01 agosto 2007

21/07 Mérida y Évora

Si el día anterior había sido de cierta tranquilidad, hoy se había acabado. El plan del día consistía en ver Mérida y seguir viaje hacia el Alentejo portugués. Como Mérida requiere, al menos, un par de días, íbamos a tener que darnos prisa.

Por la mañana nos levantamos (otra vez a las nueve, qué manía), desayunamos en un bar de la Plaza y salimos de Trujillo en dirección a Mérida, que se encuentra a unos 100 km siguiendo la A-5.

Aparcamos el coche, fuimos a la oficina de turismo, cogimos un plano y a patear. En la capital extremeña han tenido una idea bastante buena. Las entradas a los principales monumentos valen 4€, salvo la del teatro y anfiteatro que vale 7€. Pero hay una entrada conjunta, válida para ocho monumentos, por sólo 10€. Y no caduca. Ésta es la parte interesante. Si haces una visita corta y no tienes tiempo para ver todo, te llevas a casa la entrada para lo que te falta, lo que sirve de excusa para volver. Una buena forma de conseguir visitas repetidas.

Lo más famoso de Mérida son los monumentos romanos. Y, ciertamente, no hay mucho más, pero resulta más que suficiente. Para mí, que nunca he estado en Italia ni Grecia, todo era interesantísimo.

Como todo cierra a mediodía, salvo el teatro y anfiteatro, organizamos nuestro horario para aprovechar bien el tiempo. Así que empezamos por la Casa del Anfiteatro, llamada así por estar junto al Anfiteatro, aunque no tenga nada que ver. Hoy día sólo quedan la parte inferior de las paredes y los suelos de mosaico, además de algún resto de pintura. Ni siquiera se sabe con certeza si era una casa grande o dos más pequeñas. Lo que más nos llamó la atención fue que los suelos están a la intemperie. No sólo a merced de los elementos, sino también de los zapatos de los visitantes, que caminábamos sobre los mosaicos sin mayor cuidado. Supongo que los conservadores sabrán lo que se hacen.

De aquí nos fuimos al circo. Como me había contado Rapunzell, que antes venía aquí una semana al año por motivos laborales, el circo es el lugar donde se celebraban las carreras de cuádrigas y no es en absoluto redondo, sino alargado. Similar a los estadios griegos, aunque bastante más grande. El Circo de Mérida tiene casi 500 m de largo.

El circo era una de las diversiones favoritas de los romanos (panem et circenses, ya sabéis). Los aurigas eran muy populares y podían ganar mucho dinero. Había cuatro facciones a las que pertenecían estos aurigas, cada una de ellas identificada por un color. Pues sí, como los equipos de futbol actuales. Hay una historieta de Astérix en la que Obélix y él van a ver una carrera. Como buenos galos, apoyan a los azules, pero vencen los blancos. Las carreras de cuádrigas se celebraban a siete vueltas (unos cinco kilómetros).

Salimos del Circo justo a las 13h45, la hora a la que cierra todo salvo el Teatro y Anfiteatro, nuestro siguiente destino. Pese a tener nombres similares y estar situados uno al lado del otro, tienen muy poco que ver.

El Anfiteatro es un recinto circular (en este caso, ovalado) donde tenían lugar las luchas de gladiadores y similares. El típico coliseo, vamos. Junto con el circo, la diversión favorita de los romanos.

Junto al Anfiteatro se encuentra el Teatro que hoy día es, probablemente, el monumento más famoso de la ciudad, gracias a haber recuperado su función. Precisamente ahora es cuando se celebra el anual Festival de Teatro Clásico; es por ello que el escenario estaba lleno de andamiajes y también había instaladas muchas sillas supletorias. En tiempo de los romanos, en cambio, el teatro no era tan popular como otras diversiones. Los tiempos no han cambiado tanto.

Tras esta visitia fuimos a comer a un sitio cercano (bastante bien y por no mucho dinero) y a las 16h, justo cuando lo abrían entramos en el MNAR, el Museo Nacional de Arte Romano.

