Hala, a seguir madrugando, que nos vamos a Praga. Menos mal que este año hemos sido previsores y hemos reservado una semana al final para descansar del viaje.
De Praga a Viena hay 350 km, lo que significa cinco horas de autobús, teniendo en cuenta que buena parte del recorrido es por carretera, con unas cuantas travesías, que tenemos que hacer paradas y que hay que cruzar la frontera. Desde que la República Checa pertenece a la UE no suele haber problemas, pero nunca se sabe.
Ahora ya lo sé. Un aduanero austriaco se puso picajoso y nos tuvo parados una hora por culpa de un papel del autobús. Creo que era la tercera vez que tenía problemas con los aduaneros de Austria, no sé qué les dan. de modo que llegamos a nuestro hotel de Praga a las tres y media. Un par de minutos después de recibir un SMS de mi padre diciendo que habíamos perdido en cuartos contra EEUU. Empezamos bien. Putos yanquis, sólo hacen un partido bueno en todo el torneo y tiene que ser contra España.
Nuestro hotel volvía a estar un poco lejos del centro, pero había metro directo. Además, estaba bastante bien, aunque la recepcionista era mema. En Praga, como en Viena, funciona el billete horario para el transporte. En este caso no valía la pena sacar bonos, porque las distancias son cortas y no era previsible que usáramos el transporte público salvo para ir y volver al hotel. En cualquier caso, el billete sencillo es barato, sólo 12 coronas (1 € = 30 Kč). Me llamó la atención que la corona siguiera más o menos al mismo nivel que la otra vez que había estado, catorce años antes, incluso un poco más alta. En otros países del antiguo bloque socialista han tenido unas devaluaciones tremendas, pero no aquí.
Praga es una ciudad bastante barata, si se busca un poco. Y, claro, también es muy bonita. La suma es fácil: buena + bonita + barata = invasión. Praga está repleta de turistas. Atiborrada. Qué diferencia con 1990. Entonces, acababa de caer el telón de acero y la ciudad casi no tenía visitantes extranjeros. Hoy es uno de los destinos turísticos más populares de Europa, especialmente entre los españoles, aunque predominan los alemanes, que viven muy cerca.
Aquí tenéis vuestra guía de pronunciación del checo, que tiene miga. Para mí era mucho más sencillo que el húngaro, de todos modos, porque es una lengua eslava y yo hablo un poco de ruso, conque entendía muchos carteles. Pero entiendo que es una lengua endiablada. El acento suele ir al principio de cada palabra, aunque no siempre, y las letras se pronuncian como en castellano, con las siguientes excepciones:
h: la h aspirada
ch: como la j española (es decir, más fuerte que la h)
v: el sonido propio (f sonora, no b)
c: ts (la z alemana)
g: siempre gutural (como ga, go, gu)
j: la j eslava (como nuestra y, más o menos)
z: s sonora (como en inglés)
y: i corta (entre i y e, más o menos)
á, é, í, ó, ú, ů, ý: versión larga de la vocal correspondiente
Y ahora viene lo gracioso. En checo se usa mucho un signo llamado háček; el que veis precisamente encima de la c de su nombre. Es como un circunflejo al revés. Se usa tanto en consonantes como en vocales. Cambia el sonido de las letras como sigue:
č: ch
ň: ñ
š: sh inglesa (x catalana, ch francesa)
ž: j inglesa
ě: marca palatalización de la consonante que la precede
ř: sonido especial, entre r y z
La "palatalización" es un fenómeno frecuente en los idiomas eslavos. Para que os hagáis una idea, la n palatalizada es una ñ, la l palatalizada es una ll. Pero eso se puede hacer casi con cualquier consonante. Cuesta un poco al principio.
Bajamos al centro de Praga, empezando desde la plaza Wenceslao (Václavské náměstí). La plaza es, en realidad, una gran avenida llena de tiendas a ambos lados. Es el centro comercial de Praga y las tres líneas de metro de la ciudad pasan por ella, aunque no todas por la misma estación. En un extremo está el Museo Nacional (Národní Muzeum) y en el otro el Mústek, donde termina Nové Město y empieza Staré Město.
