El martes íbamos a pasar casi todo el día separados. Ya habréis podido comprobar que en Tokyo llevábamos rollos bastante diferentes. Esperábamos vernos en el desayuno (que en el ryokan iba incluido en el precio), pero no. Supusimos que Jofán y Cassandra se habrían ido pronto hacia la oficina de objetos perdidos. No contaré nada sobre sus aventuras del día, bastante jugosas, esperando que lo hagan ellos mismos.
Nosotros no tuvimos muy buena puntería con el horario del desayuno y coincidimos con todos los frikis españoles. No es que tenga nada contra ellos, es que eran muchos y la habitación donde estaba la comida era pequeñita, así que casi no cabíamos. El desayuno no era muy allá, pero tampoco estaba mal. Los he visto peores.
Como Jofán y Cassandra habían sacado entradas para el Museo Ghibli esa mañana, nosotros tres habíamos pensado aprovechar para hacer una excursión fuera de Tokyo. Teníamos tres planes posibles: el Fujiyama, Nikko, o Kamakura. Como hacía mal tiempo, el Fuji no parecía buena idea (seguramente no veríamos nada). Y el viaje a Nikko es un poco largo para un solo día. Conque nos decidimos por Kamakura.
Kamakura es una población al sudoeste de Tokyo, pasado Yokohama. Sobre todo es conocida por su Daibutsu, la gran estatua de Buda de bronce. Es un poco más pequeña que la de Todai-ji, en Nara, pero más famosa por estar al aire libre. La imagen del Buda sentado que todos tenemos en la cabeza es la del Daibutsu de Kamakura. Pero hay muchos más templos en la zona, casi setenta. Así que hicimos una selección basada en una pequeña guía que nos habían dado en el ryokan.
Empezamos viajando en tren hasta la estación de Kita-Kamakura, a algo menos de una hora de Tokyo (un poco más para nosotros, que salíamos desde la estación de Ochanomizu). Junto a Kita-Kamakura está el primer templo que queríamos ver, Engaku-ji. Uno de los cinco templos zen principales de la zona. Los templos zen son especialmente bonitos por sus jardines. Muchas veces son bosques con edificios en su interior, unidos por caminitos.
Engaku-ji se erigió en el siglo XIV como agradecimiento a Bukko Kokushi, el maestro zen que inspiró a Tokimune Hojo durante la guerra contra los invasores mongoles. El propio Hojo llegaría más adelante a ser maestro zen. Con el paso del tiempo, el templo sufrió varios incendios y decayó, hasta su recuperación durante la era Edo, cuando fue reconstruido. Algún edificio se reconstruyó incluso más tarde, durante la era Showa (es decir, la época de Hirohito, que comprendió la mayor parte del siglo XX). En estos casos, como es habitual, se empleó el hormigón para la reconstrucción.
El templo se sigue usando como tal en la actualidad y posee una reliquia valiosa, un diente de Buda. Sí, ya veis, estas cosas también se estilan en el budismo.
Un kilómetro más allá de Engaku-ji (hay muchos carteles para peatones indicando las direcciones) está Kencho-ji, el otro de los cinco grandes templos zen que todavía conserva elementos originales. En esta zona la guerra no causó demasiados daños, pero sí los incendios y, sobre todo, el gran terremoto de 1923.
Kencho-ji funciona en la actualidad como monasterio. Esa zona está cerrada al público, pero la mayor parte del templo se puede visitar. Esto incluye el bonito Shin-ji Ike (Lago del carácter Mente), llamado así por tener la forma del kanji que representa la mente, y la subida al Hanso-bo. La subida tiene nada menos que 250 escalones (los conté), pero vale la pena. Más por el recorrido en sí que por el propio Hanso-bo. Y, si os chupáis otros 165 escalones (también los conté) de propina, llegáis a un mirador desde el que hay una vista magnífica, aunque junto al propio Hanso-bo hay otro desde el que se ve el Fujiyama. Eso lo sabemos por un cartel; como el día estaba lluvioso, no se veía nada. Una pena.
