el Obon y coincidía que ese día era el Daimonji en Kyoto, una ceremonia muy vistosa y popular.
Así que cogimos el cercanías a Kyoto (que está a unos 50 km de Osaka) y, una vez allí, un autobús hasta el lugar que nos habían recomendado para ver las hogueras. Kyoto no tiene metro (sólo algunas estaciones de cercanías), pero sí una muy buena red de autobuses. Los autobuses de Kyoto funcionan al revés que los españoles. Y no me refiero sólo a que conduzcan por la izquierda, como en todo el país. Se monta por detrás, se baja por delante y se paga al salir. Hay unas pantallas que muestran el precio a pagar; cuando bajas del autobús, echas el dinero a una máquina (hay que echarlo exacto, pero la máquina también sirve para cambiar si no llevas justo). Por seguir con las diferencias, y para variar, son muy puntuales. En las paradas están los horarios completos de cada línea y nunca vimos que pasara un autobús con más de un minuto de retraso (no son perfectos, no pueden controlar el tráfico).
Nos enteramos del funcionamiento del autobús porque Chichirri preguntó al conductor. Al rato vino una chica americana a preguntarnos a nosotros y acabamos pegando la hebra con ella. Se llamaba Perrin, era de Los Angeles y estaba recorriendo Japón ella sola. Hablaba un poco de español, pero nada de japonés. Sin embargo, no se cortaba nada a la hora de preguntar a todo el mundo y era bastante agradable, conque supongo que no tendría muchos problemas. Iba buscando el sitio de las hogueras, así que se vino con nosotros. Llegamos al lugar, nos encontramos con Goth y su hermano y, a las ocho (en punto, sí) vimos cómo encendían el Dai. A las siete ya se hacía de noche, de modo que vimos todo muy bien. Según nos contaron (y tal vez hayáis leído ya en el enlace que os he puesto), encienden cinco grupos de hogueras en la ciudad, todos ellos con un significado budista en honor a los muertos. Intentamos ir a ver algún carácter más pero, cuando llegamos, ya se habían apagado. Conque nos fuimos a coger otro tren de vuelta a Osaka, dejando a Perrin por el camino (cogía un tren a Tokyo un rato después).
El hermano de Goth también se fue, pero los otros siete volvimos a Dotomburi para cenar okonomiyaki en un restaurante que les gustaba a nuestras indígenas. El okonomiyaki consiste en comida a la plancha. Las planchas están en las propias mesas y te la dejan allí para que se haga. Casi todo lo que comimos consistía en una especie de tortas grandes de fideos con diferentes condimentos, y nos gustaron bastante. Para variar, salimos a unos 1000 yen por cabeza. Luego dimos una vuelta por la zona, recorrimos Shinsaibashi-suji (la gran galería comercial de Shinsaibashi) y llegamos a tiempo para coger el último metro, poco después de medianoche (pese a ser sábado). Último metro que, glups, no llegaba hasta Shin-Osaka y se quedaba en Umeda. Menos mal que pudimos recurrir al cercanías y llegar sin problemas al hotel. Y a dormir, que al día siguiente nos esperaba una dura jornada en Kyoto.
01 septiembre 2008
Ilustraciones
Con un gran sentido de la oportunidad, mi amigo Cristóbal acaba de terminar una serie de ilustraciones sobre Japón. Algunos ya conoceréis su trabajo porque no es la primera vez que lo menciono en este blog. Los demás, ya tardáis en pinchar el enlace.
Así que, con su permiso, usaré sus ilustraciones para mis siguientes entradas de la plasto-serie japonesa. Si queréis saber más sobre alguna de ellas, sólo tendréis que pinchar para ir a la página en la que explica el proceso de creación y qué es lo que representa.
Además, usaré algunas fotos que he hecho durante el viaje. Conque la plasto-serie de este año será un poco más vistosa que las anteriores. Y tal vez no sea ésta la única novedad, ya veremos.
14-15/08 Jet-lag duro, estilo blando
Hay dos formas de hacer un cambio de horario: la dura y la blanda. La dura consiste en hacer un día más corto de lo normal. La blanda, en hacer uno más largo. Se llaman así porque es más fácil acostarse unas horas más tarde que unas horas antes, cuando aún no tienes sueño y es difícil dormirse.
Japón lleva siete horas de adelanto (en verano; en invierno son ocho, porque no cambian de hora) sobre la España peninsular. Por tanto, nos tocaba un día de sólo diecisiete horas. Un cambio bastante duro. Además, nuestro avión salía de Barajas a las 10h20 para hacer una escala de 50 minutos en París y llegar a Tokyo a las 7h30 de la mañana siguiente. Por tanto, íbamos a tener que dormir en el avión, y muy pronto, porque aterrizaríamos a la que biológicamente venía a ser nuestra hora de acostarnos. Chungo.
