Este año ni siquiera he sido capaz de terminar la plasto-serie sobre el viaje a Extremadura y Portugal. Ahora no sé si tiene mucho sentido, porque hace más de un mes y no recuerdo bien los detalles.
Y es una pena, porque sólo faltaban los dos días que pasamos en Oporto, que fueron lo que más nos gustó de todo el viaje. Y mira que no esperábamos nada; en realidad, habíamos cogido un hotel en Oporto con la idea de hacer excursiones por los alrededores, porque en el norte de Portugal hay muchos sitios interesantes. Sin embargo, después de la primera vuelta por la ciudad, decidimos que no nos movíamos de allí.
Oporto es completamente diferente de Lisboa. Los enamorados de la decadencia lisboeta tal vez no le encuentren la gracia a esta ciudad que se da un cierto aire a Barcelona. Es mucho más amplia, limpia y bien conservada que la capital. Y se puede decir que mejor montada de cara al turismo, aunque no es una localidad turística al uso. Pero han sabido ver las posibilidades de su ciudad y las explotan bien.
Oporto está situada en la orilla derecha del Duero, justo en su desembocadura. En la orilla izquierda está Vila Nova de Gaia donde, curiosamente, están todas las bodegas de vino de Oporto. Bodegas que, naturalmente, son uno de los atractivos turísticos de la ciudad. Todas ellas ofrecen visitas guiadas y, por supuesto, venta de sus productos.
Ojo, el Oporto no es un vino barato. Como todos los vinos dulces, por otro lado. Es bastante comprensible porque es un vino que requiere bastante envejecimiento. Ninguna variedad se vende antes de que pasen tres años de la vendimia, y venden vinos de hasta cuarenta años que están en perfectas condiciones para ser bebidos. Incluso más.
Nosotros estamos acostumbrados a que en los vinos figure el año de la cosecha, pero en muchos Oportos no es así. El consejo regulador sólo deja vender algunas añadas individualmente, las dos o tres mejores de cada década. El resto se venden mezcladas. Así, si compras un vino de 20 años, en realidad es una mezcla de vinos de entre 18 y 22 años en el momento de embotellar. Porque el Oporto, en general, se envejece en barrica, no en botella. No todo, hay muchas variantes. Pero me iba a extender demasiado explicándolas así que, si estáis interesados, os aconsejo que visitéis la web de alguna de las bodegas. Por ejemplo, la de Cálem, que son las que visitamos nosotros.
Además de las bodegas de Vila Nova, en la propia Oporto hay mucha arquitectura interesante. Son muy llamativas algunas iglesias cuyo interior está recubierto casi por completo por talla dorada. Sí, una exageración: no recomiendo pasar mucho tiempo en el interior, pero son espectaculares. La más famosa es la de San Francisco, pero también podéis ver la de Santa Clara. Y también son interesantes los azulejos. Muchos edificios están recubiertos de azulejos pintados. Es decir: en lugar de tener frescos, tienen azulejos. Muy bonitos.
En la oficina de turismo tienen un folleto con itinerarios propuestos, según el tipo de arquitectura que te interese. Medieval, barroca, neo-clásica, y otro para los azulejos. Naturalmente, algunos edificios están en varios de los itinerarios, porque tienen mezcla de estilos.
Otro sitio muy interesante es el Palacio de la Bolsa. Es un edificio neoclásico construido con la sola intención de apabullar al visitante. Una muestra del poderío de la ciudad. Tiene algunas salas que están construidas porque sí, porque podían. Por ejemplo: hay una sala cuyas paredes y techo están recubiertas de escayola que imita otros materiales, como madera o bronce. Y, para lucirse más, hay partes de auténtica madera y una enorme lámpara de bronce, como desafiando al visitante a que encuente la diferencia entre el material real y el imitado. O un "salón árabe" inspirado en la Alhambra que da vértigo.
El Duero no es, ni de lejos, tan ancho como el Tajo en su desembocadura. Pero la ribera está muy cuidada y tiene paseos agradables. Tanto zonas construidas con arcadas, como parques. En uno de los parques habían montado una fiesta de la cerveza que, al parecer, celebran todos los años, patrocinada por Super Bock, una de las dos grandes cerveceras de Portugal (la otra es Sagres). Cerveza barata (un euro el tercio, más o menos) y abundante, con comida también barata para acompañar. El segundo día en la ciudad fuimos allí y me pedí para comer una francesinha, que es un bocado típico de la zona. Sólo la había visto en foto, así que no me había hecho una idea del tamaño. Menos mal que no pedí una francesota. La cosa tiene pinta de lasaña, pero hecha con láminas de queso y rellena con todo lo que encuentran. Carne (sin picar, un filete tal cual), jamón de york, salchichas, chorizo, tomate y yo qué sé qué más. Unos seis euros.
A esta feria fuimos porque nos la mencionó el camarero del restaurante en que habíamos estado cenando la noche anterior. Los camareros de Oporto, para variar, majísimos. Éste, además, había vivido unos años en Vigo y hablaba español perfectamente. El caso es que, además de darnos de cenar de maravilla (por cuatro perras, cómo no) en un simple restaurante de barrio, nos contó un montón de cosas de la ciudad. Ya sé que me repito mucho con lo majos que son los portugueses con los turistas, pero es que es verdad.
En fin, que durante los dos días pateamos un montón la ciudad, vimos muchos monumentos, muchas calles bonitas, el río, los parques, las bodegas y todo lo que se os ocurra. Comimos mucho y bien. Ah, y estábamos en un hotel de cinco estrellas por menos de 50 euros la noche (desayuno salvaje incluido, claro). ¿Qué más puedes pedir? Vale, son muchos los amantes de Lisboa pero nosotros, la próxima vez que vayamos a Portugal, iremos a Oporto.
30 agosto 2007
Fin de la plasto-serie
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3 comentarios:
Nosotros estuvimos en Oporto hace un par de verano, y es una ciudad que me encantó. La única pega, quem is piernas estuvieron odiando sus cuestas durante un par de días ;)
A mí me encantan tus plastoseries. Lo que pasa es que desde que uso el lector de feeds, igual se ve menos, porque comento poco :(
Oporto tiene un montón de cuestas, como todas las ciudades portuguesas. Pero nosotros nos ahorramos unas cuantas gracias al funicular. Otras, nos las tuvimos que comer, como todo hijo de vecino.
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