El viernes quedamos para comer con los ex-compañeros de Raquel. Ella estuvo cuatro años trabajando en una universidad de París (París VI, Pierre & Marie Curie), en un departamento de Química. Y claro, sigue habiendo amigos suyos allí, conque teníamos que verles. Una cuadrilla de parásitos: en lugar de dedicarse a cosas útiles, como salir en los programas del corazón o participar en Operación Triunfo, se pasan el tiempo haciendo experimentitos a costa del contribuyente.
La universidad está en Jussieu, en pleno Barrio Latino; de hecho, ocupa la torre de Jussieu, el tercer edificio más alto de París (tras la Torre Eiffel y la Torre de Montparnasse). Eso sí, es bastante más fea que las otras dos. Mucho más fea.
Antes de ir hacia allí estuvimos por las dos islas, la de San Luis y la de la Cité. Son dos islas fluviales, en medio del Sena, muy cercanas la una a la otra. París se originó en estas islas; en tiempos de los romanos, cuando aún era Lutetia, sólo ocupaba la isla de la Cité.
Hoy día, la isla de San Luis es el barrio más caro de París. Más caro que los Campos Elíseos. Allí está el piso donde vivían la infanta y Marichalar "como una pareja más". Perdonad que ponga la frasecita: es que creo que, pese a los denodados esfuerzos de tantas y tantas personas, no se ha inventado todavía otra más ridícula en toda la historia de la Humanidad. Es bastante pequeña, se recorre a pie en un rato, y desde luego el vecindario es precioso. Hay bastantes tiendas de regalos, no tan caras como se puede uno imaginar, y con género meritorio. Más buen gusto que ostentación.
La isla de la Cité, comunicada con la de San Luis por un pequeño puente, es como os decía antes el origen de París; de ahí su nombre. Sin ser inmensa, es bastante más grande que la de San Luis. Es bastante turística porque aquí está la catedral de Notre-Dame. Que, como siempre, estaba en obras, aunque con menos andamios que otras veces. Los parisinos han tenido el buen gusto de no rodear la catedral con edificios que la tapen; sólo a uno de los lados hay edificios bajos, aunque con una calle de por medio. Al otro lado está el río y tanto delante como detrás hay jardines, así que ofrece una buena vista desde cualquier flanco. En cuanto al interior... la verdad, no estoy seguro de haber entrado nunca. En cualquier caso, esta vez sólo anduvimos un rato por los alrededores, nos hicimos un par de fotos y nos marchamos, porque se nos hacía tarde.
Por cierto; la vista de París a través del Sena, desde la isla de la Cité, es para no perdérsela. Lástima de la horrenda torre de Jussieu, que estropea el panorama. Y hacia allí nos dirigíamos.
Ya había estado alguna vez en el laboratorio de Raquel, así que conocía a bastante gente. No estaba su amiga Valérie porque se había tenido que quedar en casa cuidando a sus gemelos, que estaban enfermos. Desde que se fue Raquel, hace un año, ha habido epidemia de gemelos en el laboratorio; aparte de Valérie, también tuvo gemelos Cyrille (que, pese al nombre, es un chico). Cyrille sí que estaba por allí, y se vino a comer con nosotros. Además, vino Nati, una chica de Granada a la que ya conocía de otras veces, María, otra chica canaria que cogió el contrato de Raquel cuando ella volvió a España (por tanto, la conocí en ese momento) y Bernard, un técnico del laboratorio casado con una española y que habla bastante bien nuestro idioma. Sí, hay muchos españoles en París.
Nos llevaron a un restaurante italiano cercano, pequeño, con poca carta, pero bien puesta. Allí me di cuenta de lo mal que lo tiene que estar pasando la pobre María; en algo más de un año que lleva, aún no ha aprendido a hablar francés y sigue odiando la comida francesa. Ya sé que el restaurante era italiano, pero a ella le parecía comida francesa. La carta tenía doce o catorce platos, de los que a ella le gustaban... cero. Y no es que tuvieran cosas raras, o que a la chica no le gustara la pasta. Ésta es una breve lista de las cosas que no le gustaban y por las que no podía elegir ningún plato:
- berenjenas
- crema fresca
- mantequilla
- verduras (sí, en general)
- vino blanco
- ciruelas
Había unas cuantas más, desde luego. Jo, y me quejo de que a Raquel no le gusta nada. Entre el camarero y todos los demás que estaban con nosotros intentaban buscar qué plato podían hacerle para que comiera. Digo "los demás" porque yo, lo siento mucho, pero no aguanto a esta gente con tan poca capacidad de adaptación. Así que me mantuve aparte, me callé y esperé a ver si arreglaban algo. Al final, le hicieron un plato de pasta con tomate y un poco de queso por encima, y a correr.
