16 marzo 2005

Jaca

Pasé el último fin de semana en Jaca con mis amigos del pueblo. Como la vida ha llevado a cada uno por un sitio distinto, llegó un momento en que sólo nos veíamos en las bodas. Y ya hace unos años que están todos casados y con niños, salvo los tres irreductibles, conque ni siquiera eso. Así que ahora nos juntamos dos veces al año. Una es sólo los chicos, en noviembre, para pasar una tarde-noche juntos en el pueblo; la otra es en marzo todos juntos. Esta ocasión, originalmente, también era una noche juntos, cada vez en un lugar distinto, pero la cosa ha ido creciendo y ya coge todo el fin de semana.

Cada año tenemos dos organizadores. Me refiero a dos chicos; en mi cuadrilla, originalmente, éramos sólo chicos, las chicas son las novias y mujeres de los chicos. Hay una excepción, y sí, es la que pone a prueba la regla (ver entrada anterior). Uno de mis amigos empezó a salir con una chica cuando tenían 15 ó 16 años, y duraron hasta los 23 ó 24. El caso es que cortaron por aburrimiento, pero seguían llevándose muy bien y ella ya se había hecho amiga de todos, así que siguió en la cuadrilla.

Bueno, los mayorales (así llamamos a los organizadores) de este año lo montaron todo en Jaca. En realidad, en un cámping de las afueras que pertenece a unos amigos suyos. El cámping tiene unas habitaciones que ocupábamos nosotros por completo, conque todo el edificio era para nuestra cuadrilla. Por el día hacíamos turismo y por la noche, el bandarra hasta que nos cansábamos. Un buen plan.

El principal problema que teníamos Raquel y yo era el transporte. Antes había tren directo Madrid-Jaca, pero lo han quitado hace poco. Raquel tenía un autobús desde Pamplona, pero el horario era malo. Así que alquilé un coche aquí en Madrid, fui a recoger a Raquel a Pamplona y los dos juntos a Jaca. De paso, vi el nuevo piso que se ha comprado mi chica. Aunque ha tenido bastantes problemas para conseguir cerrar la compra, lo que le ha hecho pasar un par de meses bastante malos, ahora vuelve a estar muy contenta con él, y no me extraña. Es enorme, en muy buen sitio y a buen precio, teniendo en cuenta lo que se estila. Ahora falta acondicionarlo un poco, así que vuestro cronista se va a pegar la Semana Santa en Pamplona, echando una mano.

El viernes llegamos a la hora de comer. Aprovechamos para conocer a los del cámping, que resultaron ser muy majos y acabaron siendo dos más de la cuadrilla durante todo el fin de semana, al menos en lo que les dejaba su trabajo. Cena, charradica y a dormir, que nos esperaba un día duro.

El sábado por la mañana, después de atiborrarnos en el desayuno, nos esperaba un paseo a caballo por la Garcipollera. A pesar de mis buenos propósitos, no había vuelto a montar a caballo desde hace un año y tenía ganas de ver qué tal se me daba ahora que ya sabía un poco. Pues muy bien, oye. Me tocó una yegua bastante dócil que hacía todo lo que le mandaba. No como le pasó al Pastas, uno de nuestros mayorales, cuyo caballo se desbarraba cada vez que cruzábamos un vado. Fue gracioso ver a la pobre Raquel negándose a montar en un bicho tan enorme (sobre todo para ella), pero al final se le dio de maravilla. Creo que no será la última vez que montemos los dos juntos.

Después algunos querían ir a ver las pistas de esquí, así que nos fuimos hacia Candanchú. Hacía muy buen tiempo, había mucha nieve de los días pasados y se está acabando la temporada de esquí. Resultado: estaba lleno. Intentamos tomarnos algo en una terraza, pero no había sitio ni de pie. Conque estuvimos un ratito alcahueteando y nos volvimos al cámping a comer.

Allí nos esperaban unos cuantos amigos que acababan de llegar. Según las obligaciones (profesionales y parentales) de cada cual, hubo quien llegó el viernes, quien llegó el sábado por la mañana, por la tarde e incluso uno que apareció la mañana del domingo. Más cháchara, más batallitas y más abuelo Cebolleta.

