Como todos los años en julio y agosto, tengo jornada continua. Eso significa que sólo trabajo de ocho a dos. Luego, a casita.
Eso debería implicar que, al trabajar menos horas, descanso más. Y una leche. Por las mañanas tienen que venir los municipales con la grúa para sacarme de la cama.
Nunca me gusta levantarme temprano. No entiendo cómo hay tantos padres que se quejan de que sus niños están levantados a las siete de la mañana y no hay manera de hacerlos parar; yo, de pequeño, dormía hasta mediodía si me dejaban. Y ahora soy igual. Pero en invierno me autoconvenzo con más facilidad para salir de la cama. Ahora es terrible.
Supongo que ayuda el hecho de que salgo bastante por las noches, claro. Aún así, hay días que me quedo en casa y no hay forma de dormir. Luego voy todo el día arrastrándome y sin pensar más que en volver a la piltra. Hasta que se hacen las diez de la noche y, de repente, se me quita todo el sueño.
Tendré que empezar a ver la tele por las noches. A ver si, con las cutreces que dan, me duermo.
12 julio 2003
La jornada continua
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