14 agosto 2007

25/07 Lisboa, Penacova, Coimbra

Nuestra estancia en Lisboa llegaba a su fin, pero no queríamos irnos sin ver el Monasterio de los Jerónimos por dentro. Así que nos levantamos, dejamos el hotel, cogimos el coche y volvimos al Monasterio.

El Monasterio de los Jerónimos está en Belém, no muy lejos de la torre del mismo nombre. Es un edificio gótico enorme, lo que permite que parte del mismo se utilice para fines varios, como albergar los museos de la Marina y el Arqueológico. Pero nosotros sólo teníamos intención de ver la iglesia y el claustro.

La entrada a la iglesia es gratis; si no queréis gastar pasta, al menos id a ver la iglesia, que es apabullante. De estos edificios que hacen que los demás parezcan de segunda división. Y el claustro, por muchos claustros que hayáis visto, es otra brutalidad. Así que pasamos casi toda la mañana recorriendo el monasterio.

Y no estuvimos más tiempo porque nos esperaban 200 km hasta Coimbra, nuestra siguiente parada. En realidad, hasta Penacova, un pueblo cercano donde estaba nuestro hotel. Por el camino está la llamada Ruta de los Monasterios, pero no se puede ver todo, conque nos la saltamos. Además, siempre está bien dejarse cosas para el siguiente viaje.

Tras una paradita en la autopista para echar gasolina y comer, llegamos a Penacova. Las indicaciones para llegar al hotel son fáciles de seguir si sabes que es el único hotel de la localidad, porque en cada cartel lo llaman de una manera. Como nosotros no lo sabíamos, cumplimos con la tradición y nos perdimos. Pero bueno, gracias a las indicaciones de la cajera de un supermercado en el que entré a preguntar (por cierto, estaba como un quesito), alcanzamos nuestra meta.

El hotel se llama "Palacete do Mondego" por el río que atraviesa la localidad. Sin embargo, Raquel decidió rebautizarlo como "río Mondongo" y así se quedó. El caso es que desde nuestra habitación había una vista espectacular del Mondongo. En alguna guía había leído que llamaban a Penacova "la Suiza de Portugal", y sí, aquello parecía una vista de los Alpes suizos (aunque un poco más pequeños).

Dejamos los trastos y nos fuimos hacia Coimbra, armados con un planito que nos habían dado en el hotel. El plano estaba bastante bien, salvo por un pequeño detalle: entramos en la ciudad por el extremo opuesto al que se indicaba en él. Y, como no tenía índice de calles, no encontrábamos las que atravesábamos de ninguna de las maneras. No hacíamos más que subir y bajar cuestas, intentando seguir las señales hacia el centro, sin el menor éxito. Al menos, las vueltas que dimos me permitieron ver la Rua Saragoça; ya suponía que existía, porque en Zaragoza también tenemos una Calle Coimbra. Estas cosas suelen venir de acuerdos entre ayuntamientos, para promocionar su población. Hoy día, Zaragoza y Coimbra están hermanadas.

Finalmente alcanzamos nuestro objetivo. Aparcamos cerca de la Praça da República y hala, a patear. Bueno, más bien hala, a echar una cervecita en una terraza. Tampoco hacía falta matarse, porque ya habían cerrado todos los monumentos. Ya sabéis: a partir de las cinco chapa todo.

Coimbra es, ante todo, una ciudad universitaria. Como Salamanca o Santiago (con las que también está hermanada) en España, aunque menos monumental. Muchos estudiantes mantienen el traje tradicional; los puedes ver por todas partes, con su traje negro y su capa, tanto chicos como chicas. En verano menos, claro, aunque entonces también los ves por el resto del país; en Lisboa habíamos visto unos cuantos. Al ser una ciudad universitaria, hay muchos garitos y los precios son baratos. Una cerveza de tercio en una terraza viene a salir por un euro.

Así que nos fuimos a ver la Universidad, que estaba cerca. Por supuesto, no olvidemos que estamos en Portugal, cuesta arriba. Más que cuesta, escaleras arriba. Nos íbamos a cercando a la escalinata y me extrañó que Raquel no hiciera ningún comentario, con lo que las odia. Al parecer, estaba distraída mirando otra cosa porque, cuando vio los 125 escalones que debíamos subir, blasfemó. Pero oye, no íbamos a dar media vuelta.

Subimos y, pese a ser verano, había bastante ajetreo. Doctorados y mestrados varios, supongo. Pero los edificios no son especialmente bonitos. Coimbra no tiene edificios singulares muy llamativos, pero sí muchas callejuelas y rincones con encanto. Así que nos recorrimos todo. Una cosa curiosa son las llamadas "repúblicas", que son residencias de estudiantes autogestionadas. Incluso vienen marcadas en los mapas turísticos. Tienen una pinta de casas de okupas que matan, aunque creo que son legales. Por esa zona hay el típico ambiente estudiantil de izquierdas, con mucha pintada radical y demás. Tiene su gracia.

Después de recorrer todo el casco viejo acabamos por la Praça Oito de Maio, en busca de un sitio donde cenar. Esperábamos que nuestra racha de restaurantes cerrados terminara. Porque en Lisboa los tuvimos cerrados por descanso del personal, por cese en el negocio... tuvimos que esperar a Coimbra para encontrar uno cerrado por desaparición de la calle. Pues sí, la calle donde estaba el restaurante al que íbamos, se había hundido.

Una vez comprobamos que no había ninguna cámara oculta, fuimos en busca de otro restaurante. Acabamos en el Restaurante A Viela, en el que no pudimos comernos el lechón asado que llevaba Raquel entre ceja y ceja, pero sí un cabrito que estaba buenísimo. Y, para rematar, el pastel Molotov que, pese a su nombre, resulta bastante ligero. Como siempre, muy bien y barato. Lo de bonito, depende de que os guste este tipo de tascas (a nosotros, sí) o no.

Y ya se había terminado Coimbra para nosotros. Volvimos a nuestro hotel en Penacova para reemprender viaje al día siguiente.

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