Ayer cogimos el metro mi chica y yo para ir al centro. Cuando nos sentamos en el vagón, vimos que estábamos cuatro personas en el mismo, y sólo una había subido con nosotros. Era obvio que la cuarta ya estaba allí, lo que no era muy normal, pues la parada era final de línea.
Esta cuarta persona no pasaba desapercibida por varios motivos: éramos pocos en el vagón, abultaba como dos y tenía la cabeza echada hacia un lado. La pobre Raquel estaba un poco asustada.
- Oye, no le habrá pasado algo.
- Bueno, el motor está parado, conque ese ruido no procede de allí.
En efecto, el angelito soltaba unos sonorísimos ronquidos. Por un lado, estábamos tentados de despertarle y avisarle de que se había pasado de parada. Pero, por otro, pensábamos que tal vez necesitaba dormir y no había encontrado otro lugar mejor que el metro semivacío. Conque así lo dejamos.
Fue subiendo y bajando gente del vagón, todos entre sonrisas al ver (y oír) a la criaturita. Pese al ruido de los motores, el timbre, el altavoz, la gente... el tipo no deponía su actitud.
Al final, llegamos a nuestro destino y nos bajamos. Me pregunto cuánto rato más estaría el hombre sobando. Eso sí, qué alegría dormir de esa manera. Yo siempre he presumido de sueño profundo, pero al lado de ése no soy nada.
29 agosto 2006
Un descanso reparador
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