Por la tarde teníamos preparada otra de las actividades que más me habían llamado la atención: ir a patinar a la pista de hielo. Jaca tiene una excelente pista de hielo, en la que incluso se han celebrado muchos Campeonatos del Mundo de patinaje artístico. Y yo no patinaba sobre hielo desde que era pequeñito (sólo una vez, y sin dejar de caerme). Raquel, por su parte, solía ir a patinar muchas veces en París y también tenía ganas de volver a hacerlo. Para su desgracia, su entusiasmo no era compartido por muchos en el grupo. Con la excusa de que había mucha cola, algunos empezaron a presionar para irnos a jugar a los bolos a una bolera cercana. Lo cierto es que no había tanta cola; sucedía que aún no habían abierto las puertas y, claro, había bastante gente esperando. Pero una pista tan grande no se iba a llenar con los que había. El caso es que la idea de la bolera fue ganando adeptos y al final sólo quedamos nosotros dos para patinar. Y no era plan. Conque nos quedamos sin patinaje y nos fuimos a jugar a los bolos.

Raquel se rebotó un poco, pero se le pasó en la bolera. No había jugado nunca y descubrió que le gustaba bastante. En fin, hicimos muchas risas y lo pasamos bastante bien, aunque es cierto que a los bolos se puede jugar cualquier día y lo de patinar es menos habitual.

Nos dimos una vuelta por Jaca (o lo intentamos, porque el pueblo estaba atiborrado) y ya nos volvimos al cámping para cenar. A los mayorales se les había ocurrido que nos hicieran algún guiso de caza, así que tuvimos estofado de jabalí para cenar. Era la primera vez en mi vida que comía jabalí, y me gustó bastante. Pensaba que se parecería al cerdo, pero no. Lo malo es que estas cosas son bastante pesadas para cenar.

Y aún peor para mí fue que estaba agotado. Llevaba toda la semana durmiendo poco y casi sin parar en casa; para rematarlo, todo el viaje del día anterior y el sábado sin parar de dar vueltas. Así que a la una o por ahí ya no podía más y me fui a dormir. Una pena, porque teníamos todo el bar para nosotros solitos hasta las ocho de la mañana (la hora a la que volvían a abrir para el público). La pobre Raquel aguantó más rato pero, a cambio, estuvo con el jabalí dándole vueltas hasta el lunes.

El domingo me levanté más o menos descansado. Por las caras que ví deduje que algunos prácticamente habían empalmado, claro. Desayuno abundante y salida hacia San Juan de la Peña. Tocaba visita cultural.

Aunque había estado muchas veces por Jaca y sus alrededores, nunca había ido a ver el monasterio y tenía muchas ganas. Conque para allá que fuimos todos con los coches, a encontrarnos con la guía que nos esperaba arriba. No nos arredramos por una señal de cadenas que encontramos; al fin y al cabo, estábamos a unos 20°C, así que era evidente que se les había olvidado taparla. Y una leche. Cada vez había más hielo en la carretera y, después de subir unos pocos kilómetros, estaba completamente helada. No había forma de subir en esas condiciones, conque tuvimos que dar media vuelta y bajar de vuelta a Santa Cruz de la Serós.

Allí nos dijeron que la otra carretera que sube al monasterio (la de la Peña Oroel, rodeando por el otro lado) sí estaba bien, aunque era peor y más larga. Conque nos cabreamos a distancia con la guía por no habernos avisado. Pero ya era demasiado tarde, de modo que nos quedamos viendo las iglesias del pueblo. Tiene dos muy interesantes, como habréis visto si habéis seguido el enlace que he puesto unas líneas más arriba. En el Alto Aragón hay muchos edificios románicos muy bien conservados que vale la pena ver.

Y ya, después de tomar algo en el pueblo, volvimos a nuestro cámping para la última comida juntos. Nosotros teníamos que salir pronto porque debía devolver el coche antes de las diez de la noche, y tenía que pasar por Pamplona a dejar a Raquel. Un buen fin de semana, aunque habría sido mucho mejor si no me hubiera cogido tan cansado. Menos mal que llega la Semana Santa, porque os aseguro que necesito cogerme unas vacaciones ya.

No hay comentarios: