Fieles a nuestro plan, el lunes nos levantamos, desayunamos cerca del hotel y salimos hacia Santander. La capital cántabra tiene fama de ser una de las ciudades más bonitas de España y ninguno de los dos la conocíamos, de modo que teníamos bastantes ganas.
Dejamos el coche en la plaza del Ayuntamiento y empezamos a recorrer la ciudad. En Santander no hay apenas monumentos antiguos: precisamente este año se cumple el 250 aniversario de la concesión del título de ciudad a la antigua villa de Santander. Pero, a cambio, el conjunto urbano es muy armonioso y sus edificios decimonónicos son preciosos. Esto, pese a que en los años 40 hubo un gran incendio que deterioró seriamente algunos, como la propia catedral, que hubo de ser reconstruida.
Estuvimos en el Mercado del Este que, en la actualidad, no es un mercado sino un centro comercial, aunque con dos claras diferencias frente a los normales:
- es pequeño
- es bonito
Luego también estuvimos en un mercado de verdad, el de la Esperanza, que está muy bien si te gustan los mercados.
Pasamos la mañana recorriendo la zona peatonal del centro y el Paseo de Pereda, que contiene los jardines del mismo nombre y sirve como paseo marítimo junto al muelle. Comimos en un sitio de menú y por la tarde montamos en un catamarán turístico de esos que recorren toda la costa. Como hacía bastante viento, había olas y nos divertimos un montón dando botes por el mar. Además, el recorrido es bonito y pudimos ver bien toda la bahía.
En efecto, Santander está situada en una bahía cerrada al norte por dos cabos, Menor y Mayor. En el centro está la península de la Magdalena, ocupada por un parque en cuya cúspide está el famoso Palacio de la Magdalena, sede de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo. El palacio fue construido hace un siglo por cuestación popular, para regalárselo a Alfonso XIII, quien lo utilizó como residencia estival hasta la llegada de la República. A partir de entonces ha sido la sede de la UIMP. Pese a que el coste original fue de 700.000 pesetas, ahora se ha revalorizado un poco.
Mientras estábamos en el barco pensaba en lo diferente que es vivir en una ciudad con mar o en una que no lo tiene. Porque, además, Santander es una ciudad que vive de cara al mar. No sé si una persona que, como yo, ha vivido siempre en el interior, puede tener nostalgia del mar. Pero allí me lo parecía.
Al norte de la península están las no menos famosas playas del Sardinero. Pero, después de pasear por el parque y ver el palacio por fuera (en verano no se puede entrar si no perteneces a la UIMP, por ser periodo lectivo) estábamos bastante cansados. Así que, en vez de dar una vuelta por el Sardinero para hacer tiempo hasta la cena, decidimos marcharnos. Aunque tal vez deberíamos habernos ido a tomar algo y descansar un poco, porque luego vimos que aún nos quedaba algo de cuerda.
El caso es que, cuando llegábamos a Santillana, se nos ocurrió ir a darnos una vuelta por la Cueva de Altamira. O, más bien, por el Museo, ya que la cueva está cerrada al público desde hace años para evitar su deterioro. Pero no pudimos entrar porque los lunes no abren, así que nos fuimos a dar una vuelta por otras dos localidades cercanas: Comillas y San Vicente de la Barquera.
Comillas es una localidad costera famosa por ser la sede de la Universidad Pontificia. Pero tiene otros atractivos que la convierten en un destino turístico popular. La zona de playa me recordó más al Mediterráneo que otras en el Cantábrico. Pero lo que más nos gustó fue el pueblo en sí. Por un lado está la zona de El Capricho, uno de los primeros edificios construidos por Gaudí. Es una casa de aspecto árabe, con muchos azulejos y torres. Cerca de él hay otros dos edificios contemporáneos suyos, más convencionales pero también interesantes: el Palacio de Sobrellano y su Capilla Panteón, ambos obra de Joan Martorell, aunque Gaudí también intervino en el diseño del mobiliario. Alrededor de estos dos edificios hay un parquecito que sirve como lugar de exposición de unas cuantas esculturas, lo que hace del conjunto un lugar muy agradable.
Aparte de este conjunto, el edificio más destacable del pueblo es la sede de la Universidad, basada también en un proyecto de Martorell. No subimos hasta allí porque ya estaba anocheciendo y estábamos en la otra punta, pero es un edificio muy grande situado sobre un monte, de modo que domina todo el pueblo y se ve muy bien de lejos.
En cuanto al casco urbano, es en cierto modo similar al de Santillana. No sé si se debió a la noche tan agradable que hacía o a qué, pero incluso nos gustó más. Lo estuvimos recorriendo durante un buen rato y acabamos entrando a un restaurante para atizarnos la mariscada que Raquel iba persiguiendo desde antes de salir de viaje. Nos pusimos las botas, aunque no pedimos exquisiteces para evitar el palo al bolsillo (ni langosta, ni bogavante, ni nada por el estilo). Y la selección musical fue mucho mejor que la de Santoña: Medina Azahara, Triana y demás grupos de rock andaluz, sobre todo.
Naturalmente, se nos había hecho ya demasiado tarde para ir a San Vicente así que, con la panza bien llena, volvimos a nuestro hotel.
01 agosto 2005
18/07 Santander
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