Si el día anterior habíamos estado viendo la costa central de Asturias, ahora le tocaba el turno a la capital, Oviedo. En Oviedo había estado unos dos minutos durante la RAM de 2001, que se celebró en un pueblo cercano; como podéis suponer, no me había dado tiempo a ver mucho.
Esta vez fuimos bastante directos. Primero a Nava y luego a Oviedo, sin parar. Lo primero que queríamos ver era San Julián de los Prados, o Santullano (en efecto, la misma evolución fonética que había llevado de Santa Juliana a Santillana), una iglesia prerrománica que nos había recomendado la guía de Valdediós. Según ella, todo el mundo que va a Oviedo ve Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, pero se saltan esta otra iglesia que, en su opinión, es mejor. Y no es que tuviéramos un prisa loca por verla; es que está junto a la autovía de entrada a la ciudad.
Pero, como le ocurrió al Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras cuando fundó Caracas, no la vimos. Así que tiramos hacia el centro a seguir la rutina habitual: aparcar el coche, buscar una oficina de turismo, coger un plano y patear. Rutina, vale, pero efectiva.
Después de dar vueltas como tontos, nos metimos en el párking de la Plaza de la Escandalera (curioso nombre, cuyo motivo ignoro) y cogimos el plano de rigor en la oficina que se encuentra al ladito mismo. Y hala, a dar una vueltecita por el centro.
Parece que a los turistas, en general, les gusta mucho ver el Teatro Campoamor, que es donde se entregan los premios Príncipe de Asturias. Y, bueno, es un edificio neoclásico bastante bonito, no te digo que no, pero Oviedo tiene mucho más que ofrecer. Nosotros subimos desde la Escandalera hacia la Catedral, pasando junto a la Universidad y también junto a numerosos palacios bastante bonitos que jalonan el camino. En la plaza Alfonso II el Casto, que es donde se encuentra la Catedral, hay bastantes guías a la caza y captura. Y no te digo que los recorridos guiados sean una mala idea; si tienes un buen guía suelen ser bastante interesantes. Pero a nosotros nos gusta más ir a nuestro aire. Conque nos fuimos por nuestra cuenta.
La Catedral es gótica pero, claro, está construida sobre edificaciones anteriores, por lo que tiene en su interior elementos románicos e incluso prerrománicos. Estamos en Asturies, oye. Nos pegamos un buen rato recorriéndola, porque vale mucho la pena. Aunque, cuando nos quisimos dar cuenta, habíamos salido por la otra punta. De todos modos, ya se nos había hecho hora de comer, así que nos metimos en un sitio a atizarnos la fabada de rigor (al menos, yo) y seguir la visita. Fabada que, por cierto, no pasaba de mediocre. Las he comido mucho mejores.
Nuestra siguiente parada era la Plaza de la Constitución, donde está el Ayuntamiento. Estuvimos paseando por allí hasta la Plaza del Fontán, que es una plaza porticada donde se monta un mercadillo. Un sitio bastante curioso, como curioso era un individuo que se acercó dando voces y montando su numerito para la concurrencia. Si hay algún ovetense tal vez sepa a quién me refiero, porque estos personajes suelen ser bastante populares, pero a mí se me ha olvidado el nombre.
Y ahora sí que nos íbamos a ir a Santullano. En efecto, está en la autovía de entrada a la ciudad, pero justo donde termina, lo que significa que no hay más de veinte minutos andando desde el centro. Santullano es la iglesia prerrománica más grande que se conserva y, después de verla, se me hace raro que no sea más conocida, porque es realmente impresionante. Sigue conservando un pequeño prado a su alrededor, aunque en la actualidad está dentro del casco urbano de Oviedo y, desde luego, se ve perfectamente desde la autovía. No sé adónde estaríamos mirando antes, la verdad. Y, si por fuera es una iglesia bastante llamativa por su tamaño (no olvidemos que estamos hablando de la primera mitad del siglo IX, cuando los conocimientos arquitectónicos eran más bien rudimentarios), el interior podría definirse como la hostia en patinete.
Santullano conserva el conjunto de pinturas más importante del prerrománico astur y, seguramente, de toda la Alta Edad Media europea. Excluyendo Bizancio, tal vez. Naturalmente, la conservación no es perfecta, pero todavía se puede ver mucho de lo que había, aunque con los colores más apagados por el paso del tiempo. Imaginarse cómo debía ser la iglesia en su momento, toda decorada con colores vivos, es impresionante. Además, es muy curioso que las pinturas no representan las típicas vírgenes y santos, como podría pensarse; no hay ninguna figura representada. Por supuesto, eso hace pensar en el arte árabe que, por motivos religiosos, no representa seres vivos; pero lo cierto es que no se sabe qué representan las pinturas ni por qué son así. Y otra característica llamativa es la gran altura de la iglesia. Por supuesto, hay muchos edificios góticos y posteriores más altos, pero yo no conozco muchos románicos que lo sean. Y Santullano es anterior.
