Hace un rato estaba intentando escribir una entrada para este blog desde el aeropuerto de Múnich, donde esperaba coger mi vuelo de vuelta a Madrid. Si es que había vuelo. Alemania estaba sufriendo, aunque de refilón, los efectos del huracán Kyrill (así lo llamaban en la tele de allí, no sé si es el nombre oficial o lo habían traducido). Lo que se traducía en que estaban teniendo la mayor tormenta en quince años. Esperaban vientos de casi 200 km/h en algunas zonas del país.
En la tele también aconsejaban a la gente que se quedara en sus casas y que no aparcaran los coches debajo de árboles. Con este último detalle hemos echado unas risas en el trabajo esta mañana, pues uno de mis compañeros alemanes había aparcado, precisamente, debajo de un árbol. Y a 100 kilómetros de distancia, conque no podía salir un momento a moverlo. Espero que no le haya pasado nada.
En la salita de espera del aeropuerto sólo estábamos otro chico y yo, cada uno con su ordenador, pasando el tiempo. Poco a poco ha ido entrando el resto del pasaje. Como cabía esperar dado el día y la hora, la mayoría éramos viajeros por trabajo. No sé si tenéis experiencia en este tipo de viajeros. Los hay de dos tipos: solitarios (como yo), que suelen ir a su bola, y en grupo. Éstos son todo lo contrario. No hacen más que quejarse de todo, para dar imagen de hombres de mundo, y comentar en voz alta detalles estúpidos de su viaje, para que todos veamos que son importantes hombres de negocios internacionales.
Cuando esperaba para facturar tenía detrás a dos de éstos. Uno se quejaba de que no encontraba su carnet de identidad (ignoro a quién pretendía echarle la culpa) y le comentaba al otro, a voces, dónde había sido el último sitio en que lo había sacado.
El caso es que, al igual que aumentaba el número de personas en la salita, también aumentaba el ruido. Y no sólo por las conversaciones; principalmente, por el viento. Al principio sólo se oía el aullido, poco a poco han empezado a temblar las ventanas y luego ya parecía que iba a arrancar alguna puerta. Nuestro vuelo salía a las 19,20h y lo peor de la tormenta se esperaba para medianoche, así que iba empeorando conforme pasaba el tiempo.
Parecía que lo peor ocurría en el noroeste de Europa. Casi todos los vuelos a Londres, París y Amsterdam estaban cancelados. El nuestro no; en España no había problema y, de momento, los aviones podían despegar.
Je, acaban de anunciar que el vuelo a Barcelona va a salir sin equipajes; quien no quiera ir sin él tendrá que esperar al día siguiente (le cambian el billete sin cargo). A los demás les enviarán el equipaje cuando llegue. Uf, esa ha caído cerca.
Un rato más tarde me entero del motivo por el que no se llevan el equipaje. A causa del fuerte viento y la lluvia, el personal de equipajes tiene muchos problemas para trabajar sobre la pista. De modo que no pueden cargar los aviones. El nuestro también irá sin equipaje. Uno de los importantes hombres de negocios internacionales (que se había pegado todo el rato hablando en inglés de Argüelles por el móvil, a grito pelado) necesita un cuarto de hora de conversación con la azafata hasta que se aclara con lo que sucede. Mientras tanto, le explica a alguien por teléfono la situación; su interlocutor parece manejarse aún peor que él en inglés, porque se lo tiene que repetir unas veinte veces. Es el único de todo el pasaje que decide quedarse.
Finalmente, con bastante retraso, montamos en el avión. Que va lleno, en contra de lo que esperaba. O casi lleno. Descubro dónde iba sentado el importante hombre de negocios internacional; justo a mi lado. Así que viajo cómodamente, con el asiento central vacío. Mira qué bien.
Y mira qué pronto empezamos el taxi hacia la pista de despegue. Ah, no, estamos quietos. El avión se bambolea por culpa del viento. Eso no lo había experimentado nunca.
Un rato después tenemos un despegue movidito. El avión sigue bamboleándose mientras corre por la pista y al piloto le cuesta estabilizarlo una vez en el aire. Esta vez se ha ganado su sueldo. Y de aquí al final ya sólo queda un aburrido viaje en avión más.
18 enero 2007
Kyrill
14 enero 2007
Un bar de pueblo
Acabo de volver de ver el partido en un bar.
He entrado y había unos cuantos parroquianos sentados por las mesas, hablando a voces. Ni dios detrás de la barra. He saludado, más o menos me han devuelto el saludo, pero nadie venía a servir. Al rato, uno de ellos ha venido detrás de la barra y me ha puesto el café que le pedía.
Naturalmente, todo hombres. Durante las más de dos horas que he pasado allí, sólo ha entrado una mujer y no ha estado más de cinco minutos. Debía de ser de la familia, porque todos parecían conocerla.
