09 septiembre 2003

29/8 Ultimo dia en Manhattan

(Séptimo y penúltimo capítulo de la plasto-serie)

Hoy viernes va a ser el último día que dediquemos a patear la ciudad. Nos dedicaremos al barrio residencial de Gramercy, el Flatiron District y el Lower Midtown.

De nuevo empezamos el recorrido por Union Square, aunque esta vez seguiremos hacia el norte. Nuestro día va a girar principalmente en torno a Park Avenue South y sus alrededores.

Lo primero que visitamos es Gramercy, un precioso barrio residencial en pleno centro de Manhattan. Después de conocer los precios del Dakota, no quiero ni pensar en lo que costará una de estas casas.

Gramercy cuenta con el único parque privado de Nueva York, Gramercy Park. Está vallado y sólo los residentes tienen la llave. En fin, si os ha tocado el premio gordo del sorteo de la ONCE y no sabéis qué hacer con el dinero, ésta es una posibilidad.

Desde aquí cruzamos hasta Broadway y subimos hasta Madison Square. Este tramo de Broadway, entre Union y Madison Square, se llama Ladies' Mile porque antiguamente concentraba todas las mejores tiendas de la ciudad, así que las señoras acomodadas venían aquí a hacer sus compras. Sigue teniendo unos edificios bastante notables.

Ladies' Mile termina en el cruce con la 5ª avenida. Pero aquí, en lugar de una plaza, el triángulo del cruce lo ocupa el Flatiron, el primer rascacielos construido en Nueva York, hace exactamente 100 años. Y, para muchos, sigue siendo el más bonito.

El Flatiron recibe su nombre de la forma de su planta, que recuerda una plancha. Al otro lado del cruce está Madison Square, de manera que hay bastante espacio abierto frente al edificio y la vista al mismo es excelente.

Madison Square, como es habitual, está ocupada por un parque; en mi opinión, uno de los más bonitos del Manhattan, con muchas estatuas del siglo XIX. Además, está rodeada de bonitos edificios, como el ya mencionado Flatiron, que da nombre al distrito, o los de las aseguradoras Metropolitan Life (o MetLife) y New York Life. Por desgracia, y para variar, todos estos edificios se encuentran cerrados al público desde el 9/11.

Lo que ya no está aquí es el Madison Square Garden, que se trasladó hace muchos años al lugar donde lo vimos hace unos días.

Después de pasar un rato en el parque, disfrutando de las vistas, seguimos subiendo por Park Avenue South hacia el Lower Manhattan. En concreto, íbamos hacia la calle 42, donde la Grand Central Terminal Station marca el final de la avenida.

De camino, paramos en la tienda de regalos del Kitano. El Kitano es un hotel japonés cuya tienda de regalos tiene escaparates a la calle, y nos llamaron la atención las cosas que exponía, a precio razonable. Acabé comprando un reloj de goma-espuma para mi madre, supongo que lo pondrá en algún sitio de la casa de la playa.

Luego ya no paramos hasta la maravillosa estación Grand Central Terminal. A diferencia de la decepcionante Pennsylvania Station, Grand Central es fabulosa. El único defecto que tiene es el horrible edificio de MetLife que hay tras ella. Nada que ver con el que tienen en Madison Square. Este fue construido por la PanAm hace cuarenta años y hace veinte, cuando la aerolínea cerró, se lo vendieron a MetLife. Es de tipo mastodonte de cristal con forma de caja de zapatos.

Bueno, olvidémonos de ese avechucho y volvamos a la Grand Central. El edificio está en la calle 42 y atraviesa Park Av. South, marcando su final. Por detrás empieza Park Avenue, sin el South. Es un edificio beaux arts, un estilo muy habitual en el Nueva York de hace cien años.

El interior es incluso más espectacular que el exterior. Una cosa muy llamativa es que, además de las habituales tiendas de estación, hay un mercado. Sí, el típico mercado con puestos de comestibles. Bueno, no tan típico: seguramente, el mercado más bonito que he visto en mi vida. Y el género que se vendía no se quedaba atrás. Pese a no ser aún los doce de la mañana, nos estaba entrando un hambre que no veas.

Para rematarlo, bajamos al sótano del edificio, que está lleno de restaurantes y puestos de comida. Eso estaba acabando con nosotros. Teníamos dos opciones: comer o marcharnos a escape. Elegimos la segunda.