En fin, todo esto que os he contado es lo que más llama la atención; pero, como es habitual, hay muchos más detalles que sólo se ven en directo. Si vais a Oviedo, no os lo perdáis.
Como os había contado en una entrada anterior, Raquel y yo nos quedamos realmente impresionados con el prerrománico, conque no queríamos perdernos nada. Y en Oviedo tienen una de las pocas construcciones civiles que se conservan de la época.: la Foncalada. Es una fuente contemporánea de Santullano y que podría confundirse con un resto romano, ya que el estilo es muy similar. Además, está en el centro de Oviedo, pero por debajo del nivel del suelo. Está al aire libre y se puede bajar; por los restos poco arqueológicos que vimos, los chavales la utilizan para hacer botellón. No es tan monumental como otros edificios; al fin y al cabo, no es más que una humilde fuente. Pero resulta interesante aunque sólo sea para constatar que la gente hacía algo más que ir a misa en esos tiempos.
Por el camino desde Santullano hasta la Foncalada disfrutamos de otro de los atractivos turísticos de Oviedo: los semáforos. En Oviedo (luego nos enteramos de que en Pontevedra son iguales), los semáforos de peatones tienen una pequeña animación cuando están verdes. En lugar del típico señor con las piernas abiertas como si estuviera andando, pero quieto, hay dos imágenes superpuestas que se ven sucesivamente, para formar la animación. Efectivamente, es una chorrada como al copa de un pino. Pero si eres lo suficientemente descerebrado, lo aprecias. Y mi chica es descerebrada como la que más, cuando quiere.
También quisimos ver las otras dos iglesias prerrománicas más importantes de la capital. Que están en la otra punta, en el Naranco, y muy cerquita una de otra. Conque volvimos al párking, sacamos el coche y hacia allá que nos fuimos. Nos perdimos sólo una vez y acabamos aparcando un poco lejos, en una zona señalizada. No sé por qué hacen aparcar los coches allí, si se puede subir hasta arriba sin problema, como luego pudimos ver. Pero nosotros, pardillos, tuvimos que subir un trozo majo andando. Aunque gracias a eso pasamos al lado de unos caballos y Raquel pudo decir: "¡Mira, caballitos!" (pronúnciese la ll al estilo argentino). La chica decidió que, si yo decía "¡Vaquitas!" cada vez que pasábamos al lado de alguna vaca, ella haría lo propio con los caballos. No es el pasatiempo más intelectual de la historia, pero nos entreteníamos. Ya veis, qué baratos salimos.
La primera de las dos iglesias que vimos fue la de San Miguel de Lillo (o Liño). Iglesia que tiene un interés más arqueológico que monumental porque, desgraciadamente, se conserva muy poco del original. Tan sólo el primer tercio (la entrada) es de la época de Ramiro I (mediados del IX), ya que el resto se derrumbó aproximadamente un siglo después de su construcción. El motivo es simple: en aquella época no se construían cimientos. Y, si el suelo no era suficientemente firme, como en este caso, los edificios no resistían las inclemencias del tiempo. Y es una pena, porque la de Lillo era la mayor de todas las iglesias del prerrománico. Las excavaciones realizadas han permitido saber cuál era su extensión original y actualmente está pintada en el suelo; mucho mayor de lo que ha quedado, desde luego. La parte "moderna" es del románico y se construyó aprovechando las ruinas que habían quedado. Es por eso que se ven cosas raras en las paredes; cenefas en medio de un muro y cosas así. Tiene un interés limitado. De todos modos, del original aún quedan en el interior algunas pinturas y unas basas bastante peculiares, pues son el único caso de basas decoradas con motivos no geométricos que se conocen en el prerrománico. Representan a los cuatro evangelistas a través de sus símbolos (el toro de San Mateo, el león de San Marcos, el águila de San Lucas y el ángel de San Juan). Ah, y nos tocó una guía de ésas que te va examinando mientras te enseña el edificio. Un poco plasta.
A unos 300 metros se encuentra Santa María del Naranco. No es extraña la popularidad de esta iglesia, porque tiene un aspecto de lo más original. Es como si hubieran hecho un edificio con sótano, pero lo hubieran subido todo a la superficie. Así que la puerta queda en alto, subiéndose por unas escaleras. Y lo mismo el altar y todo lo demás, que se ve por las ventanas en el primer piso. Y digo que se ve por las ventanas porque, desgraciadamente, Santa María está en restauración y no se puede entrar, aunque se ve bastante bien desde el exterior. Creo que estaba previsto que terminara la restauración a finales de este año conque, si vais, es posible que ya se pueda entrar. Nosotros nos lo perdimos, pero tiene pintar de merecer mucho la pena.
Ya estábamos embalados, conque decidimos irnos a ver la iglesia que nos faltaba de entre las que nos había recomendado la guía de Valdediós: la de Santa Cristina de Lena. Está en Pola de Lena, conque agarramos el coche y carretera.
