22 agosto 2005

22/07 Oviedo

Si el día anterior habíamos estado viendo la costa central de Asturias, ahora le tocaba el turno a la capital, Oviedo. En Oviedo había estado unos dos minutos durante la RAM de 2001, que se celebró en un pueblo cercano; como podéis suponer, no me había dado tiempo a ver mucho.

Esta vez fuimos bastante directos. Primero a Nava y luego a Oviedo, sin parar. Lo primero que queríamos ver era San Julián de los Prados, o Santullano (en efecto, la misma evolución fonética que había llevado de Santa Juliana a Santillana), una iglesia prerrománica que nos había recomendado la guía de Valdediós. Según ella, todo el mundo que va a Oviedo ve Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, pero se saltan esta otra iglesia que, en su opinión, es mejor. Y no es que tuviéramos un prisa loca por verla; es que está junto a la autovía de entrada a la ciudad.

Pero, como le ocurrió al Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras cuando fundó Caracas, no la vimos. Así que tiramos hacia el centro a seguir la rutina habitual: aparcar el coche, buscar una oficina de turismo, coger un plano y patear. Rutina, vale, pero efectiva.

Después de dar vueltas como tontos, nos metimos en el párking de la Plaza de la Escandalera (curioso nombre, cuyo motivo ignoro) y cogimos el plano de rigor en la oficina que se encuentra al ladito mismo. Y hala, a dar una vueltecita por el centro.

Parece que a los turistas, en general, les gusta mucho ver el Teatro Campoamor, que es donde se entregan los premios Príncipe de Asturias. Y, bueno, es un edificio neoclásico bastante bonito, no te digo que no, pero Oviedo tiene mucho más que ofrecer. Nosotros subimos desde la Escandalera hacia la Catedral, pasando junto a la Universidad y también junto a numerosos palacios bastante bonitos que jalonan el camino. En la plaza Alfonso II el Casto, que es donde se encuentra la Catedral, hay bastantes guías a la caza y captura. Y no te digo que los recorridos guiados sean una mala idea; si tienes un buen guía suelen ser bastante interesantes. Pero a nosotros nos gusta más ir a nuestro aire. Conque nos fuimos por nuestra cuenta.

La Catedral es gótica pero, claro, está construida sobre edificaciones anteriores, por lo que tiene en su interior elementos románicos e incluso prerrománicos. Estamos en Asturies, oye. Nos pegamos un buen rato recorriéndola, porque vale mucho la pena. Aunque, cuando nos quisimos dar cuenta, habíamos salido por la otra punta. De todos modos, ya se nos había hecho hora de comer, así que nos metimos en un sitio a atizarnos la fabada de rigor (al menos, yo) y seguir la visita. Fabada que, por cierto, no pasaba de mediocre. Las he comido mucho mejores.

Nuestra siguiente parada era la Plaza de la Constitución, donde está el Ayuntamiento. Estuvimos paseando por allí hasta la Plaza del Fontán, que es una plaza porticada donde se monta un mercadillo. Un sitio bastante curioso, como curioso era un individuo que se acercó dando voces y montando su numerito para la concurrencia. Si hay algún ovetense tal vez sepa a quién me refiero, porque estos personajes suelen ser bastante populares, pero a mí se me ha olvidado el nombre.

San Julián de los Prados, o SantullanoY ahora sí que nos íbamos a ir a Santullano. En efecto, está en la autovía de entrada a la ciudad, pero justo donde termina, lo que significa que no hay más de veinte minutos andando desde el centro. Santullano es la iglesia prerrománica más grande que se conserva y, después de verla, se me hace raro que no sea más conocida, porque es realmente impresionante. Sigue conservando un pequeño prado a su alrededor, aunque en la actualidad está dentro del casco urbano de Oviedo y, desde luego, se ve perfectamente desde la autovía. No sé adónde estaríamos mirando antes, la verdad. Y, si por fuera es una iglesia bastante llamativa por su tamaño (no olvidemos que estamos hablando de la primera mitad del siglo IX, cuando los conocimientos arquitectónicos eran más bien rudimentarios), el interior podría definirse como la hostia en patinete.