Kencho-ji nos gustó aún más que Engaku-ji, pero la subida nos cansó bastante. Sobre todo porque ya llevábamos muchos días de paliza y cada vez teníamos menos aguante. Así que decidimos saltarnos la visita al santuario Tsurugaoka Hachiman-gu e ir directamente hasta Hase. Para llegar allí hay que transbordar en Kamakura a una línea que no es JR; una de las pocas veces en que el Japan Rail Pass no nos sirvió. En Hase comimos y luego fuimos directamente a ver el Daibutsu. Está en el templo de Kotoku-in, que no vale gran cosa. Pero claro, es suficiente con el Buda. La entrada es barata (200 yen) y pagando 20 yen más te dejan entrar en la estatua. Teóricamente es posible subir hasta un mirador situado a la altura de las escápulas del Buda, pero el último tramo de escaleras estaba cerrado. Había una larga explicación en japonés que no nos aclaró mucho.
Ya que estábamos en Hase fuimos a ver el templo de Hase-dera, de camino a la estación. E hicimos bien, porque tiene un jardín muy bonito. Parte del templo está en una cueva por la que Raquel circulaba felizmente, mientras que Nu y yo teníamos que ir agachados. Maldito gnomo. Dentro de uno de los pabellones hay una preciosa imagen juichimen (de once rostros) de Kannon, tallada en el siglo VIII en un gran tronco de árbol. Con más de nueve metros de altura, es la mayor estatua de madera de Japón. Los once rostros no se representan en plan hidra; Kannon tiene una cabeza normal sobre la que hay otras diez más pequeñas, dispuestas en forma de corona. Y no os enseño la foto porque estaba prohibido sacarlas. Pena, de verdad que era bonita.
Y ya era demasiado tarde para ver más templos; entre las cinco y las seis cierran todos. Así que nos volvimos a Tokyo bastante contentos. La excursión a Kamakura vale la pena sobradamente para cualquiera que viaje a Tokyo. A mí, al menos, me gustan mucho más estos templos rurales que los urbanos, como los de Kyoto.
Aún teníamos tiempo de dar una vuelta por Tokyo, conque nos fuimos a Akihabara. Aquí está la ciudad eléctrica, que es una gran concentración de tiendas de electrónica. Pero no queríamos comprar nada y, además, Raquel no es nada friki ni le gustan los cachivaches, de modo que no hacía más que quejarse. Conque fuimos subiendo hacia nuestro barrio, Ochanomizu, y al ryokan. Allí nos reunimos con Cassandra y Jofán, que nos contaron sus peripecias. Cómo recuperaron su ordenador nada más abrir la oficina de objetos perdidos. Cómo la vía férrea hacia el Museo Ghibli estaba cortada por un accidente, pero una señora muy amable se ofreció espontáneamente para ayudarles, en vista de sus apuros. Cómo sus entradas no eran para el Museo Ghibli, que ni siquiera abría ese día; pero la señora Ōguchi les explicó la situación. Les dijo que sus entradas eran para una exposición temporal del Ghibli en otro museo, que no se la perdieran porque era muy interesante. Y que las entradas para el Ghibli estaban agotadas para el resto del mes. Pero, en vista de su desolación, empezó a remover Roma con Santiago y les consiguió dos pases para el día siguiente. Es que los japoneses son así. Ya sé que he escrito al principio que no contaría nada, pero como ellos no lo van a hacer... Ah, y Cassandra se compró, por fin, su cámara nueva.
Tal como habíamos acordado, bajamos los cinco juntos a cenar al Rampo, un sitio baratito situado cerca del ryokan que había visto el día anterior. Y resulta que tenían comida para llevar; si lo llego a saber, la noche anterior me cojo algo allí, en lugar del burger. Pero también tenían mesas, conque cenamos allí. Barato, como digo (no llegamos a 600 yen por cabeza), pero sólo medianito. En fin, por el precio, nada mal.
Y todos contentos nos fuimos a dormir. Nuestra idea inicial consistía en ir todos juntos al Museo Nacional de Tokyo al día siguiente, pero los acontecimientos del día habían trastocado el plan. En fin, ya improvisaríamos.
07 octubre 2008
26/08 Kamakura
Etiquetas:
Japón,
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2 comentarios:
Como que maldito gnomo? Mucha envidia es lo que hay, que Raquel y yo podemos despreocuparnos de tener problemas de espalda cuando lleguemos a tu edad :P
En el supuesto de que llegues.
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