El centro de Praga está dividido en cinco zonas: Staré Město (o ciudad antigua), Nové Město (ciudad nueva), Malá Strana (lugar pequeño), Hradčany (barrio del castillo) y Vyšehrad (castillo alto). Nosotros empezamos por Nové Město, que no es tan nuevo, pues se construyó en la época de Carlos IV, en el siglo XIV. Váslavské Náměstí es del siglo XIX y recuerda a las amplias avenidas vienesas. En un puesto callejero compramos un par de bocatas por 25 ó 30 Kč cada uno y eso comimos. Luego paseamos un poco pero empezó a llover. Esta vez llevábamos el paraguas, pero Raquel se había hartado del agua y decidió comprarse un chubasquero. Al final cogimos uno para cada uno y cumplieron perfectamente su misión: no volvió a caer una gota de agua durante el resto del viaje.
Seguimos recorriendo la plaza hasta llegar al Triángulo de Oro, donde se cruza con las avenidas Národní (Nacional) y Na Přikopě (en el Foso, llamada así porque antes había un foso en su lugar). Este foso se cruzaba antes por un puentecillo (Mústek), justo en lo que ahora es la confluencia de las tres calles. Actualmente, Národní y Na Přikopě marcan la separación entre Nové Město y Staré Město. Son dos avenidas anchas y comerciales. Recorrimos Na Přikopě hasta la plaza de la República (Náměstí Republiky), donde hay dos edificios bastante significativos. Uno es la torre de la Pólvora (Prašná Brásna), que formaba parte de la muralla que hasta hace 200 años rodeaba Staré Město. El otro, completamente distinto, es la Casa Municipal (Obeční dúm), un casino modernista construido a principios del siglo XX. Los dos edificios son muy interesantes, como también lo es su contraste, pues están juntos.
Hablando de contrastes, este verano Praga está llena de vacas. Son como las que había en Bilbao hace dos años: vacas de poliuretano, cada una de ellas decorada por un artista distinto. A mí me gusta la idea, aunque hay a quien le horroriza.
Atravesamos la torre para entrar en Staré Město, en dirección a la fantástica Staroměstská Náměstí, o plaza de la ciudad vieja. Por supuesto, la plaza y sus alrededores han sido tomados al asalto por la horda turística, así que por todas partes hay establecimientos dedicados a los turistas. Tiendas y restaurantes con los rótulos en inglés, dando la sensación de que todo es de mentira. Un parque temático abarrotado de visitantes que, en muchos casos, no tienen idea, ni quieren tenerla, de qué están viendo. Pero rascando un poco se encuentra la ciudad, que sigue estando allí.
La plaza Staroměstská es una de las más bonitas que he visto nunca. Por desgracia, a alguien se le ocurrió en su momento que la plaza debía ser perfectamente rectangular, así que construyeron dos casas delante del edificio más llamativo, la iglesia de Santa María del Týn (Panny Marie Před Tynem), tapando parte de su fachada. En el centro de la plaza está el monumento a Jan Hus, el reformador protestante que fue ejecutado aquí en 1621. Hoy se le considera un símbolo de la libertad del pueblo checo aunque actualmente, gracias a los problemas causados por las guerras de religión y los desmanes de la Iglesia Católica, la mayoría de los checos son ateos. Formalmente, sin embargo, mantienen la tradición católica; es parecido a lo que ocurre en España, vamos.
Otros edificios destacables son el palacio Kinsky (Palác Kinských), de estilo rococó, y el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja (Staroměstská Radnice), en una de cuyas paredes está el célebre reloj astronómico bajo el cual se amontonan los turistas a las horas completas, para contento de los carteristas. Durante el día, el reloj da las horas moviendo sus figuritas gracias a un mecanismo interior. Un espectáculo corto, pero bonito.
Finalmente, nos pusimos a buscar un sitio para cenar. La plaza y sus alrededores están llenos de sitios con la versión checa del "Typical Spanish Sangría". Si en España no los pisarías ni muerto, en el extranjero es lo mismo. Pero alejándose un poco se encuentran sitios mejores. Bajamos hasta la plaza de Belén (Betlémská Náměstí) y allí encontramos un sitio donde nos empapuzamos. Pero esta vez de verdad. Raquel se atizó medio pato asado y yo lo intenté con un kilo de codillo, aunque no pude con todo. Sumando una sopa para cada uno, un par de cervezas por barba, cafés, licores y propina, la cosa subió a 1200 Kč. Pero es que fue una animalada; ahí querría haber visto al hombre binario. Y todo muy bueno.
Después de aquello, no pudimos más que arrastrarnos hasta el hotel a intentar digerirlo.
[Gracias a Ángel, un colega de Mensa que me ha corregido algunos errores con la pronunciación del checo y me ha pasado los caracteres con háček.]
09 septiembre 2004
26/08 ¿Cuándo llegamos?
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