Durante la comida me di cuenta de que mi francés cada vez es peor. No entendía casi nada de lo que decía Cyrille. Por suerte, estaba en la otra punta de la mesa y los que había a mi lado hablábamos en castellano. Tendré que ponerme un poco las pilas. Claro que, en este viaje, llevaba a Raquel de intérprete, conque no necesitaba mucho el idioma.
Después de comer, los demás volvieron al trabajo y Raquel y yo nos fuimos a ver el jardín botánico, que está al lado de Jussieu. No es nada del otro mundo, pero a mí me gustan mucho este tipo de jardines. Sobre todo, si tienen buenos árboles. Hay uno en el lago Constanza que pude visitar hace un par de años, fabuloso. Ocupa toda una isla que, de hecho, se llama "la isla de las flores", pero lo mejor es el arboretum. Maravilloso. El de París, en cambio, es más sencillito, aunque tiene una cierta extensión. Fuimos andando por él hasta la estación de Austerlitz, a la salida del mismo. Y decidimos, en lugar de coger el autobús hacia algún otro sitio, volver a Jussieu andando y coger el bulevar Saint-Germain hasta la iglesia de Saint-Germain-des-Prés.
Seguramente hay muchos edificios más bonitos en París, pero ése es mi favorito, no sé por qué. Además, al lado, en la plaza del mismo nombre, había un mercadillo navideño bastante bonito. Lo recorrimos, pero no compramos nada.
Luego estuvimos mirando por los alrededores porque en esa zona hay muchos clubes de jazz y quería ir a uno esa noche. Localizamos uno en el que esa noche tocaba un grupo de jazz manouche, el estilo fundado por Django Reinhardt y Stéphane Grapelli hace sesenta años. Jazz tocado sobre todo con guitarras acústicas, con bastante swing e influencias gitanas; por algo Django era gitano. Así que ya teníamos garito para la noche.
Mientras hacíamos tiempo para cenar, a Raquel se le ocurrió ir a la Torre Eiffel. Pues venga. Cogimos un autobús y para allá que nos fuimos.
Claro que la espera fue un poco castigadora. La parada del autobús estaba justo enfrente de "La maison du chocolat", una de las muchísimas tiendas de chocolate que hay en París. La verdad, no entiendo cómo las francesas son tan lánguidas y están tan flacas; con esas tiendas, es para atiborrarse de chocolate y olvidarse del resto del mundo. Pero nos contuvimos.
Era la primera vez que visitaba la Torre de noche. Claro que no tenía mucho mérito, porque a las cinco ya era noche cerrada. Para quienes no hayáis estado nunca, os diré que la Torre Eiffel está en medio de los Campos de Marte; es decir, en medio de una explanada, con lo que resulta todavía más impresionante. Además, había nubes bajas y apenas se veía la punta, pese a estar toda iluminada. Claro, estaba llena de vendedores de souvenirs, pero no eran muy plastas.
Cruzamos el Sena, que está justo detrás de la Torre, para subir hasta el Trocadero. Desde allí, como está en alto, hay una vista muy buena de la Torre. Además, dieron entonces las seis y pudimos ver el numerito que montan a las horas en punto. Han llenado la Torre de bombillitas dispersas y, durante diez minutos, apagan las que recorren su silueta y encienden las otras de forma intermitente y aparentemente caótica, con lo que parece que están electrocutando la Torre. Simple y chorrón, pero resultón.
Cuando nos cansamos, cogimos otro autobús de vuelta a Saint-Germain-des-Prés y buscar un sitio para cenar. Por cierto, colarse en el autobús es lo más fácil del mundo en París. Si llevas abono no hace falta pasarlo por la maquinita; teóricamente, hay que enseñárselo al conductor, pero nadie lo hace. Así que puedes entrar sin billete y nadie te dice nada. Y no, no hay mucho peligro de que pase un revisor. Dice Raquel que en sus cuatro años en París, y mira que ella cogía el autobús siempre que podía, sólo ha visto un revisor una vez. Es curioso, pero las tres únicas veces que recuerdo haberme colado en el autobús ha sido fuera de España. Una fue en París, pero en otro viaje, porque esta vez llevaba abono.