Ni parecido a verla de verdad, pero buenoSantullano conserva el conjunto de pinturas más importante del prerrománico astur y, seguramente, de toda la Alta Edad Media europea. Excluyendo Bizancio, tal vez. Naturalmente, la conservación no es perfecta, pero todavía se puede ver mucho de lo que había, aunque con los colores más apagados por el paso del tiempo. Imaginarse cómo debía ser la iglesia en su momento, toda decorada con colores vivos, es impresionante. Además, es muy curioso que las pinturas no representan las típicas vírgenes y santos, como podría pensarse; no hay ninguna figura representada. Por supuesto, eso hace pensar en el arte árabe que, por motivos religiosos, no representa seres vivos; pero lo cierto es que no se sabe qué representan las pinturas ni por qué son así. Y otra característica llamativa es la gran altura de la iglesia. Por supuesto, hay muchos edificios góticos y posteriores más altos, pero yo no conozco muchos románicos que lo sean. Y Santullano es anterior.

En fin, todo esto que os he contado es lo que más llama la atención; pero, como es habitual, hay muchos más detalles que sólo se ven en directo. Si vais a Oviedo, no os lo perdáis.

Como os había contado en una entrada anterior, Raquel y yo nos quedamos realmente impresionados con el prerrománico, conque no queríamos perdernos nada. Y en Oviedo tienen una de las pocas construcciones civiles que se conservan de la época.: la Foncalada. Es una fuente contemporánea de Santullano y que podría confundirse con un resto romano, ya que el estilo es muy similar. Además, está en el centro de Oviedo, pero por debajo del nivel del suelo. Está al aire libre y se puede bajar; por los restos poco arqueológicos que vimos, los chavales la utilizan para hacer botellón. No es tan monumental como otros edificios; al fin y al cabo, no es más que una humilde fuente. Pero resulta interesante aunque sólo sea para constatar que la gente hacía algo más que ir a misa en esos tiempos.

Por el camino desde Santullano hasta la Foncalada disfrutamos de otro de los atractivos turísticos de Oviedo: los semáforos. En Oviedo (luego nos enteramos de que en Pontevedra son iguales), los semáforos de peatones tienen una pequeña animación cuando están verdes. En lugar del típico señor con las piernas abiertas como si estuviera andando, pero quieto, hay dos imágenes superpuestas que se ven sucesivamente, para formar la animación. Efectivamente, es una chorrada como al copa de un pino. Pero si eres lo suficientemente descerebrado, lo aprecias. Y mi chica es descerebrada como la que más, cuando quiere.

También quisimos ver las otras dos iglesias prerrománicas más importantes de la capital. Que están en la otra punta, en el Naranco, y muy cerquita una de otra. Conque volvimos al párking, sacamos el coche y hacia allá que nos fuimos. Nos perdimos sólo una vez y acabamos aparcando un poco lejos, en una zona señalizada. No sé por qué hacen aparcar los coches allí, si se puede subir hasta arriba sin problema, como luego pudimos ver. Pero nosotros, pardillos, tuvimos que subir un trozo majo andando. Aunque gracias a eso pasamos al lado de unos caballos y Raquel pudo decir: "¡Mira, caballitos!" (pronúnciese la ll al estilo argentino). La chica decidió que, si yo decía "¡Vaquitas!" cada vez que pasábamos al lado de alguna vaca, ella haría lo propio con los caballos. No es el pasatiempo más intelectual de la historia, pero nos entreteníamos. Ya veis, qué baratos salimos.

La primera de las dos iglesias que vimos fue la de San Miguel de Lillo (o Liño). Iglesia que tiene un interés más arqueológico que monumental porque, desgraciadamente, se conserva muy poco del original. Tan sólo el primer tercio (la entrada) es de la época de Ramiro I (mediados del IX), ya que el resto se derrumbó aproximadamente un siglo después de su construcción. El motivo es simple: en aquella época no se construían cimientos. Y, si el suelo no era suficientemente firme, como en este caso, los edificios no resistían las inclemencias del tiempo. Y es una pena, porque la de Lillo era la mayor de todas las iglesias del prerrománico. Las excavaciones realizadas han permitido saber cuál era su extensión original y actualmente está pintada en el suelo; mucho mayor de lo que ha quedado, desde luego. La parte "moderna" es del románico y se construyó aprovechando las ruinas que habían quedado. Es por eso que se ven cosas raras en las paredes; cenefas en medio de un muro y cosas así. Tiene un interés limitado. De todos modos, del original aún quedan en el interior algunas pinturas y unas basas bastante peculiares, pues son el único caso de basas decoradas con motivos no geométricos que se conocen en el prerrománico. Representan a los cuatro evangelistas a través de sus símbolos (el toro de San Mateo, el león de San Marcos, el águila de San Lucas y el ángel de San Juan). Ah, y nos tocó una guía de ésas que te va examinando mientras te enseña el edificio. Un poco plasta.

