Aquí da comienzo la plasto-serie de este año. Cassandra: ya sabes que no puedo negarte nada así que, si quieres, a tí te lo cuento en persona.
Antes de salir de viaje por el norte de España, Raquel y yo íbamos a pasar unos días juntos en Pamplona, coincidiendo con el final de los Sanfermines. Aunque ella llevaba allí desde el primer momento, siguiendo los preceptos de su religión, que le impiden abandonar Pamplona durante los Sanfermines si no es por causa de fuerza mayor.
La mía, en cambio, me impide estar en Pamplona en fin de semana durante las fiestas. Conque no fui hasta el domingo. Aunque, en realidad, tampoco iba mucho entre semana. Ésta iba a ser la segunda vez, y la primera había sido once años antes. O eso creía. Resulta que no, que había vuelto al año siguiente, pero lo pasé tan mal y ponía tanta cara de asco en todos los garitos repletos de gente que Raquel me mandó de vuelta a casa y acordamos que, en adelante, no volvería a pisar Pamplona en fin de semana de Sanfermines. Al parecer, la experiencia fue tan traumática que la había olvidado por completo hasta que ella me lo recordó.
Esta vez teníamos pensado dedicarnos especialmente a los Sanfermines diurnos, en vez de salir a muerte por las noches y pasar los días durmiendo. Eso no nos impidió volver a casa a las cinco de la mañana la primera noche, por ejemplo; pero, en general, la cosa fue distinta.
Casi todos los de la cuadrilla de Raquel estaban de vacaciones, conque no les vi. La excepción eran E y O, pero no podíamos contar mucho con ellos, porque ella está embarazada y al pobre chico le han detectado recientemente un problema de corazón, conque los dos necesitan guardar bastante reposo. De todos modos, casi todos los días les veíamos un rato. Y, si no, salíamos con K, otra amiga de Raquel de sus tiempos de estudiantes en Zaragoza.
Hechos destacados:
- Fuimos a dos corridas de toros, las dos veces con O. Dos corridas que, a priori, habían despertado gran expectación: la de los jandillas y la de los victorinos, que debutaban en Pamplona. Como buena plaza torista, en Pamplona tienen más importancia las ganaderías que los toreros. Pero las dos fracasaron. Ante los jandillas sólo vimos una buena faena de Salvador Cortés, que sustituía a Eduardo Gallo, frente al tercero, premiada con una oreja. Otra inmerecida cortó César Jiménez al quinto, a lo que Cortés respondió en el sexto dando por su cuenta una vuelta al ruedo que tampoco mereció. El Cid, gran triunfador de la temporada, se fue inédito. Ante los victorinos, Luis Miguel Encabo estuvo francamente bien, desperdiciando con el acero un triunfo que se había ganado durante toda la lidia de sus toros. Excelentes verónicas, buenas banderillas sin alardes innecesarios y faenas de muleta por encima de la pobre categoría de sus enemigos. En cambio, ni Pepín Líria ni, nuevamente, El Cid, fueron capaces de nada en sus respectivos turnos.
- En la primera corrida estuvimos en sol, aunque nos libramos de que los de las peñas nos machacasen mucho (en Pamplona el tendido de sol es terrible). Pero sí nos tocó un plasta detrás que no nos dejó en paz durante toda la corrida. Yo creía que llevaba la espalda llena de moratones de tantos tastarrazos como me dio, pero no. Y pasamos un calor tremendo claro. En la segunda conseguimos sombra, pero casi pasamos más calor porque la temperatura era altísima. Al menos, nadie nos molestó.
- También vi dos sueltas de fuegos artificiales, justamente las de las dos pirotecnias extranjeras que participaron en el concurso. En Pamplona hacen concurso de pirotecnias, con lo que todas intentan lucirse y se ven unos castillos muy expectaculares. Los italianos estuvieron correctos, sin más, mientras que los portugueses me gustaron mucho. Y no fui el único, por lo que luego oí.
- Una mañana fuimos al Baile de la Alpargata del Casino de Pamplona. Es una tradición pija. Los socios de casino eran los miembros de las mejores familias de la ciudad y, por supuesto, no se permitía la entrada de nadie que no fuera vestido y calzado correctamente. La única excepción era el baile que se celebraba todos los días al acabar el encierro, pues los hombres que venían de correrlo calzaban alpargatas. Y allí ha quedado, como reducto del pijerío pamplonés. Ahora ya puedo decir que he estado y no tengo gran interés en volver, la verdad.
- Haberme levantado temprano para ir al dichoso baile me costó la salida nocturna, porque no estaba para nada. La pobre Raquel tampoco volvió muy tarde porque K cogió un pedo indecente con un solo mojito y se tuvo que ir a casa. Pobre Raquel, qué mal resultado le dimos.
- Una noche sí salimos con más gente. Quedamos para cenar, además de con K, E y O, con dos compañeras de trabajo de Raquel. No cenamos mal, pero fue muy caro, aunque es de esperar en Sanfermines. Por distintos motivos (era entre semana, recordémoslo), nuestros acompañantes se fueron retirando y nos quedamos solos Raquel y yo. Acabamos por la zona de Jarauta, donde están casi todas las peñas y había muy poca gente a la que sacáramos menos de 10 años; antes de que nos confundieran con sus padres, nos largamos a otro garito, donde casi nadie nos sacaba menos de 10 años. Al menos, cabíamos y la música nos dejaba hablar.
- Comimos un par de días en casa de los padres de Raquel. Sin duda alguna, el mejor toro de las fiestas fue el que nos comimos estofado el segundo día. Qué bueno.
- Un día estuvimos viendo una exibición de herri kirolak (es decir, deporte tradicional vasco y navarro). Sí, eso de levantar piedra y cortar troncos. Lo que más nos llamó la atención fue el concurso de levantamiento de yunque, en la que unos animalicos con brazos del diámetro de mi torso intentaban hacer el máximo número de alzadas en dos minutos. El yunque pesa 18kg y en cada alzada debe tocar el suelo y un listón situado 40cm sobre la cabeza del deportista. Hubo cuatro participantes y el concurso terminó con un triple empate a 89, no está mal.
- Mi cena favorita fue la del último día. A Raquel le pone muy triste el "Pobre de mí", así que, en vez de ir a verlo, nos fuimos a cenar al japonés que hay junto a la Audiencia, bastante lejos del centro. Hasta arriba nos pusimos, oye.
- Y qué calor pasamos. Habitualmente, en Pamplona hay que llevar una chaquetica, por si refresca, incluso en verano. Pues ya no. Un calor agobiante y temperaturas de hasta 46°C vi en la calle. Oficialmente, creo que algún día llegamos a los 39°C, lo que es una burrada en esa ciudad.
En resumen, este año lo he pasado muy bien y me voy con ganas de repetir el año que viene. Fuera del fin de semana, por supuesto.
26 julio 2005
10-14/07 Pamplona y los Sanfermines
Etiquetas:
plasto-serie
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