06 enero 2004

13/12 Amiguitos

Como he escrito en la entrada anterior, no sé si me acuerdo muy bien de los detalles de nuestros últimos días en París. Al fin y al cabo, uno de los motivos para contar mis viajes aquí es que luego puedo releerlo y acordarme. Si alguien tiene quejas, no hay problema, le devuelvo su dinero.

El sábado iba a ser nuestro penúltimo día en París, el último entero. Notamos el fin de semana desde el primer momento, ya que la pequeña sala donde desayunábamos estaba repleta. Acabamos sentándonos en la mesa de un par de chicas alemanas a las que conocíamos ligeramente, pues la mañana anterior habían sido ellas quienes se habían sentado a la nuestra. En Alemania es bastante habitual que la gente se siente en las mesas de los demás, si no están completas. Incluso en los restaurantes. En Francia no llegan a tanto pero, al menos en París, la distancia entre mesas no suele ser superior a dos centímetros. Recuerdo que, hace unos años, unos yanquis intentaron montar el numerito en "Au pied de cochon", un restaurante bastante concurrido de la zona de Les Halles, porque la mesa en que les ponían estaba pegada a la nuestra. Pues lo normal, chavales.

Por cierto, "Au pied de cochon" es un sitio que vale la pena si os gusta el cerdo. El plato típico en ese restaurante son las manitas de cerdo, como su propio nombre indica, pero tienen muchas más cosas. Además, está abierto las 24 horas del día.

Volvamos a lo nuestro. A Raquel se le ocurrió que podía ser una buena idea ir a La Défence. Curioso, porque siempre la había oído decir que no le gustaba nada. Por eso mismo, yo no había estado nunca. Pues hala, a La Défence.

La Défence es una zona moderna de París, creo que construyeron todo hace quince años. Es un grupo de rascacielos de oficinas junto a un enorme "arco" rectangular, todo ello situado a las afueras de París. Se puede subir al arco mediante unos ascensores, y hay una excelente vista de París desde allí. El arco está construido en un promontorio situado exactamente alineado con los Campos Elíseos, así que los ves como si partieran la ciudad en dos. Además, hay una sala de exposiciones bastante interesante allí arriba.

Como era Navidad, claro, había un mercado navideño abajo. Claro, por eso quería ir Raquel a La Défence, para patear el mercadillo. Lo cierto es que estaba muy bien, era grande, con muchos puestos y muchas cosas interesantes. Echamos el resto de la mañana recorriéndolo, aunque no compramos muchas cosas (alguna, sí). Despues de ver todos y cada uno de los puestos, fuimos a un chiringuito alsaciano a comer. Al menos yo. Me zampé una andouillette, que es una especie de salchicha gorda, aunque te la servían deshecha, metida en pan y con un montón de mostaza. La mostaza era de esa que pica un montón, pero sólo en la nariz. Así que, con no respirar mientras mordía listo. Muy rica. Para acompañar, aprovechando que hacía frío, me aticé un vaso de vino caliente, brebaje que los alsacianos beben sin parar en invierno, con lo que cogen unos pedos de consideración. Creo que le echan canela y tiene un sabor peculiar. "Peculiar" puede sustituirse por la palabra que mejor os parezca, claro. Pero la andouillette estaba buena.

Mi plan para la tarde era ir a ver la exposición de dibujos de Alan Lee y John Howe que inauguraban ese mismo día en la Biblioteca Nacional. Alan Lee y John Howe son, probablemente, los mejores dibujantes del mundo sobre El Señor de los Anillos, por lo que ambos fueron contratados para el diseño conceptual de las tres películas. Y la exposición era, claro, sobre los diseños de las pelis. Pero parece que a Raquel no le apetecía mucho porque, cada vez que lo nombraba, cambiaba de tema. Así que me quedé sin verla.