Bueno, no está en Pola de Lena, pero sí cerca, a unos cinco kilómetros. Está subida a una colina a la que hay que subir a patita (seguro que ahora alguien nos dice que se puede subir en coche) por un camino pavimentado con esas piedrecitas de punta, tan bonitas como incómodas. Y subimos, pese a que sabíamos que la iglesia ya estaba cerrada; al menos, habían tenido el detalle de poner los horarios abajo. Pero no sabíamos si íbamos a poder volver otro día. Y valió la pena; Santa Cristina es una iglesia muy fotogénica, como demostraba el hecho de que vimos a muchos fotógrafos disparando desde todos los ángulos. No me refiero a turistas como nosotros, sino fotógrafos dedicados sólo a eso. No voy a decir profesionales porque no lo sé.
En fin, con nuestra pequeña desilusión nos fuimos hacia casa. Claro que aún no era demasiado tarde, conque se me ocurrió que podíamos probar a ver si el Museo de la Sidra de Nava seguía abierto a esas horas. Al fin y al cabo, teníamos que pasar por Nava. Y sí, lo estaba. Entramos y lo pasamos muy bien. Hacen una visita guiada adaptada al tipo de visitante (nosotros fuimos en un grupo de forasteros, claro, que no teníamos ni idea). Aunque parece que aún había quien estaba más perdido que nosotros. Una señora dijo que le parecía muy raro que todos los restos de manzana que salían de la elaboración de la sidra se dedicaran a alimento para el ganado, con el poco que había. Nuestra guía alucinaba: "Pero, ¿de verdad que no han visto vacas por ahí?" A Raquel le faltó tiempo para contestar: "¡Más que personas!" Ah, y leímos un cartel relativo a la "sidratación" que me hizo pensar que cierto Pirata se había dado una vuelta por ahí.
En el museo aprendimos bastantes cosas y, además, nos entraron ganas de echar unas sidras. Conque, a la salida, nos fuimos a una sidrería que habíamos visto el primer día en Nava. Una de las que no son restaurante; de hecho, la conocimos porque entramos preguntando si daban comidas, a lo que el señor nos contestó que no pero, muy amable, nos indicó dónde había restaurantes en la localidad. Como nos había caído bien, volvimos. Nos pedimos nuestra botella de sidra (se pide por botellas, que es barata) y nos la fuimos atizando con unas patatas fritas. De cada botella salen seis culines y el camarero te la va sirviendo cuando le pides. Eso sí, tienen poca variedad de tapas. Pero vimos un cartel que decía que tenían chorizo de ciervo y nos apeteció, así que pedimos una ración con otra botellita. El dueño, como os he dicho, era muy majo y nos explicó todo lo que quisimos. Nos contó, por ejemplo, cómo funcionan los concursos de escanciadores (tenía bastantes trofeos por los estantes) y muchas cosas más.
Y ya sé que después de habernos atizado toda esa sidra no debería haber cogido el coche, pero qué le vamos a hacer. Al fin y al cabo, estábamos cerca de casa e íbamos despacito.
22 agosto 2005
22/07 Oviedo
17 agosto 2005
21/07 La costa
Raquel se levantó con el que iba a ser su lema hasta el final del viaje: "quiero ir a un sitio civilizado". Esto significaba que la caminata de Bustablado había sido suficiente para ella y no quería saber nada de campos ni montes. Conque decidimos salir hacia Gijón.
Aprovecho para decir que, pese a que nuestro viaje transcurrió por territorios cercanos a la costa, y visitamos muchas localidades costeras, no pisamos la playa en ningún momento. Vimos unas cuantas, eso sí, pero no las pisamos.
Desde nuestra casa teníamos dos trayectos principales: hacia Villaviciosa, si queríamos ir por la costa, o hacia Nava, si queríamos ir por el interior. Conque nos dirigimos a la primera de estas dos localidades. Y, ya que estábamos, aprovechamos para ver la cercana iglesia románica de San Juan de Amandi, que está realmente bien. Muchas de las iglesiucas de los pueblos están cerradas y hay que pedir la llave a alguna vecina, sin que siempre sea fácil saber cuál. Esta vez tuvimos suerte, porque llegamos justo cuando la abrían y pudimos verla por dentro.
Ya en Villaviciosa, dimos una vuelta por el centro y vimos otra iglesia románica, la de Santa María de la Oliva. Que, no sé por qué, pero nos gustó menos. Y también miramos un poco las hechuras de las calles, por si veníamos algún día a cenar o lo que fuera.
También en el concejo de Villaviciosa está el pueblo de Valdediós, donde se encuentra una de las principales iglesias prerrománicas asturianas, la de San Salvador de Valdediós, conocida popularmente como "El Conventín". Era frecuente dedicar las iglesias del Camino de Santiago a San Salvador (es decir, el Salvador), ya que era obligatorio para los peregrinos pasar por todas las que tuvieran esa advocación. Y no olvidemos que el Camino fue una importante ruta cultural, pero también comercial; uno de los antecedentes del turismo actual, vaya. Así que para Valdediós que fuimos.
