06 septiembre 2003

25/8 Autenticos turistas

(Tercer capítulo de la plasto-serie; ver los capítulos anteriores más abajo)

No he pasado una noche demasiado buena pero, aunque sólo fuera a ratos, he dormido. Así que a las seis de la mañana tenía los ojos como platos. Como mis esfuerzos por volver a dormirme resultaban vanos, en parte gracias a un helicóptero que se había estacionado sobre nuestra casa y hacía un ruido tremendo, a las seis y media ya estaba debajo de la ducha. De vacaciones y levantado antes que Raquel; debió de salir en el telediario.

Nuestro plan para hoy era comenzar por el Upper West Side (donde el Dakota) e ir bajando hasta donde llegáramos. Sin embargo, antes necesitábamos comprar pilas para la cámara de Raquel. El día anterior habíamos comprobado que las pilas alcalinas dan para sacar dos o tres fotos con una cámara digital, no más, así que le pedimos a mi prima que nos dijera dónde había una tienda de fotografía pra comprar baterías de litio.

Nos mandó a una de la calle 34. Como casi todo en esta ciudad, era enorme. Me recordaba mucho al Ikea, aunque aquí te entregaban ellos mismos lo comprado después de pagar en las cajas de la salida.

Claro que, al salir de la tienda, no nos resultó demasiado difícil ver el edificio más famoso de la calle 34, de todo Nueva York y, me atrevería a decir, del mundo entero: el Empire State Building. Conque decidimos cambiar nuestros planes e ir hacia allí.

Por si os habéis preguntado por qué se llama así el edificio, cada estado tiene un lema oficial, es el "estado de" lo que sea. Y Nueva York es el "estado del imperio", es decir, "The Empire State", tal como reza en las matrículas de sus coches.

Hablando de coches: los párkings de Nueva York son descomunalmente caros. Se ven anuncios enormes por la calle que anuncian aparcamiento por casi cinco dólares... ¡por un cuarto de hora! O media hora por seis y medio. Eso sí, lo caro es la primera hora, luego baja mucho. Es normal que la primera hora cueste más que las once siguientes juntas. O las "tarifas planas": aparca antes de las diez de la mañana y llévate el coche antes de las diez de la noche por $20.

Volvamos al Empire State Building. Todo el mundo nos había dicho que, por muy típico de turistas que pareciera, valía la pena subir al mirador. Y tenían razón, yo también lo recomiendo. $11 (por cabeza) bien gastados. En cambio, las audioguías no valen gran cosa.

La visita, desde leugo, está montada para turistas. Hay que hacer bastante cola y, mientras esperas, te machacan con publicidad de las audio-guías y de una atracción llamada "Skyride" que tienen en el propio edificio y en una especie de paseo virtual por Manhattan en un cine de esos que se mueven. Y digo yo: si estamos en la ciudad de verdad, ¿para qué queremos la virtual? También nos hicieron una foto horrible, con una foto de la ciudad de fondo, por la que pretendían cobrarnos $16.25. Sí, hombre, sí.

Tras la caída de las Torres Gemelas, el Empire State ha vuelto a ser el edificio más alto de la ciudad, con sus 381 metros de altura (443 con la antena). Tiene 102 pisos, pero los superiores corresponden a la torre de amarre de zepelines que, como podéis suponer, no se usa mucho en la actualidad. El célebre mirador está en el piso 86. Por lo que nos había dicho Pilar, la vista nocturna es impresionante. Sin embargo, era por la mañana, así que nosotros disfrutamos de la no menos espectacular vista en un día radiante, sin asomo de la tan frecuente bruma. Con una buena guía, ves todo Nueva York (la audio-guía ofrece pocos comentarios interesantes y muchas chorradas).

Para completar la visita turística, nos compramos dos tazas con el famoso simbolito de I@NY (bueno, no es una @, sino un corazoncito, pero no sale aquí el corazón).

Ya que estábamos por ahí, fuimos a ver Pennsylvania Station y el Madison Square Garden, que están en el mismo edificio, pero nos marchamos en seguida porque es bastante feo. Según supimos más tarde, el edificio era antes muy chulo, pero lo derribaron y pusieron una cagada en su lugar.

Después nos metimos a echar un vistazo a Macy's, los mayores grandes almacenes del mundo, situados en la cercana Herald Square (cruce de Broadway con la 6ª avenida), pero duramos poco porque no había más que ropa. Y hay sitios mejores para eso.