Nos fuimos por la calle 42 hacia el este, en dirección a la sede de la ONU. Por el camino, pasamos junto al edificio Chrysler. No pudimos entrar en él, como tampoco habíamos podido entrar un rato antes en la biblioteca J. Pierpoint Morgan, aunque en este caso había sido por obras. De todos modos, lo principal del Chrysler Building es el exterior. Un edificio que, pese a su nombre, nunca llegó a ser la sede de la Chrysler.

Las Naciones Unidas están en una zona bastante fea llamada Tudor City. Era una zona industrial, de la que aún queda una central eléctrica y los horrendos edificios de viviendas construidos para los obreros, estilo Tudor (de ahí el nombre del barrio). El día del apagón, la central eléctrica empezó a echar humo, lo que sirvió para disparar la paranoia de atentado. Sin embargo, es normal que ese tipo de centrales eche humo cuando se apagan.

El propio edificio principal de la ONU es bastante feo, una caja de cerillas verde de casi 30 pisos. Me recordaba al edificio de Ibercaja en Zaragoza, pero aún más feo. En cambio, los alrededores no están mal.

Hay visitas guiadas al interior y valen la pena. Las hacen en un montón de idiomas, pero normalmente hay que pedirlo antes si quieres uno que no sea el inglés, así que no pudimos pedir visita en español (aunque podíamos haber cogido japonés). De todos modos, nos tocó una brasileña llamada Daniela que hablaba un inglés excelente, mucho mejor que la mayoría de los neoyorquinos. Vimos la Asamblea General, el Consejo de Seguridad y demás, además de aprender algunas cosillas sobre el funcionamiento de la organización. A la salida, Raquel me dijo que habíamos visto el lugar donde se reunía "la mayor colección de hipócritas del mundo". Sin embargo, yo creo que la diplomacia ha hecho muchísimo para evitar que nos hayamos cargado el planeta. De acuerdo, el potencial destructivo es ahora mayor que nunca; pero nunca se había usado tan poco. Por supuesto, las naciones no buscan de manera altruista el bien del mundo, pero se han dado cuenta de que, con la paz, ganamos todos.

Después de la visita, como ya habían dado las tres, volvimos hacia Grand Central para comer, no sin antes parar en una tienda a comprar un chaleco para la madre de Raquel. Acabamos comiendo en un americano del sótano de la estación, bastante bien para el precio.

Ya estábamos cansados después de tantos días pateando, conque decidimos volver a casa. De todos modos, en lugar de coger el metro, Raquel me convenció para bajar Park Avenue South andando hasta Union Square. Así nos despedimos de los rascacielos.

Claro que habíamos vuelto a quedar con Pilar, a ver si por fin Raquel podía comerse su langosta. Tenía que llegar a casa sobre las seis, pero pasaba el tiempo y no venía. Y esta vez, no podía haber confusión de lugar: que sepamos, sólo tiene una casa. Al final, decidimos irnos a sacar a Lola de paseo, para estar listos cuando ella llegara.

Y sí, nosotros estábamos listos, pero la pobre Pilar no. Al volver a casa, nos la encontramos con la mano vendada. Se había cortado con un cuchillo y había tenido que ir al hospital a que la remendaran. Nos había estado llamando por teléfono, pero nunca lo cogemos porque es preferible que dejen los recados en el contestador, en lugar de intentar entender algunos acentos bastante curiosos que se oyen en la ciudad. Una vez lo cogí por si era ella, y era una encuesta.

En fin, pedimos comida india por teléfono (a los repartidores también hay que darles propina, como si fueran camareros, porque viven de eso) y nos la zampamos en la terraza.

Cuando íbamos a acostarnos, vimos unas manchas rojas por el suelo. Pensábamos que podía ser comida que se le había caído a alguien, pero no. Al final nos dimos cuenta de que la pobre Lola había estado vomitando. Pobre bicho, por eso estaba tan rara. Bueno, Pilar cree que es cosa de los cambios de tiempo y se le pasará pronto.

Aparte de cenar langosta, nuestro plan para esta noche era ir a Smalls, el club de jazz favorito de mi prima; pero, por tercera vez en la semana, hubo que suspenderlo, esta vez de forma definitiva. Habrá que volver a Nueva York aunque sólo sea para eso.

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