Habíamos pensado en ir a comer cus-cús el sábado, pero se nos ocurrió cambiarlo por la cena de ese mismo día. A Raquel le encanta el cus-cús y yo estoy harto de ir con ella a comerlo aquí en España y luego tener que aguantar sus quejas todo el día porque no se lo dan a su gusto. De manera que teníamos que aprovechar que allí, sí. Sólo teníamos que encontrar un restaurante de la morisma, cosa bastante fácil en París.
Empecé a acordarme de otro día, hace muchos años, en Ginebra, cuando necesitábamos un banco y no encontrábamos ninguno. En la ciudad con mayor densidad de bancos por metro cuadrado del mundo. Pues en los alrededores de Saint-Germain-des-Prés nos estaba pasando lo mismo. Estaba lleno de restaurantes, pero ninguno árabe. Eso sí, encontramos un callejón precioso, de esos que salen en las películas, donde está la Casa Catalana. Los catalanes que leáis esto podéis estar orgullosos del sitio que han elegido. Pero sólo vimos un sitio donde anunciaban cus-cús y no nos hizo mucha gracia. En la puerta ponía "Cous-cous, paëlla" (en francés, paella se escribe con diéresis en la e para que no hagan diptongo). Es decir, que lo mismo hacen una cosa que otra, lo que quieren es que entren los turistas. Y, claro, tenían a un tipo en la puerta de reclamo. Nada, mal rollo.
Al final, después de tomar una cerveza en un irlandés en el que nos machacaron con una música espantosa (MTV en horario baboso), Raquel decidió que fuéramos hacia Saint-Michel, que está cerca, y lleno de sitios que ella conocía. El bulevar Saint-Michel, en efecto, es perpendicular al Saint-Germain y ya me había llevado otro día a comer cus-cús, con buenos resultados. Aunque me cagué en la madre del que inventó el picante que ponían para el cus-cús.
Esta vez aterrizamos en el restaurante adyacente al de la otra vez. Por nada en especial; tal vez porque era el único sin reclamo en la puerta. Y nos pusimos morados. Pero a reventar, oye. Además, como no pedimos vino, la cuenta no subió mucho. En cierta ocasión oí a alguien decir en la tele que, cuando dos personas salen a cenar en Francia, pagan la cuenta de tres; el tercero es el vino. Y es cierto, es carísimo. En cambio, la comida en sí tiene un precio razonable. Comparada con otras cosas, incluso barato.
El problema fue que, al salir, Raquel casi no se podía mover de lo llena que estaba, conque decidimos volver al hotel y dejar lo del club de jazz para otro día. En realidad, para otra visita, claro, pero yo también había fastidiado la salida un par de días antes, así que no podía quejarme. Al menos, me había vengado del mísero bocata del día anterior.
18 diciembre 2003
12/12 Con los parásitos
17 diciembre 2003
11/12 Somos turistas, explotadnos
Después de unas diez horitas sobando, el jueves me levanté como una rosa (gracias por los buenos deseos, Rapun). Afortunadamente, nuestro hotel era semi-civilizado, para lo que se estila por esos lares, y servían el desayuno hasta las diez. Aunque lo cierto es que ningún día tuvimos que apurar el horario, siempre estábamos antes de las nueve y media papeando.
Decidimos subir hacia Pigalle y Montmartre, que están cerca del hotel. Así que nos fiamos de la orientación de Raquel, tras tantos años viviendo en París, y salimos andando en dirección contraria. Menos mal que llevábamos su plano encima y pudimos rectificar antes de irnos muy lejos. Al menos, el paseíto nos sirvió para darnos cuenta de que estábamos bastante cerca de la Gare du Nord, donde nos dejaba el RER del aeropuerto, así que podíamos ahorrarnos los dos transbordos de metro cuando volviéramos el domingo si íbamos hasta allí andando.
