Si ver Budapest en un día era imposible, lo de Viena es una aberración. Así que decidimos limitarnos a dos zonas: Schönbrunn y el centro histórico. Hay muchas más cosas interesantes en la ciudad, pero teníamos que elegir. Por suerte, ya habíamos visto algunas de ellas el día anterior.
Nos levantamos tempranito y, aprovechando la situación de nuestro hotel, estábamos en los jardines de Schönbrunn antes de las nueve. Nuestra intención era, simplemente, recorrer los jardines, ya que la entrada al palacio es carísima (35 pelotos). Además, está todo cubierto de andamios por obras, y seguirá así hasta el próximo verano.
Schönbrunn fue el intento austriaco de rivalizar con Versalles. No fuel el único: en España, sin ir más lejos, tenemos el Real Sitio de Aranjuez. Y, como todos los demás intentos, fue un fracaso, al menos parcial, por falta de dinero. Sin embargo, aunque no lograran igualar el esplendor versallesco, merece la pena sobradamente. El jardín es inmenso y está muy bien cuidado. En su interior está, por ejemplo, uno de los dos zoos de Viena (el otro está en el Prater). Recomiendo subir a la Glorieta, que es un mirador situado en lo alto de una colina desde el que se dominan los jardines, el palacio y la ciudad entera. Por lo demás, hay bastantes fuentes (una de ellas construida en torno a unas ruinas romanas) y muchas arboledas llenas de ardillas y pájaros de todo tipo. Supongo que los visitantes del parque suelen dar de comer a las ardillas, porque nos seguían a todas partes.
Después de pasar la mañana en Schönbrunn, cogimos el metro y nos fuimos hacia el centro. Recorrimos un poco el centro hasta la catedral, pero no pudimos entrar porque había misa. La catedral es resultona, pero pequeñita, por lo que no dejan entrar durante las misas. Podíamos haber esperado una hora, pero la vimos desde la entrada y no era para tanto. Luego buscamos un sitio para comer y acabamos en los jardines que hay frente al Ayuntamiento, donde tienen puestos de comida de varios países. No hay español, pero en el portugués dan paella, sangría y crema catalana. En cualquier caso, no nos atrevimos a probarlo y nos dimos al teppan yaki japonés y las crêpes. Precio razonable.
El Ayuntamiento es un edificio neogótico bastante llamativo, metido entre otros dos de diferentes características: el Parlamento y la Universidad. El Parlamento es neoclásico, mientras que el edificio de la Universidad es neorrenacentista. El Ring se construyó en el siglo XIX, por lo que casi todos los edificios pertenecen a estilos que imitan los de siglos atrás.
Después pasamos a Hofburg para recorrer su conjunto. En Hofburg, un gran complejo que se extiende a ambos lados del Ring, está la famosa Escuela Española de Equitación. Tal vez la parte más espectacular es la que se encuentra en el exterior del Ring, la plaza de María Teresa, enmarcada por los llamados Museos Gemelos. Son dos edificios iguales en el exterior, aunque uno de ellos (el Museo de Bellas Artes) tienen un interior mucho más rico que el otro (el Museo de Ciencias Naturales). Luego nos dedicamos a patear y repatear el centro, incluyendo un recorrido bastante extensivo por el Triángulo de las Bermudas, ya que la noche anterior no habíamos podido hacerlo. Al final, como estábamos bastante cansados, decidimos coger un tranvía para hacer un recorrido turístico. Hay dos líneas circulares de tranvía, la 1 y la 2, que recorren el Ring en sentidos opuestos. Asi que se puede coger una de ellas y ver todo el Ring en media hora. Bastante útil.
Acabamos en un restaurante del Triángulo en el que, por segunda vez en un mes, me pusieron "Shine On You Crazy Diamond" mientras cenaba. Aún hay esperanza para el mundo. Además, tenían una pantalla de televisión inmensa y pudimos ver un poco los Juegos, cosa que he echado de menos durante estos días. No se puede estar a todo. Por lo demás, cenamos bastante bien por 30 € entre los dos.
Al día siguiente teníamos que madrugar otra vez para salir hacia Praga, de modo que decidimos volver al hotel. Bajamos al andén del metro justo cuando iba a salir uno en dirección a Heiligenstadt, así que agarré a Raquel y la metí en el vagón a tiempo para que no se nos escapara. Que a esas horas el intervalo entre trenes empieza a ser largo. Cosa rara en ella, Raquel había tomado casi todas las decisiones del día, pero en el momento en que se necesitaba una mente rápida, ahí estaba yo. No es culpa mía que los austriacos les pongan unos nombres tan parecidos a las estaciones. Ni que, cuando bajamos en la siguiente para coger el metro en la dirección correcta (hacia Hütteldorf), se nos escapara en las narices. Sin embargo, Raquel pensó que sí, y se pegó hasta que llegamos al hotel llamándome todo lo que se le ocurría. A los demás viajeros parecía llamarles la atención ver a una pareja de guiris muertos de risa y, cuando paraban de reírse, la chica decía una cosa y vuelta a lo mismo. Creo que, menos "inconsútil", me dedicó todas las palabras del diccionario que empiezan por i.
07 septiembre 2004
25/08 Viena en un día
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