De manera que bajamos directamente hacia Montparnasse, donde ella había quedado con su amiga Lola. Lola es una chica de Pamplona que trabaja como periodista en París, a la que Raquel conoció allí (eso de que las dos sean de Pamplona es casualidad). Claro que, antes, pasamos por "sus casas". Es decir: la Fnac y el Etam. En realidad, en la Fnac no estuvimos mucho, sólo lo suficiente para comprar el quinto libro de Harry Potter en francés (ya se había leído los cuatro primeros también en francés, no era cuestión de cambiar ahora). Entonces no sabíamos que en las Fnac de España también lo han traído en francés, porque acababa de salir. En cambio, en el Etam estuvimos más rato. Hay algún Etam en España, pero sólo de lencería, y lo que a ella le gusta es la ropa, conque tenía que aprovechar el viaje. Bueno, no puedo quejarme demasiado; en menos de un cuarto de hora ya se había comprado la camiseta que quería.

Luego, compramos una botella de vino navarro y fuimos a la estación de Montparnasse, donde habíamos quedado con Lola. No estuvimos mucho con ella porque tenía que irse a cenar con no sé quién, pero bueno, nos vimos un rato.

El vino era para llevarlo a casa de Valérie. El día anterior no la habíamos visto, pero habíamos quedado para cenar con ella. Además, estarían María, Nati y Pique, el novio de Nati (de María y Nati ya os he hablado en el día anterior). Valérie vive en Montparnasse, por eso habíamos bajado hasta allí. Conocimos a sus gemelos, que no pueden ser más diferentes. De acuerdo, son bivitelinos (es decir, mellizos), pero es que no se parecen nada. Yo creía que todos los niños de diez meses son iguales, pero estos no. Según parece, Pierre es el atleta y no para quieto un segundo, mientras que Alexandre es el intelectual y no se mueve, de manera que pesa bastante más que su hermano. Así que allí estuvimos jugando con los dos, incluso el pobre Pique, que no aguanta a los niños. Pero claro, se los echábamos encima y tenía que aguantarse.

El plan inicial era que Philippe, el marido de Valérie, se quedara con los niños mientras nosotros bajábamos a cenar, pero el tío se escaqueó y se quedó en el trabajo. Sin problemas: Valérie los dejó durmiendo en casa y se bajo el walkie-talkie al restaurante. Al fin y al cabo, estaba justo debajo de su casa; si se despertaban, en medio minuto estaba arriba.

Una vez más, cenamos en un italiano, aunque esta vez no hubo problema para encontrar algo que le gustara a María. Bastante bien todo, y los niños, ni se cantearon. Lo único malo fue que a Raquel, al final de la cena, le dio por contarle a Valérie la situación política española con todo lujo de detalles, así que me entró un sueño que para qué. Y es que, cuando se enfada, habla muy despacio y no deja meter baza a nadie.

Ya era tarde cuando salimos, pero todavía podíamos coger el último metro. Así que nos despedimos y fuimos para allá. Al pasar por Châtelet, entró en nuestro vagón un tipo con un perrazo enorme. Sí, está prohibido, pero cualquiera le decía nada, con el tamaño del bicho y el hermoso collar de pinchos que llevaba. En realidad, resultó ser de lo más pacífico. No sé de dónde era el chaval; se puso a preguntar a los demás pasajeros si alguien sabía donde estaba la "Estación Central", en un inglés no demasiado bueno, pero no le cacé el acento. No tenía pinta de muchas luces, conque podía perfectamente ser inglés. Tampoco entendía demasiado las explicaciones que le daban sobre el hecho de que París tiene muchas estaciones de tren, ninguna de ellas llamada "Central", y que todo dependía de hacia dónde quería ir. Como parecía no tenerlo muy claro, al final lo mandamos a la Gare du Nord, por la que pasaba nuestra línea de metro. También preguntó por dónde había "squats". Pues no, mira, mala suerte.

Afortunadamente, nosotros no necesitábamos squat porque teníamos nuestra camita en el hotel esperándonos. Buenas noches.

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