16 diciembre 2003

10/12 Llegamos a París

Tan sólo un par de días después de volver de la RAM, engancho con otra. Raquel y yo nos vamos a París, aprovechando que a los dos nos quedan días de vacaciones. Cuando se volvió a España, Raquel prometió que todos los años volvería a París, y ya se estaba acabando el primero sin cumplirlo.

Cogimos el avión a la una menos diez del mediodía, una hora bastante razonable para marmotas como yo, aunque las prisas y ansias habituales de Raquel hicieron que estuviéramos en el aeropuerto casi dos horas antes. El avión iba casi vacío, una experiencia nueva para mí. Claro que no suelo volar a esas horas de un miércoles. Cuando íbamos a llegar, el piloto anunció que en París hacía "un poco de fresco": tres grados. A mediodía. Agh.

Menos mal que íbamos bien preparados para el frío. Conque recogimos las maletas (las nuestras salieron las primeras, otra experiencia nueva) y cogimos el RER para dirigirnos hacia nuestro hotel.

El RER (Réseau Express Régional) es el cercanías de París. Tiene cinco líneas, ramificadas en los extremos y, a diferencia de los cercanías españoles, se puede transbordar con el metro sin necesidad de comprar otro billete. De todos modos, nos costaba casi ocho euros cada uno para llegar desde Charles de Gaulle hasta París.

Nuestro hotel estaba cerca de Opera, junto a la calle La Fayette y a cincuenta metros escasos del célebre Folies Bergère. Como cabía esperar en el centro de París, era canijo. De estos en que, para que entre el sol, tienes que salir tú. Pero el personal era amable y estaba bien cuidado. Al fin y al cabo, sólo lo queríamos para dormir y desayunar, conque no necesitábamos grandes lujos.

Una vez hubimos tomado posesión de la habitación y dejado las maletas, empezamos a patear la ciudad. A eso habíamos venido, al fin y al cabo.

Bajamos por la Rue La Fayette hasta la plaza de la Opera, donde está la Ópera central de París, que no es la más utilizada. La principal, hoy día, es la de la Bastilla. De todos modos, sigue habiendo representaciones operísticas en este teatro que, por otro lado, es realmente bonito por fuera. Nunca he entrado en él, aunque hay visitas guiadas.

Después de zascandilear un rato por ahí y comprar "L'Officiel des Spectacles" (el equivalente a la Guía del Ocio, aunque mucho más barato), decidimos mirar qué había interesante ese día y bajamos hacia Châtelet a un pub irlandés donde tocaba un grupo de música celta.

Châtelet es, más o menos, el centro de París. Allí está el ayuntamiento (u Hôtel de Ville), el llamativo Centro Pompidou y muchas más cosas. Entre otras, un montón de bares, restaurantes y puestos callejeros. Seguramente, es mi zona favorita de París para salir por la noche. Claro que hacía frío y no teníamos muchas ganas de callejear. Así que decidimos hacer tiempo cenando. En otros lugares de Francia no es así, pero los horarios de las comidas en París no son muy distintos de los españoles. Un poco más temprano, pero no demasiado. Así que a las ocho todavía estaban bastante vacíos los restaurantes.

Decidimos ir a un mexicano que conocíamos llamado Pecos Grill (es un mexicano normal y corriente, tampoco esperéis un nombre muy glamouroso). Al llegar, vimos que había cambiado bastante. Ni siquiera se llamaba igual, aunque mantenía un cartel con el antiguo nombre. Ahora era el Chispa Café. Ya lo sé, todavía más feo. Pero el sitio está bien, dan buenas raciones y no es muy caro. Me puse bastante morado de burritos.

Se me olvidaba mencionar una particualridad del RER y el Metro en París. Se puede transbordar de uno a otro, como he escrito antes, pero normalmente las estaciones tienen nombres diferentes. Así, la estación de RER de la zona (la más concurrida de París) se llama Châtelet - Les Halles, mientras que el metro tiene dos estaciones diferentes, una llamada Châtelet y la otra, lo habéis adivinado, Les Halles. Las tres estaciones están comunicadas, formando un transbordo monstruoso. Además, es una zona en la que el alcantarillado es antiguo, lo que da lugar a filtraciones y a un olorcillo peculiar que Raquel llama "Eau de Châtelet". Sí, huele a caca. En verano, teniendo en cuenta que el metro parisino no tiene aire acondicionado, el resultado es bastante nauseabundo.

Cuento esto ahora porque ya no hicimos nada más. Yo tenía un dolor de muelas bastante fuerte que se me había extendido hacia la gargante y la sien, conque no tenía ganas de ir al garito de música celta. Raquel protestó porque, como es habitual, no le valía para nada, pero nos volvimos al hotel. Y, al poco rato de llegar, ya estaba durmiendo como un tocino.

Lo reconozco, soy un flojo.

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