La iglesia se encuentra en un pequeño prado y sólo se puede visitar con guía. Esto es habitual en los monumentos prerrománicos, lo que significa que casi siempre hay que pagar entrada; pero suele ser poco dinero y las explicaciones que recibes lo compensan. Por el nombre, parece que el prerrománico debe ser una especie de románico menos evolucionado; sin embargo, lo único que significa la palabra es que fue un conjunto de estilos anterior. Sí, se ven atisbos de lo que luego sería el románico, pero casi todos los edificios tienen características propias que no se ven fácilmente si no hay alguien que te ayuda a ello. Los escasos conocimientos arquitectónicos de la época llevan al método de ensayo-error: a veces se encuentran elementos que ya no vuelven a repetirse en otros sitios, a veces se encuentran otros que sí tuvieron éxito y se fueron perfeccionando más adelante.
Nuestra guía en San Salvador de Valdediós era una señora sesentona muy dicharachera. Además de enseñarnos la iglesia, nos contó un montón de historias, como la de aquella vez que salió una foto suya en el periódico y, al pie, el siguiente texto: "García Márquez no puede ver el prerrománico asturiano porque la guía se va a la peluquería". No le satisfizo mucho, a la pobre. Según nos contó, ocurrió que habían acordado una visita a la una y cuarto del mediodía, pese a que suelen cerrar a la una. Pero bueno, estarían un rato más. El caso es que eran casi las dos y media y por ahí no aparecía nadie, así que la señora decidió largarse. A preguntas de un periodista, le dijo que no esperaba más y que se iba a la peluquería, que tenía hora. Y ya imagináis el resto.
Ya casi era hora de comer, pero decidimos llegarnos hasta Gijón y comer allí. Mal hecho. Porque anduvimos con prisas para buscar un sitio y terminamos en un garito de turistas, vilmente capturados. Esquivamos el palo, pero a costa de comer bastante mal.
A partir de ahora voy a andarme con cuidado, porque hay gijoneses (y, sobre todo, gijonesas) que leen este blog. Para quienes no conozcáis la ciudad, os diré que arranca de una pequeña península, Cimadevilla, en la parte superior de la cual está el cerro de Santa Catalina, ocupado por el parque de la Atalaya. Bajando del cerro se encuentra el casco antiguo de Gijón y desde ahí arranca la ciudad nueva. A los lados de Cimadevilla, de forma parecida a lo que ocurre en Santander con la Magdalena, están las playas; al oeste, el puerto y la Playa de Poniente; al este, la de San Lorenzo. Nosotros dejamos el coche en la plaza Seis de Agosto y subimos andando por la calle Corrida hasta la parte antigua, que era lo que nos interesaba. Aunque la misma calle Corrida y sus alrededores peatonales también tienen su gracia.
Estuvimos recorriendo toda esa zona pero, no sé si por la comida o porque hacía bastante calor, el caso es que no le acabamos de ver la gracia. La próxima vez que vayamos tendremos que tirar de guías locales que nos enseñen la ciudad, supongo.
Así que nos marchamos hacia Avilés. Alguien, no recuerdo quién, me había dicho en cierta ocasión que Avilés era una ciudad horrorosa, pero en la pequeña guía que nos habían dado en la casa ponía que era interesante, conque decidimos salir de dudas. Me gustaría acordarme de quién me dijo eso, porque Avilés nos pareció preciosa [Actualización: ya lo sé, fue Hongos Young, que precisamente nació allí]. El casco antiguo está muy bien cuidado y resulta encantador. De modo que pasamos la tarde paseando por los alrededores del Ayuntamiento y el parque de Ferrera.
Bajando por la calle San Francisco nos dieron ganas de comprarnos alguna de las casas que había en venta. Más o menos la mitad están muy bien, pero el resto están medio escachadas. Supongo que para algún arquitecto o similar con algo de tiempo libre, comprar una de esas casas y arreglarla tiene que ser muy interesante. Como no era nuestro caso, lo dejamos. Pero volver, seguro que volvemos.
Y así fuimos pasando la tarde. Aún era pronto para cenar, conque fuimos volviendo hacia casa pensando en parar donde se nos ocurriera. Y volvió a ser en Villaviciosa. Estuvimos cenando en la Sidrería Meana, donde nos dieron realmente bien. Yo me comí un pastel de cabracho excelente y una raya que también me gustó mucho (era la primera vez en mi vida que comía raya, por cierto). En cuanto a Raquel, habla y no para de la sopa de pescado que le sirvieron.
