Había llegado la hora de iniciar la segunda parte de nuestro viaje; es decir, cambiar de comunidad autónoma y pasar a Asturias. Pero antes aún íbamos ver el Museo de Altamira, que se nos había resistido. Salimos tempranito del hotel porque teníamos hora para el primer turno, que empieza a las 9h30'. Altamira está muy cerca de Santillana, a dos o tres kilómetros, conque el trayecto era corto.
Allí esperamos un ratito a que abrieran las puertas, aparcamos y fuimos directamente al museo sin pasar por taquilla, gracias a que habíamos comprado nuestras entradas el día anterior.
El museo se divide en dos partes: la neocueva y la exposición. La neocueva es una reproducción a escala natural de la cueva real, un tanto adaptada para facilitar la visita, y se ve en grupos de 20 personas con guía. Como sabéis, la cueva real se cerró hace ya unos cuantos años porque el flujo continuo de visitantes afectaba seriamente la conservación de las pinturas originales; hoy día sólo pueden entrar unos cientos de personas al año y en condiciones especiales de protección. Pero la neocueva está muy bien montada y la reproducción se ha hecho con mucho esmero. Además, los guías (al menos, la nuestra) hacen bien su trabajo y resulta muy interesante. Vale, te falta esa sensación de "jo, esto que estoy viendo lo pintó un tipo hace 12000 años", pero para quienes no somos estudiosos del arte rupestre está muy bien. Lo que más me llamó la atención es que hace tanto tiempo ya se usaran técnicas que se redescubrieron hace relativamente poco tiempo, como aprovechar el soporte para guiar la pintura. Es decir: si el pintor encontraba una forma en la roca que le sugería algo, la aprovechaba para pintarlo encima. Un abultamiento podía formar la panza de un bisonte, un poro de la roca era el ojo de un caballo...
Y también las pinturas menos realistas y más simbólicas; no olvidemos que eran pueblos prehistóricos y no conocían la escritura ni por asomo, así que eso de representar cosas mediante símbolos no era una tontería.
Al salir de la neocueva hay unos paneles y vídeos en los que te explican la historia de la cueva real y también todo el proceso que llevó a la construcción de la neocueva. Esta parte también es interesante porque ves todo el trabajo que ocasionó la reproducción que podemos ver.
Y luego está la exposición, que trata de la paleontología y el arte rupestre en todo el mundo. Es bastante grande y merece mucho la pena. A Raquel le encantó, creo que se habría pegado horas allí. De hecho, me parece que nos las pegamos, porque no nos fuimos antes de las doce.
Y ya salimos hacia Asturias. Gracias, en parte, a mi hermanita que vino a mi casa a recoger la información sobre la casa rural que habíamos cogido, porque se me había olvidado en Madrid. La pobre intentó mandárnosla por fax a Santillana, pero no había manera, así que al final me la dio por teléfono mientras acabábamos con el marisco en Comillas. Es que soy un poco olvidadizo.
Nuestra nueva casa estaba en el concejo de Cabranes, cerca de Villaviciosa. Salvo el trozo que va de la entrada a Asturias hasta Llanes, el resto del camino hasta Villaviciosa es autovía, conque muy bien. Luego hay un trozo de carretera nacional. Luego carreterita sinuosa. Luego carreterita aún más sinuosa y, finalmente, camino de cabras. Esto de las carreteras sinuosas iba a ser constante durante el resto del viaje, es lo que tiene la montaña. Claro que la pobre Raquel odia las curvas, conque teníamos que ir a 30 por hora. Al menos, el paisaje era bonito.
Llegamos a la casa sobre las dos y... ¡sorpresa! Resulta que en los papeles que nos mandaron ponía dos cosas que ignoraba:
- no nos daban la casa hasta las cinco
- tenía que llevar esos papeles conmigo para que nos la entregaran
Podéis imaginar que el segundo problema tampoco era tan grave; tenían mi nombre, yo mi DNI... pero es que la señora era un poco borde, de estas a las que gusta echar la bronca por todo. Porque la casa también estaba lista cuando llegamos.