La zona de Pigalle es donde están la mayoría de los cabarets y similares. Además, hay un mercado y bastante ambiente, incluso de día. Pero bueno, no anduvimos demasiado por allí y en seguida subimos al cercano Montmartre. Como su nombre indica, Montmartre está en un monte. Es el barrio típico de los artistas, hoy día muy dedicado al turismo. Tiene su gracia, pero te cansas de que te asalten constantemente para hacerte un retrato o venderte cualquier chorrada.
Antes de eso entramos en el Sacré-Coeur, la iglesia favorita de Raquel. No es muy grande, neoclásica (como tantos edificios parisinos) y tiene un interior bastante bonito. Vale la pena si pasáis por allí.
Cuando bajábamos de Montmartre empezó a llover. Y nosotros, fiándonos de la información meteorológica que habíamos visto en la tele del hotel antes de salir, no habíamos cogido los paraguas. De todos modos, todavía no caía mucho cuando llegamos al restaurante donde teníamos pensado comer. Es un sitio pequeñito que conocía Raquel llamado "L'eté au pente douce". Pues sí, "El verano en una suave pendiente". ¿Se os ocurre un nombre más parisino? Y sí, a mí también se me ocurren otros calificativos que se le pueden aplicar.
En realidad, no es un local turístico. Tienen cocina del sur de Francia y precios económicos, así que se veía bastante clientela habitual. Yo me aticé una especie de empanada de cordero, bastante abundante. Y Raquel una ensalada de esas con todo lo que se te ocurra puesto encima. La pena es que, como es habitual, la bebida iba aparte, y por un vaso de vino que bordeaba lo peleón me clavaron cuatro euros. Aparte de eso, bien.
A la salida ya estaba lloviendo con ganas y, como todavía no habíamos bajado del todo Montmartre, no había metro cerca. Nos mojamos bastante hasta llegar a una boca que tampoco estaba demasiado lejos de nuestro hotel, pero no queríamos calarnos más.
Al hotel sólo volvimos para coger los paraguas y salimos otra vez. Se nos ocurrió que, en vez de coger el metro, era mejor intentar ir en autobús a todas partes; así veíamos la ciudad por el camino. Y casi todo París merece la pena verse.
Hay que aclarar que París no es una ciudad tan grande como pueda parecer. El municipio en sí es más pequeño que Madrid, por ejemplo. Ocurre que no puede crecer más porque está completamente rodeado por la Banlieu, todo un conglomerado de poblaciones que rodean la capital francesa. Toda la aglomeración, creo que tiene unos ocho millones de habitantes, pero lo cierto es que la Banlieu no ofrece muchos atractivos turísticos. En general, es bastante fea. Tal vez lo más destacable sea la catedral de Saint Denis, donde están enterrados todos los reyes de Francia, desde la época de los francos. En este viaje no fuimos, pero sí hace unos años. Siendo Raquel navarra, nos llamó la atención que todos los reyes están enterrados como "Roi de la France et de la Navarre", pese a que Navarra dejó de tener relación con Francia en 1512. Pues bien, incluso Luis XVIII, que reinó en pleno siglo XIX, figura como Rey de Francia y Navarra.
En fin, volvamos a nuestro autobús. Vale la pena ir a todas partes andando, a menos que estés muy lejos, pero ya os he dicho que llovía bastante. Aunque claro, la lluvia hacía que los cristales del autobús se empañasen y tampoco veíamos demasiado. De todos modos, volvimos a bajar hacia Châtelet, esta vez con más idea de ver monumentos. Pasamos por una iglesia preciosa que no conocíamos, la de Saint Germain des Auxerroises, y nos metimos por el centro de la ciudad. Terminamos junto al Hôtel de Ville, en una exposición sobre Edith Piaf, en el 40 aniversario de su muerte.
Probablemente haya algún (o alguna) fan de Edith Piaf leyendo esto, porque abundan. Pero yo, la verdad, no lo soy. Sin embargo, sí me gusta oír de vez en cuando alguna canción suya. Y he de reconocer que nadie ha pronunciado jamás las erres como ella. A ver quién es capaz de decir "je ne regrette rien" como ella. Y es curioso que la imagen que muchos tienen de ella es la de una señora mayor muy seria; estilo María Dolores Pradera, vaya. En realidad, nunca fue una señora mayor (murió a los 48 años) y en los vídeos de sus actuaciones televisivas que proyectaban se la veía constantemente haciendo bromas y riéndose.