Las sidrerías de Asturias no tienen mucho que ver con las que hay en el País Vasco o en Navarra. En Asturias pueden ser restaurantes (como en este caso) o bares en los que se sirve sidra principalmente. Por supuesto, nosotros bebimos sidra con la cena, lo que significaba que nuestro camarero nos iba trayendo de rato a rato un culín a cada uno. La sidra se bebe nada más servirse, por lo que el camarero no te rellena el vaso cuando lo vacías, porque no haría otra cosa; lo que hace es calcular cuándo te va a apetecer echar otro culín. Y lo cierto es que el nuestro nos acertaba de pleno. Cada cierto tiempo, cogía nuestra botella (que estaba en la barra, no en nuestra mesa), la levantaba, bajaba el vaso, echaba el culo hacia afuera, y escanciaba un culín para cada uno. Nosotros, claro, no entendemos mucho de escanciar, así que no sabemos realmente si era bueno o malo, pero nos gustaba mucho verlo.
Cuando vino a preguntarnos qué queríamos de postre nos dimos cuenta de que nuestro asturianín, que hasta entonces no había dicho una palabra, era ruso. Parece que esto de escanciar se puede aprender aunque no lo hayas mamado.
Y ya con la tripa llena y la sensación del deber cumplido, nos fuimos a dormir.
11 agosto 2005
20/07 Adiós Cantabria, hola Asturias
Había llegado la hora de iniciar la segunda parte de nuestro viaje; es decir, cambiar de comunidad autónoma y pasar a Asturias. Pero antes aún íbamos ver el Museo de Altamira, que se nos había resistido. Salimos tempranito del hotel porque teníamos hora para el primer turno, que empieza a las 9h30'. Altamira está muy cerca de Santillana, a dos o tres kilómetros, conque el trayecto era corto.
Allí esperamos un ratito a que abrieran las puertas, aparcamos y fuimos directamente al museo sin pasar por taquilla, gracias a que habíamos comprado nuestras entradas el día anterior.
El museo se divide en dos partes: la neocueva y la exposición. La neocueva es una reproducción a escala natural de la cueva real, un tanto adaptada para facilitar la visita, y se ve en grupos de 20 personas con guía. Como sabéis, la cueva real se cerró hace ya unos cuantos años porque el flujo continuo de visitantes afectaba seriamente la conservación de las pinturas originales; hoy día sólo pueden entrar unos cientos de personas al año y en condiciones especiales de protección. Pero la neocueva está muy bien montada y la reproducción se ha hecho con mucho esmero. Además, los guías (al menos, la nuestra) hacen bien su trabajo y resulta muy interesante. Vale, te falta esa sensación de "jo, esto que estoy viendo lo pintó un tipo hace 12000 años", pero para quienes no somos estudiosos del arte rupestre está muy bien. Lo que más me llamó la atención es que hace tanto tiempo ya se usaran técnicas que se redescubrieron hace relativamente poco tiempo, como aprovechar el soporte para guiar la pintura. Es decir: si el pintor encontraba una forma en la roca que le sugería algo, la aprovechaba para pintarlo encima. Un abultamiento podía formar la panza de un bisonte, un poro de la roca era el ojo de un caballo...
Y también las pinturas menos realistas y más simbólicas; no olvidemos que eran pueblos prehistóricos y no conocían la escritura ni por asomo, así que eso de representar cosas mediante símbolos no era una tontería.
Al salir de la neocueva hay unos paneles y vídeos en los que te explican la historia de la cueva real y también todo el proceso que llevó a la construcción de la neocueva. Esta parte también es interesante porque ves todo el trabajo que ocasionó la reproducción que podemos ver.
Y luego está la exposición, que trata de la paleontología y el arte rupestre en todo el mundo. Es bastante grande y merece mucho la pena. A Raquel le encantó, creo que se habría pegado horas allí. De hecho, me parece que nos las pegamos, porque no nos fuimos antes de las doce.
Y ya salimos hacia Asturias. Gracias, en parte, a mi hermanita que vino a mi casa a recoger la información sobre la casa rural que habíamos cogido, porque se me había olvidado en Madrid. La pobre intentó mandárnosla por fax a Santillana, pero no había manera, así que al final me la dio por teléfono mientras acabábamos con el marisco en Comillas. Es que soy un poco olvidadizo.
Nuestra nueva casa estaba en el concejo de Cabranes, cerca de Villaviciosa. Salvo el trozo que va de la entrada a Asturias hasta Llanes, el resto del camino hasta Villaviciosa es autovía, conque muy bien. Luego hay un trozo de carretera nacional. Luego carreterita sinuosa. Luego carreterita aún más sinuosa y, finalmente, camino de cabras. Esto de las carreteras sinuosas iba a ser constante durante el resto del viaje, es lo que tiene la montaña. Claro que la pobre Raquel odia las curvas, conque teníamos que ir a 30 por hora. Al menos, el paisaje era bonito.
Llegamos a la casa sobre las dos y... ¡sorpresa! Resulta que en los papeles que nos mandaron ponía dos cosas que ignoraba:
- no nos daban la casa hasta las cinco
- tenía que llevar esos papeles conmigo para que nos la entregaran
Podéis imaginar que el segundo problema tampoco era tan grave; tenían mi nombre, yo mi DNI... pero es que la señora era un poco borde, de estas a las que gusta echar la bronca por todo. Porque la casa también estaba lista cuando llegamos.
