03 septiembre 2003

24/8 Esdoy agadarrado

(Continúa la plasto-serie, ver más abajo el capítulo anterior)

El domingo, en efecto, a las siete de la mañanan estábamos en pie. Pilar no podía venir con nosotros porque tenía que preparar un trabajo para el día siguiente (estudia cocina), pero Raquel y yo ya teníamos planificado el día. Iríamos a Harlem, que está en el norte de Manhattan.

El mejor día para ver Harlem es, precisamente, el domingo por la mañana. Los vecinos (sólo había dos tipos de gente: negros y turistas) se visten como si fueran a una boda y pasan la mañana en la iglesia de su comunidad baptista.

Yo me levanté estornudando y moquiteando; podía ser una simple alergia mañanera, pero sospechaba que había cogido un catarro considerable. Por desgracia, tenía razón. De modo que pasé el día con el pañuelo en la nariz. Y descubrí que los pañuelos de papel yanquis son malísimos. Además, no los venden en paquetes de 10, sólo en cajas. Menos mal que llevábamos un bolso grande y podía llevar esas cosas.

Pilar nos había recomendado la Abyssinian Baptist Church porque, según le habían dicho, era el mejor sitio para escuchar gospel. Conque, después de dar una vuelta por Harlem, aterrizamos allí poco antes de las once. Manhattan puede ser el lugar más fácil del mundo para orientarse: es una isla alargada de norte a sur, surcada por una cuadrícula de calles numeradas. Las avenidas van de norte a sur, numeradas de este a oeste (hay algunas adicionales, más cortas, sin numerar, con nombre propio) y las calles transversales se numeran de sur a norte. Pero, en algunos tramos, las calles y avenidas numeeradas tienen también un nombre propio. Así, la Abyssinian está en la calle 138, esquina con Adam Clayton Powell Jr. Boulevard (en realidad, la 7ª avenida). Los nombres en Harlem corresponden a líderes negros. La 8ª avenida es Malcolm X Avenue y la calle 125, Martin Luther King Jr. Boulevard.

Debía de ser verdad que el espectáculo de la Abyssinian merece la pena, porque había una cola tremenda (sólo para los turistas, los negros de la congregación entraban directamente). Cerraron las puertas mucho antes de que nos tocara entrar, pero nos dirigieron a otra iglesia pequeña cercana. Allí fuimos y vimos que, por esta vez, las películas no mienten. El pastor predicaba de forma histriónica, entre los gritos y aplausos de sus fieles (los turistas estábamos en el piso superior y no nos canteábamos). De vez en cuando, cantaban acompañados por un tipo al Hammond y un chavalín de unos diez años que le atizaba a la batería.

Después de un buen rato, el predicador anunció que el servicio iba a durar una hora más e iban a cerrar las puertas; por tanto, quien quisiera irse debía hacerlo en ese momento. Como el acento de esa gente es casi ininteligible y no nos enterábamos de casi nada, decidimos largarnos.

Aún era pronto para comer (poco más de las doce), así que nos fuimos a ver otra zona del barrio. Vimos el distrito de St. Nicholas, antiguo barrio de lujo. En efecto, Harlem empezó siendo un barrio residencial para blancos, hace más de un siglo. También nos dimos una vuelta por el cercano parque de St. Nicholas, al pie del espectacular City College de la Universidad de Nueva York.

Hacia la una y cuarto fuimos hacia Sylvia's, el restaurante más famoso de Harlem, para el brunch. El brunch es una tradición muy neoyorquina que ahora se está poniendo de moda entre el pijerío español. Consiste en el equivalente a nuestra merienda-cena, pero entre el desayuno y el almuerzo (brunch = breakfast + lunch). Por tanto, unes cosas típicas del desayuno (bollos, huevos y demás) con otras de la comida (pollo, carne, pescado...). Yo pedí huevos fritos con albóndigas de salmón y patatas fritas; si hubiera pedido los huevos revueltos y poco hechos, habría sido perfecto. En cambio, Raquel metió un poco la pata y pidió tortitas y pollo. El pollo le duró un momento, pero la mitad de las tortitas se quedaron.

Sylvia's es un sitio en el que suele haber bastante cola, pero nosotros tuvimos suerte y, pese a llegar en la hora punta, entramos en seguida. Los domingos tienen cantantes entre el público, lo que le da un ambiente peculiar. El público reflejaba lo visto en el resto del barrio: negros ataviados con sus mejores galas y turistas.

Después del brunch bajamos hacia Morningside Heights, al sudoeste de Harlem. De camino, vimos la tumba de Grant (una copia de la de Napoleón en los Invalides de París, con bancos en el exterior que resultan la versión hortera del Parque Güell de Barcelona) y la impresionante iglesia de Riverside.

