Todavía quedaban por las calles de Pamplona los últimos restos de los Sanfermines cuando fuimos a recoger nuestro coche de alquiler y emprendimos viaje hacia Cantabria, nada más comer.
Durante los dos primeros días íbamos a alojarnos en un pequeño pueblo del concejo de Ribamontán al Monte, en la Trasmiera cántabra. Para los del Norte esto será habitual, pero a mí me llamó la atención durante todo el viaje esto de los concejos. No son sino municipios que, en muchos casos, están formados por un montón de núcleos dispersos. A veces el nombre del concejo corresponde al de su capital, pero no siempre es así. Por ejemplo, no hay ningún núcleo de población llamado Ribamontán al Monte; su capital se llama Villaverde de Pontones.
Nuestro pueblito resultó ser aún más pequeño de lo que pensábamos, casi nos lo pasamos de largo. Y la posada también era pequeña, con sólo tres o cuatro habitaciones, pero suficiente para nuestros propósitos. Además, la dueña era bastante maja.
Llegamos a nuestra posada a media tarde, conque decidimos buscar un lugar donde pasar la tarde y cenar. Así que nos fuimos a Santoña, localidad famosa en el norte por sus playas y sus anchoas. Aunque hoy día es bastante turística, no ha perdido por completo su carácter marinero. Santoña es uno de los destinos playeros favoritos de los vascos (yo mismo había estado allí 30 años antes con mis primos). Nos dedicamos a pasear junto al mar y también por el pueblo, tomar unas raciones (incluyendo una de anchoas, claro) y cenar razonablemente en un restaurante bastante mono, La Bodeguilla de la Tasca. En la Tasca en cuestión nos habíamos tomado antes unos vinos por 40 céntimos cada uno, lo que no es muy habitual hoy día. Por desgracia, la cena estuvo amenizada por un disco de David Bisbal en directo. Eso sí, estaba bajito.
Tras la cena, vuelta a nuestro pueblito (sólo nos perdimos una vez) y a dormir, que estábamos cansados.
27 julio 2005
15/07 Llegamos a Cantabria
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