En fin, que tomamos posesión, dejamos los trastos y pensamos a dónde ir a pasar la tarde. En realidad, ya lo habíamos pensado por el camino: a Covadonga. Conque para allá que fuimos.
Asturianos y amantes varios de la Santiña, saltaos este párrafo. Porque Covadonga no nos gustó nada. Es el típico montaje de turismo religioso sin más. Un santuario tirando a hortera, tiendas de recuerdos, un montón de gente... en fin, que dimos una vuelta y nos largamos. Pero, claro, junto a Covadonga están también los Lagos, así que decidimos subir hasta ellos. En coche, claro; ya os he dicho que somos bastante domingueros.
Covadonga está en el monte, sí, pero sólo a unos 350 metros sobre el nivel del mar. Los aficionados al ciclismo sabréis que los Lagos están mucho más arriba. Y la carreterita es fina, con una pendiente de cuidado y muchas curvas. Pero bueno, en coche es llevadero. Además, teníamos que aprovechar que todavía no habían restringido el acceso; unos días después iban a hacerlo para evitar la masificación.
Y para allá que subimos por una carretera llena de vacas, para mi satisfacción y disgusto de Raquel. Aunque creo que, poco a poco, le iban gustando. Si bien no se le veía demasiado contenta cuando teníamos que pararnos porque había cuatro o cinco vacas atravesadas en la carretera, tampoco pitábamos para que se apartaran. Que las pobres estaban en su casa, oye.
Los Lagos de Covadonga son dos: Enol y La Ercina. Y son preciosos. Yo había visto muchos lagos de montaña en los Pirineos (los ibones) cuando era pequeño, pero de eso hace ya muchos años. El caso es que aparcamos el coche junto al lago de La Ercina y nos dedicamos a pasear por los alrededores. Hay unos cuantos senderos majos para hacer por esa zona, alguno sin mucha dificultad, pero no íbamos vestidos (ni, sobre todo, calzados) para la ocasión. Además, después de la paliza del día anterior, mi pobre chica no estaba dispuesta. De todos modos, sí subimos al mirador que hay entre los dos lagos (desde uno no se ve el otro porque hay una elevación que los separa) y estuvimos haciendo fotos. Había bruma por los picos y eso daba una iluminación muy llamativa, sobre todo en el lago de Enol.
Y no es que tuviéramos ganas de irnos, pero tampoco podíamos quedarnos allí a dormir. Así que bajamos y decidimos dar una vuelta por Cangas de Onís, que está al pie de la montaña.
Cangas es una villa bastante bonita. Je, esto me recuerda un consejo que se suele dar a los políticos en campaña electoral: cuando vayan a dar un mitin a un pueblo, siempre hay que llamarlo "villa". Si es villa y los llamas "pueblo", los lugareños se enfadarán. Si es pueblo y lo llamas "villa", estarán encantados. De todos modos, Cangas de Onís es una villa.
Lo más famoso es el llamado "puente romano"; y digo "llamado" porque es medieval. Es ese puente bajo el cual está colgando la cruz de Covadonga y que sale en la tele todos los años cuando hacen el descenso del Sella. Porque sale de allí. Resulta muy curioso mirar el río desde el puente: hasta ese punto el agua baja bastante rebrincada, típico río de montaña; a partir del puente está canalizado y baja tranquilo. El puente en sí está en punta, lo que significa que tiene bastante pendiente, y pavimentado con piedrecitas del estilo de las de Santillana: muy monas, pero se te clavan en los pies.
Y también está la ermita de la Santa Cruz, uno de los edificios prerrománicos más antiguos de Asturias. El estilo prerrománico, también llamado asturiano por lo frecuente que es allí, es encantador. Nos gustó tanto que dedicamos buena parte del viaje a la búsqueda de monumentos prerrománicos. A partir de ahora, en esta plasto-serie os voy a dar mucho la tabarra con ello.
El caso es que nos dimos un oreo por Cangas, compramos algunas cosas en el supermercado y nos volvimos a cenar a la casa porque yo estaba muy acabado. Por supuesto, este año también he cogido mi tradicional catarrazo de vacaciones, y estaba en su apogeo.
10 agosto 2005
Interrumpimos nuestra programación...
... para dar noticia del blog de Cocorito Negro, amigo de toda la vida y artista de los que hay pocos en el mundo. De momento lo ha cogido con unas ganas tremendas y tiene varias entradas diarias, pero todas son cortas e interesantes. Daos una vueltecita, a ver qué os parece.
08 agosto 2005
19/07 Una señorita no habla así
Teníamos intención de no salir de Cantabria sin haber hecho un poco el cabra por el monte, así que revisamos un folleto que nos habían dado en Cabárceno y nos decidimos a hacer un senderito por el Alto Asón.