A unos 300 metros se encuentra Santa María del Naranco. No es extraña la popularidad de esta iglesia, porque tiene un aspecto de lo más original. Es como si hubieran hecho un edificio con sótano, pero lo hubieran subido todo a la superficie. Así que la puerta queda en alto, subiéndose por unas escaleras. Y lo mismo el altar y todo lo demás, que se ve por las ventanas en el primer piso. Y digo que se ve por las ventanas porque, desgraciadamente, Santa María está en restauración y no se puede entrar, aunque se ve bastante bien desde el exterior. Creo que estaba previsto que terminara la restauración a finales de este año conque, si vais, es posible que ya se pueda entrar. Nosotros nos lo perdimos, pero tiene pintar de merecer mucho la pena.

Ya estábamos embalados, conque decidimos irnos a ver la iglesia que nos faltaba de entre las que nos había recomendado la guía de Valdediós: la de Santa Cristina de Lena. Está en Pola de Lena, conque agarramos el coche y carretera.

Bueno, no está en Pola de Lena, pero sí cerca, a unos cinco kilómetros. Está subida a una colina a la que hay que subir a patita (seguro que ahora alguien nos dice que se puede subir en coche) por un camino pavimentado con esas piedrecitas de punta, tan bonitas como incómodas. Y subimos, pese a que sabíamos que la iglesia ya estaba cerrada; al menos, habían tenido el detalle de poner los horarios abajo. Pero no sabíamos si íbamos a poder volver otro día. Y valió la pena; Santa Cristina es una iglesia muy fotogénica, como demostraba el hecho de que vimos a muchos fotógrafos disparando desde todos los ángulos. No me refiero a turistas como nosotros, sino fotógrafos dedicados sólo a eso. No voy a decir profesionales porque no lo sé.

En fin, con nuestra pequeña desilusión nos fuimos hacia casa. Claro que aún no era demasiado tarde, conque se me ocurrió que podíamos probar a ver si el Museo de la Sidra de Nava seguía abierto a esas horas. Al fin y al cabo, teníamos que pasar por Nava. Y sí, lo estaba. Entramos y lo pasamos muy bien. Hacen una visita guiada adaptada al tipo de visitante (nosotros fuimos en un grupo de forasteros, claro, que no teníamos ni idea). Aunque parece que aún había quien estaba más perdido que nosotros. Una señora dijo que le parecía muy raro que todos los restos de manzana que salían de la elaboración de la sidra se dedicaran a alimento para el ganado, con el poco que había. Nuestra guía alucinaba: "Pero, ¿de verdad que no han visto vacas por ahí?" A Raquel le faltó tiempo para contestar: "¡Más que personas!" Ah, y leímos un cartel relativo a la "sidratación" que me hizo pensar que cierto Pirata se había dado una vuelta por ahí.

En el museo aprendimos bastantes cosas y, además, nos entraron ganas de echar unas sidras. Conque, a la salida, nos fuimos a una sidrería que habíamos visto el primer día en Nava. Una de las que no son restaurante; de hecho, la conocimos porque entramos preguntando si daban comidas, a lo que el señor nos contestó que no pero, muy amable, nos indicó dónde había restaurantes en la localidad. Como nos había caído bien, volvimos. Nos pedimos nuestra botella de sidra (se pide por botellas, que es barata) y nos la fuimos atizando con unas patatas fritas. De cada botella salen seis culines y el camarero te la va sirviendo cuando le pides. Eso sí, tienen poca variedad de tapas. Pero vimos un cartel que decía que tenían chorizo de ciervo y nos apeteció, así que pedimos una ración con otra botellita. El dueño, como os he dicho, era muy majo y nos explicó todo lo que quisimos. Nos contó, por ejemplo, cómo funcionan los concursos de escanciadores (tenía bastantes trofeos por los estantes) y muchas cosas más.

Y ya sé que después de habernos atizado toda esa sidra no debería haber cogido el coche, pero qué le vamos a hacer. Al fin y al cabo, estábamos cerca de casa e íbamos despacito.

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