15 octubre 2007

P'al Pilar sale lo mejor

Ayer volví de Zaragoza después de pasar unos días en el Pilar. Como es habitual en mis últimas visitas a la ciudad, tuvo su dosis de Operación Nostalgia. Incluida la nostalgia de lo que nunca existió.

El miércoles llegamos Raquel y yo, cada uno por nuestro lado, claro. Mi barrio estaba tomado al asalto por toda la peña que iba al primer concierto de los Héroes. Probablemente nunca había habido en la ciudad tanta expectación por un acontecimiento como la que había por los dos conciertos que los Héroes del Silencio iban a dar en la Romareda durante los Pilares. Y, desde luego, nunca ningún grupo había llenado la Romareda dos días seguidos. Que podrían haber sido más, porque las entradas se agotaron muchos meses antes. No me habría importado ir, pero vamos, tampoco he sido nunca fan del grupo, así que no me metí en el mogollón para conseguir entradas.

Al día siguiente vino Nu que, fiel a su costumbre de apuntarse a un bombardeo, también se apuntó al Pilar. Pero ese día la cosa fue tranquilita. Por la tarde quedamos con unos amigos de Raquel y por la noche salimos los tres a cenar y echar unas cervezas por el barrio. Qué vergüenza, el día de la víspera volviendo a casa a las doce. Definitivamente, estoy viejo.

Por supuesto, vi a un montón de gente. Amigos a los que, en muchos casos, no veía desde los anteriores Pilares o incluso antes. Esto incluía a los de mi cuadrilla de toda la vida. Antes hacíamos cenas casi todos los meses pero, desde que la mayoría de ellos se dedica a criar, las cenas han desaparecido. Por suerte, pudimos juntarnos la mayoría para cenar el mismo día del Pilar, en un japonés un tanto recóndito que, cosa rara en semejante día, estaba medio vacío. La nota curiosa la puso Yoko, una japonesa que vino a cenar con nosotros. Decía el Cocorito Negro que era como irse a Nagasaki a comerse una paella.

Luego, los de siempre se fueron pronto a dormir y los otros de siempre nos fuimos por ahí. No arrasamos la ciudad, pero al menos hicimos acto de presencia.

El sábado Raquel y yo invitamos a comer a nuestras respectivas familias, aprovechando que sus padres habían venido a Zaragoza a pasar el día. Nunca nos habíamos juntado los ocho; de hecho, sus padres y mi hermano se conocieron en ese momento. Comimos bastante bien y nos pegamos una buena charrada, como debe ser.

Por la noche estuve con los de mi antigua Banda. Ya llevo un par de años sin salir con ellos, pero seguimos siendo amigos, conque me apetecía verles. Quedamos cuando acabaron su actuación del día (mi sucesor se largó nada más acabar, conque no pude conocerlo) y luego nos fuimos a echar unas tapas y unos tragos por cuenta de la Banda. A las chicas les entró sueño y se querían ir a casa, pero conseguí empujarlas un poco y al final levantamos la noche. Nos juntamos con Coné, el ex-percusionista de la Banda (noche de ex, al parecer), que se había ido pronto para ver un concierto de unos colegas. Fue una cosa así:

- Oye, que me tengo que ir pronto, que tocan los del Comando Cucaracha a las once y media, y les he dicho que les presentaría antes de que empiecen. ¿Qué hora es?
- Las once y media.
- Pues me parece que no va a haber presentación.

Y no la hubo, pero sí concierto. Claro que nosotros llegamos cuando estaban recogiendo, pero aún así nos juntamos con nuestro colega y estuvimos el resto de la noche por ahí. Acabamos en el Dispierta Fierro que, como dice Coné, es la versión maña de una herriko taberna. Chunteros, ligalleros, dulzaineros y demás gentes de mal vivir se juntan en ese garito. Me sorprendió encontrarme a mi colega JJ, a esas horas le hacía currando en el Hendrix. Pero me contó que había chapado porque no le habían renovado el contrato de alquiler del local. Mi bar favorito, a tomar por saco. Lo echaré mucho de menos.

En el Dispierta, claro, estaban también casi todos los del Comando Cucaracha y nos pusieron una de sus canciones, "La edificante historia de Neñico", que está basada, precisamente, en la vida de nuestro Coné. Con quien, por cierto, es difícil dar dos pasos sin que se encuentre a algún conocido. En el Dispierta no hacía falta andar, le conoce hasta el gato.

Allí podíamos haber estado echando cervezas hasta ahora, pero nosotros tres nos largamos allá a las cinco. A la salida nos encontramos a la difunta de mi hermano, a la que no veía desde hacía casi tres años. Pena, porque es un encanto de chavala.

Y ya no hicimos mucho más. El domingo quedamos a la hora del vermú con otros amigos de Raquel y por la tarde sólo salimos de casa para irnos cada uno a la suya. Eso sí, una estancia en mi ciudad me ha curado todos los males y ya casi no me acuerdo de la maldita ciática.

2 comentarios:

Fantine dijo...

Me decepciona que no hubieras ido a tirarle bragas a Jesulín en su corrida de despedida. No eres digno de comandear mensadomaso!!!

Gorpik dijo...

Lo siento, no me enteré a tiempo para ir a la mercería a comprar material.