08 agosto 2005

19/07 Una señorita no habla así

Teníamos intención de no salir de Cantabria sin haber hecho un poco el cabra por el monte, así que revisamos un folleto que nos habían dado en Cabárceno y nos decidimos a hacer un senderito por el Alto Asón.

Volvíamos, pues, a la Trasmiera. El Alto Asón es una zona que intentan potenciar para este tipo de turismo, así que han trazado una amplia red de senderos para todos los gustos: largos, cortos, fáciles, difíciles y entreverados. Como nosotros tiramos a domingueros en esto del senderismo, nos decidimos por uno que tenía buena pinta y era circular. Esto es importante: hay muchos senderos que empiezan en un sitio y acaban en otro, con lo que al final tienes el problema de volver a tu lugar de partida. En estos casos hay que llevar dos coches y dejar uno en cada extremo, pero nosotros sólo teníamos uno. El sendero que habíamos elegido es el llamado "Camino de las Cabeceras de Alisas", con principio y final en Bustablado. Según nuestro folleto, estaba marcado como "fácil" y tenía una duración estimada de 3h 15'; estas duraciones tienden a estar infladas, así que no iban a ser mucho más de dos horitas de paseo por el monte.

La madre que los parió.

Cuando llegamos a Bustablado y encontramos el mapa que marcaba el inicio del sendero, vimos que allí ponía una hora más de duración estimada. Y, viendo la longitud (13km) y el desnivel (400m), nos pareció más razonable. Pero bueno, estábamos allí y no íbamos a dejarlo. Lo que casi nos dejamos fue el bofe.

El senderito empieza con una subida del carajo. Porque, claro, si hay 400m de desnivel y es circular, significa que toda la subida está al principio y luego se baja. Además, la subida era por una pista de tierra casi sin árboles, conque no teníamos apenas sombra y pasamos un calor importante. Además, llevaba una mochila de lo menos apropiada (ya os digo que somos unos domingueros) que me molestaba un montón. El caso es que nos pegamos hora y media subiendo y blasfemando, sobre todo Raquel, que aprovechaba de rato a rato para insultarme y jurar que era la última vez que venía al monte conmigo.

Eso sí, las vistas son la leche, especialmente para los que somos de secano. Y eso, por todas partes. El valle es precioso y las montañas que lo rodean, fantásticas. Pero esto se aprecia peor cuando estás medio asfixiado.

Una vez arriba, hay una zona más o menos llana que es la parte más agradable del sendero y que nos permitió apreciar la fauna local. Es decir: vacas por todas partes. Y si Raquel lee esto alguna vez, me mata, pero resulta que la chica les tiene miedo a las vacas. Vale, son unos animales bastante grandes, pero también son lo más manso del mundo. En un momento dado, el sendero estaba ocupado por las vacas, así que tuvimos que pasar entre ellas; la pobre chica lo hizo prácticamente con los ojos cerrados y una de las vacas la atacó. La atacó al revés, claro. Es decir: que la vaquita se asustó y salió corriendo ante el metro y medio de mi chica. Ah, dulce venganza, ahora me tocaba a mí reírme.

Pero todavía nos faltaba la parte peor del recorrido, que fue la bajada. Porque subir es pesado, pero bajar es peor cuando hay mucha pendiente. Y, además, por una pista asfaltada, que machaca mucho los pies. Al final el senderito nos costó tres horas y llegamos derrengados. Menos mal que en un bar del pueblo nos dieron de comer con bastante consistencia y pudimos reponer fuerzas. Como decía Raquel, debía de ser el sitio donde se reunían los mozos viejos del pueblo. Como en tantos otros sitios, la población del pueblito está compuesta, principalmente, por hombres de 50 años para arriba que viven solos. Así que, en lugar de comer en su casa, van al bar y allí les dan su menú (baratito y abundante) y comen juntos.

Y vimos un poco de la etapa del Tour, cosa que no hice mucho durante el viaje, con lo que me gusta.

Después de comer nos volvimos hacia el hotel. No por el recorrido del Tour, pero sí atravesando de nuevo el Alto de Alisas, que es un puerto clásico de la Vuelta a España. Cerca de la cima hay incluso un monumento al ciclismo. Fue el primero, pero no el último de los puertos clásicos que atravesaríamos durante nuestras vacaciones.

Aunque estábamos medio muertos, a la vuelta nos dirigimos de nuevo al Museo de Altamira, a ver si ahora teníamos más suerte. Pero cuando llegamos ya estaban agotadas las entradas para ese día. En el fondo, nos alegramos, porque no teníamos ganas de nada. Habíamos pensado ir a San Vicente, que nos habíamos dejado el día anterior, pero mejor lo dejamos. Volvimos a Santillana, sacamos entrada para el día siguiente (en el Museo no venden anticipadas, pero en los cajeros del BSCH sí) y fuimos al hotel a tirarnos un rato en la cama.

Y sólo salimos para dar una vueltita hacia el final de la tarde y cenar de picoteo en el mismo sitio en que habíamos comido dos días antes. Y luego, a la camita, que estábamos cansados y habíamos sacado entradas para el Museo en el primer turno (9h30 de la mañana) y después teníamos que seguir viaje hasta Asturias.

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