02 octubre 2005

El copyright

En los últimos 10 años, internet se ha ido convirtiendo en un auténtico foro mundial al que cada vez somos más los que tenemos acceso. Hoy día somos cientos de millones las personas que participamos en él, ya sea de forma activa (publicando) o sólo pasiva (leyendo). Y, mira, la mayor parte de los contenidos son gratis y de libre acceso.

Eso lleva a muchos a la creencia de que estos contenidos son, no sólo de libre acceso, sino también de libre disposición. Es decir: puedo hacer lo que quiera con aquello que encuentro en internet. Y no es así.

El ejemplo más habitual consiste en el reenvío o copia de material sin citar la fuente. La forma correcta de reenviar algo encontrado en la web consiste en enviar un enlace a la página en que se encuentra. De paso, se ahorra ancho de banda, pues el receptor puede elegir descargar el contenido o no, en lugar de que le llegue incrustado en un mensaje electrónico.

Pero es que, además, esto contribuye a la calidad de los contenidos. Si una persona publica buen material, algunos de quienes lo lean querrán enviar el enlace a otras personas conocidas, que accederán a él, incrementando el número de visitas de la web. La persona que lo ha publicado recibe ese estímulo positivo y sigue por esa línea. Mira qué bien, y todo sin pagar un céntimo de más.

Si ese material interesante se ha recibido por correo electrónico (por ejemplo, en una lista de correo), lo correcto es reenviar el mensaje según las instrucciones del autor. La mayoría de las listas a que estoy suscrito incluyen estas instrucciones. No me refiero a listas dedicadas al intercambio de mensajes entre sus miembros, sino a aquellas que crea un autor para difundir sus escritos, y en las que sus suscriptores son simples receptores. Y lo habitual es que estas instrucciones no vayan mucho más allá de respetar la integridad del mensaje y el copyright.

Hay un humorista americano, W. Bruce Cameron, que solía publicar sus escritos en una de estas listas de correo gratuitas. Y lo único que pedía a cambio era que sus escritos se reenviaran sin eliminar la línea de copyright, en la que aparecía él como autor. Cameron vive de publicar sus escritos en periódicos, además de escribir libros e incluso crear alguna serie para la televisión; su lista era una forma de darse a conocer y conseguir que los periódicos se interesaran en su columna sindicada. Pero esos escritos no paraban de circular por internet con su autoría cuidadosamente eliminada.

Pues eso se llama plagio. Oh, sí, claro, yo no he hecho más que reenviar una cosa que he recibido por correo. Y despreciar el trabajo de los demás. No, qué va, ése es mi jefe, que es un cabrón y no aprecia mis esfuerzos, pero yo sólo he hecho un reenvío. Ay, la ley del embudo en acción una vez más.

Es tremendamente fácil respetar la autoría de los demás, y no cuesta dinero. De esta forma ganamos todos: el autor porque consigue la exposición pública que busca, y sus seguidores porque seguimos disfrutando de forma gratuita de su trabajo.

Por eso pedí permiso al autor de lo que publiqué en mi entrada anterior, antes de hacerlo. Él es el autor y tiene derecho a exigir, si lo desea, que no se publiquen traducciones de sus textos. No, no vale decir "pero si es porque me ha gustado". Si te gusta, respeta sus deseos, no le obligues a que sean los tuyos. No se debe hacer por los demás cosas que no quieren que se hagan.

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