Volvíamos, pues, a la Trasmiera. El Alto Asón es una zona que intentan potenciar para este tipo de turismo, así que han trazado una amplia red de senderos para todos los gustos: largos, cortos, fáciles, difíciles y entreverados. Como nosotros tiramos a domingueros en esto del senderismo, nos decidimos por uno que tenía buena pinta y era circular. Esto es importante: hay muchos senderos que empiezan en un sitio y acaban en otro, con lo que al final tienes el problema de volver a tu lugar de partida. En estos casos hay que llevar dos coches y dejar uno en cada extremo, pero nosotros sólo teníamos uno. El sendero que habíamos elegido es el llamado "Camino de las Cabeceras de Alisas", con principio y final en Bustablado. Según nuestro folleto, estaba marcado como "fácil" y tenía una duración estimada de 3h 15'; estas duraciones tienden a estar infladas, así que no iban a ser mucho más de dos horitas de paseo por el monte.
La madre que los parió.
Cuando llegamos a Bustablado y encontramos el mapa que marcaba el inicio del sendero, vimos que allí ponía una hora más de duración estimada. Y, viendo la longitud (13km) y el desnivel (400m), nos pareció más razonable. Pero bueno, estábamos allí y no íbamos a dejarlo. Lo que casi nos dejamos fue el bofe.
El senderito empieza con una subida del carajo. Porque, claro, si hay 400m de desnivel y es circular, significa que toda la subida está al principio y luego se baja. Además, la subida era por una pista de tierra casi sin árboles, conque no teníamos apenas sombra y pasamos un calor importante. Además, llevaba una mochila de lo menos apropiada (ya os digo que somos unos domingueros) que me molestaba un montón. El caso es que nos pegamos hora y media subiendo y blasfemando, sobre todo Raquel, que aprovechaba de rato a rato para insultarme y jurar que era la última vez que venía al monte conmigo.
Eso sí, las vistas son la leche, especialmente para los que somos de secano. Y eso, por todas partes. El valle es precioso y las montañas que lo rodean, fantásticas. Pero esto se aprecia peor cuando estás medio asfixiado.
Una vez arriba, hay una zona más o menos llana que es la parte más agradable del sendero y que nos permitió apreciar la fauna local. Es decir: vacas por todas partes. Y si Raquel lee esto alguna vez, me mata, pero resulta que la chica les tiene miedo a las vacas. Vale, son unos animales bastante grandes, pero también son lo más manso del mundo. En un momento dado, el sendero estaba ocupado por las vacas, así que tuvimos que pasar entre ellas; la pobre chica lo hizo prácticamente con los ojos cerrados y una de las vacas la atacó. La atacó al revés, claro. Es decir: que la vaquita se asustó y salió corriendo ante el metro y medio de mi chica. Ah, dulce venganza, ahora me tocaba a mí reírme.
Pero todavía nos faltaba la parte peor del recorrido, que fue la bajada. Porque subir es pesado, pero bajar es peor cuando hay mucha pendiente. Y, además, por una pista asfaltada, que machaca mucho los pies. Al final el senderito nos costó tres horas y llegamos derrengados. Menos mal que en un bar del pueblo nos dieron de comer con bastante consistencia y pudimos reponer fuerzas. Como decía Raquel, debía de ser el sitio donde se reunían los mozos viejos del pueblo. Como en tantos otros sitios, la población del pueblito está compuesta, principalmente, por hombres de 50 años para arriba que viven solos. Así que, en lugar de comer en su casa, van al bar y allí les dan su menú (baratito y abundante) y comen juntos.
Y vimos un poco de la etapa del Tour, cosa que no hice mucho durante el viaje, con lo que me gusta.
Después de comer nos volvimos hacia el hotel. No por el recorrido del Tour, pero sí atravesando de nuevo el Alto de Alisas, que es un puerto clásico de la Vuelta a España. Cerca de la cima hay incluso un monumento al ciclismo. Fue el primero, pero no el último de los puertos clásicos que atravesaríamos durante nuestras vacaciones.
Aunque estábamos medio muertos, a la vuelta nos dirigimos de nuevo al Museo de Altamira, a ver si ahora teníamos más suerte. Pero cuando llegamos ya estaban agotadas las entradas para ese día. En el fondo, nos alegramos, porque no teníamos ganas de nada. Habíamos pensado ir a San Vicente, que nos habíamos dejado el día anterior, pero mejor lo dejamos. Volvimos a Santillana, sacamos entrada para el día siguiente (en el Museo no venden anticipadas, pero en los cajeros del BSCH sí) y fuimos al hotel a tirarnos un rato en la cama.
Y sólo salimos para dar una vueltita hacia el final de la tarde y cenar de picoteo en el mismo sitio en que habíamos comido dos días antes. Y luego, a la camita, que estábamos cansados y habíamos sacado entradas para el Museo en el primer turno (9h30 de la mañana) y después teníamos que seguir viaje hasta Asturias.
01 agosto 2005
18/07 Santander
Fieles a nuestro plan, el lunes nos levantamos, desayunamos cerca del hotel y salimos hacia Santander. La capital cántabra tiene fama de ser una de las ciudades más bonitas de España y ninguno de los dos la conocíamos, de modo que teníamos bastantes ganas.
