La semana que viene tengo una cena en Pamplona con los amigos de Raquel. Hemos hecho lo del amigo invisible y ese día nos damos los regalos.
Así que esta tarde he estado comprando los de la que me ha tocado a mí. No tenía mucho problema: sabía qué comprarle, entraba perfectamente en el rango de precios... en un rato, listo.
En realidad, eran dos regalos los que quería comprar. Para el primero, me he metido en una tienda de ropa de chicas. Creo que yo era el único tío en toda la tienda. Y, por si no llamaba la atención lo suficiente, he montado el numerito a la hora de pagar.
Era muy poco dinero, menos de diez euros, pero no llevaba un clavel en el bolsillo, de manera que he tenido que pagar con tarjeta. Bien, sin problemas... aparentemente. Ha pasado la tarjetita, la máquina ha empezado a soltar papel, me la han devuelto... perdón, ¿puede volver a darme la tarjeta? Qué raro, pero bueno, se la he dado otra vez. La chica que vuelve a pasarla, otra vez sale el papelito, llama a una compañera, la compañera llama por teléfono... que pone en el recibo que es inválido y que retengamos la tarjeta. Hemos llamado por teléfono y nos han dicho que la han inutilizado y tenemos que quedárnosla. Para que vea que no vamos a usarla, le cortamos la banda magnética. Hala. Que tenga un buen día.
Y no, no podían decirme por qué. Tenía que preguntar a mi banco, porque ellas no lo sabían. Por suerte, tenía otra tarjeta más y esta sí ha colado. Claro que esta otra tarjeta no sirve para los cajeros, de modo que me he quedado con cinco euros en el bolsillo.
En fin, para qué le voy a dar más vueltas, si hasta mañana no puedo ir al banco. Voy a comprar el resto del regalo, un libro que había visto en la Fnac, que estaba al lado. Voy a la Fnac... qué raro, no lo encuentro por ningún sitio. Si el otro día había un montón. Pregunto y, claro, se les había agotado. Otro día me habría ido a buscarlo a otra tienda sin más, pero ya empezaba a buscar cámaras ocultas. Es un libro nuevo que se ha vendido bastante, así que se me hacía raro que no les quedara. ¿A que lo han vendido mejor de lo que pensaban, no han imprimido los suficientes, y se ha agotado en todas partes?
Con estos alegres pensamientos he ido hacia la Casa del Libro, a unos doscientos metros. He mirado el escaparate y, naturalmente, no lo tenían. He entrado, he empezado a buscar por los montones de superventas y... vale, estaba. Les quedaban dos. Así que he agarrado uno antes de que me lo levantaran y misión cumplida.
Eso sí, espero que mañana los del banco tengan una buena explicación.
23 enero 2004
De compras
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