Hace un rato he estado viendo un recital lírico. Intervenían nueve cantantes (más un pianista de acompañamiento) que lo han hecho realmente bien. Pero quien más ha llamado la atención de la concurrencia y quien más aplausos se ha llevado ha sido el que peor lo ha hecho. Pero claro, el señor tiene 96 añitos. Teniendo eso en cuenta, es asombroso que todavía sea un tenor tan bueno.
¿Acaso la gente aplaudía su mérito de llegar a esa edad? Vaya, la mayoría de la gente lo intenta. Yo creo que los aplausos procedían, sobre todo, del sentimiento de alegría que da la envidia sana, el pensar "ojalá yo pueda estar así a esa edad". Esto nos hace pensar que todavía tenemos tiempo para hacer muchísimas cosas en la vida.
Al llegar a casa, en cambio, he recibido una noticia contrapuesta. A mi tía le han diagnosticado un cáncer terminal y, seguramente, no acabará el mes. Acto seguido, he llamado por teléfono a mi primica. La pobre estaba en su casa, sentada en la cama vacía de su madre. Cama que, casi con toda seguridad, no volverá a usar.
¿Era la idea de la muerte de su madre la que hacía sufrir a mi prima? En ese momento, yo creo que era más bien la de todas las cosas que mi tía ya no iba a poder hacer. Incluso algunas tan sencillas como dormir en su cama. Todos los momentos que ya no podrán compartir.
Por eso, cuando recordamos a nuestros seres queridos fallecidos, siempre los recordamos en instantes felices. Porque eso es lo que nos apena de su pérdida, que ya no volverán a vivirlos. Afortunadamente, ese dolor que sentimos al pensar en ellos también es el que nos ayuda a seguir adelante. Igual que, cuando estamos tristes, una canción triste nos levanta el ánimo mejor que una alegre.
Los griegos lo descubrieron hace muchos años y lo llamaron catarsis.
13 abril 2007
La transmutación de los sentimientos
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