17 agosto 2005

21/07 La costa

Raquel se levantó con el que iba a ser su lema hasta el final del viaje: "quiero ir a un sitio civilizado". Esto significaba que la caminata de Bustablado había sido suficiente para ella y no quería saber nada de campos ni montes. Conque decidimos salir hacia Gijón.

Aprovecho para decir que, pese a que nuestro viaje transcurrió por territorios cercanos a la costa, y visitamos muchas localidades costeras, no pisamos la playa en ningún momento. Vimos unas cuantas, eso sí, pero no las pisamos.

Desde nuestra casa teníamos dos trayectos principales: hacia Villaviciosa, si queríamos ir por la costa, o hacia Nava, si queríamos ir por el interior. Conque nos dirigimos a la primera de estas dos localidades. Y, ya que estábamos, aprovechamos para ver la cercana iglesia románica de San Juan de Amandi, que está realmente bien. Muchas de las iglesiucas de los pueblos están cerradas y hay que pedir la llave a alguna vecina, sin que siempre sea fácil saber cuál. Esta vez tuvimos suerte, porque llegamos justo cuando la abrían y pudimos verla por dentro.

Ya en Villaviciosa, dimos una vuelta por el centro y vimos otra iglesia románica, la de Santa María de la Oliva. Que, no sé por qué, pero nos gustó menos. Y también miramos un poco las hechuras de las calles, por si veníamos algún día a cenar o lo que fuera.

También en el concejo de Villaviciosa está el pueblo de Valdediós, donde se encuentra una de las principales iglesias prerrománicas asturianas, la de San Salvador de Valdediós, conocida popularmente como "El Conventín". Era frecuente dedicar las iglesias del Camino de Santiago a San Salvador (es decir, el Salvador), ya que era obligatorio para los peregrinos pasar por todas las que tuvieran esa advocación. Y no olvidemos que el Camino fue una importante ruta cultural, pero también comercial; uno de los antecedentes del turismo actual, vaya. Así que para Valdediós que fuimos.

El Conventín de ValdediósLa iglesia se encuentra en un pequeño prado y sólo se puede visitar con guía. Esto es habitual en los monumentos prerrománicos, lo que significa que casi siempre hay que pagar entrada; pero suele ser poco dinero y las explicaciones que recibes lo compensan. Por el nombre, parece que el prerrománico debe ser una especie de románico menos evolucionado; sin embargo, lo único que significa la palabra es que fue un conjunto de estilos anterior. Sí, se ven atisbos de lo que luego sería el románico, pero casi todos los edificios tienen características propias que no se ven fácilmente si no hay alguien que te ayuda a ello. Los escasos conocimientos arquitectónicos de la época llevan al método de ensayo-error: a veces se encuentran elementos que ya no vuelven a repetirse en otros sitios, a veces se encuentran otros que sí tuvieron éxito y se fueron perfeccionando más adelante.

Nuestra guía en San Salvador de Valdediós era una señora sesentona muy dicharachera. Además de enseñarnos la iglesia, nos contó un montón de historias, como la de aquella vez que salió una foto suya en el periódico y, al pie, el siguiente texto: "García Márquez no puede ver el prerrománico asturiano porque la guía se va a la peluquería". No le satisfizo mucho, a la pobre. Según nos contó, ocurrió que habían acordado una visita a la una y cuarto del mediodía, pese a que suelen cerrar a la una. Pero bueno, estarían un rato más. El caso es que eran casi las dos y media y por ahí no aparecía nadie, así que la señora decidió largarse. A preguntas de un periodista, le dijo que no esperaba más y que se iba a la peluquería, que tenía hora. Y ya imagináis el resto.

Ya casi era hora de comer, pero decidimos llegarnos hasta Gijón y comer allí. Mal hecho. Porque anduvimos con prisas para buscar un sitio y terminamos en un garito de turistas, vilmente capturados. Esquivamos el palo, pero a costa de comer bastante mal.