Después de un rato más pateando la zona, hasta llegar a las cercanías del Louvre, nos fuimos hacia Luxembourg a un garito en el que tocaba un grupo de jazz. Resultó ser un local chiquito en el que los músicos tenían que tocar bastante bajito. Además, tenían una cantante, y a mí el jazz cantado no me gusta demasiado. Con alguna excepción, claro. Pero lo veo demasiado encorsetado. En fin, que nos fuimos al cabo de un rato y, como seguía haciendo frío, tiramos para casa. No sin antes parar por Châtelet (aprovechando que teníamos abono de transporte) a comprar un bocata para la cena.
Lo del abono de transporte es un consejo que puedo dar a cualquiera que quiera visitar cualquier ciudad durante unos días. A veces no sale a cuenta, pero es penoso dejar de ver algo por no coger un metro, cuando te has gastado una pasta en el viaje. Así, sabes que todo tu transporte está ya pagado y puedes ir a donde quieras por el mismo precio. Acabas viendo muchas más cosas. Y cansándote menos, que al cabo de unos días de estar 12 horas en la calle, ya no te sostienen los pies.
Y aquí termina nuestro segundo día, porque ya volvimos al hotel y a la camita.
16 diciembre 2003
10/12 Llegamos a París
Tan sólo un par de días después de volver de la RAM, engancho con otra. Raquel y yo nos vamos a París, aprovechando que a los dos nos quedan días de vacaciones. Cuando se volvió a España, Raquel prometió que todos los años volvería a París, y ya se estaba acabando el primero sin cumplirlo.
Cogimos el avión a la una menos diez del mediodía, una hora bastante razonable para marmotas como yo, aunque las prisas y ansias habituales de Raquel hicieron que estuviéramos en el aeropuerto casi dos horas antes. El avión iba casi vacío, una experiencia nueva para mí. Claro que no suelo volar a esas horas de un miércoles. Cuando íbamos a llegar, el piloto anunció que en París hacía "un poco de fresco": tres grados. A mediodía. Agh.
Menos mal que íbamos bien preparados para el frío. Conque recogimos las maletas (las nuestras salieron las primeras, otra experiencia nueva) y cogimos el RER para dirigirnos hacia nuestro hotel.
El RER (Réseau Express Régional) es el cercanías de París. Tiene cinco líneas, ramificadas en los extremos y, a diferencia de los cercanías españoles, se puede transbordar con el metro sin necesidad de comprar otro billete. De todos modos, nos costaba casi ocho euros cada uno para llegar desde Charles de Gaulle hasta París.
Nuestro hotel estaba cerca de Opera, junto a la calle La Fayette y a cincuenta metros escasos del célebre Folies Bergère. Como cabía esperar en el centro de París, era canijo. De estos en que, para que entre el sol, tienes que salir tú. Pero el personal era amable y estaba bien cuidado. Al fin y al cabo, sólo lo queríamos para dormir y desayunar, conque no necesitábamos grandes lujos.
Una vez hubimos tomado posesión de la habitación y dejado las maletas, empezamos a patear la ciudad. A eso habíamos venido, al fin y al cabo.
Bajamos por la Rue La Fayette hasta la plaza de la Opera, donde está la Ópera central de París, que no es la más utilizada. La principal, hoy día, es la de la Bastilla. De todos modos, sigue habiendo representaciones operísticas en este teatro que, por otro lado, es realmente bonito por fuera. Nunca he entrado en él, aunque hay visitas guiadas.
Después de zascandilear un rato por ahí y comprar "L'Officiel des Spectacles" (el equivalente a la Guía del Ocio, aunque mucho más barato), decidimos mirar qué había interesante ese día y bajamos hacia Châtelet a un pub irlandés donde tocaba un grupo de música celta.
Châtelet es, más o menos, el centro de París. Allí está el ayuntamiento (u Hôtel de Ville), el llamativo Centro Pompidou y muchas más cosas. Entre otras, un montón de bares, restaurantes y puestos callejeros. Seguramente, es mi zona favorita de París para salir por la noche. Claro que hacía frío y no teníamos muchas ganas de callejear. Así que decidimos hacer tiempo cenando. En otros lugares de Francia no es así, pero los horarios de las comidas en París no son muy distintos de los españoles. Un poco más temprano, pero no demasiado. Así que a las ocho todavía estaban bastante vacíos los restaurantes.