Dejamos el coche en la plaza del Ayuntamiento y empezamos a recorrer la ciudad. En Santander no hay apenas monumentos antiguos: precisamente este año se cumple el 250 aniversario de la concesión del título de ciudad a la antigua villa de Santander. Pero, a cambio, el conjunto urbano es muy armonioso y sus edificios decimonónicos son preciosos. Esto, pese a que en los años 40 hubo un gran incendio que deterioró seriamente algunos, como la propia catedral, que hubo de ser reconstruida.
Estuvimos en el Mercado del Este que, en la actualidad, no es un mercado sino un centro comercial, aunque con dos claras diferencias frente a los normales:
- es pequeño
- es bonito
Luego también estuvimos en un mercado de verdad, el de la Esperanza, que está muy bien si te gustan los mercados.
Pasamos la mañana recorriendo la zona peatonal del centro y el Paseo de Pereda, que contiene los jardines del mismo nombre y sirve como paseo marítimo junto al muelle. Comimos en un sitio de menú y por la tarde montamos en un catamarán turístico de esos que recorren toda la costa. Como hacía bastante viento, había olas y nos divertimos un montón dando botes por el mar. Además, el recorrido es bonito y pudimos ver bien toda la bahía.
En efecto, Santander está situada en una bahía cerrada al norte por dos cabos, Menor y Mayor. En el centro está la península de la Magdalena, ocupada por un parque en cuya cúspide está el famoso Palacio de la Magdalena, sede de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo. El palacio fue construido hace un siglo por cuestación popular, para regalárselo a Alfonso XIII, quien lo utilizó como residencia estival hasta la llegada de la República. A partir de entonces ha sido la sede de la UIMP. Pese a que el coste original fue de 700.000 pesetas, ahora se ha revalorizado un poco.
Mientras estábamos en el barco pensaba en lo diferente que es vivir en una ciudad con mar o en una que no lo tiene. Porque, además, Santander es una ciudad que vive de cara al mar. No sé si una persona que, como yo, ha vivido siempre en el interior, puede tener nostalgia del mar. Pero allí me lo parecía.
Al norte de la península están las no menos famosas playas del Sardinero. Pero, después de pasear por el parque y ver el palacio por fuera (en verano no se puede entrar si no perteneces a la UIMP, por ser periodo lectivo) estábamos bastante cansados. Así que, en vez de dar una vuelta por el Sardinero para hacer tiempo hasta la cena, decidimos marcharnos. Aunque tal vez deberíamos habernos ido a tomar algo y descansar un poco, porque luego vimos que aún nos quedaba algo de cuerda.
El caso es que, cuando llegábamos a Santillana, se nos ocurrió ir a darnos una vuelta por la Cueva de Altamira. O, más bien, por el Museo, ya que la cueva está cerrada al público desde hace años para evitar su deterioro. Pero no pudimos entrar porque los lunes no abren, así que nos fuimos a dar una vuelta por otras dos localidades cercanas: Comillas y San Vicente de la Barquera.
Comillas es una localidad costera famosa por ser la sede de la Universidad Pontificia. Pero tiene otros atractivos que la convierten en un destino turístico popular. La zona de playa me recordó más al Mediterráneo que otras en el Cantábrico. Pero lo que más nos gustó fue el pueblo en sí. Por un lado está la zona de El Capricho, uno de los primeros edificios construidos por Gaudí. Es una casa de aspecto árabe, con muchos azulejos y torres. Cerca de él hay otros dos edificios contemporáneos suyos, más convencionales pero también interesantes: el Palacio de Sobrellano y su Capilla Panteón, ambos obra de Joan Martorell, aunque Gaudí también intervino en el diseño del mobiliario. Alrededor de estos dos edificios hay un parquecito que sirve como lugar de exposición de unas cuantas esculturas, lo que hace del conjunto un lugar muy agradable.
Aparte de este conjunto, el edificio más destacable del pueblo es la sede de la Universidad, basada también en un proyecto de Martorell. No subimos hasta allí porque ya estaba anocheciendo y estábamos en la otra punta, pero es un edificio muy grande situado sobre un monte, de modo que domina todo el pueblo y se ve muy bien de lejos.
En cuanto al casco urbano, es en cierto modo similar al de Santillana. No sé si se debió a la noche tan agradable que hacía o a qué, pero incluso nos gustó más. Lo estuvimos recorriendo durante un buen rato y acabamos entrando a un restaurante para atizarnos la mariscada que Raquel iba persiguiendo desde antes de salir de viaje. Nos pusimos las botas, aunque no pedimos exquisiteces para evitar el palo al bolsillo (ni langosta, ni bogavante, ni nada por el estilo). Y la selección musical fue mucho mejor que la de Santoña: Medina Azahara, Triana y demás grupos de rock andaluz, sobre todo.
Naturalmente, se nos había hecho ya demasiado tarde para ir a San Vicente así que, con la panza bien llena, volvimos a nuestro hotel.