De modo que decidimos dejar la zona de Herald Square y subir hasta Times Square (Broadway con la 7ª), el corazón del Theater District, la zona de los famosos teatros de Broadway.

Lo que generalmente conocemos por "Broadway" es sólo una pequeña parte de esta larguísima calle que atraviesa Manhattan desde su extremo sur hasta la punta norte. Pero no va paralela a las avenidas, sino que las corta en algunos puntos, formando plazas triangulares como las mencionadas Herald y Times. Las dos tienen nombres de periódicos, por cierto (el New York Herald y el New York Times). Esta última tiene una curiosa ordenanza: los carteles de las tiendas y empresas que hay en ella deben ser de neón.

Conque, después de comer en un autoservicio italiano (en los autoservicios no se da propina, por cierto), subimos a rematar la tarde paseando por los teatros y el cercano Rockefeller Center. Entramos al B. B. King Blues Club y vimos que el jueves toca Johnny Winter, pero me temo que me quedaré sin verle.

Aproveché nuestra estancia en la zona para arrastrar a Raquel hasta Charles Colin Publishers, una casa especializada en partituras de jazz, donde quería comprar algunos arreglos para mi Banda. Yo creía que tendrían una tienda normal, pero es más bien un almacén. Me dejaron un catálogo, elegí lo que quería y me lo encargaron para pasar a recogerlo más adelante esta misma semana.

Tenía la dirección de Charles Colin, pero nuestro trayecto hasta allí fue algo accidentado porque me confundí con el sistema de numeración de Manhattan Es bastante útil y lógico, pero yo pagué la novatada.

En Manhattan, las avenidas numeran sus casas de sur a norte, pero en tramos de veinte números cada dos calles. Así, con sólo saber un numerito clave para cada avenida concreta, puedes determinar la situación de cualquier número. Por ejemplo: para la 3ª avenida, el número es el 10. Por tanto, el nº 826 estará junto a la calle 51 (826/20 + 10). Y las calles son aún más fáciles. Se numeran en bloques de 100 números, comenzando desde la 5ª avenida. Cada calle se divide en dos tramos, este y oeste, según su situación respecto de la 5ª avenida. Charles Colin está en el 315W (oeste) de la calle 53; por tanto, entre la 8ª y 9ª avenida. Nosotros estábamos entre la 6ª y la 7ª pero, en vez de ir hacia el oeste, fuimos hacia el este. Nos costó un buen rato darnos cuenta del error.

Así explicado, el sistema puede parecer lioso, pero es muy simple cuando uno se acostumbra.

Después de la caminata del día, equivocaciones incluídas, yo volvía a estar hecho mixtos porque mi catarro seguía fuerte y poderoso. Así que terminamos nuestro recorrido en Bryant Park, un pequeño parque en una plaza por la calle 42. Un poco más allá veíamos el Chrysler Building, un elegante rascacielos que fue el edificio más alto del mundo por unos meses, hasta que lo superó el Empire State Building (sigue siendo el segundo edificio más alto de la ciudad), y toda la zona del Lower Midtown, pero tendría que quedar para otro día.

De vuelta a casa, como mi prima no estaba, tuvimos que sacar a Lola a pasear. Nuestro estado físico era lamentable, pero el pobre animal llevaba todo el día encerrado y Pilar no volvería hasta las ocho y media, previsiblemente también cansada. Conque allá fuimos, con nuestra nula experiencia en el asunto. Era la primera vez que sacaba a pasear un perro sin su amo. Conque también fue la primera vez que recogí del suelo una caca de perro.

El paseo, sin embargo, estaba resultando sorprendentemente agradable, tal vez por la relativa tranquilidad del barrio y lo despacito que íbamos. Estábamos Raquel y yo discutiendo si íbamos a tomar algo al Iona cuando, de repente, Lola echó a correr. Por suerte, la llevaba atada, pero me hizo correr a mí también para seguirla. Me preguntaba qué o a quién había olido, tal vez a mi prima que volvía antes de lo previsto.

Pero no. Se metió como una flecha en el Iona, siguió hasta el patio trasero y allí se paró, como si nada. ¡Buena perra! Yo era el que quería ir a echar una birra y Raquel no, pero tuvo que aceptar los hechos consumados.


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