06 agosto 2007

23/07 Cascais, Estoril, Lisboa

Una vez más, a levantarse a las nueve de la mañana. ¿Y para eso me cojo yo vacaciones? Al menos, gracias a la diferencia horaria, la hora equivale a las diez españolas. Tonto consuelo que, realmente, no me sirve para nada.

Desde Lisboa salen tres líneas de Cercanías y una de ellas lleva hasta Cascais. Pero decidimos ir en nuestro coche. Para eso tenemos el hotel al lado de la autopista. Al menos, que esta situación nos sirva de algo.

Y nos sirve... para llegar a Cascais y aparcar junto a la estación. Bueno, nos metemos a un ciber a desayunar (no usamos los ordenadores para nada) y vamos a dar una vuelta por la población. Cascais está situada al oeste de Lisboa, ya en el Atlántico, justo donde la costa deja de ser arenosa y pasa a ser rocosa. Es decir: en Cascais no hay apenas playa y sí acantilados. Pero claro, nosotros no habíamos venido a tomar el sol, aunque de tanto patear acabamos bastante morenos.

Cascais es un pueblo de costa, pero de la variedad bonita. Mucha calle peatonal, todas las aceras de mosaico, casas bajitas, una ciudadela bastante interesante (y cerrada, pena)... Nosotros nos fuimos a pasear por la costa hasta llegar al faro. Parecía que estaba abierto para visitas, pero no; en realidad, lo estaban adecuando. Pocos días después leímos en el periódico que estaban a punto de abrirlo al público, un poco tarde para nosotros.

Luego podíamos haber seguido hasta la Boca del Infierno, una cueva en los acantilados en la que, entre otras cosas, desapareció el famoso ocultista Aleister Crowley en un misterioso incidente junto a la gloria de las letras lusas, Fernando Pessoa. Nunca se desveló dónde fue Crowley, que apareció algún tiempo después. Sin embargo, lo dejamos estar y nos metimos a pasar el resto de la mañana en un parque. Tienen muchas cosas montadas para los niños y nosotros... bueno, no montamos en los toboganes, pero sí estuvimos viendo los animalitos. Hay un mini-zoo con animales de granja. Me temo que hoy día los niños de las ciudades no tienen muchas oportunidades de verlos, conque los tienen aquí. Pollitos, conejos, incluso pavos reales.

Ya se iba haciendo hora de comer y pensamos en irnos a Estoril para ello. Conque volvimos a la estación y cogimos el tren. Comprobando los precios, por cierto, vimos que el viaje a Lisboa era bastante barato, menos de dos euros. Pero nosotros sólo queríamos ir al pueblo de al lado; que, a diferencia de Cascais, sí tiene playa. Salimos hacia Estoril a la una y diez; nos gustó tanto que antes de las dos ya habíamos vuelto a Cascais. Y eso que en Estoril tuvimos que esperar un cuarto de hora hasta que llegó el tren.

De modo que buscamos un lugar para comer en Cascais. Acabamos en un sitio para turistas (hasta el nombre estaba en inglés), pero comimos sorprendentemente bien. Nos atizamos un arroz de marisco acojonante; para dos personas, pero suponiendo que cada una de ellas se comiera tres raciones. Cosa que hicimos. Con cervezas, café y todo, unos 30 euros. En la terracita, viendo la etapa del Tour en la tele, como señores.

Después de atizarnos aquello, dimos un paseito para bajar el arroz y, cuando pensamos que ya habíamos visto todo el pueblo, nos volvimos a Lisboa. Esta vez teníamos intención de cambiar, no sólo de zona, sino también de parada de metro. Según nuestro plano, había otra en la misma línea que Jardim Zoológico, Laranjeiras, que estaba incluso algo más cerca de nuestro hotel. Pues sí, lo estaba; además, había casas por el camino y era mucho más entretenido. Claro, supongo que los ejecutivos internacionales prefieren no mezclarse con la chusma, así que en el hotel recomiendan la otra parada. Tontería; los ejecutivos internacionales cogen taxi, que paga la empresa. En cambio, para nosotros fue agradable comprobar que junto al hotel había un barrio en el que vivían personas. Incluso localizamos un café con buena pinta para desayunar al día siguiente. Desde luego, ésta iba a ser nuestra parada de metro en lo sucesivo.