En Morningside Heights está el bonito campus de la Universidad de Columbia. Como era principio de curso, había una especie de fiesta de bienvenida para los alumnos de primer año. Había un escenario y un montón de filas de sillas dispuestos, pero nosotros nos limitamos a recorrer el campus y nos marchamos hacia la inmensa catedral de St. John the Divine.

St. John the Divine está inacabada y, además, hace año y medio un incendio destruyó parte del edificio. Cuando se termine será la mayor catedral del mundo, lo que no es de extrañar en una ciudad en la que todo es mastodóntico.

Dentro de la iglesia me llamó la atención que no intentaban hacernos pedir perdón por entrar a molestar, como es tan habitual en la iglesias europeas. Esto se repitió en todas las que visitamos; sólo prohibían usar flash durante los servicios; pero, aparte de eso, podías visitar los recintos a tu antojo. Tal vez sea porque todo es relativamente moderno y no hay cosas antiguas que conservar. De todos modos, el valor arquitectónico de la catedral no es muy grande. Lo que más nos llamó la atención fueron las vidrieras, inspiradas en las de Chartres, pero con temática moderna.

Para acabar la tarde, bajamos hacia Central Park, que casi limita al norte con St. John the Divine. Mi catarro iba a peor, así que me estaba cansando bastante. De modo que, en vez de bajar paseando por el parque, cogimos el metro hasta la calle 72 (Central Park acaba en la 110).

La parada de la línea roja en la calle 72 sale al pie del famoso edificio Dakota. En Nueva York hay muchas estaciones con el mismo nombre, y muchas también que tienen dos. Esto se debe a que las líneas de Manhattan siguen la estructura superficial de la ciudad. Así, la línea de metro que pasa por casa de Pilar es la L, que tiene su última parada de Brooklyn en Bedford Av (a unos 200 metros de su casa) y luego entra en Manhattan, atravesándola bajo la calle 14. Por tanto, sus estaciones de Manhattan tienen el nombre de la avenida a la que salen. Pero esas mismas estaciones, en las líneas que atraviesan de norte a sur, tienen el nombre de la calle (en este caso, la 14). Así, para volver a casa, sólo tenemos que coger el metro más cercano, bajar en la estación de la calle 14 y coger allí la L hacia Brooklyn. Además, hay dos tipos de líneas: locales y exprés. Las líneas locales paran en todas las paradas, mientras que las exprés comparten el mismo recorrido, pero sólo se detienen en las paradas principales.

Como decía, salimos al pie del edificio Dakota. Es uno de los edificios de viviendas más caros de Nueva York y, por tanto, del mundo. Un apartamento de tres dormitorios puede valer diez millones de dólares. Se hizo famoso en todo el mundo a finales de 1980, cuando mataron a John Lennon frente a él. Yoko Ono sigue viviendo allí.

A causa de este hecho, la parte de Central Park situada frente al Dakota se remodeló, creando una zona en forma de lágrima llamada Strawberry Fields. Y por allí entramos al parque. A la entrada hay un mosaico circular en el suelo con la palabra "Imagine" en el centro. En ese momento había unos cuantos músicos a su alrededor tocando canciones de los Beatles. Daba la impresión de que era gente que se había juntado por azar, debe de ser habitual que vaya allí gente a cantar canciones de John Lennon.

Seguimos cruzando el parque hasta la fuente de Bethesda, situada junto a un estanque. Hay otro muy grande en el centro del parque, el Reservoir, pero éste estanque es uno más pequeño. Vimos a un chaval que estaba haciendo un número de escapismo y luego seguimos nuestro camino por el Ramble hasta otro laguito situado en el extremo este del parque. Había un montón de gente manejando pequeños veleros por control remoto, con pinta de ser alquilados, pero no vimos de dónde los sacaban. En las orillas había dos estatuas grandotas de bronce: una de Hans Christian Andersen y la otra de Alicia en el País de las Maravillas. Llenas de niños que se subían a ellas.

Estuvimos un buen rato descansando para ver si me descongestionaba un poco, pero cada vez iba a peor, conque nos fuimos hacia casa. Raquel pensó que lo mejor era que me acostase nada más llegar, a ver si con un buen sueño se me pasaba, lo que me pareció una excelente idea. De forma que estaba en la camita poco después de las siete. Vinieron unos amigos de Pilar a cenar pero, cuando Raquel entró a avisarme, ya estaba dormido, así que no me molestaron. Día y medio en Nueva York y aún no la había visto de noche.

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