El MNAR fue una recomendación de Rapun y se la tengo que agradecer. Aquí se muestran muchas piezas encontradas en Mérida y sus alrededores; por ejemplo, todas las estatuas del Teatro (las que se ven allí son reproducciones). Tal vez lo más llamativo sean los enormes mosaicos. Como muestra de la popularidad de las carreras de cuádrigas, algunos de ellos muestran aurigas con su nombre y gritos de ánimo; no creo que hoy día se le ocurra a mucha gente poner retratos de Fernando Alonso en el suelo de sus casas.

Después de un par de horas recorriendo el museo, o al menos buena parte de él, nos fuimos a recoger el coche y salimos en dirección a Évora. Si nunca antes habíamos estado en Extremadura, tampoco en Portugal. Todo el viaje era novedoso.

La única queja que tenemos de las autopistas portuguesas es que son, en su mayoría, de pago. Por lo demás, están bastante bien y casi desiertas. Al menos, mientras nosotros circulábamos. Conque llegamos pronto a nuestro destino. No sin antes echar gasolina; la pardillada de no haberlo hecho antes de salir de España me salió cara, pues la gasolina es bastante más cara en Portugal.

Évora es una ciudad fundada por los romanos que mantuvo su importancia hasta el siglo XVIII. Entonces, debido a circunstancias políticas, decayó, lo que ha permitido que se haya conservado realmente bien. Es un lugar precioso para pasear. Lo único que nos despistaba era que constantemente esperábamos ver el mar al girar alguna esquina, cuando Évora es una ciudad de interior. Supongo que serán las fachadas blancas, o incluso la luminosidad del día. A mí me recordaba un tanto a Santoña.

Una curiosidad: al igual que en Mérida, sólo se conserva un templo romano; al igual que el de Mérida, se conoce como Templo de Diana; y al igual que el de Mérida, no estaba dedicado a Diana. Se ve que algún arqueólogo que trabajó por la zona tenía una cierta fijación con esa diosa.

Junto al templo de Diana está la Catedral, tan original como bonita. Claro que, a esa hora, ya estaba cerrada. Conque nos limitamos a dar una vuelta por los alrededores y luego buscamos dónde cenar. Las comidas en Portugal suelen hacerse más temprano que en España pero, al llevar el horario de Canarias, no tuvimos que alterar mucho nuestro reloj biológico.

Cenamos en uno de los muchos restaurantes que había en los alrededores de la Praça de Giraldo, que es la plaza central de la ciudad. Muy bien y por poco dinero. Una cataplana de marisco y cerdo (curiosa mezcla) de la que nos servimos varias veces cada uno, con una botella de vinho verde, postres, cafés y no recuerdo qué entrantes por poco más de 30€ entre los dos. Además, bien atendidos. Un truquillo: a los extranjeros les gusta tanto que hables su idioma como a nosotros nos gusta que quienes nos visitan hablen el suyo. Los portugueses suelen ser amables con los turistas pero, si hablas su idioma, más. Vale, cuando el camarero me preguntó si era portugués, me estaba haciendo la rosca; nunca me han preguntado en España si soy español porque hable bien el idioma. Pero era evidente que le gustaba poder usar su lengua en lugar de alguna otra de las muchas que le oímos chapurrear con los demás clientes.

Y ya nos volvimos al hotel a dormir, que habíamos tenido un día duro. Y el siguiente volvería a serlo.

2 comentarios:

Juan Luis dijo...

Muy interesante todo (hasta ahora, poco de plasto), incluído el tema de la cataplana, que no había escuchado jamás. Habrá que hacerse con una :)

Gorpik dijo...

En Portugal son bastante habituales. Consiste en un guiso que te sacan en la propia olla, y se puede hacer de muchas cosas distintas. Por poco más de 20 euros, dos personas se pueden poner hasta arriba.