01 septiembre 2008

14-15/08 Jet-lag duro, estilo blando

Hay dos formas de hacer un cambio de horario: la dura y la blanda. La dura consiste en hacer un día más corto de lo normal. La blanda, en hacer uno más largo. Se llaman así porque es más fácil acostarse unas horas más tarde que unas horas antes, cuando aún no tienes sueño y es difícil dormirse.

Japón lleva siete horas de adelanto (en verano; en invierno son ocho, porque no cambian de hora) sobre la España peninsular. Por tanto, nos tocaba un día de sólo diecisiete horas. Un cambio bastante duro. Además, nuestro avión salía de Barajas a las 10h20 para hacer una escala de 50 minutos en París y llegar a Tokyo a las 7h30 de la mañana siguiente. Por tanto, íbamos a tener que dormir en el avión, y muy pronto, porque aterrizaríamos a la que biológicamente venía a ser nuestra hora de acostarnos. Chungo.

Raquel y yo habíamos pedido un taxi a las 7h30 para recoger a Nu y llegar a la T2 de Barajas a las 8h, hora a la que habíamos quedado con Cassandra y Jofan. Un poco pronto, pero preferíamos ir con tiempo, por si acaso. Entre que el taxista llegó cinco minutos antes y que pillamos un atasco nulo, llegamos al aeropuerto veinte minutos antes de lo previsto. Pues hala, a esperar a nuestros amigos.

En vista de que no llegaban, saqué yo todas las tarjetas de embarque. Ellos venían en metro y también habían calculado mal el tiempo, pero al revés. Bueno, para eso habíamos quedado con tiempo. Llegaron, facturamos el equipaje, nos metimos a desayunar y al avión. Ni siquiera tuvimos mucho lío con el control de equipajes.

Pero, ah, siempre nos quedará París. Según nuestros billetes, aterrizaríamos en la misma terminal de la que luego despegaría el avión a Tokyo, la 2F. Sin embargo, aterrizamos en la 2D. Para quienes conozcáis el aeropuerto Charles de Gaulle, eso son dos terminales diferentes, como la T1 y T2 de Barajas. Así que nada más aterrizar nos esperaba una auxiliar de Air France para conducirnos hasta la 2F a un paso que podríamos calificar como "trote gorrinero". A través de pasillos y salas repletos de gente, conque no era tan fácil seguirla. Pero al final lo conseguimos (espero que todos los que debíamos hacer ese transbordo, calculo que unas 30 personas). Conseguimos llegar al control de pasaportes; sí, al cambiar de terminal, tuvimos que volver a pasarlo. Y con los detectores de metal graduados a "hasta los empastes". Porque vaya, yo creo que lo único metálico que llevaba encima era la cremallera de los vaqueros, y pité. Y me cachearon, me pasaron el detector manual y toda la pesca. Raquel estaba encantada al ver que la amabilidad parisina no había cambiado (su revisora le decía que sí, que ya sabía que llegábamos tarde a nuestro vuelo, pero ella no podía hacer nada, mientras le revisaba minuciosamente el bolso con la mayor parsimonia).

Por suerte la puerta de embarque estaba al lado del control, así que llegamos a tiempo. A tiempo de esperar más de una hora a que el avión se moviera por problemas técnicos sin especificar. Qué guay, ya vamos con retraso.

El vuelo en sí transcurrió sin mayores incidentes. Cada uno empleó las diez horas largas de vuelo en lo que mejor le pareció. Yo intenté alguna peli doblada al mexicano o en versión original inglesa pero, entre el ruido del avión (un Boeing 777, que es un mamotreto) y la mala visibilidad del LCD acoplado al asiento delantero, acabé desistiendo. Conque me dediqué a aprender Hiragana y jugar al Shanghai (la versión en solitario del Mah-Jong). Al llegar a Tokyo ya casi dominaba uno de los alfabetos japoneses (tienen tres, además del latino, y usan todos a la vez) y no había conseguido ganar una sola partida de Shanghai.

También intenté dormir cuando apagaron las luces, y creo que lo conseguí durante algunos minutos. Pero claro, eran las seis o las siete de la tarde, hora española, conque vi que aquello no tenía futuro y volví a mis hiraganas. Por lo que me dijeron luego, mis compañeros de viaje no habían tenido mucha más fortuna.

Finalmente, despertaron al pasaje para dar los desayunos, a lo que más bien era una hora de cenar un poco tardía. Descubrimos que podíamos haber ido a por comida y bebida a la parte trasera del avión en cualquier momento del viaje; ay, estos novatos ignorantes. Y aterrizamos en Tokyo sin haber podido recuperar el retraso de salida. A la 1h30 de día 15, hora española. 8h30, hora local. La noche había desaparecido. Y ni siquiera podíamos ir al hotel a dormir; teníamos que coger un tren a Osaka, donde íbamos a pasar los seis primeros días. Por tanto, en lugar de un día de 17 horas, íbamos a tener uno de 41. Aaaggh.

Pasamos el control de inmigración y recogimos el equipaje sin más incidencias. Eso sí, empezamos a ver que las historias sobre la amabilidad de los japoneses no eran exageradas. Vaya contraste con los parisinos; no me extraña que muchos japoneses sufran un choque cultural al visitar la capital francesa. Por desgracia, las historias sobre el desconocimiento de idiomas en Japón tampoco son exageradas. Muy poca gente habla inglés, y los pocos que lo hablan suelen hacerlo mal. Claro que hacen todo lo posible por entenderte y hacerse entender, por señas o como sea.

