29 marzo 2005

Yo y sólo yo

La lectura de la última entrada del blog de Axque me ha recordado un caso que presencié hace unos cuantos meses. Volvía del trabajo a casa en autobús y, un par de paradas después de montar yo, subió una señora quejándose en voz alta al conductor, de muy malas maneras.

En la parada había otro autobús delante del nuestro, así que nos detuvimos detrás y el conductor abrió las puertas para que se bajase quien quisiera. Al ver las puertas abrirse, la señora en cuestión, que estaba esperando en la parada, echó a correr hacia nuestro autobús, tropezó y se hizo daño. No demasiado, porque pudo subir sin problemas. En Zaragoza, al menos, el conductor está obligado a abrir las puertas aunque haya otro autobús parado delante del suyo, aunque no debe hacerlo si son dos los que ya están parados delante. He mirado el reglamento de Madrid, pero no he encontrado nada al respecto.

El caso es que la señora siguió vociferando. Se fue el autobús de delante, el nuestro se adelantó, volvió a abrir la puerta, subieron los que esperaban, y la señora seguía a lo suyo. El autobús arrancó, y la señora no paraba de echar la bronca al conductor. Sí, claro, también pretendía que los demás nos sumáramos a sus quejas, pero la ignorábamos. Suponíamos que se cansaría de dar la brasa y se callaría. Qué ilusos.

Pasaron varias paradas y la tía no paraba. Cada vez gritaba más. Después de no menos de un cuarto de hora (de reloj), el pobre conductor ya no pudo aguantar más. Paró el autobús, se levantó del asiento y le preguntó a la señora qué quería que hiciese, que así no podía continuar. Ella, impertérrita, siguió a lo suyo. El pobre conductor volvió a su asiento y arrancó de nuevo, sin poder hacer nada.

Por si no ha quedado claro antes, la mujer se cayó fuera del autobús, porque echó a correr por su cuenta y tropezó.

Al cabo de otro rato, la mujer soltó: "Que conste que no me quejo porque usted sea extranjero, ¿eh? Que me parece muy bien que venga usted a España a trabajar." En efecto, el conductor era sudamericano. Y la frase de la gritona no pudo sonar más falsa. Aunque a lo mejor sí es cierto que se avergonzaba de haber intentado aprovechar la posible precariedad de la situación de nuestro conductor para abusar de él. Poco después, por suerte, llegó a su parada y se bajó. Y yo hice lo mismo un rato más tarde.

No creáis que no pensé que debería haber hecho algo, pero lo cierto es que no sabía qué. Sinceramente, creía que, en vista de que nadie le hacía caso, la señora se callaría de una vez. Y que, si yo le decía algo, aprovecharía para redoblar sus quejas ante tamaña injusticia. Pero no tengo nada claro que hiciera lo correcto quedándome quieto. Creo que, si volviera a ocurrirme lo mismo, actuaría de otra manera.

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