Nuestra idea inicial para la cena del día anterior consistía en quedar con Chichirri y Goth, pero no hubo forma de localizar a Chichirri (y tampoco podíamos contactar directamente con Goth). De todos modos, por la noche Cassandra sí pudo hablar con ella y quedó con sus amigas para hacer cosas por Osaka. Así que nuestro grupo se dividió. Por un lado, Cassandra y Jofán se quedaban en la ciudad. Por otro, Raquel, Nu y yo queríamos seguir viendo Kyoto. Y para allá que nos fuimos.
Las chicas ya habían hecho un plan de visita. En otros viajes suelo leer guías y pensar de antemano qué es lo que quiero ver, pero en Japón me he dejado llevar. Cosa que está muy bien, la verdad. Más descansado y relajado.
En el tren a Kyoto fuimos repasando el plano de autobuses y descubrimos que vendían pases de un día muy baratos. El billete sencillo de autobús cuesta 220 yen, mientras que el pase diario vale sólo 500; poco más que dos viajes. Los venden en una oficina junto a la estación, pero también en más sitios, incluidos los propios autobuses (suponiendo que sepas cómo pedírselo al conductor). Bueno, nosotros los compramos en la estación y los amortizamos muy sobradamente a lo largo del día.
Cogimos nuestro primer autobús hasta el castillo de Nijo-jo. El castillo consiste en un doble recinto amurallado con su foso. En el interior hay numerosos edificios de madera rodeados por un gran jardín. En su momento, el castillo era la residencia del shogun Tokugawa cuando visitaba Tokyo, donde vivía el emperador. Durante la Edad Media japonesa (siglos XIII - XIX), el emperador venía a ser una figura decorativa de origen divino, mientras el que mandaba de verdad era el shogun, que muchas veces ni siquiera vivía en Kyoto. Los Tokugawa, por ejemplo, vivían en Edo (actual Tokyo) y fueron una dinastía que ejerció el shogunato durante casi tres siglos. Por eso su época es conocida como el periodo Edo, durante el cual Japón estuvo casi completamente aislado del exterior.
En mi opinión, Nijo-jo es una de las visitas más interesantes de Kyoto y, a diferencia de otras (como el Palacio Imperial, los jardines de Saiho-ji, el templo de Nishi Hongan-ji o la villa Katsura), no hay que hacer reserva previa para entrar. En efecto, para evitar las aglomeraciones, muchos monumentos de Kyoto sólo pueden visitarse con reserva previa, que en algunos casos hay que pedir por escrito con varias semanas de antelación.
Después de Nijo-jo fuimos a ver el templo de Kinkaku-ji, el templo del pabellón dorado. A diferencia de Ginkaku-ji, en este caso el pabellón sí recibió su cobertura de oro; pero, por desgracia, después de sobrevivir a todas las guerras y terremotos, en 1950 un trastornado le prendió fuego. El pabellón actual es una copia exacta del original. Y todo el recinto, con sus lagos y grullas, merece la pena sobradamente.
Nuestra siguiente parada era el jardín del palacio imperial, actualmente convertido en parque público, que está en el centro de Kyoto. Pero esta vez no íbamos a quedarnos sin comer, así que nos metimos en un pequeño restaurante cercano al parque. En Japón es muy fácil pedir la comida aunque no hables el idioma. La mayoría de los restaurantes tienen modelos en plástico de los platos que sirven puestos en el escaparate. Así que sólo necesitas pedir al camarero que te siga y señalar lo que quieres. Los platos llevan cartelitos con los precios, así que no te vas a llevar sorpresas por ese lado. Y no necesitas pedir bebidas, si no quieres, porque te sacan toda el agua con hielo (a veces té helado) que quieras. Naturalmente, es posible que ninguno de los platos te guste y quieras que te cambien algo; en ese caso, sólo necesitas aprender japonés y pedir a los amables camareros lo que quieras. Están allí para servirte y lo hacen siempre con una sonrisa.
El parque del palacio no fue una buena idea para las primeras horas de la tarde. Tiene unos paseos de grava muy amplios donde pega el sol de plano. De todos modos, al final nos metimos en una zona muy agradable con un estanque en el que, además de las habituales carpas, vivían unas cuantas tortugas. En los jardines japoneses hay animales bastante grandes. Además de las grullas, que no suelen acercarse a la gente, hay muchos cuervos bastante grandes, mariposas y libélulas de hasta 10 cm de envergadura, carpas de más de medio metro en los estanques, siluros todavía más grandes... Y ciervos, pero a eso ya llegaremos más adelante.