Volvimos a bajar hasta Chiado, pero esta vez nos quedamos por el Bairro Alto (no lo he escrito mal) en lugar de bajar hasta la Baixa. Al menos, estos lisboetas no engañan con los nombres.

El Bairro Alto está, claro, en lo alto de una colina. Y es el típico barrio de casco viejo, con calles estrechas y demás, aunque con más vida y menos lumpen que Alfama. Y con menos pintadas. Me refiero a unas escritas con un molde y que se pueden ver en muchos sitios de la ciudad. La pintada en cuestión dice, en inglés, algo como: "Turista: respeta el silencio portugués o vete a España". Qué simpáticos.

Toda esta zona de Lisboa nos gustó un poco más que la del día anterior. Dimos una vuelta por el Bairro Alto, paramos a tomar algo en un kiosko de un parque, acabamos bajando por una calle de éstas en que, si tropiezas, llegas rodando hasta el final...

Después de circular un rato por una calle en que casi todas las casas tenían fachada de azulejo (simple alicatado de colores, pero eso nos gustaba, oye) acabamos en la base del barrio de Estrela. Lo de "la base" quiere decir, claro, que Estrela está en la cima de otra colina. Nosotros estábamos junto al Convento de São Bento, actual sede del Parlamento portugués (bastante bonito), y veíamos la cuesta delante de nosotros. ¿Qué, le echamos un par? Pues sí, se lo echamos. Casi necesitamos piolet, pero subimos hasta arriba.

Y arriba estaba la Basílica de Estrela, tal vez la mejor iglesia barroca de la ciudad. Claro que esto era un barrio un poco apartado de los itinerarios turísticos, de modo que la iglesia estaba bastante concurrida, pero por curas y feligreses, no por turistas. No, no es que hubiera misa, pero había bastante peña.

El caso es que estuvimos un rato deambulando por la basílica y luego, en vez de volver a bajar andando, pensamos que podíamos aprovechar para coger un tranvía.

Los tranvías son, además de un medio de transporte, un atractivo turístico de la ciudad. Tal vez fue aquí donde más apreciamos el atractivo de la famosa melancolía de Lisboa. El tranvía baja lentamente por unas cuestas que más parecen precipicios, girando por curvas imposibles, parando a esperar que alguna furgoneta de reparto deje libres las vías, y todo ante la imperturbabilidad del conductor y los pasajeros. Como estábamos disfrutando del viaje, en lugar de volver a bajar en el Bairro Alto, como era nuestra idea inicial, seguimos hasta la última parada.

Y de aquí subimos hacia nuestro hotel siguiendo el recorrido del metro, pero por la superficie, en busca de un lugar donde cenar. Tal vez la comida menos memorable de nuestro viaje, probablemente porque a Raquel se le atravesó el sitio y no hizo más que quejarse. Era una cervecería que en realidad, como otros establecimientos lisboetas con ese nombre, resultaba ser una marisquería. Pero nosotros ya teníamos bastante marisco con el de Cascais y comimos otras cosas.

Y de aquí, de vuelta al metro hasta Laranjeiras y subida por nuestro nuevo barrio hasta el hotel. Al día siguiente volvería a haber excursión.

3 comentarios:

Cassandra dijo...

Siempre me ha atraído la vida de Aleister Crowley. Hasta le hice un grupo en el Orkut. A ver si un día me animo y escribo sobre él en el blog :)

Juan Luis dijo...

Pues tiene su gracia que los ingleses se dediquen a pintarrajear las calles portuguesas pidiendo silencio a los españoles. Qué rostro :)

Anónimo dijo...

No, no cascamos (todavía).