Decidimos ir a un mexicano que conocíamos llamado Pecos Grill (es un mexicano normal y corriente, tampoco esperéis un nombre muy glamouroso). Al llegar, vimos que había cambiado bastante. Ni siquiera se llamaba igual, aunque mantenía un cartel con el antiguo nombre. Ahora era el Chispa Café. Ya lo sé, todavía más feo. Pero el sitio está bien, dan buenas raciones y no es muy caro. Me puse bastante morado de burritos.
Se me olvidaba mencionar una particualridad del RER y el Metro en París. Se puede transbordar de uno a otro, como he escrito antes, pero normalmente las estaciones tienen nombres diferentes. Así, la estación de RER de la zona (la más concurrida de París) se llama Châtelet - Les Halles, mientras que el metro tiene dos estaciones diferentes, una llamada Châtelet y la otra, lo habéis adivinado, Les Halles. Las tres estaciones están comunicadas, formando un transbordo monstruoso. Además, es una zona en la que el alcantarillado es antiguo, lo que da lugar a filtraciones y a un olorcillo peculiar que Raquel llama "Eau de Châtelet". Sí, huele a caca. En verano, teniendo en cuenta que el metro parisino no tiene aire acondicionado, el resultado es bastante nauseabundo.
Cuento esto ahora porque ya no hicimos nada más. Yo tenía un dolor de muelas bastante fuerte que se me había extendido hacia la gargante y la sien, conque no tenía ganas de ir al garito de música celta. Raquel protestó porque, como es habitual, no le valía para nada, pero nos volvimos al hotel. Y, al poco rato de llegar, ya estaba durmiendo como un tocino.
Lo reconozco, soy un flojo.
Ah, Paguí
Anoche volví de mi viaje a París. Ha sido muy distinto del de Nueva York, porque ya había estado un montón de veces y conocía la ciudad. Pero creo que os va a caer otra plasto-serie. Un poco más corta, porque hemos estado menos días.
Mañana la empiezo, que ahora es muy tarde.
09 diciembre 2003
Los Pelafustanes triunfan
Me temo que esta entrada va a ser de las largas, pero a mí se me va a hacer corta por la cantidad de cosas que tengo para contar.
Estoy en pleno aterrizaje después de la RAM. Llegué a casita anoche, justo a tiempo para ver CSI, y no me ha gustado nada tener que venir a trabajar. Pero bueno, va a ser breve, porque me quedaban días de vacaciones y me los he cogido esta semana; mañana me largo con Raquel a París hasta el domingo.
La RAM, como es habitual, una pasada. He visto a mucha gente a la que no veo durante el año, he conocido en persona a gente a la que sólo conocía por correo o referencias, y también a otros que no sabía ni que existían. He dormido poco, aunque más que otros años (me hago viejo). Y este año, como novedad, venía Raquel conmigo. Hasta ahora, siempre había ido solo a las RAM.
El primer día, nada más llegar, tenía una pequeña encerrona. Era la noche de Mensatiric y Antonn, el coordinador de Mensa en Murcia y cabeza visible de la organización del evento, me había pedido que montara un monólogo sobre los GIEs. Me lo pidió hace unos meses, acepté y empecé a preparar algunas ideas. Pero, la verdad, casi se me había olvidado. Por el camino me di cuenta de que no lo tenía acabado, ni mucho menos, así que iba pensando en algunas ideas más y cómo hilvanarlas. En fin, tendría que confiar en la improvisación.
Así que llegó el momento y cada vez me iba deprimiendo más porque veía que a quienes iban saliendo antes de mí no se les oía. Estaban teniendo problemas con los micrófonos y no se entendía nada. Con lo que, además, ocurría lo habitual en estos casos: el público se dedicaba a charlar, de manera que cada vez se entendía menos. Desastre inminente, amigos.
