Este fin de semana, Raquel y yo hemos estado en Cataluña porque se celebraba la tradicional calçotada que organizan los mensistas catalanes todos los años. Y todos los años quiero ir, pero siempre pasaba una cosa u otra que me lo impedía. Conque esta vez reservé el fin de semana tan pronto supe con seguridad cuál iba a ser. Siempre oía a los demás contar lo bien que se lo habían pasado, esta vez quería ser yo quien lo contara.
El viernes llegué en el tren a la estación de Sants poco después de las nueve y media de la noche. Allí me esperaba Raquel, que había llegado un poco antes en autobús, junto con nuestros amigos Dile y Rossie, que serían nuestros anfitriones. Ah, y también guolf. Y nos fuimos directamente a la cena revolucionaria del MORPRED.
Las reuniones locales de Barcelona se celebran entre semana (lunes o jueves): el MORPRED es el MOviment Revolucionari Pro Reunions En Divendres (perdón por las faltas de ortografía), así que se dedican a montar cosas en viernes. Esta vez fue siringa quien organizó la cena, que tuvo bastante afluencia. Fue la primera ocasión para conocer a gente a la que no había visto antes, pero sobre todo reencontrarme con viejos amigos y conocidos catalanes. Y madrileños también, que iban llegando poco a poco. De otros lugares creo que no vino nadie, con excepción de Ianekin.
Después de cenar siringa sacó unos folios con un enigma que sirvió para jugar un poco tras la cena y para recordarme una vez más que, si en un enigma hay algo que me parece absurdo, no significa que esté mal hecho. Tal vez sea una pista. Ay, qué tontito.
Luego tardamos cosa de tres cuartos de hora en recorrer la distancia entre la mesa y la puerta del restaurante; no es que fuéramos ya mamados y no la encontráramos, es que había mucha gente a la que saludar y el grupo no se movía. Unos cuantos empezaron la ronda copera, pero nosotros nos fuimos a casita. Nos esperaba un día duro.
El sábado teníamos que estar a mediodía en Cambrils. Más bien, en una masía cercana a la que se accedía por unos caminos de cabras. De todos modos, nos levantamos los cuatro, nos arreglamos y nos pusimos en camino. Llegamos puntuales y sin perdernos. Qué cosas. Claro que esto sólo aplica a nuestro coche; hubo unos cuantos que tuvieron más problemas, pero nada terrible. Más saludos a gente que no había estado el día anterior en la cena (incluidos algunos colegas mensamaños) y más gente nueva por conocer. Por fin conocí a Pucela y a su prole, por ejemplo. Aunque sólo pude estar hablando con él cosa de diez minutos, después de comer, porque estaba demasiado entretenido con los chicos. No creáis que estaba sufriendo, no; me parece que quien mejor se lo pasaba de los cuatro era él mismo.
Y llego el momento de los calçots. Claro, "calçotada" viene de "calçot", que es el nombre que se da a unos cebollinos tiernos que se comen en grandes cantidades en estos eventos. Según nos explicaron, el nombre de "calçot" viene de la técnica usada para cultivarlos, que consiste en ir tapándolos con tierra conforme van creciendo (como si les hicieran un calcetín) para que los tallos queden blancos. La técnica para comerlos es bastante simple; una vez te comes dos o tres la manejas perfectamente. Se sujeta el calçot por la parte superior, se agarra un poco más abajo con la otra mano y se estira para quitar la piel, que sale de un tirón como si fuera una camiseta. Luego se mete el calçot en un bote de salsa parecida a la romescu y se come. Están francamente buenos. Nos los daban en paquetes de quince para cada uno, pero luego podíamos repetir. Hubo quien se metió cuarenta calçots entre pecho y espalda, pero yo me quedé en la mitad, más un par de alcachofas. Y esto no era todo: nos lavamos las manos (te pones perdido con la ceniza de la piel de los calçots) y entramos al comedor, donde sacaron unas ensaladas, munchetas (o mongetes en catalán, pero en el Bajo Aragón las llamamos munchetas) y carne. Luego, crema catalana de postre. Creí que reventaba.
A media tarde cada uno se volvió a su casa, aunque quedamos para volver a vernos por la noche (los que aún pudieran moverse, al menos). El viaje de vuelta fue peor que el de ida, porque había una manifestación con los del Carmel y no se les ocurrió nada mejor que cortar la Ronda de Dalt. De todos modos, tardamos, pero llegamos a casa. Las chicas no querían volver a salir (una tenía que estudiar y la otra estaba acatarrada y quería acostarse), pero Dile y yo sí. Acabamos juntándonos unos quince, primero en el local habitual de reunión de Barcelona y luego en un pub que había no muy lejos. Allí estuve contando batallitas con el Pirata Roberts, que no es tan temible como él dice.
Sobre las tres, Dile y yo nos volvimos a casita. O eso pretendimos. Fuimos hacia la Plaza de Catalunya a coger el autobús nocturno. Llegamos a la parada.
- Mira a ver a qué hora pasa
- ¿Qué línea es?
- La 4
- A las 3.15 y a las 3.50
- Magnífico, son las 3.18
Con el frío que hacía, decidimos intentar coger un taxi. Jua, jua. Ni uno. Bueno, ni uno vacío. A las 3.40 decidimos volver a la parada de autobús; autobús que, por si no estábamos pasando suficiente frío, pasó con casi un cuarto de hora de retraso y petado de gente. Pero bueno, conseguimos volver a casa.
El domingo, Dile y Rossie habían quedado para comer con su familia, conque nos despedimos de ellos y nos fuimos a comer otra vez con la peña de Mensa. Como despedida, habíamos quedado en un sitio no muy lejos de Sants y la salida de Barcelona hacia Madrid, para que los de fuera lo tuviéramos fácil para irnos luego. De todos modos, mi tren no salía hasta las seis y media (intenté cambiarlo pero no pude), conque aproveché para ir a ver a mkxis, que no había podido venir a nada porque estaba trabajando en la Setmana del Llibre en Català. Así que, después de dejar a Raquel en el autobús, fui para allá. Como sabéis todos los que la conocéis, mkxis es un encanto. Además, estaban también por ahí sus hijas, conque aprovechó para presentármelas y, de paso, babear un poquito con ellas. Ay, qué madraza. Los demás de la comida que no se habían ido fueron llegando poco a poco, conque aprovechamos para recorrer la exposición y hacer un poco de gasto. Yo me llevé un libro del Buenafuente, de ésos que van bien para leer en el metro porque son cosas cortitas (en este caso, monólogos de sus programas en TV3) y te ríes. Además, me apetece ver qué caras ponen algunos del trabajo cuando me vean con un libro en catalán.
De aquí sí que me fui a coger el tren. Un viaje sin más peripecias, aunque en la cafetería escuché un fragmento de una conversación interesante. Dos chavales de apenas veinte años con el aspecto que podéis deducir de la frase que le dijo uno de ellos al otro:
- Yo defiendo más lo que hace el nacionalsocialismo que el nacionalsindicalismo, pero bueno, es mi manera de ser.
Fachas zaragozanos, cuánto tiempo hacía que no los veía. Y qué poco los he echado de menos, aunque en Madrid también tenemos nuestra ración.
28 febrero 2005
La calçotada
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