Al salir de la zona del estanque fuimos a sentarnos en un banco a la sombra. La inmensa mayoría de los japoneses (y japonesas) son bajitos, con mucho pelo en la cabeza, poco en el resto del cuerpo y delgados. Pero el banco siguiente al nuestro estaba ocupado por un tipo bastante gordo que dormía en una postura curiosa. Estaba tumbado de cara al respaldo con una pierna encima del mismo, de modo que más bien parecía que se lo estaba follando. Raquel había ido a buscar un servicio (hay muchos por todas partes y suelen estar bien cuidados) mientras Nu y yo conversábamos sentados en el banco. En ese momento, nuestro amigo, que tenía la cabeza en el extremo de su banco más alejado del nuestro, decidió intervenir tirándose un pedo tremendo. Y quiero decir tremendo. Casi nos despeina. En fin, una nota de color en nuestro descanso.
La mayoría de los monumentos de Kyoto cierran pronto, sobre las cinco o cinco y media, así que ya no teníamos tiempo para más. De modo que fuimos otra vez a Gion para recorrer la zona con más tranquilidad que el día anterior. En los alrededores de Gion hay algunas tiendas bastante interesantes. En Japón, las geishas se asocian con el lujo y el refinamiento, de modo que el comercio va acorde. Por ejemplo, vimos una tienda dedicada exclusivamente a pasadores de pelo y similares. Los había desde unos 8000 yen hasta casi 400000 (estos ya de ámbar, obsidiana y perlas).
Dentro de Gion es habitual ver a las maiko (aprendizas) por todas partes, pero las geishas de verdad están en las casas. Esto nos hizo ver algunas escenas de vergüenza ajena protagonizadas por los propios turistas japoneses. En un momento dado, una geisha incauta salió de una casa para ir hacia otra; inmediatamente la persiguieron ocho o diez personas, sacando fotos o corriendo al lado de la geisha con dos dedos levantados para que se las hicieran a ellas. Y luego vimos unas veinte personas apostadas con sus cámaras frente a una puerta, como vulgares papparazzi esperando a la estrellita de turno. Así que nos largamos.
Habíamos quedado a las ocho de la tarde en el UNIQLO (sí, sí, hay una cadena de tiendas llamadas Uniculo; ignoro si hay Multiculo) de Shinsaibashi con Jofán y Cassandra. Las chicas querían comprarse yukatas y nos habían recomendado esa tienda. Así que nos fuimos hacia allí. Como llegamos pronto, paramos en el gran templo de la horterada: la tienda de Hello Kitty. Y luego nos fuimos al UNIQLO en plena hiperglucemia. Mientras yo esperaba fuera, en vista de que nuestros amigos no llegaban, Raquel y Nu se metieron a comprar sus yukatas. Y luego esperamos un montón, hasta que aparecieron, casi a las nueve. Resulta que sus planes iniciales se habían trastocado por completo. En lugar de ir con Chichirri por Osaka, acabaron con Goth en una tienda de muñecas a las afueras de Kyoto. Y el viaje de vuelta les había costado casi dos horas. En fin, intentamos ir a comer ramen a un sitio que nos habían recomendado nuestras amigas locales, pero estaba lleno y no nos apetecía esperar más, conque nos metimos en otro que había al lado. También de ramen, y con los habituales precios baratos. Tipo fast-food: elegías tu plato y sacabas unos tickets en una máquina, lo que es bastante habitual en Japón. Pero a nosotros nos hizo todo la camarera; es bueno tener pinta de guiri en Japón, todo el mundo intenta ayudarte.
Y luego a casita, tras nuestra habitual parada en las máquinas de refrescos antes de llegar al hotel. Sí, hace mucho calor, pero en todas las ciudades y pueblos hay muchísimas máquinas de refrescos baratos (entre 100 y 150 yen) y con mucho surtido, así que no hay que preocuparse demasiado por la bebida. Qué gran país. Y cada vez hay más carteles en romaji por las calles, ni siquiera te pierdes.
08 septiembre 2008
18/08 Cada uno por su lado
Etiquetas:
Japón,
plasto-serie
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Da gusto ver que en el Imperio del Sol naciente se siguen también los ritos proctomantes!
Me reitero en mi comentario de capítulos anteriores: sois unos cabrones!!!!!! Me estais poniendo los dientes como los de un tigre dientes de sable!!!!
sobre lo que dices de la reproducci�n del kinkaku-ji, si preguntas a un japon�s, para ellos eso no es una reproducci�n, sino el original, puesto que contiene su esencia, independientemente de que los materiales no sean "los originales". en occidente estamos obsesionados con la inmanencia material, lo que se traduce en el culto a los edificios de pura piedra; supongo que el vivir en un pa�s donde los terremotos y los tifones son cosa de cada d�a te hace ir un poco m�s all�.
Vengo de leer el siguiente post en el que estaba verde de envidia. Ahora estoy re-verde de envidia que lo sepas...
Así es, Dile. En la siguiente entrada cuento cómo los templos sintoístas incluso se reconstruyen periódicamente a propósito. Tal vez lo más llamativo de Japón sea cómo en un país tan desarrollado (o más) que los occidentales tienen una mentalidad tan distinta.
Publicar un comentario