Conque pensé: lo que necesito es que se me oiga. Si consigo eso, el resto vendrá rodado. Así que, cuando me hicieron salir, me puse el micro bien ajustadito a la altura de la boca y me dediqué a entonar y vocalizar lo mejor que pude. Por suerte, eso se me ha dado bien desde pequeñito, así que funcionó. Luego, como el tema era bastante agradecido (es facilísimo hacer bromas sobre los GIEs y las listas de correo, sobre todo ante un público que conoce el tema), sólo necesitaba seguir el método de una famosa película (que no nombraré por no estropeársela a quien no la haya visto, el resto la reconoceréis): iba mirando a mi alrededor y soltando lo que se me ocurría. En mi caso, miraba a los del público y, de vez en cuando, veía a algún administrador de algún GIE, o a alguien que había estado envuelto en algún asunto aprovechable... lo que fuera. La cosa funcionó, la gente se reía y luego hubo unos cuantos que me dijeron que les había gustado mucho. Pues mira, si he salido de ésta, ya me atrevo con lo que sea.
Al día siguiente, en cambio, tenía algo mucho mejor preparado: el concierto de los Pelafustanes. Este año íbamos con mucha moral y bastante bien preparados, conque tenía que salir bien. Y vaya si salió bien. Con diferencia, el mejor año de todos. Lo siento por quienes no estuvisteis, os lo habéis perdido.
Algunos momentos destacados:
- Un par de horas antes de empezar, la pobre Scary se bloqueó y empezó a decir que no podía cantar el "Walking On Sunshine" porque no le salían los gritos del estribillo. A todos nos parecía que sí, pero no había forma de convencerla. Al final, la convencimos de que Rossie y Rapun la ayudarían haciéndole coros en ese trozo y se tranquilizó. En el concierto, la dejaron solita y le salió perfecta (el efecto placebo).
- Como Luzbel había estado muy liado en el trabajo durante los últimos tiempos, no se había podido preparar el "Du hast", que le cayó encima con la baja de Dani. Así que el Capi preparó un MIDI con toda la parte del teclado, sobre la que debían tocar los demás. Y la tenía que cantar yo, ante la baja de Rafa. Para redondearlo, se nos ocurrió gastarle una bromita a Lu: íbamos a hacer que Rapun se pusiera con los teclados, haciendo como si tocaba mientras sonaba el MIDI. Era una buena broma, porque le hizo gracia incluso a la presunta víctima (Luzbel). Y así lo hicimos. Claro que, a mitad de canción, justo cuando se quedan solos los teclados, se descacharró el MIDI. Pues nada, hice como si fuera así de verdad, seguí cantando, los demás se engancharon cuando debían y la cosa salió bastante bien. Fue nuestro momento 'Spinal Tap' del concierto.
- Anuncié "It's a Heartache", una de las canciones de Rossie, como "ahora los Pelafustanes se ponen moñas". Durante el resto del concierto, se estuvo vengando y, cada vez que íbamos a meter alguna canción lenta, Rossie decía "ahora llega uno de esos momentos moñas que tanto le gustan a Gorpik". En realidad, ella tiene una voz perfecta para las baladas, pero esa en concreto le queda maravillosa.
- Íbamos a grabar el concierto con dos cámaras, para el vídeo, y un montón de micros pasados por una mesa, para el audio. Al final, una cámara (de mi padre) y gracias. La pobre Raquel tuvo que llevar la cámara durante casi todo el concierto, salvo un par de canciones en que la relevamos Dilettant y yo. Y claro, a la pobre al final le temblaba la mano por el cansancio. La cámara tiene un dispositivo anti-vibración para estabilizar la imagen en esos casos, pero no me acordaba de como funcionaba. Así que me temo que el vídeo saldrá un poco saltarín.
- Casi al final del concierto rompí una cuerda (por suerte, en una canción en la que me podía arreglar sin ella), así que lo terminé tocando con la guitarra de reserva del Capi. En sonido limpio, perfecto. Pero la última canción era "Smoke on the Water" y esa necesita un poco de saturación. El problema era que no habíamos probado esa guitarra con mi amplificador, y parece que no se llevaban bien. Cuanto más intentaba subir el sonido, menos se oía. Durante el solo, supongo que el público estaba viendo a un tipo haciendo el ganso con la guitarra, pero sin ningún sonido. Yo, al menos, no oía absolutamente nada de mi guitarra. Una vez más, capeamos el temporal como pudimos (sobre todo Luzbel, que necesitaba algunas referencias de mi guitarra para algunas entradas y no las tenía).