Al fondo se veía a un grupo jugando a lo que parecía el dominó. Cerca de mí había otros jugando a las cartas, dando los golpes de rigor sobre la mesa cada vez que jugaban una. Y fumando puros baratos.
Después del café (hacía bastante frío y tenía que entrar en calor), ya he pasado a tomarme unas cervezas, mientras veíamos el Real Madrid - Zaragoza (al final, 1-0, gol del árbitro). Los parroquianos iban, como debe ser, con el Zaragoza. Poco a poco han ido ganando confianza conmigo y hemos estado charlando de unas cuantas cosas, mientras veíamos el fumbo.
En el descanso, como tenía hambre, he preguntado si había algo de comer y me han sacado unas chuletas asadas, con una ensalada para acompañar. Menos mal que he pedido algo pequeño, porque el plato era serio.
Al final, el 1-0 que os cuento, y me he ido un tanto cabizbajo. Pésame de la concurrencia y al hotel de vuelta.
Algunos pensaréis: ¿pero, este tío, no estaba en Alemania? Tal vez administrativamente el garito en cuestión estaba situado en Alemania; pero, quitándome a mí, toda la concurrencia era turca. Y sólo hablaban alemán conmigo; entre ellos todo turco. Yo sigo sin saber alemán, pero eso no me arredra. Lo que no sé, me lo invento, y ellos hacían por entenderme.
El otro día un alemán me contaba que los españoles que vinieron hace 40 ó 50 años a Alemania se volvieron a nuestro país o se han convertido en alemanes, pero los turcos siguen siendo turcos. Tienen canales de televisión propios, periódicos en turco y demás. Por lo que he visto, dejando aparte el idioma, son iguales que en la España profunda. Pero igualitos, oye. Y creemos que son otra cultura.
Y sí, entiendo perfectamente que no he tenido problema para integrarme con ellos porque soy hombre; una mujer lo habría tenido peor. Cuando viajo solo por el mundo, son muchas las ocasiones en que mi cromosoma Y me pone las cosas más fáciles.
09 enero 2007
Grandes fracasos
Hace un rato escuchaba una canción antigua que hacía uso prominente del mellotron. El mellotron, para quienes no lo conozcáis, era un artilugio inventado a finales de los años 60 para sustituir a las orquestas. Un instrumento de teclado que accionaba unas cintas magnetofónicas en las que se habían grabado otros instrumentos tocando las notas correspondientes. Estas cintas eran intercambiables, lo que permitía tener varios sonidos distintos. Los más populares eran, probablemente, los de cuerdas o voces humanas. El mellotrón era un trasto ingobernable. Las cintas tendían a perder tensión y descentrarse. Además, tenían una duración máxima de ocho segundos; no se podían dar notas más largas.
Hay una canción de Genesis titulada "Watcher of the Skies" que empieza con un mellotron solo. Tony Banks, el teclista del grupo, dijo que había compuesto esa introducción a base de combinar las notas de su mellotron que no sonaban demasiado desafinadas. Un desastre.
En los años 30 del siglo pasado, un inventor aficionado a la música llamado Laurens Hammond decidió crear un instrumento musical que pudiera sustituir a los carísimos y enormes órganos de las iglesias. Este instrumento fue el órgano que lleva su nombre. Mucho más pequeño que un órgano de tubos, el órgano Hammond es electrónico y relativamente portátil. Pero nadie que lo haya escuchado y tenga un mínimo de oído musical podrá decir que suena como un órgano de verdad. Ni de lejos.
Unos años antes, la casa Rickenbaker decidió sacar un modelo de guitarra que permitiera a este instrumento hacerse oír en una orquesta. Hasta entonces, la guitarra quedaba totalmente oscurecida por los instrumentos de viento; así que pensaron en acoplarle un transductor eléctrico que pudiera enviar su señal a un amplificador para que sonara más fuerte. Lo consiguieron. Pero aquello no sonaba ni parecido a una guitarra acústica.
Hoy día no es habitual ver mellotrones u órganos Hammond porque son muy aparatosos, pero muchos músicos tratan de imitar sus sonidos mediante samplers; imitar los sonidos de estos instrumentos, no los de sus predecesores. La guitarra eléctrica, desde luego, todavía no ha conocido ninguna imitación que la haya destronado. Y eso que hoy día hay aparatitos que, por fin, hacen que una guitarra eléctrica suene como una acústica. Pero se usan muy poco, y sólo como recurso puntual.
Creo que fue Napoleón quien dijo que los buenos planes fracasan por los mismos pequeños detalles que hacen triunfar a los malos. Serían esos pequeños detalles los que convirtieron tan claros fracasos en resonantes éxitos.