Raquel y yo habíamos pedido un taxi a las 7h30 para recoger a Nu y llegar a la T2 de Barajas a las 8h, hora a la que habíamos quedado con Cassandra y Jofan. Un poco pronto, pero preferíamos ir con tiempo, por si acaso. Entre que el taxista llegó cinco minutos antes y que pillamos un atasco nulo, llegamos al aeropuerto veinte minutos antes de lo previsto. Pues hala, a esperar a nuestros amigos.
En vista de que no llegaban, saqué yo todas las tarjetas de embarque. Ellos venían en metro y también habían calculado mal el tiempo, pero al revés. Bueno, para eso habíamos quedado con tiempo. Llegaron, facturamos el equipaje, nos metimos a desayunar y al avión. Ni siquiera tuvimos mucho lío con el control de equipajes.
Pero, ah, siempre nos quedará París. Según nuestros billetes, aterrizaríamos en la misma terminal de la que luego despegaría el avión a Tokyo, la 2F. Sin embargo, aterrizamos en la 2D. Para quienes conozcáis el aeropuerto Charles de Gaulle, eso son dos terminales diferentes, como la T1 y T2 de Barajas. Así que nada más aterrizar nos esperaba una auxiliar de Air France para conducirnos hasta la 2F a un paso que podríamos calificar como "trote gorrinero". A través de pasillos y salas repletos de gente, conque no era tan fácil seguirla. Pero al final lo conseguimos (espero que todos los que debíamos hacer ese transbordo, calculo que unas 30 personas). Conseguimos llegar al control de pasaportes; sí, al cambiar de terminal, tuvimos que volver a pasarlo. Y con los detectores de metal graduados a "hasta los empastes". Porque vaya, yo creo que lo único metálico que llevaba encima era la cremallera de los vaqueros, y pité. Y me cachearon, me pasaron el detector manual y toda la pesca. Raquel estaba encantada al ver que la amabilidad parisina no había cambiado (su revisora le decía que sí, que ya sabía que llegábamos tarde a nuestro vuelo, pero ella no podía hacer nada, mientras le revisaba minuciosamente el bolso con la mayor parsimonia).
Por suerte la puerta de embarque estaba al lado del control, así que llegamos a tiempo. A tiempo de esperar más de una hora a que el avión se moviera por problemas técnicos sin especificar. Qué guay, ya vamos con retraso.
El vuelo en sí transcurrió sin mayores incidentes. Cada uno empleó las diez horas largas de vuelo en lo que mejor le pareció. Yo intenté alguna peli doblada al mexicano o en versión original inglesa pero, entre el ruido del avión (un Boeing 777, que es un mamotreto) y la mala visibilidad del LCD acoplado al asiento delantero, acabé desistiendo. Conque me dediqué a aprender Hiragana y jugar al Shanghai (la versión en solitario del Mah-Jong). Al llegar a Tokyo ya casi dominaba uno de los alfabetos japoneses (tienen tres, además del latino, y usan todos a la vez) y no había conseguido ganar una sola partida de Shanghai.
También intenté dormir cuando apagaron las luces, y creo que lo conseguí durante algunos minutos. Pero claro, eran las seis o las siete de la tarde, hora española, conque vi que aquello no tenía futuro y volví a mis hiraganas. Por lo que me dijeron luego, mis compañeros de viaje no habían tenido mucha más fortuna.
Finalmente, despertaron al pasaje para dar los desayunos, a lo que más bien era una hora de cenar un poco tardía. Descubrimos que podíamos haber ido a por comida y bebida a la parte trasera del avión en cualquier momento del viaje; ay, estos novatos ignorantes. Y aterrizamos en Tokyo sin haber podido recuperar el retraso de salida. A la 1h30 de día 15, hora española. 8h30, hora local. La noche había desaparecido. Y ni siquiera podíamos ir al hotel a dormir; teníamos que coger un tren a Osaka, donde íbamos a pasar los seis primeros días. Por tanto, en lugar de un día de 17 horas, íbamos a tener uno de 41. Aaaggh.
Pasamos el control de inmigración y recogimos el equipaje sin más incidencias. Eso sí, empezamos a ver que las historias sobre la amabilidad de los japoneses no eran exageradas. Vaya contraste con los parisinos; no me extraña que muchos japoneses sufran un choque cultural al visitar la capital francesa. Por desgracia, las historias sobre el desconocimiento de idiomas en Japón tampoco son exageradas. Muy poca gente habla inglés, y los pocos que lo hablan suelen hacerlo mal. Claro que hacen todo lo posible por entenderte y hacerse entender, por señas o como sea.
