El lunes pasado pasé por una experiencia realmente desagradable. Había oído a otras personas contar otras parecidas, pero era la primera vez que me pasaba a mí. Tuve que despedir a un compañero de trabajo.
En realidad, no le despedí yo. Pero, como era uno de los miembros de mi grupo de trabajo, nuestro jefe de producción me llamó a mí antes para contarme que no le iban a renovar el contrato, que terminaba ese mismo día, y que le dijera qué opinaba. Era una especie de última oportunidad para el pobre Paco y yo no supe defenderle.
El motivo es sencillo: profesionalmente, Paco no sirve. Al menos, no para lo que hacemos nosotros. Paco tiene alma de artista; espero que aproveche su oportunidad y decida dedicarse de una vez al cine, que es lo suyo. Pero era la alegría de la empresa. Incluso el mensaje de despedida que nos envió a todos demostraba lo buen tipo que puede ser.
El viernes es mi cumpleaños y le he pedido que venga a tomarse unas cañas por mi cuenta a la salida del trabajo con los demás compañeros. Allí veré qué tal está llevando el paro. Paco, chaval, te vamos a echar mucho de menos.
02 julio 2003
Adiós, Paco
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