El viernes pasado estuvimos haciendo bromas sobre nuestros pesos respectivos. Últimamente he perdido bastantes kilos, y Jofán y Dwymorwen se ofrecían voluntarios para donarme algunos de los que, según ellos, les sobran.
La verdad es que estaba siguiendo la peor dieta que existe. He pasado una temporada bastante mala en mi relación con Raquel. Muchos de los que me conocéis sabéis que llevamos mucho tiempo juntos, pero, en realidad, no lo estamos. Durante los últimos siete años (largos), hemos vivido en ciudades, e incluso países, diferentes. Y, bueno, lo hemos llevado razonablemente bien. Pero cada vez lo aguantaba peor.
En los últimos tiempos me encontraba fatal. Era un manojo de nervios. Una de las consecuencias, claro, es la pérdida de peso. Otra es que a veces lo pagaba con los demás. Si he sido más borde de lo normal con alguno de vosotros, os pido perdón. Y sé que lo he sido. Especialmente, claro, con ella. No hacía más que encontrar defectos en todo lo que hacía la pobre chica. Esto, supongo, era porque no veía clara mi relación con ella. E, inconscientemente, buscaba razones que me hicieran ver que no valía la pena y que debíamos dejarlo.
El viernes por la noche estuve en casa de Jofán y Rapunzell. Como de costumbre, todo el mundo estuvo encantador, eso debería subirme la moral. Sin embargo, cuando me marché llevaba un cabreo de mil demonios. Sin ningún motivo real, claro. Encima, no pasaban taxis ni por error. Cuando me acosté, no me aguantaba ni yo.
El sábado por la mañana me fui a Zaragoza. Iba en el coche de una antigua compañera de estudios a la que veo una vez al año, o por ahí. Como nos vemos tan poco, aprovechamos nuestros escasos encuentros para hablar de todo lo que se nos ocurre. Y el caso es que, de repente, durante nuestra conversación, algo se me encendió en la cabeza. Lo vi todo claro. Lo que realmente me ocurría era que echaba de menos a mi chica. Echaba de menos todo lo que habíamos sido el uno para el otro durante tantos años, echaba de menos verla todos los días. Y todo lo que me estaba ocurriendo era una especie de reacción de autodefensa que, la verdad, estaba funcionando de pena.
Cuando, por fin, nos juntamos, volví a ver a la chica de la que me enamoré hace tantos años. Y vi todas las razones por las que la quería, y comprendí que tenía que recuperarla. Funcionó como la magia. Ni siquiera necesitamos decirnos muchas cosas. Y esa noche pensé que hacía años que no me dormía tan feliz.
Ahora pasará un mes antes de que volvamos a vernos. Pero ya no me importa. Ya sé qué era lo que estaba pasando, y también sé que seguimos queriéndonos después de tantos años. Y volveré a engordar, supongo. La verdad es que cada vez me quedaban peor los pantalones.
21 junio 2004
La peor dieta
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