Una vez recogidas las maletas, fuimos directamente a por el Japan Rail Pass. Esta es una de las primeras cosas que te recomienda todo el mundo que ha viajado a Japón y yo no voy a ser menos: sacaos el Japan Rail Pass si vais a Japón. Japan Rail, o JR (también en Japón se llama JR, en romaji) es la principal compañía ferroviaria japonesa. El Rail Pass permite viajar sin limitación por las redes de cercanías de JR (ojo, que hay otras compañías) y también por muchos Shinkansen (los trenes-bala de largo recorrido), además de algunos autobuses interurbanos. Los hay para 7, 14 ó 21 días y sólo pueden usarlo los turistas extranjeros, o los japoneses residentes en el extranjero. De hecho, hay que comprarlo fuera de Japón. Pero, en realidad, lo que te venden es un vale que luego tienes que canjear en una oficina de JR cuando llegas a Japón. Hay una en el aeropuerto de Narita, conque allá fuimos. Unas chicas muy amables nos atendieron, nos dieron los pases y nos preguntaron hacia dónde íbamos. A Osaka. Al momento nos hicieron reservas para el Narita Express (el tren que va a Tokyo) y para el primer Shinkansen a Osaka. Pero sólo íbamos a tener diez minutos para el transbordo. "No os preocupéis, es muy fácil pasar de un tren a otro". Sí, claro, pero a poco retraso que llevemos... Lo dejamos estar porque la chica ponía cara de que jamás en la vida se le había pasado por la cabeza que un tren pudiera llegar con retraso.
A las 11:30:00 llegó el Narita Express a la estación de Shinagawa. Cinco minutos después estábamos sentados en nuestros asientos del Shinkansen, que arrancó puntualmente a las 11:40:00. Hablan de la eficiencia germánica, pero los alemanes son unos patanes comparados con estos tipos. Alguien nos dijo más tarde que el retraso medio en la historia del tren-bala era de seis segundos; yo me lo creo.
Bien, los trenes japoneses funcionan de maravilla, pero nosotros flojeábamos. Llevábamos ya unas veintidós horas despiertos y nos esperaban casi tres de viaje. Obviamente, ahora íbamos a tener menos problemas para dormirnos. Y los cinco realizamos el trayecto en estado de animación suspendida. Yo no veía el momento de llegar al hotel y meterme en la cama.
Pero la siesta del tren nos había permitido romper el sueño, así que llegamos a Osaka en mejor estado del que teníamos al salir de Tokyo. En la estación de Shin-Osaka buscamos una oficina de turismo, obtuvimos un plano de la ciudad y comprobamos que nuestro hotel estaba tan cerca de la estación como nos habían dicho. Teniendo en cuenta que nuestra que nuestra intención era utilizar Osaka como base para movernos hacia localidades cercanas (Kyoto, Nara, incluso Hiroshima), eso era muy buena cosa. Y claro, queríamos soltar las maletas de una vez.
En vista de que aún aguantábamos en pie, decidimos normalizar nuestros horarios de una vez. En lugar de dormir, nos dimos una hora para ducharnos y cambiarnos de ropa antes de irnos a ver la ciudad.
El hotel (Chisun Shin Osaka), como he dicho, estaba bien situado y no era muy caro. Pero las habitaciones eran diminutas. Ni siquiera había armarios. Así que nuestras maletas ocupaban el escaso suelo libre. Y en la ducha sufrí las primeras consecuencias del tamaño de los japoneses: cada vez que intentaba pasarme la ducha por encima de la cabeza, pegaba en el techo. A lo largo del viaje me di muchos cabezazos en muchos sitios (por suerte, no afectaban ningún órgano vital).
Antes de bajar al centro (Shin-Osaka está al norte de la ciudad) fuimos a comer a la estación. ¿Alguna vez habéis oído que comer en Japón es muy barato? Pues es cierto. Cinco comidas completas (en mi caso: sopa de miso, un plato de soba bastante grande con su salsa y guarnición, más tres futomakis) nos salieron por menos de 4000 yen. Un yen vale exactamente una peseta. Yo, la verdad, no sé dónde comer en España por menos de cinco euros. Y menos en una estación de una gran ciudad.
Luego cogimos el metro hacia lo que nos pareció el centro y acabamos en Dotombori. Tuvimos buen ojo, acabaríamos volviendo por allí muchas noches. Pero vaya, estábamos muy cansados, conque nos volvimos pronto al hotel. Yo intenté quedarme un rato a ver los Juegos Olímpicos por la tele, pero a las ocho y media estaba frito. 31 horas después de levantarme en la otra punta del mundo, no está tan mal.