- No recuerdo a quién se le ocurrió la idea de que, durante el famoso solo vocal de "The peto el kakas", el Capi se tirara al centro del escenario con su guitarra desenchufada, haciendo el bestia con ella, mientras Dile hacía el solo. No sé el público, pero nosotros nos descojonábamos vivos viéndolo, tanto en los ensayos como en el concierto.
Seguro que me dejo un montón de cosas del concierto, pero ya me estoy alargando demasiado.
En la tercera y última noche también tuvimos pelafustana en el escenario. En esta caso, fue Rapun la que repitió, contando un cuento estilo H.P. Lovecraft que había escrito el propio Antonn. Le quedó tremendo. Y luego habíamos montado una chorradita los demás pelafustanes pero, afortunadamente, no la hicimos. La verdad, creo que estábamos abusando. Además, no estaba bien preparada y podía salir un churro. Sin embargo, la idea era buena y seguramente la aprovecharemos en otra ocasión.
Ocasión que puede presentarse pronto, porque es probable que volvamos a tocar el día 7 de febrero, en la cena del vigésimo aniversario de Mensa España. Pero no adelantemos acontecimientos.
En otro orden de cosas, nos ha llamado la atención la pachorra con que conducía mucha gente por la zona en donde estábamos. Era bastante fácil encontrarse algún coche circulando a 50 o 60 por hora en tramos normales de carretera. Carreteras que, por cierto, estaban señalizadas de una forma bastante creativa. La primera señal curiosa la encontramos el mismo viernes por la noche, cuando llegábamos a Mazarrón. Era una señal corriente, de "Fin de prohibición". Claro que no había nada prohibido en ese momento. Al día siguiente vimos su pareja: una señal de "Prohibido adelantar" puesta en un tramo con línea continua. Quiero decir que llevábamos al menos doscientos metros de línea continua cuando llegamos a la señal. Seguramente la señal más popular era un cartel en una rotonda: las dos salidas llevaban la inscripción "Puerto de Mazarrón". Hala, elige la que te guste. Pero mi favorita era una señal de inicio de autovía que había en una incorporación a una carretera, también saliendo de Mazarrón. Es la primera vez que veo una autovía con un sólo carril en cada sentido.
Generalmente, la organización de la RAM corre por cuenta de la Junta Directiva de Mensa, con ayuda del grupo local correspondiente al lugar donde se celebra. Sin embargo, este año han sido los del grupo de Murcia quienes se han encargado de casi todo. Y les ha salido de fábula. Como suele decirse, han ido más allá del cumplimiento del deber, siempre estaban dispuestos para resolver cualquier pequeño problema que surgía (creo que no ha habido ninguno grande) y, gracias a ellos, nos lo hemos pasado en grande. El listón ha quedado muy alto para el año que viene.
05 diciembre 2003
Allá vamos
Ya es viernes, según mi reloj, así que hoy empieza la RAM. Prácticamente, me perdí la del año pasado por culpa de nuestros apuros de trabajo; estuve 24 horas escasas y prácticamente no vi a nadie más que a los Pelafustanes. Este año va a ser diferente.
Dentro de 96 horas debería estar de vuelta, totalmente eufórico y sin poder dormir. Y sin pirulas. Eso es la RAM, más o menos, para que os hagáis una idea quienes nunca hayáis estado.
¡Nos vemos!
02 diciembre 2003
Urobilina
Hoy he recibido los resultados de un reconocimiento médico que me hice a finales de octubre (les ha costado, oye).
Todo bien, pero tengo el colesterol ligeramente alto, como siempre desde que me vine a Madrid. En Zaragoza lo tenía subterráneo; debe de ser la diferencia entre la comida de mamá y la del restaurante.
Y, novedad, tengo urobilina en la orina. Y os preguntaréis: ¿qué es la urobilina? Eso digo yo.
He buscado un poco por Internet y parece que puede ser una señal de alguna dolencia de hígado, aunque también es habitual cuando se tiene fiebre. Y yo acababa de pasar la gripe. Espero que sea esto último, porque quiero mucho a mi hígado y no me apetece nada que el médico me prohíba darle al jarro.
De todos modos, tendré que llamar mañana al ambulatorio para que me den hora, por si acaso, tal como me recomienda el informe del reconocimiento. Menos mal que no soy hipocondríaco, conozco a algunos que esta noche no dormirían.