A partir de ahora voy a andarme con cuidado, porque hay gijoneses (y, sobre todo, gijonesas) que leen este blog. Para quienes no conozcáis la ciudad, os diré que arranca de una pequeña península, Cimadevilla, en la parte superior de la cual está el cerro de Santa Catalina, ocupado por el parque de la Atalaya. Bajando del cerro se encuentra el casco antiguo de Gijón y desde ahí arranca la ciudad nueva. A los lados de Cimadevilla, de forma parecida a lo que ocurre en Santander con la Magdalena, están las playas; al oeste, el puerto y la Playa de Poniente; al este, la de San Lorenzo. Nosotros dejamos el coche en la plaza Seis de Agosto y subimos andando por la calle Corrida hasta la parte antigua, que era lo que nos interesaba. Aunque la misma calle Corrida y sus alrededores peatonales también tienen su gracia.

Estuvimos recorriendo toda esa zona pero, no sé si por la comida o porque hacía bastante calor, el caso es que no le acabamos de ver la gracia. La próxima vez que vayamos tendremos que tirar de guías locales que nos enseñen la ciudad, supongo.

Así que nos marchamos hacia Avilés. Alguien, no recuerdo quién, me había dicho en cierta ocasión que Avilés era una ciudad horrorosa, pero en la pequeña guía que nos habían dado en la casa ponía que era interesante, conque decidimos salir de dudas. Me gustaría acordarme de quién me dijo eso, porque Avilés nos pareció preciosa [Actualización: ya lo sé, fue Hongos Young, que precisamente nació allí]. El casco antiguo está muy bien cuidado y resulta encantador. De modo que pasamos la tarde paseando por los alrededores del Ayuntamiento y el parque de Ferrera.

Bajando por la calle San Francisco nos dieron ganas de comprarnos alguna de las casas que había en venta. Más o menos la mitad están muy bien, pero el resto están medio escachadas. Supongo que para algún arquitecto o similar con algo de tiempo libre, comprar una de esas casas y arreglarla tiene que ser muy interesante. Como no era nuestro caso, lo dejamos. Pero volver, seguro que volvemos.

Y así fuimos pasando la tarde. Aún era pronto para cenar, conque fuimos volviendo hacia casa pensando en parar donde se nos ocurriera. Y volvió a ser en Villaviciosa. Estuvimos cenando en la Sidrería Meana, donde nos dieron realmente bien. Yo me comí un pastel de cabracho excelente y una raya que también me gustó mucho (era la primera vez en mi vida que comía raya, por cierto). En cuanto a Raquel, habla y no para de la sopa de pescado que le sirvieron.

Las sidrerías de Asturias no tienen mucho que ver con las que hay en el País Vasco o en Navarra. En Asturias pueden ser restaurantes (como en este caso) o bares en los que se sirve sidra principalmente. Por supuesto, nosotros bebimos sidra con la cena, lo que significaba que nuestro camarero nos iba trayendo de rato a rato un culín a cada uno. La sidra se bebe nada más servirse, por lo que el camarero no te rellena el vaso cuando lo vacías, porque no haría otra cosa; lo que hace es calcular cuándo te va a apetecer echar otro culín. Y lo cierto es que el nuestro nos acertaba de pleno. Cada cierto tiempo, cogía nuestra botella (que estaba en la barra, no en nuestra mesa), la levantaba, bajaba el vaso, echaba el culo hacia afuera, y escanciaba un culín para cada uno. Nosotros, claro, no entendemos mucho de escanciar, así que no sabemos realmente si era bueno o malo, pero nos gustaba mucho verlo.

Cuando vino a preguntarnos qué queríamos de postre nos dimos cuenta de que nuestro asturianín, que hasta entonces no había dicho una palabra, era ruso. Parece que esto de escanciar se puede aprender aunque no lo hayas mamado.

Y ya con la tripa llena y la sensación del deber cumplido, nos fuimos a dormir.

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