Una vez recogidas las maletas, fuimos directamente a por el Japan Rail Pass. Esta es una de las primeras cosas que te recomienda todo el mundo que ha viajado a Japón y yo no voy a ser menos: sacaos el Japan Rail Pass si vais a Japón. Japan Rail, o JR (también en Japón se llama JR, en romaji) es la principal compañía ferroviaria japonesa. El Rail Pass permite viajar sin limitación por las redes de cercanías de JR (ojo, que hay otras compañías) y también por muchos Shinkansen (los trenes-bala de largo recorrido), además de algunos autobuses interurbanos. Los hay para 7, 14 ó 21 días y sólo pueden usarlo los turistas extranjeros, o los japoneses residentes en el extranjero. De hecho, hay que comprarlo fuera de Japón. Pero, en realidad, lo que te venden es un vale que luego tienes que canjear en una oficina de JR cuando llegas a Japón. Hay una en el aeropuerto de Narita, conque allá fuimos. Unas chicas muy amables nos atendieron, nos dieron los pases y nos preguntaron hacia dónde íbamos. A Osaka. Al momento nos hicieron reservas para el Narita Express (el tren que va a Tokyo) y para el primer Shinkansen a Osaka. Pero sólo íbamos a tener diez minutos para el transbordo. "No os preocupéis, es muy fácil pasar de un tren a otro". Sí, claro, pero a poco retraso que llevemos... Lo dejamos estar porque la chica ponía cara de que jamás en la vida se le había pasado por la cabeza que un tren pudiera llegar con retraso.

A las 11:30:00 llegó el Narita Express a la estación de Shinagawa. Cinco minutos después estábamos sentados en nuestros asientos del Shinkansen, que arrancó puntualmente a las 11:40:00. Hablan de la eficiencia germánica, pero los alemanes son unos patanes comparados con estos tipos. Alguien nos dijo más tarde que el retraso medio en la historia del tren-bala era de seis segundos; yo me lo creo.

Bien, los trenes japoneses funcionan de maravilla, pero nosotros flojeábamos. Llevábamos ya unas veintidós horas despiertos y nos esperaban casi tres de viaje. Obviamente, ahora íbamos a tener menos problemas para dormirnos. Y los cinco realizamos el trayecto en estado de animación suspendida. Yo no veía el momento de llegar al hotel y meterme en la cama.

Pero la siesta del tren nos había permitido romper el sueño, así que llegamos a Osaka en mejor estado del que teníamos al salir de Tokyo. En la estación de Shin-Osaka buscamos una oficina de turismo, obtuvimos un plano de la ciudad y comprobamos que nuestro hotel estaba tan cerca de la estación como nos habían dicho. Teniendo en cuenta que nuestra que nuestra intención era utilizar Osaka como base para movernos hacia localidades cercanas (Kyoto, Nara, incluso Hiroshima), eso era muy buena cosa. Y claro, queríamos soltar las maletas de una vez.

En vista de que aún aguantábamos en pie, decidimos normalizar nuestros horarios de una vez. En lugar de dormir, nos dimos una hora para ducharnos y cambiarnos de ropa antes de irnos a ver la ciudad.

El hotel (Chisun Shin Osaka), como he dicho, estaba bien situado y no era muy caro. Pero las habitaciones eran diminutas. Ni siquiera había armarios. Así que nuestras maletas ocupaban el escaso suelo libre. Y en la ducha sufrí las primeras consecuencias del tamaño de los japoneses: cada vez que intentaba pasarme la ducha por encima de la cabeza, pegaba en el techo. A lo largo del viaje me di muchos cabezazos en muchos sitios (por suerte, no afectaban ningún órgano vital).

Antes de bajar al centro (Shin-Osaka está al norte de la ciudad) fuimos a comer a la estación. ¿Alguna vez habéis oído que comer en Japón es muy barato? Pues es cierto. Cinco comidas completas (en mi caso: sopa de miso, un plato de soba bastante grande con su salsa y guarnición, más tres futomakis) nos salieron por menos de 4000 yen. Un yen vale exactamente una peseta. Yo, la verdad, no sé dónde comer en España por menos de cinco euros. Y menos en una estación de una gran ciudad.

Luego cogimos el metro hacia lo que nos pareció el centro y acabamos en Dotombori. Tuvimos buen ojo, acabaríamos volviendo por allí muchas noches. Pero vaya, estábamos muy cansados, conque nos volvimos pronto al hotel. Yo intenté quedarme un rato a ver los Juegos Olímpicos por la tele, pero a las ocho y media estaba frito. 31 horas después de levantarme en la otra punta del mundo, no está tan mal.

5 comentarios:

Fantine dijo...

Bueno, lo de que te vayas dando cabezazos no debería ser problema para ti, con la práctica que tienes de lanzarte contra el cabecero de tu cama tras una buena juerga ;)

De momento la plastoserie promete. Deseosa estoy de seguir leyendo

Anónimo dijo...

No sé por qué la llamais plasto-serie. A mí me parece muy interesante y muy útil para cuando pueda ir a Japón (algún día tendré dinero para ir).

Anónimo dijo...

Dioz mío....lo vas a vomitar en forma de escritura. Te seguiremos aquellos que estuvimos a punto de ir con vosotros. Si, soy al que se le va la bola de los dos...

Gorpik dijo...

Leer esto no te librará de que entre tu señora y yo te amarguemos la vida con el viaje que no quisiste hacer la próxima vez que nos veamos. Advertido quedas.

Anónimo dijo...

Espero que cada uno de las jornadas de la plasto-serie tenga —por lo menos— la misma extensión que la primera con la que nos has deleitado. No imaginas la “morriña” que me provoca su lectura :-)

Estaremos atentos a las actualizaciones.

Un abrazote.