El sábado tuvimos comida con los amigos de Pamplona. Todos los años, para Navidad, hacemos amigo invisible. Quedamos un día para noviembre, más o menos, y nos repartimos quién le toca a cada uno. Luego volvemos a quedar en enero o febrero para darnos los regalos. A mí me han regalado unos patines; espero no romperme demasiados huesos con ellos.
El caso es que, claro, entre el vino de la comida, las copitas y las cervezas que siguieron a lo largo de la tarde, para las nueve de la noche estábamos exaltando la amistad que no veas, contando chistes y partiéndonos de risa con cualquier tontería. En esto que llaman por teléfono a una de las amigas. Que se había muerto su tía.
No era realmente una tragedia. Era una tía-abuela muy mayor (casi cien años) que ya estaba con un pie en la tumba. Pero claro, tenía que irse al tanatorio. Y, como decía la chica entre risas irrefrenables: "¿Cómo me presento yo en el tanatorio con el pedo que llevo?"
Para allá que se fue. De rato a rato nos llamaba por teléfono para decirnos que no sabía dónde meterse, que todo el mundo estaba con cara seria y a ella se le escapaba la risa. Yo creía que estas cosas sólo pasaban en las pelis inglesas.
17 febrero 2008
Estas cosas pasan
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3 comentarios:
Por lo menos no sufriría el típico entierro coñazo. Supongo.
Joder, que sé que peli inglesa dices, y todavía me duele el pecho de reirme...
A mí me echó el cura del funeral de mi abuela -llamada a las alturas a los 99 otoños-, y más que por reírme -que la cabrona se soltó dos flatos en plena misa desde el ataud-, por contagiar la risa a los demás deudos y asistentes.
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