En fin, que tomamos posesión, dejamos los trastos y pensamos a dónde ir a pasar la tarde. En realidad, ya lo habíamos pensado por el camino: a Covadonga. Conque para allá que fuimos.
Asturianos y amantes varios de la Santiña, saltaos este párrafo. Porque Covadonga no nos gustó nada. Es el típico montaje de turismo religioso sin más. Un santuario tirando a hortera, tiendas de recuerdos, un montón de gente... en fin, que dimos una vuelta y nos largamos. Pero, claro, junto a Covadonga están también los Lagos, así que decidimos subir hasta ellos. En coche, claro; ya os he dicho que somos bastante domingueros.
Covadonga está en el monte, sí, pero sólo a unos 350 metros sobre el nivel del mar. Los aficionados al ciclismo sabréis que los Lagos están mucho más arriba. Y la carreterita es fina, con una pendiente de cuidado y muchas curvas. Pero bueno, en coche es llevadero. Además, teníamos que aprovechar que todavía no habían restringido el acceso; unos días después iban a hacerlo para evitar la masificación.
Y para allá que subimos por una carretera llena de vacas, para mi satisfacción y disgusto de Raquel. Aunque creo que, poco a poco, le iban gustando. Si bien no se le veía demasiado contenta cuando teníamos que pararnos porque había cuatro o cinco vacas atravesadas en la carretera, tampoco pitábamos para que se apartaran. Que las pobres estaban en su casa, oye.
Los Lagos de Covadonga son dos: Enol y La Ercina. Y son preciosos. Yo había visto muchos lagos de montaña en los Pirineos (los ibones) cuando era pequeño, pero de eso hace ya muchos años. El caso es que aparcamos el coche junto al lago de La Ercina y nos dedicamos a pasear por los alrededores. Hay unos cuantos senderos majos para hacer por esa zona, alguno sin mucha dificultad, pero no íbamos vestidos (ni, sobre todo, calzados) para la ocasión. Además, después de la paliza del día anterior, mi pobre chica no estaba dispuesta. De todos modos, sí subimos al mirador que hay entre los dos lagos (desde uno no se ve el otro porque hay una elevación que los separa) y estuvimos haciendo fotos. Había bruma por los picos y eso daba una iluminación muy llamativa, sobre todo en el lago de Enol.
Y no es que tuviéramos ganas de irnos, pero tampoco podíamos quedarnos allí a dormir. Así que bajamos y decidimos dar una vuelta por Cangas de Onís, que está al pie de la montaña.
Cangas es una villa bastante bonita. Je, esto me recuerda un consejo que se suele dar a los políticos en campaña electoral: cuando vayan a dar un mitin a un pueblo, siempre hay que llamarlo "villa". Si es villa y los llamas "pueblo", los lugareños se enfadarán. Si es pueblo y lo llamas "villa", estarán encantados. De todos modos, Cangas de Onís es una villa.
Lo más famoso es el llamado "puente romano"; y digo "llamado" porque es medieval. Es ese puente bajo el cual está colgando la cruz de Covadonga y que sale en la tele todos los años cuando hacen el descenso del Sella. Porque sale de allí. Resulta muy curioso mirar el río desde el puente: hasta ese punto el agua baja bastante rebrincada, típico río de montaña; a partir del puente está canalizado y baja tranquilo. El puente en sí está en punta, lo que significa que tiene bastante pendiente, y pavimentado con piedrecitas del estilo de las de Santillana: muy monas, pero se te clavan en los pies.
Y también está la ermita de la Santa Cruz, uno de los edificios prerrománicos más antiguos de Asturias. El estilo prerrománico, también llamado asturiano por lo frecuente que es allí, es encantador. Nos gustó tanto que dedicamos buena parte del viaje a la búsqueda de monumentos prerrománicos. A partir de ahora, en esta plasto-serie os voy a dar mucho la tabarra con ello.
El caso es que nos dimos un oreo por Cangas, compramos algunas cosas en el supermercado y nos volvimos a cenar a la casa porque yo estaba muy acabado. Por supuesto, este año también he cogido mi tradicional catarrazo de vacaciones, y estaba en su apogeo.
11 agosto 2005
20/07 Adiós Cantabria, hola Asturias
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plasto-serie
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