18 enero 2007

Kyrill

Hace un rato estaba intentando escribir una entrada para este blog desde el aeropuerto de Múnich, donde esperaba coger mi vuelo de vuelta a Madrid. Si es que había vuelo. Alemania estaba sufriendo, aunque de refilón, los efectos del huracán Kyrill (así lo llamaban en la tele de allí, no sé si es el nombre oficial o lo habían traducido). Lo que se traducía en que estaban teniendo la mayor tormenta en quince años. Esperaban vientos de casi 200 km/h en algunas zonas del país.

En la tele también aconsejaban a la gente que se quedara en sus casas y que no aparcaran los coches debajo de árboles. Con este último detalle hemos echado unas risas en el trabajo esta mañana, pues uno de mis compañeros alemanes había aparcado, precisamente, debajo de un árbol. Y a 100 kilómetros de distancia, conque no podía salir un momento a moverlo. Espero que no le haya pasado nada.

En la salita de espera del aeropuerto sólo estábamos otro chico y yo, cada uno con su ordenador, pasando el tiempo. Poco a poco ha ido entrando el resto del pasaje. Como cabía esperar dado el día y la hora, la mayoría éramos viajeros por trabajo. No sé si tenéis experiencia en este tipo de viajeros. Los hay de dos tipos: solitarios (como yo), que suelen ir a su bola, y en grupo. Éstos son todo lo contrario. No hacen más que quejarse de todo, para dar imagen de hombres de mundo, y comentar en voz alta detalles estúpidos de su viaje, para que todos veamos que son importantes hombres de negocios internacionales.

Cuando esperaba para facturar tenía detrás a dos de éstos. Uno se quejaba de que no encontraba su carnet de identidad (ignoro a quién pretendía echarle la culpa) y le comentaba al otro, a voces, dónde había sido el último sitio en que lo había sacado.

El caso es que, al igual que aumentaba el número de personas en la salita, también aumentaba el ruido. Y no sólo por las conversaciones; principalmente, por el viento. Al principio sólo se oía el aullido, poco a poco han empezado a temblar las ventanas y luego ya parecía que iba a arrancar alguna puerta. Nuestro vuelo salía a las 19,20h y lo peor de la tormenta se esperaba para medianoche, así que iba empeorando conforme pasaba el tiempo.

Parecía que lo peor ocurría en el noroeste de Europa. Casi todos los vuelos a Londres, París y Amsterdam estaban cancelados. El nuestro no; en España no había problema y, de momento, los aviones podían despegar.

Je, acaban de anunciar que el vuelo a Barcelona va a salir sin equipajes; quien no quiera ir sin él tendrá que esperar al día siguiente (le cambian el billete sin cargo). A los demás les enviarán el equipaje cuando llegue. Uf, esa ha caído cerca.

Un rato más tarde me entero del motivo por el que no se llevan el equipaje. A causa del fuerte viento y la lluvia, el personal de equipajes tiene muchos problemas para trabajar sobre la pista. De modo que no pueden cargar los aviones. El nuestro también irá sin equipaje. Uno de los importantes hombres de negocios internacionales (que se había pegado todo el rato hablando en inglés de Argüelles por el móvil, a grito pelado) necesita un cuarto de hora de conversación con la azafata hasta que se aclara con lo que sucede. Mientras tanto, le explica a alguien por teléfono la situación; su interlocutor parece manejarse aún peor que él en inglés, porque se lo tiene que repetir unas veinte veces. Es el único de todo el pasaje que decide quedarse.

Finalmente, con bastante retraso, montamos en el avión. Que va lleno, en contra de lo que esperaba. O casi lleno. Descubro dónde iba sentado el importante hombre de negocios internacional; justo a mi lado. Así que viajo cómodamente, con el asiento central vacío. Mira qué bien.

Y mira qué pronto empezamos el taxi hacia la pista de despegue. Ah, no, estamos quietos. El avión se bambolea por culpa del viento. Eso no lo había experimentado nunca.

Un rato después tenemos un despegue movidito. El avión sigue bamboleándose mientras corre por la pista y al piloto le cuesta estabilizarlo una vez en el aire. Esta vez se ha ganado su sueldo. Y de aquí al final ya sólo queda un aburrido viaje en avión más.

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